domingo, 15 de octubre de 2017



La ley como contrapoder

Publicada 15/10/2017 (Infolibre)

 
¿Qué es ser un poeta? Acostumbrado por vocación a convertir mi oficio en el primer ámbito de compromiso con la sociedad, no me conformo sólo con la exigencia evidente de honestidad en el estilo, esa relación íntima que cada escritor establece con el patrimonio común de un idioma. Necesito también vigilarme, ser precavido conmigo mismo, cuestionar el sentido y las consecuencias de mi honestidad.

Por eso vuelvo con frecuencia a Albert Camus. El mundo que vivimos, el mundo que nos hace y nos deshace, me invita a recordar con frecuencia el discurso que escribió en diciembre de 1957 para aceptar y dar las gracias por el Premio Nobel. En estos días de conflicto callejero y parlamentario han circulado por Twitter algunas de sus frases. Yo recuerdo aquí esta reflexión: "Indudablemente, cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizás mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga. Heredera de una historia corrompida —en la que se mezclan las revoluciones fracasadas, las técnicas enloquecidas, los dioses muertos, y las ideologías extenuadas; en la que poderes mediocres, que pueden hoy destruirlo todo, no saben convencer; en la que la inteligencia se humilla hasta ponerse al servicio del odio y de la opresión–, esa generación ha debido, en sí misma y a su alrededor, restaurar, partiendo de amargas inquietudes, un poco de lo que constituye la dignidad de vivir y de morir".

Los momentos de quiebra se suceden, son una insistencia en el fluir de la historia. La necesidad de impedir que el mundo se deshaga cobra de nuevo actualidad en el vértigo de estos años en los que la soberanía democrática se degrada hasta límites insoportables, los medios de comunicación generan las opiniones que necesita el dinero para imponer su avaricia, las realidades virtuales sustituyen en el discurso a la experiencia histórica de carne y hueso y los derechos humanos se pudren en las fronteras, invitándonos a ser diferentes, a distinguirnos del otro.

Pero hay algo que me conmueve, más allá de las semejanzas coyunturales, en esta tarea no de cambiar el mundo, sino de impedir que se deshaga. El compromiso con lo anterior, la necesidad de resistir en épocas innobles, significa el reconocimiento de un diálogo generacional que deja fuera de lugar a los viejos cascarrabias (esos que opinan que los jóvenes son tontos) y a los jóvenes adánicos (esos que sienten que van a inventárselo todo porque no tienen nada que heredar de sus mayores, ni siquiera su experiencia del mal y del miedo). La dignidad de vivir y de morir necesita el diálogo con el pasado como restauración de una posible confianza en el futuro. Digo posible, porque más vale que sólo nos movamos en el modesto terreno de las posibilidades. Oponerse al nihilismo sin caer en el dogma fue una de las mejores lecciones de Camus, partidario de las utopías modestas.

Confieso que en mi perpetuo diálogo generacional con el viejo Albert Camus, al releer una vez más el discurso de diciembre de 1957, me he detenido con incomodidad en esta frase: "Por eso, los verdaderos artistas no desdeñan nada; se obligan a comprender en vez de juzgar. Y si han de tomar partido en este mundo, sólo puede ser por una sociedad en la que, según la gran frase de Nietzsche, no ha de reinar el juez sino el creador, sea trabajador o intelectual". Sentirse incómodo no es negar, sino detenerse a pensar.

Como nos recordó Bernhard Schlink en su magnífica novela El lector, un juez debe comprender, mirar a los ojos del reo antes de dictar sentencia. Eso es cierto, sobre todo cuando uno está acostumbrado a leer y a ponerse en el lugar del otro. Pero esa misma costumbre de leer me invita ahora a pensar desde una perspectiva diferente: en esta época, quizá sea mejor que la sentencia la dicte un juez más que un creador.

