Los socialistas y el rey
El ultranacionalista
español Mariano Rajoy no habría podido dar su golpe de estado en
Catalunya si no hubiera contado con el rotundo apoyo del rey Felipe VI y
del socialista Pedro Sánchez. Que la Casa Real y el PSOE hayan sido
cómplices necesarios del ataque a la democracia perpetrado por el
Partido Popular es una buena noticia: al borbón acabará por costarle la
corona y a la formación que fue obrera le costará la poca credibilidad
que le quedaba. Ganamos todas.
Felipe VI dispuso de
la primera gran ocasión para legitimar, de algún modo, su existencia en
la jerarquía del Estado. Por decirlo en plebeyo: para haber hecho algo
medianamente útil. Podría haber llamado a la calma, al diálogo y a la
conciliación, al entendimiento, a la mediación. Aunque viniendo de él
fueran palabras huecas, a nadie le habría sorprendido, al corresponderse
con la naturaleza de la institución que representa. Y él habría quedado
como una autoridad, en cierto modo, respetable en la bondad de los
términos. Porque en el relato oficialista de esta monarquía
parlamentaria, su padre, Juan Carlos de Borbón, había conseguido vender
la moto de garante de la democracia, gracias a aquel turbio 23-F que le
dio crédito para dedicarse después a pleno rendimiento a sus disparos,
sus corridas de toros, sus juergas, sus devaneos sexuales, sus amigos
delincuentes y sus porcentajes en los grandes negocios. Hasta aquella
noche en que tuvo un traspiés que le obligó a humillarse ante su plebe,
pidiéndole perdón. Felipe heredó el puesto de papá, puesto que para
entonces, y gracias a la inestimable ayuda de su hermana Cristina, su
cuñado Urdangarín y una esposa del pueblo incapaz de acercarlo al
pueblo, ya vivía horas de franca desafección. Y Felipe no había tenido
un 23-F que, al menos en el relato oficialista, lo legitimara.
La crisis de Catalunya era la ocasión, y Felipe la
desaprovechó. Hasta tal punto que en el futuro podremos identificarla
con una crisis de la institución que llegue a suponer (ojalá) su
disolución. Puede que pasen muchos años, si la ciudadanía claudica al
autoritarismo españolista y a las falacias constitucionalistas, pero es
razonable pensar que este sea el principio de su fin. Es lo principal
que está pasando en Catalunya, donde la palabra república se está
repitiendo tanto que la Corona lo ha interpretado como una cuestión de
vida o muerte. Sumándose al estado de excepción sobre una parte del
territorio al que dice representar, el borbón (nervioso, inverosímil,
con una seriedad agobiada) ha escogido su propia vida frente a la vida
democrática del estado del que es jefe. Una jefatura esa deslegitimada
desde su cuna franquista, deslegitimada por los abusos de la familia y
definitivamente deslegitimada por el craso error ahora cometido. Tiempo
al tiempo.
El rey le ha hecho el trabajito a Rajoy.
Pero no estaba solo. En la recepción del pasado 12 de octubre en el
Palacio Real para celebrar el genocidio español en América, la sumisión
de la nutrida delegación socialista produjo una auténtica vergüenza
ajena y auguró lo por venir. Aquí está: el Partido Socialista Obrero
Español dando su consentimiento al golpe de estado legalista que está
dando el Partido Popular en Catalunya; dando su consentimiento a la
suspensión de su autonomía, a que el Gobierno de Rajoy asuma todas las
competencias en un territorio donde su propia representación política es
residual, a la intervención de sus medios de comunicación públicos, a
la humillación de todo el pueblo catalán, independentista o no. Lo más
bochornoso de los socialistas de Pedro Sánchez es que ni siquiera
habrían tenido que hacerlo, que habrían podido lavarse unas manos que
esperemos no acaben manchadas con lo peor. Pues el PP tiene mayoría
absoluta en el Senado y no necesitaba de su apoyo para poner en marcha
su maquinaria de fuerza. Se puede decir que el PSOE no ha actuado así
por necesidad sino por vicio. Y que en el pecado lleva la penitencia.
Porque ¿perdonará el electorado socialista esta nueva traición?
¿Olvidarán las bases socialistas las mentiras que alzaron a Sánchez con
la secretaría general? ¿Pasarán por alto que su partido se haya arrimado
cobardemente al matonismo del PP y Ciudadanos? ¿Se tragarán el baboseo
palaciego? Es posible que sí, visto lo visto: en 2011, un viernes por la
tarde de pleno mes de agosto, el entonces presidente Zapatero, también
mano a mano con Rajoy, modificó el artículo 135 de la sacrosanta
Constitución española, vendiendo a bancos y acreedores el futuro de la
ciudadanía. Una traición imperdonable. Parecía que no se podía caer más
bajo, pero el fondo de la deslealtad es infinito. Tratan de cubrirse las
espaldas con el escudo de la Constitución, pero el apoyo a la
aplicación del artículo 155 deja con el culo al aire su dignidad
política.
Si empecé diciendo que lo considero una
buena noticia es porque confío en que sus vicios pasen factura al PSOE y
pierda la inmerecida confianza de su electorado. Porque hace falta, lo
vemos ahora más que nunca, una izquierda real y una ciudadanía
movilizada, que combatan el avance dictatorial de la derecha y haga
tambalearse de una vez por todas ese trono que se le ha alineado.
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