domingo, 6 de enero de 2013

El show monárquico y sus derivados

Las rebajas de enero han llegado anticipadas para la casa real. Están que lo tiran. Al monarca, claro. Hablando en metáfora y en plan marketing, of course. El lifting constante del personaje ya no da para más; de tanto estirar la piel de su malestad la están rompiendo. Y el asunto  raya en el patetismo.
En cuanto al trato y al respeto hacia los ciudadanos españoles, el asunto se ha convertido en una chamusquina secuencial que primero es un insulto a la inteligencia y a renglón seguido deriva en bodevil folletinesco. No se puede ser unos manipuladores mediáticos más torpes, menos oportunos y más zafios. Ni más sádicos, con el rey y con los que ni siquiera se consideran súbditos, sino público espectador y mantenedor -a la fuerza- de un espectáculo tan deplorable. Desfasado y anacrónico.

El garrupower españolón y folkllórico está convirtiendo en un verdadero viacrucis esta agonía del sistema monárquico y contra moralem civilem , es decir, opuesto al sentido ético de una gran mayoría cívica. 

Primera estación. Sin capacidad alguna para comprender el momento histórico en que nos ha precipitado, obviamente, el poder político que nos maneja vidas y haciendas y sin recursos para gobernar el caos, ni ganas de tenerlos, el clan de beneficiados por el sistema monárquico y nada democrático que soportamos, se aferra al clavo ardiendo de un pobre anciano, cansado y enfermo, - por  excesos de todo tipo, subvencionados por todos, llamemos a las cosas por su nombre y  sin eufemismos- con la idea peregrina de vendernos su infalibilidad maravillosa y de origen divino, casi como si se tratase de un emperador romano en horas bajas. Pelillos a la mar con las "travesuras" de un genio de la política, que sólo ha demostrado ser un profesional del poderío manufacturado y teledirigido. Nadie se cree a estas alturas que lo del 23F fuese de verdad un golpe bananero; más de media España está convencida de que todo fue un apaño tramado por los políticos y generales con aspiraciones democráticas, para eliminar a la cúpula ultra del ejército residual, sanearlo, comprobar la actitud de los ciudadanos, su disposición ideológica, su grado de sumisión y de credulidad, de apego a  l fraquismo o al republicanismo, y fortalecer públicamente la figura de un monarca que nadie quería, y que era el blanco habitual de chistes y chascarrillos, precisamente porque lo diseñó el dictador recién finiquitado. Y porque el susodicho Príncipe de Asturias era una herencia de "lo de siempre", es decir, de una monarquía obsoleta, inútil y cantamañanas, como habían sido todos los monarcas que siguieron a Carlos I de España y V de Alemania. Un desastre de pésima memoria. Ningún español con dos dedos de frente quería otro rey y mucho menos con tal curriculum genea-ilógico. O sea, a este rey nos lo endosaron sin darnos la oportunidad de pensar ni de estudiar el asunto con debates cívicos e históricos, y con un verdadero referendum específico, entre ciudadanos informados y no idiotizados y asustados por la incertidumbre que se aprovechó para endosarnos este real marronaco que ahora ha llegado a su máximo esplendor realista. Un desastre por todas partes.

Segunda estación. Durante más de treinta años España ha sido un fraude institucional. Un país desinformado y deformado. Con un sistema de gobierno que de democracia sólo tiene el nombre. Una constitución sin revisar, llena de lagunas confusas y de perogrulladas. Nadie nos ha preguntado jamás si queremos un rey. Si nos parece que una dinastía en el poder -que gobierna por narices y no por cualidades ni por voluntad popular-  puede ser compatible con una democracia. Ahora hay millones de ciudadanos que no votaron esa incongruencia, que nacieron después de esa imposición de la dictadura y que por desgracia son los más perjudicados; se les ha destruído el futuro que merecen por estar encadenados a un pasado que no votaron ni desean mantener, y del que son víctimas inocentes. Y por el que están pagando el pato sin haber tenido arte ni parte.

Tercera estación. Los ciudadanos se preguntan por qué no se les pregunta si quieren seguir como hasta ahora. Por qué con una parte de sus impuestos ( que asciende al 0'9% del PIB) se costea la vida a todo lujo y derroche, de una familia entera, con hijos, yernos, nueras, nietos, cacerías, deportes de riesgo, accidentes en cacerías y deportes de riesgo, amantes  y reinas en tresbolillo y desinterés absoluto por cualquier problema, que no sea elegir el vestido, el traje, la corbata, el cirujano plástico, las mechas y el peluquero, o el lugar de las vacaciones o la marca de la moto o el color de las velas del velero en las regatas. O el tono de la voz y el gag del gesto en los discursos que sólo se leen y que jamás se escriben. 