Hablo, claro está, de nuestra relación con la ley. La dinámica social impuesta tiende a identificar el progreso con la ruptura, la rebeldía con el desprecio de lo anterior, la libertad con el grito. Es la misma dinámica social que controla las opiniones y las reacciones sentimentales a través de sus medios de comunicación y que trabaja para borrar la memoria y gobernar el descrédito, una forma de nihilismo. Si queremos hacer de la literatura y de la vida un compromiso público con la verdad de la gente, tal vez sea necesario enfrentarse al poder en el terreno de una verdad convertida en verosimilitud, de una legitimidad convertida en legalidad. La verdad no verosímil fracasa en el argumento literario tanto como la legitimidad no legal en la sociedad democrática. La libertad depende de la creación de un orden, no de la llamarada de una ruptura. Un orden con sus jueces.

El trabajo del poeta es ampliar el horizonte de la memoria y la verosimilitud, igual que la ciudadanía necesita  transformar las leyes para situarlas en la legitimidad de su tiempo. Pero para que este proceso no conduzca a la confusión, la decepción o la furia manipulable, es preciso un orden capaz de forzar la realidad, no de negarla, y enfrentarse al poder. En esta sociedad, debe dictar sentencia el juez más que el creador.

Albert Camus no inventó el periodismo, restauró su compromiso independiente para vigilar al poder frente a los demagogos o los cortesanos. Albert Camus no inventó la figura del intelectual, restauró su decencia frente a los que sacrificaban el presente en nombre de la tierra prometida. ¿Existe una forma de creación que no sea un modo de recuerdo?

En fin, ganas de pensar, deseos de ponerse en un compromiso al ser poeta, o periodista, o intelectual, o juez, o ciudadano, o cualquier cosa.

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Como siempre un gracias al poeta GªMontero por su espléndido regalo dominical. Y como casi siempre, un puntico de pimienta y jengibre en medio de la canela y del azúcar, que no significa para nada una crítica ni una oposición a algo tan válido como hermoso, sino otro punto de vista complementario que no quita razones, sino que le añade más ventanas a la casa de la poesía para seguir disfrutando del mismo paisaje. Es muy sano y agradable que la reflexión de los compañeros, hermanos y maestros nos motive y nos inspire para seguir construyendo juntos los andamios que, como afirma Camus con otras palabras, puedan sostener un poco la escombrera de este mundo siempre en tenguerengue. 

Tal y como hemos encontrado el panorama nos toca lidiar con lo que hay. Con lo heredado y con la performance cada vez más amenazante de un futuro (siempre consecuencia de las decisiones del pasado) nada halagüeño para nuestros hijos, nietos y familia universal.
Hasta aquí hemos dispuesto de las leyes como armazón social y de la creación como cuerpo y alma del proyecto humano que le da sentido a la existencia de la misma ley. La experiencia democrática nos demuestra que ambas son mucho más una realidad simbiótica que  termini in contradictione, como expone Nietzsche.
La experiencia nos enseña a colocar los mensajes y las enseñanzas recibidas en la palestra de la realidad antropógica en cada etapa de la historia. Seguramente en el tiempo encorsetado y  rígido de Nietzsche era más necesario el creador y dinamizador que el juez implacable y sus seguridades inamovibles ya convertido en lastre más que en ayuda y estímulo. El dios de las normas, premios y castigos ya era un estorbo superado por la conciencia de sus marionetas que le habían salido rana y se le estaban subiendo a las barbas. Ese dios que era una divinización de los miedos humanos se había muerto, porque evidentemente no era dios, sino la idea de dios que se habían hecho los zooi politikoi (vivientes sociales, según Aristóteles) en su camino hacia una humanidad definida que aún no habían localizado ni asumido por lo desconcertante que resulta, y porque, contra lo que siempre les habían enseñado, esa humanidad para que existiera había que construirla a través de generaciones. O sea, que constantemente está en el camino hacia sí misma, en una espiral de conciencia que, según el albedrío individual combinado entre sí hasta formar albedrío colectivo, va variando con las circunstancias que le vienen impuestas por la naturaleza y por los resultados y consecuencias de la orientación que da a su desarrollo, aprendizaje y evolución consciente. Más consciente y generosa más acertada y feliz, menos consciente y egoísta más torpe y desgraciada.


