El Estado contra el 15M
Reducir lo que pasa en Cataluña al nacionalismo
clásico y al carácter turbio de la antigua Convergencia es aceptar el
mensaje con el que masivamente estamos siendo cebados desde hace meses
por los grandes grupos de comunicación
Alberto San Juan(Público)
Manifestación convocada por uno de los aniversarios del 15M.
BACHMONT
BACHMONT
25 de
Octubre de
2017
Jamás había visto una operación de Estado semejante a la
que hoy está en marcha. Jamás había visto actuar de forma tan
monolítica, tan con una sola voz, al Rey, el PSOE, el PP, el añadido
C´s, la cúpula del poder judicial, los grandes grupos mediáticos y el
núcleo articulador, el Ibex 35. La separación de poderes, ya antes
debilitada, se ha dejado en suspenso por la necesidad de enfrentar un
problema mayor, un problema que pone en cuestión el Estado actual. Y no
es el independentismo. Es el 15M.
El poder ejecutivo, el poder legislativo y el poder
judicial (junto al mediático, el económico y la jefatura del Estado) son
hoy un solo bloque funcionando con todos sus recursos (toda su
capacidad de represión y persuasión) para aplastar las demandas
planteadas desde aquel 15 de mayo: una democracia transparente y
participativa, y una economía que sustituya, como objetivo central, el
beneficio privado por el bien común. Es decir, unas demandas
revolucionarias, porque su desarrollo implicaría una transformación
profunda de las estructuras de poder existentes.
Seis años después de aquella primavera de 2011, el Estado
ha encontrado la ocasión para terminar con la movilización ciudadana que
desde entonces lo cuestiona. El Estado no es algo neutro. Es una
estructura de poder acordada en base a unos principios y unos intereses
determinados, y gestionado desde una voluntad o voluntades políticas
específicas. El 15M (utilizo esta expresión para referirme a la amplia,
diversa y cambiante movilización ciudadana por la emancipación colectiva
que se evidencia desde esa fecha) cuestiona los principios, intereses y
voluntades políticas con las que funciona el Estado. La estrategia que
hoy une a Felipe VI, Pedro Sánchez, Mariano Rajoy, Albert Rivera, Juan
Luis Cebrián, Isidro Fainé, Ana Patricia Botín y otra serie de
personalidades, tiene como finalidad conservar un sistema de privilegios
cuyas profundas raíces habían quedado, al menos en parte, a la vista.
Para ello, es necesario que la participación política ciudadana no
exista más allá de votar en las citas electorales.
No es fácil entender la movilización catalana. El elemento
nacionalista identitario y la lucha de un partido corrupto y neoliberal
por su propia supervivencia lo dificultan. Pero reducir lo que pasa en
Cataluña al nacionalismo clásico y al carácter turbio de la antigua
Convergencia es aceptar el mensaje con el que masivamente estamos siendo
cebados desde hace meses por los grandes grupos de comunicación
nacionales. Somos críticos con ellos, pero no inmunes a sus efectos.
En las conversaciones sobre la cuestión en las que
participo con gente progresista en Madrid, con frecuencia el argumento
principal es: “Ya, pero es que Puigdemont…”. Reducir la participación
política activa de los cientos de miles de personas que están saliendo a
la calle en Cataluña a los manejos de Artur Mas y los restos del
partido de Pujol en defensa de sus intereses personales, reducir una
acción colectiva continuada de tales dimensiones a la manipulación de
TV3 y Catalunya radio, me parece mucho reducir.
Hay un importante motivo del independentismo que no tiene
nada que ver con el nacionalismo, la cuestión identitaria o el “España
nos roba”. Es una reflexión de carácter práctico: en el conjunto de
España (una vez visto quién es, políticamente, Pedro Sánchez) hay una
perspectiva complicada para la posibilidad de una transformación social
en sentido emancipatorio. En una Cataluña independiente habría una
relación de fuerzas que ampliarían la posibilidad de cambio. Una
reflexión muy triste, para mí: si en España nos quedamos sin las fuerzas
progresistas catalanas, todo va a ser mucho más difícil. Pero una
reflexión que puedo entender.
Hay, además, gente que sale a la calle (con el esfuerzo que
eso supone, frente a la pereza y el miedo) y no quiere una Cataluña
independiente. Quiere una España democrática. Y, por tanto, una Cataluña
donde se pueda decidir. Libremente. Sin peligro de que te rompan la
cara. El derecho a decidir no es un concepto vacío, no es un hallazgo
lingüístico, es la condición necesaria para ser ciudadano, para ser
adulto. Para ser.
Si quienes creemos en una democracia basada en el poder de
unos con otros (y no en el poder de unos sobre otros) no hacemos un
esfuerzo por entender que en Cataluña también está sucediendo un
movimiento popular en defensa de la democracia, estaremos contribuyendo a
la posibilidad clara de un retroceso democrático profundo y largo en el
tiempo. Brecht escribió un famoso poema al respecto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario