"No es coherente ser independentista y comunista en el contexto catalán"
El coordinador
federal de Izquierda Unida no ve "coherente" ser "independentista y
comunista" en el contexto catalán, un polarizado conflicto de "guerra de
banderas", y deja claro que él sólo se identifica con la segunda
etiqueta. Alberto Garzón Espinosa (Logroño, 1985) presentó este lunes su nuevo libro, Por qué soy comunista
(Ediciones Península), en el que intenta "fortalecer la caja de
herramientas" de la que se sirve la izquierda para "criticar el mundo
existente" y "construir uno alternativo".
En entrevista con Público, Garzón
reparte entre Carles Puigdemont y Mariano Rajoy la responsabilidad de
haber llegado a la actual situación en Catalunya, y no pierde de vista
su objetivo de construir una república federal que garantice los
derechos sociales de los trabajadores y luche contra la desigualdad y la
precariedad.
Dos asuntos, afirma, en los que no han
puesto ningún énfasis ni el presidente del Gobierno ni su homólogo en la
Generalitat. Apunta que el proceso independentista "no está siendo
apoyado por las clases trabajadoras" y advierte sobre el rebrote de la
ultraderecha y el avance del nacionalismo español: "PP y Ciudadanos
llevan en su ADN lo que Franco llamaba 'la sacrosanta unidad de
España'".
En el horizonte, la aplicación de un 155 con
elementos "que no se pueden justificar jurídicamente, como la
intervención de TV3", y una posible DUI "sin valor jurídico" y "sin
legitimidad". Garzón habla claro y no esconde que la polarización puede
pasar factura electoral al discurso del grupo parlamentario Unidos
Podemos-En Comú Podem-En Marea, en el que se integra la coalición de
izquierdas, pero asegura estar convencido de que "tarde o temprano se
abrirá camino la propuesta de un referéndum pactado".
¿Por qué surge la voluntad de escribir este libro? ¿Para qué espera que sirva?
Hay dos propósitos fundamentales: el primero
es contribuir humildemente a la formación teórica de la izquierda,
fortalecer la caja de herramientas que tiene la izquierda para criticar
el mundo existente y construir uno alternativo. Por otro lado, en
tiempos como los actuales creo necesario fortalecer la idea de un
proyecto político alternativo que yo llamo comunismo, que pretende
construir una sociedad sin clase. El elemento de clases sociales es
fundamental y el libro se articula a partir de ese concepto, que es el
que mejor permite entender fenómenos diversos, como por qué sube la
extrema derecha en el norte de Europa, por qué surge Trump o por qué se
dan fenómenos como el 15-M. Estos fenómenos parecen aislados y se
explican mejor con el análisis y el instrumental marxista que yo intento
poner a disposición en este libro.
Con la crisis catalana, en un clima tan
polarizado ¿falta discurso, relato o capacidad de analizar y explicar la
situación por parte de la izquierda?
Creo que falta mucho análisis marxista,
dicho de forma simplificada. La izquierda ha pecado de haber dejado de
hablar de las cuestiones de la economía política, de las estrategias a
largo plazo, de reforzar un planteamiento internacionalista, y creo que
esos elementos son fundamentales para abordar fenómenos y problemas como
los de Catalunya. Necesitamos entender por qué las clases populares,
las más perjudicadas por la crisis y la globalización, siguen votando al
Partido Popular, o por qué un proceso como el independentista no está
apoyado por las clases trabajadoras de Catalunya. Esas clases
trabajadoras, inmigrantes de segunda generación en muchos casos,
proceden de otros lugares de España y no son independentistas. El
marxismo no lo explica todo, pero creo que es una herramienta
imprescindible para entender lo que sucede y actuar sobre ello.
"Siempre que exista el capitalismo como
sistema existirá el comunismo como idea, movimiento y alternativa", dice
el libro. También afirma que es incongruente ser maxista y nacionalista
a la vez. ¿Y ser comunista e independentista al mismo tiempo?