Detrás del optimismo nietzscheano hubo dos terribles hecatombes bélicas a nivel planetario a cargo de los nuevos "creadores" del mundo y Nietzsche acababa su vida en un manicomio como una regadera total. Una metáfora devastadora para  las tentaciones peligrosas. Los nuevos creadores habían superado en barbaridades la creatividad de cualquier psicópata aplicando la ciencia de vanguardia al la refinamiento del genocidio globalizado y a la callada por respuesta como sistema político, depredador  y fariseo. La muerte de aquel dios leguleyo y juzgador del pasado empezaba a ser casi peor que su existencia. Así que la ley y sus jueces tenían que imponerse en plan divino a tanto adanismo desnortado. Y se eligió la ley del más fuerte o sea, del más rico. Del que acapara todos los recursos y amparado en su código invulnerable ha ido haciendo del Planeta una prisión invisible. Un ghetto para pobres y un lupanar desmadrado para ricos, con mediadores intercontinentales que se compran y se venden a cambio de trabajo, de seguridad, de contactos y dineros abundantes. A cambio de medrar como sea y al estilo Rajoy: cuanto peor para todos mejor para mí, cuanto peor para mí mejor para todos. 


Tras el cataclismo llegó Camus y se dio cuanta del percal. O creamos conciencia desde nosotros mismos o ni leyes ni dioses ni estados wonderland fashion nos van a sacar de ésta. 
Y es que sin creación no hay ley. Porque la ley y el derecho, como la democracia, son creaciones de la  humanidad.  Ergo, es necesario seguir creando para mejorar las leyes y dotarlas de conciencia colectiva e individual que se reconozca  a sí misma en el producto de su obra, y dotar a  la creación constante de leyes inteligentes que la potencien, la eduquen  y la hagan inofensiva. 


Hay dos errores que hasta ahora nunca se han corregido y que nos han boicoteado las mejores intenciones y propuestas: 

1) Establecer un abismo entre leycreación sin ver que ambas realidades son interdependientes; como decía Pascal no hay reloj sin relojero ni vida sin creación. La creación tiene leyes que ella misma establece para poder crear. Y la ley necesita que alguien la piense y la estructure para poder existir. La creación es un per se mientras la ley es un per accidens. Un derivado esencial, pero nunca absoluto. El hecho de crear no depende de que haya leyes previas pero la ley necesita ser creada para poder existir. El sentido de la ley es facilitar y ordenar la vida de los seres humanos, luego no puede ni debe cerrarse en sí misma porque pierde la legitimidad de su existencia si funciona de espaldas al bien común y de cara a benficiar a los poderes políticos. La ley es la principal herramienta para regular la convivencia de los seres humanos, pero se desactiva y se corrompe cuando intenta hacer del ser humano una herramienta para justificarse a sí misma como sustituta del dios fallecido en manos de Nietzsche.

2) Hacer del cumplimiento implacable de las leyes -sin comprobar su legitimidad moral y libre de presiones y manipulaciones interesadas- un tabú incontestable que consienta el daño a esos seres humanos a los que debe salvaguardar y asesorar para bien y nunca maltratar ni destruir y  mucho menos convertirla en el sucedáneo de la conciencia, y mucho peor: con demasiada frecuencia en el martillo pilón contra la propia conciencia y contra el mismo espíritu creador que hace posible las leyes. Convirtiéndose así en una ratonera institucional, legalísima, en la que sólo cuenta pillar al ratón para salvar el queso, aunque sea matándolo. Sólo que en este caso el ratón es el ser humano y el queso su supervivencia secuestrada por poderes depredadores, que se han encargado de utilizar la ley como ratonera.

De este estado permanente de oxímoron o de aporía, sólo pueden sacarnos tres palabras-decreto: libertad -igualdad-fraternidad. La combinación de esas tres verdades naturales deben ser la base de toda justicia, de toda ley, de todo código, de toda política e incluso del amor y de la armonía universal. 