Cuarta estación. Los ciudadanos se siguen preguntando por qué un rey que debería ser un ejemplo de decencia, consiente durante años que un yerno y una hija se hagan de oro con dineros "milagrosos" y repentinos. Que sin trabajar en nada se les reproduzcan por esporas los millones de euros, que se emplean en palacetes y tren de vida alucinante. Alternes político-festivos con lo más granadito de la corrupción pepera de Mallorca y Valencia. Que las reuniones entre los escualos de mayor y menos tonelaje se realicen en el mismo palacio de Marivent y ante las regias narices de sus malestades. Que a su vez ni se inmutan y miran para otro lado. Que el monarca no se mosquee ni siquiera un poquito cuando los nombres de las sociedades sinónimo de lucro presididas por el Urdangy llevan nombres griegos...

Quinta estación . A los ciudadanos les da la risa y luego la indignación, cuando su malestad pillado en pleno enjuague botswano, se disculpa con una expresión de cualquier cosa, menos de arrepentimiento. Decir con aquel gesto de mala uva "lo siento, me he equivocado y no volverá a ocurrir", en el tono en que lo dijo, no fue pedir perdón, sino un "no tengo más remedio que hacer este paripé y por supuesto que la próxima vez que me vaya de correrías en plena crisis y abandonando mi responsabilidad de estar a vuestro lado mojándome y haciéndome responsable de lo que hay, no os vais a enterar de nada, si mi osamenta me acompaña y no me la juega con otra rotura." Eso es lo que entendió la ciudadanía y eso no hay quien lo arregle. Está grabado y lo vemos cada dos por tres. Ya que el garrupower mediático lo considera un documento magnífico que avala la buena disposición de su marioneta dinástica actual. 

Sexta estación. Los ciudadanos no tienen ningún inconveniente en compadecer la triste figura del rey en los momentos de su penosa decadencia en picado. A todos nos da pena la enfermedad y la decrepitud, el torpor y la falta de energía connaturales en un estado tan penoso. Por supuesto que tal espectáculo produce compasión. Pero al mismo tiempo los ciudadanos se sienten mucho más cerca y experimentan una compasión mucho más fuerte e intensa hacia quienes con sueldos recortados, trabajos en tenguerengue o hipotecas impagables por los recortes, se rompen los huesos en un accidente de circulación o un atropello o una caída fuera de Botswuana o de Panticosa o de Suíza, por ejemplo, y sólo tienen unas semanas de baja laboral remunerada, la quinta semana desaparece más de la mitad del sueldo -que no tiene nada que ver con el sueldo del rey- y por supuesto tienen que pagarse ambulancia, médico, hospital y medicinas, habiendo trabajado durante años y cotizado por ello. Esas personas han sido útiles en sus trabajos. Ellas han hecho casas, ropa, vehículos y muebles, asfaltado o limpiado las calles, han arreglado coches en los talleres, conducido autobuses o trenes, han atendido en supermercados, cocinado en resturantes y bares, cultivado los campos y cociendo el pan desde la madrugada, o vigilando carreteras o persiguiendo delincuentes o enseñando en escuelas o institutos o atendiendo enfermos en hospitales o a domicilio...Ellos han sido útiles a todos. Los ciudadanos se preguntan por qué con un jefe de Estado, que no hace nada vitaliciamente, subvencionado por los que sí trabajan, hay que ser tan tolerantes y aplaudidores, y tener la misma empatía que con los que cada día dan el callo de verdad y se les niega el pan y la sal que seguramente al rey le tienen que suprimir por prescripción facultativa que contrarrestre el exceso de exquisitas ingestas. 

