Seamos serios, estamos jugando
El "misterio" de la unanimidad universal en el deporte tiene mucho que enseñarnos sobre la condición humana o sea, la nuestra; y me parece un paso muy serio de madurez y de altura que la prensa se ocupe de comentarlo.
Muchas veces he reflexionado y reflexiono sobre ello y he llegado a algunas conclusiones, que a lo mejor pueden ayudar a ver más cosas, sin ninguna intención de pontificar ni a dar recetas al respecto; con que nos lo plenteemos y vayamos haciendo huecos más amplios en nuestra inteligencia y en nuestra sensibilidad social, ya sería un buen gol, en este deporte cotidiano de la vida, que viene siendo compartir lo que vemos y pensamos para crecer juntos.
Nos invita Iñaki hoy a reflexionar sobre ese misterioso porqué deportivo que tiene el poder de funcionar magníficamente y con una autonomía absoluta, caiga lo que caiga y con la que está cayendo. Se me ocurren varias causas, unas personales y o tras colectivas, pero interdependientes entre sí.
El deporte no es una imposición, sino una elección personal que requiere un estusiasmo inicial y una atracción específica desde la infancia. También un tiempo y un sacrificio individual que se recompensa con la admiración del entorno, primero familiar y luego social. El deporte "elige" a los mejores. No es una "profesión" ni una carrera burocrática que te convierte en un oficinista gris y te neutraliza en el anonimato. Al contrario, es una élite que exalta tus capacidades cualitativas más que cuantitativas, te fortalece el carácter con un entrenamiento constante. Te hace desarrollar virtudes imprescindibles para conseguir los objetivos deseados, en vez de ir pensando en hacer deporte para hacerse millonarios, resulta que se hacen millonarios a consecuencia de practicar con excelencia una disciplina deportiva.
Las premisas del glamour social son, justo, las contrarias a lo que la mentalidad pedagógiaca no deportiva entiende por educación. De hecho a un niño, para que estudie, no es normal hacerle disfrutar superándose con el estudio y el aprendizaje de teorías que se quedan sólo en la memoria para superar exámenes que te permiten "labrarte un futuro", que luego no es real en el presente. En cambio el deporte tiene la virtud de ser presente continuo. En el entrenamiento diario se vive activamente la autosuperación, el récord personal de cada esfuerzo y eso se ve, se palpa y se valora in situ. No se necesita que pasen años para que un día descubras un componente nuevo del ADN o una vacuna contra el cáncer o el negocio de las células madre.
En el deporte la madera y la calidad se ven enseguida. El sentido del deporte es la inmediatez de la valoración y la participación activa del sujeto que lo practica. En el deporte nada es pasivo, como en la enseñanza que normalmente se nos imparte. Y el deporte genera individuos más sanos porque están más seguros de su valía que el resto poniéndose a prueba cada día; no es que valgan más que el resto , es que saben que pueden conseguir lo que se proponen y los otros ni se lo plantean, porque aunque casi siempre son estupendos, también deben convivir con el fracaso de un fallo, de un fatalidad, de un accidente y así tocan lo efímero del triunfo y lo fácil que es perderlo todo en un instante; no se pueden habituar al triunfo constante porque no es real ni sería sano; nos hacemos humildes y sabios a fuerza de combinar fortuna con pérdida posible, éxito y fallos. Eso nos da modestia, resiliencia y empatía con los rivales, que pasan a ser compañeros de camino y no enemigos mortales. Por eso, además el buen deportista es grande de alma y no sólo en fuerza y victorias.
Los más grandes deportistas son los más accesibles, naturales y sencillos. Los más inteligentes y geniales. Formados en la cultura del esfuerzo y dominio de sí mismos, conocen y sufren todos los estados: de la humilde condición al podium, pero del podium, también al quirófano, a la caída, al accidente, al error de cálculo individual que puede convertir en fracaso el esfuerzo de todo un equipo.