A veces para justificar las costumbres heredadas que nos da miedo cambiar usamos el modo legislación ad hoc que nos aporta la seguridad y la falsa garantía de la costumbre, como si lo de siempre ya valiese por no ser de hoy, aunque haya sido nefasto, el marco del tiempo dignifica cualquier facsímil, sólo así se explica una monarquía calamitosa y solo con representación eficaz para la filatelia, en la España de hoy. Sin plantearnos cuántos daños colaterales para la humanidad  de cerca y de lejos, provocará tanta fidelidad como adicción  al miedo al cambio. 


Y por supuesto, también es un gran obstáculo gravísimo vivir fuera del presente, como en un columpio en movimiento constante entre pasado y futuro y con los pies  en el aire haciendo piruetas. La realidad del pasado acabó, la del futuro está por llegar y cuando llegue ese futuro habrá muerto como el dios de Nietzsche para convertirse en presente.
Es de sabios aprovechar las enseñanzas del pasado, sobre todo para no repetirlo nunca y es de sabios también crear el presente en el que vivimos porque es la única realidad sobre la que tenemos poder creador, pues el futuro que siempre será presente cuando llegue, es ni más ni menos, el resultado matemático de este presente en el que estamos.
No esperemos que un futuro espléndido proceda de un presente demoledor. Ni se nos ocurra pensar que el pasado fue mucho mejor que nuestro presente: si hubiera sido así, este presente sería mejor que el pasado y por supuesto mucho mejor que esta mierda de presente. Y ya veis que no es así. Algo salió mal en la cocina de la transición para que ahora el menú sea de tan baja calidad. Luego, habrá que superar la calidad de los ingredientes y los métodos y recetas de los cocineros. A lo mejor innovando y creando recetas nuevas más adecuadas a las circunstancias del cambio climatico y a la salud y necesidades de los comensales. Tal vez estaría bien cambiar al personal que ya lleva demasiado tiempo en el mismo plan, jubilarlo y que nuevas recetas mejoren la nutrición de los clientes que pagan religiosamente los sueldos del equipo cocinil.
Tal vez ya es hora de que el espíritu de las leyes sea el del siglo XXI para las necesidades del siglo XXI. Lo mismo que la democracia no puede ser ahora como la de los atenienses, donde, igual que en Roma, sólo eran ciudadanos unos cuantos personajes de la burguesía y de la aristocracia ateniense o romana, y donde los campesinos, artesanos, mujeres, ilotas y esclavos eran muebles y utensilios sin voz, sin voto y sin existencia propia. 
Tristemente, España ahora, está a ese nivel. Como si hubiésemos retrocedido siglos enteros. Solamente ver que las banderas rojas de sangre y amarillas de rabia contenida llenan las fachadas y que no hay ni una bandera blanca en los balcones apelando al diálogo, confirma esa cruel hipótesis. ¿Cuántos ciudadanos portabanderas viven sin recortes, cobrando un salario justo, con un contrato decente, pueden acceder a una sanidad libre de copagos, y cuántos de ellos habrán perdido su vivienda o tienen que vivir de la pensión de sus padres que tal vez hasta perdieron la propiedad de su piso por avalar al hijo o a la hija que al perder el empleo  se quedó en la calle? ¿Es normal que se siga considerando "patria" a un estado de indecencia general porque lo dice la ley que ese estado ha pergeñado para perpetuarse por encima de los seres humanos que lo mantienen y que ellos mismo votan ante el dilema de' o esto o el caos'? ¿En qué se distingue "esto" del caos? Seguramente en que en el caos ya no habría ni leyes que protejan tanta desvergüenza.


