lunes, 7 de enero de 2013

La devoción de la distracción y viceversa



Esta curiosa foto recorre la prensa italiana. El señor Monti, primer ministro dimisionario y candidato por su cuenta y riesgo, en un nuevo partido político, a salvador y tecnócrata, asiste, con telefonito celular incorporado y en activo, a la misa de Navidad del papa, otro primer ministro de su dios, que anda más distraído que devoto o que, tal vez, entre dogma y dogma, mulas y bueyes recortados del belén, ande absorto en el mismo glamour de su propia devoción profesional y con el wifi más atento a tapar agujeros en las murallas de la fe, que a la humanización de esa misma fe que defiende a capa y espada. Igual que su ex colega Monti defiende recortes y tijeretazos para complacer al trust de la estafa que han dado en llamar crisis. Al fin y al cabo en esos planos donde los poderes del mundo y de la manipulación religiosa se reblandecen y se mezclan  como quesos gouda y camembert en una fondue bourguignonne, no es nada fácil distinguir entre el impuesto del César y el diezmo de la divinidad, ya que los dos niveles se confunden a ojos vista. 

Esta foto es un reflejo exacto del grado de confusión y deterioro al que puede llegar la conciencia humana cuando se pierde no sólo el Norte, sino todos los demás puntos cardinales.
No es una crítica personal contra este buen señor al que no tengo el gusto de conocer, ni contra el papa, al que tampoco conozco, al fin y al cabo los dos son profesionales de algo que nunca debería ser una profesión sino un acto de amor: el servicio público a su país y el servicio espiritual humilde y entregado, anónimo y simple, al crecimiento de la conciencia y de los valores diarios imprescindibles en el género humano. Pero al parecer, ambos líderes políticos están  mucho más atentos al   connecting people de la distracción que al silencio interior. Un estado que debería ser imprescindible para gobernar cualquier asunto en cualquier nivel. El silencio mental, interior, hace posible la visión serena de la realidad y facilita el poder distinguirla de la apariencia. Pero la religión "normal" , como la política, es muy poco amiga del silencio. Los fieles se callan en misa para que el cura rece en voz alta o predique para que que no haya un minuto de silencio disponible, no vaya a ser que Dios hable aprovechando la coyuntura, en la conciencia y en la mente de alguien, y les fastidie el master de borrego lobotomizado que tanto poder les ha concedido a lo largo de milenios. Si no es un sermón, será una novena, un rosario, una letanía, una retahila de mantras y golpes de gong. Una lectura en tibetano, en latín o en cirílico. O un discurso apocalíptico contra el derroche en gastos sociales y con loas y  parabienes al ojo avizor del rating y a la amenaza estresante del spread. O un discurso electoralista lleno de mentiras y promesas que todos -políticos y víctimas- en el fondo saben que nunca se cumplirán. Pero mola hacerse ilusiones. Como en los enamoramientos habituales. Y se viven las campañas electorales y los sermones, como un noviazgo prometedor, a la espera de que el santo matrimonio y la evidencia del gobierno diario, demuestren que todo sigue siendo lo mismo que siempre. Un quiero y no puedo o un puedo y no quiero. Y vuelta a empezar con una confesión general o con un divorcio lleno de buenos propósitos. 

En ese plan, lo del móvil de Monti en la misa solemne del papa, justo en el día de Navidad, no es nada más que el scanner de la realidad diaria. Distraída y conectada a todo tipo de dispersión en un imperio donde quien gobierna de verdad es Belzebú, el señor de las moscas y de las noticias en cascada, que son las moscas de la atención humana.  La mosca es la distracción por antonomasia. No para más de un par de segundos en el mismo lugar, vuela sin rumbo fijo, sólo atraída por olores desagradables y fuertes, se posa en la pringue de todas las basuras y transporta la contaminación en sus patas de un sitio a otro. Molesta constantemente, invade todo lo que encuentra, no tiene nido ni lugar donde crearse un hueco para la vida y la continuidad y no aporta absolutamente nada, excepto ser alimento de animales más poderosos que ella. 
La mosca es la metáfora, la alegoría, la analogía exacta de una sociedad que aún no ha encontrado el hueco suficiente para poderse descubrir a sí misma. Por eso fomenta la depredación dispersa que atrae el estado perenne de mosquidad. A más distracción devota o a más devoción distraída, mejor botín para los devotos más expertos en distracciones o más distraídos en la devoción a sí mismos y a su wonderland personal. Su ego insaciable. Bulímico, supervanidoso y prepotente. Sea en política, en finanzas o en religiones. En el universo inestable, sobeteado y putrefacto de las moscas todo está al mismo nivel.

No podemos eliminar a las moscas de la cadena biológica. Son un escalón evolutivo que sólo desaparecerá por sí mismo cuando ninguna especie las necesite. Como los teléfonos móviles, la televisión o internet, desaparecerán sólo cuando el sentido telepático se haga universal y podamos estar en comunicación normalmente unos con otros cuando sea necesario y sin maquinitas esclavizantes. Por esa razón no debe molestar ni criticarse que Monti vaya a misa con el móvil encendido ni que el papa se conecte mucho mejor con el ERE del portal de Belén que con Somalia o Afganistán  o con la supresión del celibato para erradicar las anomalías sexuales del clero. Son pasos evolutivos que poco a poco se irán dando en nuestra especie. 
Lo que sí depende de nosotros es acortar o alargar el tiempo de penuria dependiente. Y eso sí que podemos solucionarlo aprendiendo a descubrir los niveles más hermosos y productivos de nuestra conciencia. Meditando. Parando por dentro y practicando la conexión con niveles de atención más sanos y pacíficos. Más inteligentes y serenos. Más útiles y reconfortantes. Más humanos y por eso mismo, divinos.

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