Las premisas del glamour social son, justo, las contrarias a lo que la mentalidad pedagógiaca no deportiva entiende por educación. De hecho a un niño, para que estudie, no es normal hacerle disfrutar superándose con el estudio y el aprendizaje de teorías que se quedan sólo en la memoria para superar exámenes que te permiten "labrarte un futuro", que luego no es real en el presente. En cambio el deporte tiene la virtud de ser presente continuo. En el entrenamiento diario se vive activamente la autosuperación, el récord personal de cada esfuerzo y eso se ve, se palpa y se valora in situ. No se necesita que pasen años para que un día descubras un componente nuevo del ADN o una vacuna contra el cáncer o el negocio de las células madre.
En el deporte la madera y la calidad se ven enseguida. El sentido del deporte es la inmediatez de la valoración y la participación activa del sujeto que lo practica. En el deporte nada es pasivo, como en la enseñanza que normalmente se nos imparte. Y el deporte genera individuos más sanos porque están más seguros de su valía que el resto poniéndose a prueba cada día; no es que valgan más que el resto , es que saben que pueden conseguir lo que se proponen y los otros ni se lo plantean, porque aunque casi siempre son estupendos, también deben convivir con el fracaso de un fallo, de un fatalidad, de un accidente y así tocan lo efímero del triunfo y lo fácil que es perderlo todo en un instante; no se pueden habituar al triunfo constante porque no es real ni sería sano; nos hacemos humildes y sabios a fuerza de combinar fortuna con pérdida posible, éxito y fallos. Eso nos da modestia, resiliencia y empatía con los rivales, que pasan a ser compañeros de camino y no enemigos mortales. Por eso, además el buen deportista es grande de alma y no sólo en fuerza y victorias.
Los más grandes deportistas son los más accesibles, naturales y sencillos. Los más inteligentes y geniales. Formados en la cultura del esfuerzo y dominio de sí mismos, conocen y sufren todos los estados: de la humilde condición al podium, pero del podium, también al quirófano, a la caída, al accidente, al error de cálculo individual que puede convertir en fracaso el esfuerzo de todo un equipo.
Toda esta batería de implicaciones y responsabilidades, con la gracia añadida de disfrutar en la práctica del esfuerzo, conduce a que la excelencia sea el resultado más natural y evidente.
El hecho de que todos los paises acepten de buen grado las reglas del deporte demuestra que esa excelencia representa la esencia sublimada de lo que el ser humano puede llegar a ser, mucho más que a tener. No es la fama. No es el poder. Ni el prestigio. Ni siquiera el dinero que mueve el deporte profesional que es mucho.
Conozco en directo una escuela de canteranos del Barça en una pequeña ciudad catalana. Y me maravilla ver el clima que reina en ella. No sólo se enseña fútbol. Se enseña y se aprende a vivir con nobleza, con respeto, con solidaridad. Los padres participan con los hijos y los entrenadores. Son familia. No hay rivalidades sino admiración y apoyo mutuo. Los entrenadores no viven de ese trabajo, son estudiantes universitarios y jóvenes que trabajan para ganarse la vida, con independencia de que el club les recompense simbólicamente con algún dinero. Muy poco para lo que trabajan. Pero eso es lo de menos para ellos, lo harían gratis igualmente. En vez de rivalidad competitiva para chafar a los otros, hay estímulo sano de superación de uno mismo. Y gana mucho más y mejor quien se esfuerza por hacer las cosas lo mejor que puede por pura satisfacciión compartida que por vedettismo egocéntrico. Esa generosidad y esa disposición de normalidad en el bienhacer, sin querer ser ídolos, ni buscar aplausos, simplemente valorando la cooperación y la amistad, la felicidad personal que se disfruta en tal ambiente laboral, es la base del verdadero deporte y de todo éxito en la vida.