"Parte del nuevo independentismo cree que la independencia le devolverá las condiciones de vida precrisis, pero es una quimera"
Creo
que es un error. No niego que existan, porque yo no soy quien reparte
los carnés de comunista, pero creo que la independencia, en referencia a
la independencia nacional, no proporciona las bases necesarias para el
comunismo. Si, por ejemplo, Catalunya fuera independiente, sólo hay que
ver que la Ley de Transitoriedad Jurídica que han aprobado mantiene la
estructura de la UE, mantiene sus normas... Vivimos en un sistema-mundo
donde la globalización capitalista es el terreno de juego en el que nos
movemos, y eso no se va a combatir desde el independentismo, así de
sencillo. Desde mi punto de vista es un error. Sé que hay gente que cree
lo contrario y lo respeto, pero desde el punto de vista que yo planteo,
atendiendo a cómo funciona la economía realmente, no es posible.
Desde mi punto de vista, no es coherente
ser independentista y ser comunista, en un contexto como el que estamos
hablando en Catalunya. Creo que hay otras circunstancias históricas que
han hecho que naciones colonizadas, naciones bajo la opresión de un
imperio en los años 50 del siglo pasado, buscaran su libertad a través
de ideales comunistas, pero eran dos ideales que encontraban una
carretera común. El comunismo es internacionalista. La mejor definición
es, quizás, pero no la única, Proletarios del mundo, uníos [Manifiesto Comunista], no separaos.
Sostiene en el libro que el capitalismo
está condenado a muerte, y habla sobre el desempleo, la desigualdad o la
precariedad laboral... ¿hasta cuándo se van a seguir tapando estas
realidades con cortinas como la situación en Catalunya, que también
sirve al PP para dejar en segundo plano su corrupción?
Creo que el capitalismo, y es una de las
virtudes de Marx, fue desvelado, desentrañado, de tal forma que Marx
encontró cuales eran las lógicas de funcionamiento de un sistema
económico que ha cambiado muy poco en este tiempo. Su lógica, la lógica
de la ganancia, es la misma, y eso permite entender cómo el capitalismo
es destructor: destructor de las relaciones sociales, del planeta y de
la vida. En la vida política es verdad que estas expresiones más
brutales del capitalismo han pasado a un segundo plano en estos meses
como consecuencia del conflicto en Catalunya, que no es un conflicto
económico, o, mejor dicho, no es sólo un conflicto económico. Es un
conflicto que tiene un largo arraigo en términos de identidad nacional y
de construcción de una nación. Lo que tenemos en Catalunya es un
conflicto de banderas, por decirlo de forma simplificada, pero abarca
muchos fenómenos más complejos.
En ese conflicto de banderas importa muy
poco la cuestión social, y esto tiene que ver con la vivienda, el empleo
o la precariedad, que son las cuestiones más urgentes y prioritarias.
Una parte del nuevo independentismo cree que la independencia le
devolverá las condiciones de vida previas a la crisis, y creo que eso es
una quimera, un engaño. Por otro lado tenemos un rebrote del
nacionalismo español, que frente a la amenaza independentista, que amaga
con alterar su concepción de la unidad de España, deja y aparca las
diferencias que pueda tener con PP y C's en términos de clase. Y eso es
un problema, porque significa que entramos de nuevo en una guerra entre
pueblos, en una guerra entre trabajadores de diferentes pueblos y
naciones, en vez de coordinarnos para construir un proyecto de país que
pueda albergar a todos en su diversidad, y proteger los derechos
sociales de un lado y de otro.
¿Cómo valora el desarrollo del 155 que quiere aplicar el Gobierno? ¿Lo esperaba así?
La aplicación del 155 anunciada por el
Gobierno es desproporcionada y un error. Era de esperar, pero contiene
elementos que no se pueden justificar desde ningún punto de vista
jurídico, como la intervención de los medios de comunicación públicos.
Toda esta deriva empeorará la situación y elevará la tensión sin servir
para encauzar políticamente el problema. Este problema no tiene que ver
con Puigdemont, ni con que cuatro o cinco personas se salten la ley,
sino con un fenómeno social que desborda claramente los límites de la
ley; tiene que ver con 2,5 millones de personas movilizadas, pidiendo
algo que ahora mismo es ilegal. Hay un 80% de la sociedad en Catalunya
que quiere votar, esté a favor o en contra de la independencia. Ante
este hecho uno puede cerrar los ojos y actuar con represión, jueces,
policías o con el 155, o puede afrontar una realidad: esto sólo vamos a
poder resolverlo con diálogo, negociación y encontrando fórmulas
razonables. La primera vía, la de los ojos cerrados, te va a llevar a un
incremento del independentismo, es la forma de proceder de los últimos
años y la conocemos.