Conclusión: la ley en la práctica española, y a la hora de la verdad como el eufemismo de la Constitución, no garantiza en la práctica ni la libertad, ni la igualdad ni la fraternidad de la mayoría ciudadana (¿qué ciudadanos de a pie podrían estar libres y tan campantes si hubiesen delinquido como los Urdangarín?).
Los últimos episodios que vivimos actualmente no nos permiten afirmar lo contrario. La ley está machacando a políticos y mossos catalanes que no han hecho nada malo a nadie, pero no detiene ni interroga ni sabe quiénes son los energúmenos que a sillazo limpio montaron una batalla campal en la Plaza de España de Barcelona o en las calles de Valencia cuando se celebraba el 9 de Octubre, la diada valenciana, ni tampoco ha tenido en cuenta los malos tratos a los ciudadanos cuyo único delito fue una desobediencia civil no violenta sin más daños a terceros que los apalizamientos de la policía y el 'a por ellos' de la Guardia Civil, por orden de la Vicepresidencia del Gobierno, que como tiene inmunidad usa ley como el scotex.
La ley, para ser justa y digna de obediencia debe ser algo más que un nombre mágico que siembre el miedo social; debe ser Justicia, Ética e Igualdad. Y estar tan libre de interferencias y sospechas más que fundamentadas, y que nunca se haga turbia  ni cómplice de tramas y poderes para ser usada contra el pueblo que le paga para que exista y ejerza en beneficio de la verdad y del bien común.  
La ley para ser  legal en realidad, y más allá de un nombre, debe ser humanamente legítima y moralmente lícita. Creadora de una sociedad mejor y no esbirro de un mundo agonizante que se ahoga en su propia basura, pero que aún se cree omnipotente y jamás debe sustituir la irresponsabilidad de políticos sin escrúpulos que dicen que gobiernan y sólo, mienten, maltratan a los pueblos, prevarican y roban a saco.


Cuando unas leyes hacen aguas y son insuficientes hay que superarlas con la creación de nuevos impulsos legítimos, legales y éticos. En el siglo XXI no puede seguir gobernando el código de Hammurabi, porque nos obligaría a vivir como en la antigua Mesopotamia. El derecho romano superó al de Hammurabi. El derecho en  la Ilustración, derivado de Montesquieu superó al romano, aunque se basó en él. El socialismo marxista no tocó en profundidad ese plano del Estado para renovarlo, sino que siempre ha aceptado las leyes de buen grado seguramente creyendo que son necesarias para equilibrar; posiblemente la contaminación capitalista y oligárquica en el terreno jurídico no fuese tan descarada y cruel como ahora si la corriente socialista hubiera hecho posible otro modo más justo e inteligente y democrático de construir y promulgar leyes. Habría que ver y oír qué dirían Marx y Engels ante este panorama alucinante de desvergüenza acreditada y bendecida por un rey bendecido y acreditado a su vez por la desvergüenza y ante cuyo show la ley no tiene nada que alegar, porque esa ley la han tejido y diseñado en comandita ambos actores y cuyos contenidos juran y prometen todos los que gobiernan aun en el caso de que sean socialistas o comunistas, deben aceptar el contubernio franco-pepero sí o sí y ser fieles a él antes que al pueblo que les ha votado, aunque esas leyes sean como las minas, antipersonas, enterradas en el suelo engañoso de la legalidad; en España especialmente, quien hace la ley hace la trampa. No creo que los sabios de ayer estuviesen a favor de unas leyes "porque sí, porque la ley somos nosotros, hale. Y al que no le guste el ayuntamiento, -parafraseando a Gila- que se vaya del pueblo".

Bueno, la historia enseña que vivir atados a lo que ya no está, es ser zombies sociales y que aprender de una historia cruel y violenta para no repetirla conservando lo más sano e inteligente del legado, es ser sabios y eficaces. Y que toda la sabiduría tiene como objetivo ser aplicada en el presente que tenemos delante como única posibilidad real, que nadie nos ha contado este ahora desde el ayer ni el mañana nos ha sido profetizado con garantías, y que sólo será mejor que este presente si hoy hacemos posible el despertar de una conciencia colectiva y personal. Algo con lo que seguramente Marx, Engels y Camus estarían de acuerdo si estuviesen aquí y ahora.

