viernes, 20 de octubre de 2017

Crónicas de Babia


Huir del presente organizando el futuro. Organizar el futuro para huir del presente. Un maratón tan extenuante como inútil.

Pensar que el dinero acumulado y tu casta social te van a salvar de las consecuencias de tu propia irresponsabilidad, personal y colectiva. 

Vivir de la ilusión de construir realidades imaginarias para escapar de la realidad de carne y hueso en la que ni siquiera te implicas con el propósito concreto de mejorarla junto a los demás. 

Inventar máquinas semovientes y "pensantes" de chatarra y plástico para ahorrar trabajo humano con el dinero que se ahorra en salvar vidas, en educar personas, en sanar enfermos, en acoger refugiados, en cuidar y salvar la naturaleza que es el único aval que puede asegurar un futuro cada vez menos probable. 

Creer que el cambio climático enciende las cerillas en los bosques y que no son las cerillas de diversa índole las que provocan el cambio climático. 

Estar convencidos de que sólo la fuerza represiva legalizada en los papeles y combatir legalmente lo que no se entiende es la única manera de vivir en paz. 

Hacer de las normas un credo inamovible que impide el crecimiento de la conciencia colectiva e individual, aplicando en el siglo XXI los códigos del Imperio Romano o de la Inquisición. 

Identificar y rechazar a las personas con y por las ideas, creer que evolucionar y cambiar de criterio cuando la realidad demuestra tus errores, que no reconocer esos errores y vivir aplicando listones y juicios según las fijaciones propias, es ser justos, patriotas y demócratas.

Divinizar tradiciones y emociones ancestrales que nos esclavizan y nos impiden un análisis desapasionado de "lo nuestro" y despreciar a quienes hacen lo mismo con tradiciones y emociones ancestrales diversas a las nuestras.

Creer en Dios y machacar a nuestros semejantes si no piensan, dicen y hacen lo mismo que nosotros y tienen un concepto distinto del mismo Dios al que llaman con otros nombres. 

Calificar como antisistema todo lo que no  se comprende a bote pronto porque no coincide con nuestras rutinas mentales, sociales y políticas, como si nada nuevo pudiera cambiar y mejorar lo antiguo, como si el sistema en que vivimos atrapados fuese un absoluto intocable e inmejorable, sin comprender, que como la cultura, los usos, el lenguaje y las necesidades, los sistemas de vida cambian  con nosotros por las buenas, o a pesar de nosotros por las malas. Y que somos nosotros los responsables de lo que sufrimos. Un ejemplo es la cantidad de personas que han conocido y sufrido sin denunciarlo a ese magnate norteamericano que era un abusador compulsivo en Hollywood. ¿Cómo es posible que tanta gente fuese su víctima durante años y nadie lo denunciase? ¿Cómo es posible que tantos políticos del pp hayan robado durante años sin que los funcionarios ni las víctimas los denunciasen? El mal y la corrupción que es su manifestación evidente, se perpetran por el consentimiento y la tolerancia de la sociedad que los sufre. El silencio del miedo es complicidad con el delito. Beneficiarse indirectamente del delito sin participar en él, también es delito porque lo normaliza  y lo propaga, aunque las leyes no lo condenen, lo debe rechazar la conciencia. Cuando eso no sucede la sociedad se pudre desde dentro y sus propias leyes se convierten en las losas que la sepultan, en vez de ser la fuerza que la libera y nos ayuda a ser mejores.

Creer que repetir una mentira convertida en eufemismo la transforma en una verdad, convencidos de que ese fraude nunca pasará factura.

No comprender que una verdad impuesta a la fuerza deja de ser verdad para convertirse en abuso y tapadera de la injusticia.

No entender que la violencia devalúa y desactiva cualquier causa por más justa, legítima y legal que sea dicha causa.

El cristianismo creció y cambió la sociedad occidental durante tres siglos por medio de la compasión, el arrepentimiento voluntario, el perdón y la paz de espíritu que se manifestaba como no violencia, por el valor de quienes fueron capaces de desobedecer  a emperadores  y a ejércitos, sin combatirlos, hasta con el precio de sus propias vidas por no adorarlos ni someterse a leyes injustas.

El cristianismo se degradó cuando aceptó entrar en el engaño del poder y aceptó como válidos los mismos códigos violentos y tenebrosos que habían desobedecido durante tres siglos, obedeciendo a su conciencia antes que al miedo  a perder una vida que sin conciencia no es vida sino animalidad mecánica y miserable, ante la que la animalidad natural es una virtud muy superior a una falsa humanidad formal.

El reino de Babia es un tratado del disparate continuo, una enfermedad crónica que los enfermos, creyendo normalidad su estado de alienación, consideran un valor y un bien individual que desaparecería felizmente si el objetivo fuese el bien común en el ahora y no sólo una ilusión o un sueño recurrente que se pospone for ever & ever, para un futuro imposible mientras el presente sigue siendo un infierno para el que se trabaja como esclavos con todas la herramientas posibles: pensamiento, fantasía, deseo, ambición, trampas legales, robos normalizados, ciencia manipulada al servicio del dinero y del poder, malos tratos e injusticias bendecidas, fanatismos crueles, políticas letales, religiones teatrales y un egoísmo de tal calibre y torpeza que lleva al suicidio de la propia especie si no comprendemos lo que está pasando y cambiamos de actitud individual y colectiva.


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