¿Qué respuesta espera de Puigdemont? ¿Serían unas elecciones una alternativa para ganar tiempo y destensar la situación?
Es imposible saber lo que va a suceder,
pues son muchos los actores e intereses en juego. Quizás Puigdemont
convoque elecciones, o quizás declare la independencia. En el primer
caso se gana tiempo, pero quizás sólo eso, dado que no es solución. La
solución solo puede venir por el diálogo, la negociación y el espacio
para repensar el modelo territorial y social. En el segundo caso, lo más
probable es que la DUI no tenga valor jurídico, lo que implicaría más
confusión aún, si cabe. En todo caso, todo está muy abierto. Nosotros
seguiremos defendiendo nuestra propuesta federal y de derechos sociales,
la única salida posible a medio plazo.
"Es todavía pronto para saber qué querrá
hacer Pedro Sánchez, si desafiar a quienes le destituyeron ya una vez, o
si aceptará ser el líder reformista del país", escribe en su libro.
Viendo la deriva actual, ¿qué esperan del PSOE de Sánchez?
"PP y C's llevan en su ADN lo que Franco llamaba 'la sacrosanta unidad de España'"
Es
complicado saberlo porque Pedro Sánchez ha querido mantener un perfil
bajo a lo largo de toda esta crisis. Queda mucho recorrido todavía y las
cosas pueden cambiar muchas veces. Tengo la esperanza de que el PSOE no
siga la línea del PP y que, tarde o temprano, espero que más temprano
que tarde, sea capaz de entender que si algún día va a gobernar este
país será en concurso con nosotros, y que si nosotros gobernamos alguna
vez será en concurso con el PSOE, en un modo o en otro. Y eso significa
que el PSOE tiene que entender que su aliado no es el PP, sino que lo
somos nosotros, de forma natural, más allá de las enormes diferencias
que podamos tener.
¿Qué les parece que el Gobierno haya
aceptado la petición del PSOE de que en la tramitación del 155 no
desfilen por el Senado los presidentes autonómicos, como permitía uno de
los procedimientos?
Es una cuestión meramente jurídica que creo
que tiene que ver con la protección de la imagen pública de muchos
presidentes, entre ellos Susana Díaz o Ximo Puig, que verían su imagen
mermada en su defensa a ultranza del 155 de una manera tan evidente y
gráfica.
¿Qué estrategia van a seguir en el Pleno del viernes en el Senado para ratificar el 155?
Votaremos en contra, como también estamos
en contra de la DUI. Creemos que lo que ha hecho Puigdemont es un error.
La declaración unilateral de independencia no tiene legitimidad
ninguna, el referéndum del 1-O no tuvo garantías para que pudiera
sacarse de ahí una expresión legítima. Si nos remontamos a las
autonómicas de 2015 tampoco los indepentdentistas alcanzaron la mitad
del electorado, por tanto no hay fundamento para declarar
unilateralmente la independencia, sería un gesto absolutamente
antidemocrático. La hoja de ruta de Puigdemont no es sólo un desastre,
sino que además es irresponsable, pero aplicar el 155 es un error porque
las razones que se esgrimen son incorrectas. Creo que deberían haber
aprovechado la no declaración de independencia formal para abrir un
espacio de diálogo. En su lugar han preferido ir a este escenario de
mayor confrontación, y creo que esto a lo único a lo que va a ayudar es a
que el independentismo tome oxígeno y crezca.
En el discurso de Pablo Iglesias no
había crítica a Puigdemont hasta que se celebró el Consejo Ciudadano
Estatal de hace unas semanas. Ahí fue bastante claro y repartió la
responsabilidad de la situación entre el presidente del Gobierno y el
president de la Generalitat. ¿Quién tiene más responsabilidad: Rajoy o
Puigdemont?