Y por último conviene caer en la cuenta de que hay dos formas de vivir el presente:

 1) Desde la conciencia despierta y el compromiso humano para el cambio que llena cada minuto de sentido y respuestas creativas  de un presente que es un don y una realización como respuesta, que regula la energía que nos empapa y construye
"El ser no sólo es trascendente; también impregna profundamente cada forma, y su esencia es invisible e indestructible. Esto significa que ahora mismo puedes acceder al Ser porque es tu identidad más profunda, tu verdadera naturaleza. Pero no trates de aferrarlo con la mente. No trates de entenderlo.Vívelo.
Sólo puedes conocerlo dejando la mente en silencio. Cuando estás presente, cuando tu atención está plena e intensamente en el ahora, puedes sentir el Ser, pero nunca podrás entenderlo mentalmente.
La iluminación es recuperar la conciencia del Ser y residir en ese estado de «sensación-realización».
 (Eckhart Tolle El poder del ahora) 

O Silvio Rodríquez en su canto al presente:

Debes amar la arcilla que está en tus manos,
debes amar su arena hasta la locura
y si no, no lo intentes que será en vano,
solo el amor engendra lo que perdura
sólo el amor convierte en milagro el barro.

Debes amar el tiempo de los intentos
debes amar la hora que nunca brilla
y si no, no pretendas tocar lo cierto,
solo el amor engendra la maravilla
solo el amor consigue encender lo muerto.

o 2) desde el ego ilusorio y cortoplacista lleno de apegos, cálculos, frustraciones, temores, complejos y canguelos, ansias y tiquismiquis propios del peor aspecto del carpe diem, que ya cantaba Juan del Encina en su polifónico alegato a la despreocupación de los auto-condenados al sufrimiento del ayuno forzoso y asumido y que regula la ley porque aún no está presente el Ser que ya no la precisa, vive de tal modo que su modo de obrar se convierte en el reflejo de la ley universal, como afirma Kant o Pablo de Tarso, cuando diferencia entre ley y gracia,  o Buda cuando se refiere a las ataduras del karma y a la libertad del dharma:

Hoy comamos y bebamos 
y cantemos y holguemos, 
que mañana ayunaremos. 
Por obra de San Antruejo
parémonos hoy bien anchos,
embutamos estos panchos
recalquemos el pellejo
que es costumbre de concejo
que todos hoy nos hartemos
que mañana ayunaremos.

Bebe, Blas, más tú, Beneyto,
beban Pidruelo y Llorente,
bebe tú primeramente,
quitarnos has de este pleito,
que en beber bien me deleito,
daca, daca beberemos
que mañana ayunaremos. 


Lo más chungo de las ataduras de la ley es que sobre todo nos anula la conciencia con los pre-juicios para poder justificar sus juicios, sus condenas y su libertad, siempre condicional y condicionada. 
Cuanto más se necesitan las leyes menos conciencia hay en la sociedad y en los individuos. A más soberanía de la conciencia y de la responsabilidad, menos necesaria es la urgencia de la ley. 
Los españoles que llegan a países del centro y norte de Europa se extrañan de que en los kioskos de prensa se cogen los diarios y nadie los cobra, el dinero se deja en una caja abierta sin que nadie controle quienes pagan o no. Hay una cultura de conciencia social que te avergüenza ante cualquier situación indecente sin que nadie te lo diga. Porque lo has visto desde siempre como normal; es por lo mismo que una ministra dimite sin que nadie se lo diga cuando se descubre que hace 30 años copió parte de su tesis doctoral y se avergüenza públicamente y pide perdón por ello, eso es coeducación y pedagogía social interactiva. No hacen falta tribunales es tu conciencia el juez, el reo y el fiscal, el filtro que te rescata de la mediocridad ética y del paripé. 

Esa cultura es producto de la reforma protestante, que potenció la conciencia individual y desactivó el dogmatismo y la hipocresía desde el siglo XVI en la Europa luterana. Igualito que en España y su Inquisición en paralelo que tanto recuerdan estos días los brotes patrioteros y fanáticos, banderas en ristre, con que el pp se está asegurando votos en Catalunya y en el resto del estado, a costa de su defensa de la legalidad ad proprium negotium.
 

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