Séptima estación. Los ciudadanos en pleno viacrucis tienen algunas incógnitas que descifrar en esa ecuación farandulera de la monarquía. Están dispuestos a conceder al rey el perdón y la benevolencia que todavía no ha solicitado, con dos condiciones: una que se vaya y no vuelva más y  otra, que se lleve con él la monarquía, a su estupendo y ejemplar hijo y heredero, a su nuera rehecha plásticamente por subvención popular, y a sus nietecitas encantadoras, contra los que tampoco tienen nada personal. Es una simple cuestión de puesta al día en cualquier democracia digna, decente e isocrónica, que se precie de serlo. 
Y luego los ciudadanos  se empeñarán en no olvidar nunca jamás lo que significa votar sin saber lo que se vota y rehacer desde la conciencia cívica esa constitución atávica, incluyendo artículos que hoy por desgracia no existen. Por ejemplo estos: "Todo gobernante, jefe de estado o de gobierno, deberá trabajar y demostrarlo para ganarse el pan que se coma. No gozará de ningún privilegio pagado por el Estado, que no puedan disfrutar  los demás ciudadanos" "Todo gobernante y colaborador del gobierno dará cuenta exhaustiva de sus actos, viajes y gastos personales, con facturas y comprobantes cuando se le pidan, mientras esté representando a los ciudadanos" ."Todo gobernante será considerado un servidor público al que se paga por su trabajo; toda incomparecencia a requerimiento de las asambleas representantes, será penalizada. El jefe del Estado es tan responsable de sus actos jurídicos y morales, privados o públicos, como lo es cualquier ciudadano. Y sus incumplimientos de promesas electorales  o de sus deberes institucionales, sus delitos, negligencias y faltas de responsabilidad supondrán el cese inmediato en su cargo y en su sueldo". 

Octava estación. Los ciudadanos están hasta la boina de que se les siga tomando el pelo con esta clase de lavado de cara de lo ya insostenible. De que se usen sus impuestos para hacer propaganda de lo impresentable, para tratar de vender la cabra constantemente aprovechando los medios públicos de comunicación. Y piensan que es indecente abusar de este modo y vender como información el dogma que se quiere imponer por encima de los derechos y de las libertades. España y los españoles normales y sanos no se merecen un gobierno y unos gestores tan desastrosos; no por sus ideologías, ni por su pertenencia a diversos estratos y capas sociales más o menos pijas e insensatas, huecas y bobas, sino por incapaces e ineptos. Porque les viene grande cualquier proyecto que supere la elección del menú del día o de la elección del número de la ONCE que se van a comprar o del dilema que supone elegir el futbolista del año entre Cristiano, Messi e Iniesta. 
Los ciudadanos están hartos de que los muchos Rato que hay esparcidos por ahí acaben siendo siempre jefes de algo, en vez quedarse en el banquillo hasta que devuelvan el último euro que sus pésimas gestiones han evaporado. De que los diputados no se vayan a su casa y dejen solo al pp. De que una ley electoral infame provoque lo que tenemos. De seguir pagando impuestos para que esta plaga bíblica destroce lo que queda de país. Y consideran que una de las causas de este atasco social y político-corrupto ha sido y sigue siendo, la existencia de un régimen monárquico con un rey chantajeable, dúctil y maleable, al que ni su estirpe ni su mentor el general golpista que lo educó y lo preparó para ser como es y hacer lo que hace y ha he hecho siempre, le enseñaron lo que significa gobernar con ética, sensatez y responsabilidad. Los ciudadanos perdonan pero no quieren olvidar nunca el pasado traumático porque ya se han dado cuenta en su experiencia, de que olvidar los malos rollos es garantía absoluta de que se repetirán. Y eso es una verdadera maldición que los españoles arrastran a lo largo de la historia.

Novena y última estación. Los ciudadanos no desean seguir soportando tal falta de estructuras y de proyectos, de coherencia, las improvisaciones,  traiciones y abusos. Leyes contra personas y libertades, rodillos indecentes contra la dignidad del hombre. Ministros y presidentes absolutamente discapaces. Los ciudadanos saben arreglárselas muy bien sin ellos. Y desean un régimen participativo y asambleario, elecciones abiertas y representantes directos no elegidos a dedo por los partidos, ni por dinastía como los Fabra, por ejemplo. Sino desde la base. Cara a cara y sin enchufes, tapujos ni componendas.
Los ciudadanos no desean seguir costeando con sus sueldos monarcas, ni jerarcas ni oligarcas. Ni caciques. Quieren representantes que se reconozcan directamente por sus buenas resoluciones y en los que se pueda confiar porque se les conoce de cerca. Y son uno más, entre todos los mejor dispuestos.
Esto es todo.


Referendum y tercera república española, ya!

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