Una nueva doctrina del shock: en un mundo en crisis, todavía puede vencer la moralidad
Jeremy Corbyn, Bernie Sanders y Podemos en España han demostrado que puede tener éxito una estrategia audaz y decente. Esta verdad debe empoderar a la izquierda
En todo el mundo, la izquierda tiene el imperativo moral de ganar. Hay mucho en juego y queda muy poco tiempo como para conformarnos con menos.
En todo el mundo, la izquierda tiene el imperativo moral de ganar. Hay mucho en juego y queda muy poco tiempo como para conformarnos con menos.

Vivimos tiempos aterradores. Desde jefes de Estado que tuitean amenazas nucleares, a regiones enteras arrasadas por desastres naturales, pasando por miles de migrantes que se ahogan en las costas de Europa y por partidos abiertamente racistas que avanzan electoralmente: pareciera que hay muchas razones para ser pesimistas sobre nuestro futuro.
Por poner un ejemplo, el Caribe y el sur de Estados Unidos se encuentran en medio de una temporada de huracanes sin precedentes y son golpeados por tormenta tras tormenta. Puerto Rico –arrasado por Irma y luego por María– no tiene electricidad
y la situación podría extenderse durante meses. Además, sus sistemas de
agua corriente y de comunicación se han visto muy afectados. Sin
embargo, igual que sucedió tras el huracán Katrina,
el gobierno brilla por su ausencia. Donald Trump está demasiado ocupado
intentando que echen a los atletas que se atreven a hacer visible la
violencia racial. Todavía no se ha anunciado ningún paquete de ayudas federales a Puerto Rico. Y los buitres ya sobrevuelan la isla: la prensa sugiere que la única forma que tiene Puerto Rico de volver a tener electricidad es vendiendo las empresas de servicio eléctrico.
Éste es el fenómeno que yo llamo Doctrina del Shock:
el aprovechamiento de crisis desgarradoras para introducir políticas
que destruyen los recursos públicos y enriquecen aún más a una pequeña
élite. Hemos visto este círculo repetirse una y otra vez: después de la
crisis financiera del 2008 y ahora en el Reino Unido, donde los
conservadores planean aprovechar el Brexit para lograr que se aprueben
desastrosos acuerdos corporativos sin debate alguno.
Vivimos en una época en la que es imposible separar una crisis de las
otras. Todas son parte de un mismo proceso en el que se refuerzan y se
profundizan, igual que una bestia de muchas cabezas que se arrastra por
el suelo. Podríamos pensar de la misma manera sobre el actual presidente
de Estados Unidos. Es difícil definirlo con pocas palabras. ¿Habéis
visto esa cosa horrible que está tapando las cloacas de Londres, el
llamado "fatberg"? Trump es el equivalente político de eso. Una mezcla
de todo lo que es nocivo en la cultura, la economía y la política, todo
junto en una masa auto-adhesiva. Y ahora nos damos cuenta de que es muy
difícil deshacernos de ella.
Sin embargo, los momentos de crisis no tiene por qué seguir siempre el
camino de la Doctrina del Shock: no tienen por qué convertirse en
oportunidades para que los más ricos acumulen aún más. También pueden
ser momentos en los que encontremos lo mejor de nosotros mismos.
Todos vimos qué pasó después del incendio de la torre Grenfell. Cuando los responsables hicieron mutis por el foro, la comunidad se unió,
se cuidó entre sí, organizaron donaciones y protegieron tanto a los
supervivientes como a los fallecidos. Y esto continúa, a 100 días del
incendio, cuando –escandalosamente– sólo unos pocos supervivientes han sido realojados.
Y esto no sólo sucede a nivel de las bases: tenemos muchos y
enorgullecedores antecedentes de crisis que provocaron transformaciones
progresistas en toda la sociedad. Pensemos en los triunfos de los
trabajadores para lograr viviendas sociales tras la Primera Guerra
Mundial, o la instauración de la Sanidad Pública tras la Segunda Guerra Mundial.
Esto debería recordarnos que los momentos de profundas crisis no tienen
por qué derribarnos: también pueden ser un empujón para avanzar.
Tenemos que imaginar un mundo mejor
Pero estos triunfos transformadores nunca llegan con sólo resistir o
decirle "No" a la última atrocidad. Para ganar en un momento de crisis,
también necesitamos un audaz y vanguardista "Sí": un proyecto sobre cómo
reconstruir y responder a las causas subyacentes. Y ese proyecto debe
ser convincente, creíble y, sobre todo, cautivante. Tenemos que ayudar a
que la población, recelosa y agotada, se pueda imaginar en un mundo
mejor.