Como partido que defiende una España
federal y de derechos sociales, nosotros siempre hemos sido muy críticos
con Puigdemont y Rajoy. No olvidemos que Puigdemont representa al
PDeCAT, el partido que ha hecho los recortes en Catalunya en esta
legislatura, el partido que ha sostenido las reformas laborales del PP.
Tenemos muy presente que ambos son representantes de los partidos que
representan los intereses contrapuestos a los de la clase trabajadora,
en Catalunya y España. Pero el problema es más histórico de lo que lo
son Rajoy y Puigdemont en su propia existencia vital. Puigdemont y Rajoy
son dos protagonistas colocados en un relato de más larga trayectoria y
son absolutamente irresponsables. No es fácil discernir quien tiene más
responsabilidad, porque el problema es mucho más complejo que lo que
alcanza a ellos dos. Son irresponsables porque son incapaces de
facilitar que haya un diálogo. Los dos.
La aplicación del 155 y la DUI, ¿tienen
vuelta de hoja? ¿Es reversible la situación, o la fractura social que
abre ya es más difícil de superar?
La fractura social ya está abierta, y todo
esto se hubiera evitado si hubiera habido diálogo desde el principio. En
2012, en el Congreso de los Diputados, desde IU propusimos traspasar
las competencias para celebrar referéndums no vinculantes a las
comunidades autónomas. Eso hubiera permitido hacer un referéndum dentro
de la ley, hubiera sido una fórmula similar a la de Reino Unido, hubiera
abierto unas posibilidades interesantes. Si se hubiera hecho caso a IU
en 2012, y a otros actores que pedían cosas parecidas, no hubiéramos
tenido 1-O, cargas policiales y la tensión que estamos viviendo no sólo
en Catalunya, también en España, en las familias, en todos lados.
La fractura se puede resolver, pero va a
necesitar tiempo y dirigentes a la altura del momento histórico. Hay que
estar dispuestos a reconstruir el país, y eso pasa por construir un
país en el que la unidad respete la diversidad: un país federal que
respete el anclaje territorial diferente, con el punto en común de
satisfacer las necesidades básicas de los trabajadores, en Catalunya y
en el resto del Estado, que es un elemento sobre el que PP y PSOE no
quieren discutir en absoluto.
En el libro asegura que está en contra
del "cretinismo parlamentario". ¿Cómo pueden usar su fuerza, en el
Congreso y en otras instituciones, para encauzar la situación, más allá
de la petición de diálogo? Como Unidos Podemos piden diálogo y un
referéndum pactado, pero además IU apuesta por instaurar una república
federal.
"Necesitamos entender por qué un proceso como el independentista no está apoyado por las clases trabajadoras de Catalunya"
Correcto.
Nosotros creemos que una república federal es el traje más adecuado
para resolver los problemas territoriales y sociales. Éste es el camino
que nosotros creemos adecuado, otros piensan que hay otros caminos y no
pasa nada, absolutamente nada. Pero el diálogo ha de construirse siempre
en ambos espacios, en el espacio institucional y en la calle, para que
se ayuden mutuamente. No es fácil dialogar cuando tienes a la gente con
un rebrote nacionalista pidiéndote el "¡A por ellos!", pero tampoco es
fácil hacerlo y que la gente pida diálogo cuando tiene dirigentes que
también gritan "¡A por ellos!". El primer paso es el de los dirigentes
políticos, que tienen que llamar a la calma, a la tranquilidad, y pedir
diálogo. Si eso fuera así no tendríamos a tanta gente en la calle
diciendo "¡A por ellos!".
Hablando de nacionalismo, ¿cómo se
explica que la derecha haya logrado que cuando se habla de nacionalismo
esta palabra se atribuya a los catalanes, pero no se hable del
nacionalismo español?
Desde Cánovas del Castillo hasta Franco ha
habido una reacción española contraria al republicanismo, al federalismo
y a los deseos de aspiración nacional de muchos territorios de nuestro
país, y eso está en el ADN de partidos de derechas como PP y C's. Está
en el ADN de lo que Franco llamaba "la sacrosanta unidad de España".