El buen deporte es como un perfume que llena almas, mentes y corazones, que se apodera de las gradas y contagia a los espectadores de toda clase, hasta hacerlos "participar"como uno solo, da lo mismo que no sean de tu país, puedes igualmente disfrutar lo excelente de un partido o de un atleta, de cualquier nacionalidad, pero del mismo juego sano y magistral, del mismo esfuerzo anímico, de la misma palanca energética. Del mismo color y de la misma vibración. Por eso llevan los pañuelos, bufandas , gorras o camisetas del equipo que se admira, aunque no sea el de tu ciudad o el de tu país; no sólo por presumir de club o de equipo, sino porque lo que contagia es el perfume de la excelencia. Y a eso le llaman afición o hinchada. El nombre es lo de menos. Lo importante es que cuando uno presencia un recital de la Roja como en Sudáfrica o en Ucrania este año pasado, de juego limpio, de nobleza in situ, de gracia divina canalizada en directo, se siente mejor persona, más unido a la creación y a los seres humanos. Y descubre que seguramente Dios existe porque ha sido capaz de crear el juego limpio sin fronteras. Como sucede cuando se escucha a Bach, a Mozart o a Vivaldi, como cuando amanece o anochece y el aire -aún en medio de la ciudad- se vuelve mágico y lleno de matices cromáticos, que nos contagian, en un segundo, un estado vibracional altísimo, sin necesidad de pensarlo ni demostrarlo a nadie. El buen juego deportivo pertenece a la misma categoría, pero con algo más: está realizado por seres humanos, como cada uno de nosotros, que con esfuerzo, determinación, trabajo, disciplina y amor, logran el milagro de la unanimidad absoluta.
Se puede aborrecer el oficio de un mal presidente de gobierno como Rajoy y sin embargo, en un colocón maravilloso de espíritu deportivo cuando la Roja gana un mundial o una eurocopa por cuatro a cero, practicando un juego impecable, limpísimo y transparente, puedes darle un abrazo fraternal y descubrir a un hermano de humanidad, más allá de las etiquetas, de los errores y de las torpezas. Ese poder no lo tendrá jamás el dinero ni la política ni el mercado, ni la religión, ni la "patria" ni el exhibicionismo. Es el triunfo del HOMBRE sobre al animal de rebaño. Una verdadera teofanía.
Indudablemente, como la cizaña crece al amparo del trigo y las malas hierbas al lado de las plantas sanas, no se puede ignorar que al amparo de la nobleza del deporte también hay mafias y crimen económico organizado, empresas indecentes y especulación repugnante como el mundo del doping y como el mundo de la manipulación política y económica, que usan esa maravilla para alienar, distraer la conciencia social y sustituirla por el panem et circenses , el pan y juegos de los antiguos latinos que al mismo tiempo que distrae la atención de las cosas menos vistosas hacia el show espectacular, proporciona beneficios mercantiles más que cuantiosos y evidentes par las pirañas del negocio. Obviamente porque conocen de muy buena tinta el poder magnético real que la magia del deporte tiene sobre el alma humana y su campo racional-emotivo. El deporte como el arte, la poesía, la música, el enamoramiento y la mística tiene un tirón fortísimo sobre el inconsciente colectivo y eso es también una fuente segura y abundante de manipulación sin escrúpulos, que usa la publicidad y los medios de comunicación de masas como adormidera estupefaciente, frente a la que sólo las conciencias despiertas y un claro sentido ético, verdaderamente espiritual materializado, pueden aportar defensas, herramientas básicas y recursos adecuados para llevar la luz del equilibrio a las catacumbas del caos.
Indudablemente, como la cizaña crece al amparo del trigo y las malas hierbas al lado de las plantas sanas, no se puede ignorar que al amparo de la nobleza del deporte también hay mafias y crimen económico organizado, empresas indecentes y especulación repugnante como el mundo del doping y como el mundo de la manipulación política y económica, que usan esa maravilla para alienar, distraer la conciencia social y sustituirla por el panem et circenses , el pan y juegos de los antiguos latinos que al mismo tiempo que distrae la atención de las cosas menos vistosas hacia el show espectacular, proporciona beneficios mercantiles más que cuantiosos y evidentes par las pirañas del negocio. Obviamente porque conocen de muy buena tinta el poder magnético real que la magia del deporte tiene sobre el alma humana y su campo racional-emotivo. El deporte como el arte, la poesía, la música, el enamoramiento y la mística tiene un tirón fortísimo sobre el inconsciente colectivo y eso es también una fuente segura y abundante de manipulación sin escrúpulos, que usa la publicidad y los medios de comunicación de masas como adormidera estupefaciente, frente a la que sólo las conciencias despiertas y un claro sentido ético, verdaderamente espiritual materializado, pueden aportar defensas, herramientas básicas y recursos adecuados para llevar la luz del equilibrio a las catacumbas del caos.
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