En los últimos meses, el Partido Laborista nos ha demostrado que existe otro camino.
Un camino que habla el idioma de la decencia y la justicia, que nombra a
los verdaderos responsables de este desastre, aunque sean muy
poderosos. Un camino que no le teme a algunas ideas que nos habían dicho
que habían desaparecido, como la distribución de la riqueza y la
nacionalización de los servicios públicos elementales. Gracias a la
valentía del laborismo, ahora sabemos que ésta no es sólo una estrategia
moral. Es una estrategia ganadora. Moviliza a las bases y activa a
sectores de la población que hacía años que habían dejado de participar
en elecciones.
Las últimas elecciones también demostraron otra cosa: que los partidos
políticos no tienen que tenerle miedo a la creatividad y a la
independencia de los movimientos sociales, y los movimientos sociales
tienen mucho por ganar al involucrarse en la política partidaria. Esto
es muy importante, porque los partidos políticos tienden a ser bastante
controladores, y los movimientos sociales de base cuidan mucho su
independencia. Pero la relación entre el laborismo y Momentum
demuestra que es posible combinar lo mejor de ambos mundos y generar
una fuerza más potente y más veloz que lo que podrían lograr los
partidos o movimientos por separado.
Lo que sucedió aquí en Reino Unido es parte de un fenómeno global. Lo vimos durante la histórica campaña de Bernie Sanders en las primarias estadounidenses,
alimentada por una Generación Y que sabe que la política de centro no
le ofrece ningún futuro. Vimos algo parecido en España, con el todavía
joven partido Podemos, que se construyó desde el primer día con el poder
de los movimientos de masas. Estas campañas electorales ganaron fuerza
rápidamente y estuvieron cerca de llegar al poder, más cerca que
cualquier otro programa político realmente transformador en Europa o
América del Norte que yo haya visto. Pero no fue suficiente. Así que en
este período entre elecciones, tenemos que pensar en cómo asegurarnos
totalmente de que, la próxima vez, todos nuestros movimientos lleguen a
la meta.
En nuestros países, podemos y debemos hacer más por hacer visible la
relación entre la injusticia económica, la injusticia racial y la
injusticia de género. Debemos hacer visible la conexión entre la
macroeconomía –que trata a las personas como un recurso descartable– y
la economía medioambiental en la que la industria de extracción trata a
los recursos naturales también como si fueran de usar y tirar.
Debemos mostrar que se puede pasar de esta economía de usar y tirar a
una sociedad basada en los principios del cuidado: cuidado del planeta y
de nosotros mismos. Una sociedad donde se respete y se valore el
trabajo de los cuidadores y de los que protegen a la tierra y el agua.
Un mundo donde no se permita que nadie ni ningún sitio sea descartado,
ya sea mediante viviendas sociales que son trampas mortales o por
huracanes que arrasan islas enteras.
Luchar contra el cambio climático es una oportunidad única para
construir una economía más justa y más democrática. Podemos y debemos
diseñar un sistema en el que aquellos que contaminan paguen gran parte
del costo de dejar los combustibles fósiles. Y, en países ricos como el
Reino Unido y Estados Unidos, necesitamos leyes migratorias y
financiación internacional que reflejen cuánto le debemos al sur del
mundo, dado el papel que tuvimos históricamente en desestabilizar las
economías y el medio ambiente de los países más pobres, y dada la enorme
riqueza que obtuvimos de estos países a través de la esclavitud de sus
ciudadanos.
Cuanto más ambicioso, coherente y holístico sea el Partido Laborista en
pintar un cuadro del mundo transformado, más creíble será un gobierno
laborista.
En todo el mundo, la izquierda tiene el imperativo moral de ganar. Hay
mucho en juego y queda muy poco tiempo como para conformarnos con menos.
Este texto es parte del discurso pronunciado por Naomi Klein en el congreso del Partido Laborista.
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Querida Naomi Klein, gracias infinitas por tu trabajo incansable a favor del verdadero cambio, por no resignarte, por no rendirte a "lo que hay" y por la decisión de crear lo nuevo más que soportar lo viejo y decrépito con resignación y mirando desde lejos. Ojalá tu actitud se multiplique ad infinitum por el bien del Planeta y de todas las especies vivas, incluida la nuestra cuando deje de hacer daño a su propio origen: la naturaleza que está destrozando a cambio de vivir cada vez peor en una falsa abundancia que además es tóxica e insostenible.
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