Esto es, una España homogénea en la que se subliman todas las
identidades regionales, por decirlo en terminología que ellos usarían,
en la que no se permite la diferencia sustantiva, empezando por la
lengua, que el franquismo boicoteaba. Cuando uno tiene esa concepción
cree que el nacionalismo está en otras partes, cuando esa posición es
nacionalista española.
Eso explicaría por qué el discurso de
Albert Rivera o de Rajoy se refiere todo el rato al nacionalismo ajeno y
no al propio. El nacionalismo alimenta al nacionalismo de signo
contrario, y eso explica muy bien el fenómeno que estamos viviendo hoy
entre Catalunya y España. Y hay un elemento añadido: que nuestro país es
un país plurinacional en el que Catalunya es una nación pero España es
otra, y eso a veces se le olvida a una parte de la izquierda. Si España
es otra nación significa que tenemos que ser conscientes de que tenemos
un conflicto en nuestro país entre identidades nacionales que no se
puede resolver por los golpes ni por la judicialización, sino por el
diálogo, antes de que sea demasiado tarde. Antes de que en Catalunya el
porcentaje de independentistas sea absolutamente desorbitado e impida
una puesta en común de un proyecto político.
¿Qué pasa con la ultraderecha? ¿Siempre
ha estado aquí o está creciendo? Baste el ejemplo del acoso a Mónica
Oltra que se ha querido llamar escrache, o las agresiones a
manifestantes pacíficos en Valencia.
Los rebrotes de nacionalismo español que
estamos viendo son complejos. Una parte corresponde a la extrema
derecha, que en algunos casos es directamente neonazi, fascista, y en
otros casos es una nueva extrema derecha a imagen y semejanza de la
nueva ultraderecha del norte de Europa. Hay otro nacionalismo banal que
tiene que ver con eventos deportivos, más primario: "En mi DNI pone que
soy español y me estás quitando una parte de mi país", y es un
pensamiento absolutamente primario, pero existe y moviliza bastante.
Esta complejidad hace que el nacionalismo español esté ultramovilizado
ahora mismo, siendo heterogéneo, porque no todos son nazis.
Eso es un caldo de cultivo estupendo para
que la extrema derecha, que ya existía en sus diferentes formulaciones.
Ya existía, pero ahora está muy movilizada porque ha encontrado un
catalizador, el debate nacional. La extrema derecha en España es muy
particular, porque proviene del franquismo. Es una extrema derecha que
incluye elementos neofascistas, a imagen y semejanza de muchos partidos
de extrema derecha del norte de Europa, pero que también incluye uno que
llamamos franquismo sociológico: posiciones muy conservadoras,
reaccionarias, que tienen fronteras difusas entre sí, y que es un
porcentaje muy elevado de los votantes del PP. Las encuestas plantean
que ahora, de haber elecciones, PP y Ciudadanos tendrían mayoría
absoluta entre los dos. Esto es un paso hacia atrás regresivo, gracias a
que el debate se ha situado en el campo nacional.
Esas encuestas vaticinan una caída de
Unidos Podemos en votos. ¿Se ha entendido el discurso, la estrategia y
la posición del grupo confederal?
Aquí hay dos cosas también: nuestra
posición es la más honesta y coherente pensando en un país que quiere
seguir siendo un país común y conjunto para los próximos 30 o 40 años.
Dentro de las dos posiciones insostenibles, la de Rajoy y la de
Puigdemont, al final se tendrá que abrir un proceso de diálogo. El
segundo elemento es que nuestra posición, sensata y coherente, en un
contexto de polarización nacional en el que la disputa es por quién
tiene la bandera más grande, hace que inevitablemente se diluya nuestra
capacidad de atraer a la gente. Desgraciadamente es así, porque se
produce en cualquier elemento histórico de nacionalismo. Es normal que
bajemos en las encuestas, porque los que más se movilizan son los que
piensan en términos nacionales, y esos no nos van a votar a nosotros
porque están ultramovilizados en defensa de posiciones intransigentes e
insostenibles. Y, sin embargo, tarde o temprano se abrirá camino nuestra
propuesta, y esa es mi esperanza y mi sensación de cara al futuro
próximo.
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