lunes, 23 de octubre de 2017

Cuando la memoria histórica no se centra en el presente


Desde hace unos días se escuchan voces de algunos personajes ya históricos que sufrieron las torturas y opresiones franquistas, que fueron encarcelados y reprimidos sin compasión por el dictador. La prensa libre y sin prejuicios, tan equidistante como agradecida a sus patrocinadores se ha lanzado en bandada buitrera sobre ese suculento boccato di cardinale informativo, o desinformativo, según se mire, para que quede confirmado a los cuatro aspa-vientos que lo de ahora nada tiene que ver con el franquismo que ellos sufrieron, que el encarcelamiento de los Jordis, las palizas "mételes" fashion oé, oé y la aplicación férrea del 155 de marras tal que un 23F vestido de azul, son bagatelas insignificantes comparadas con lo que ellos sufrieron en aquellos años, donde las leches policiales iban en serio y las cárceles eran pocilgas, nada que ver con el lujazo de Soto del Real o las actuales caricias en los balnearios de las comisarías y calabozos, ni con los arrumacos de la Guardia Civil, que ya no es la que era, o las zurras de los grises de ayer ahora teñidos de azul antidisturbios y porras cibernéticas que sólo son un trámite virtual , no una realidad material. Dónde va a parar xd!


Los media siempre a la carga en plan Luis XIV, todo para el pueblo, pero mejor sin él y visto desde la tribuna de la equivalencia comparatriz al portador.  Como los cheques. Y, claro, ¿qué mejor recurso que tirar el anzuelo a los jóvenes zurrados de ayer y abuelos laureados de hoy? Ay, qué saltos cuánticos gastan las comparaciones y sus enojos a través de la edad. Ya lo dejó claro Jorge Manrique "...cómo a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor", que podemos traducir también como peor cuando se trata de absolutizar en negativo un relato a base de memoria sufridora, de la que una ha sido protagonista años atrás.
Por supuesto que el franquismo fue atroz, tanto, que no podíamos imaginar cuando murió el dictador y llegó la libertad -bueno, a la española, claro,  y con más miedo que vergüenza-, que su maldad en conserva se convertiría en costumbre soterrada y ceguera colectiva e incluso en espíritu patriótico enardecido como en los años de la dictadura.
La perversión franquista no acabó con la muerte del jefe, al contrario, se camufló, se perfeccionó a sí misma en las catacumbas del poder que tuvo que disfrazarse de democracia para sobrevivir y seguir forrándose como en los buenos tiempos, comprando voluntades a una izquierda de pacotilla como el Psoe, para ir ninguneando y desprestigiando social y políticamente a la antigua izquierda terrible, extremista y capaz de los peor según las crónicas sibilinas. El mal se concentró en la ausencia física del tirano y adquirió un poder energético, de idea fija y de jamacuco inseparable de la idea fija. Reconoció  a los vivos famosos y conocidos que sufrieron las torturas y la cárcel, pero borró del mapa a los muertos sin fama y a sus familias vivas a duras penas que fueron castigadas, señaladas marginadas, perseguidas y silenciadas durante 40 años.

La democracia no corrigió el relato de la historia que el franquismo impuso en las escuelas. Nunca se explicó en clase que "el glorioso alzamiento nacional" fue un golpe de estado de los ricos minoritarios que corrieron con los gastos, contra los pobres en inmensa mayoría, y cuyo poderío veía peligrar sus capitales con gobiernos republicanos democráticos que intentaban establecer una mínima justicia social, una alfabetización de la población analfabeta en un 79%, una reforma agraria que hiciera posible la desaparición del hambre y la miseria. Una igualdad de derechos que empezó en la República con el voto femenino, que durante la monarquía era impensable y hasta obsceno.


Al pueblo abandonado y hambriento, que se levantó desesperado contra el golpe militar se le masacró sin más, sin juicios, sin procesos, a tiro limpio, a quemarropa y sus despojos llenaron cementerios y cunetas a cientos de miles. Por cada muerto de derechas pagaron centenares de inocentes de nada, porque ya ni siquiera tenían ideología ni delitos sino miedo, hambre, éxodo como los sirios o los kurdos ahora, y dolor. Por un moratón en un hombro te fusilaban como hicieron con un discapacitado -el tonto del pueblo- en Badajoz.
A los pobres nunca se les perdonan los excesos de su rabia justa y entonces se les mataba directamente, no había procesos ni leyes que les amparasen, todo era un patíbulo, no había abogados que se pudieran pagar sino indefensión total. Su destino estaba escrito y era el exterminio, el régimen no tenía medios como Hitler, así que con mentalidad mucho más pragmática, el fascismo español  hizo de los campos de exterminio  carreteras por asfaltar y el Valle de los Caídos de sol a sol, hasta caer muertos por agotamiento, sin comida ni agua disponibles. A golpes y a tiros. La gente lo veía de reojo, sin preguntar nada por si acaso,  y acabó por acostumbrarse a todo lo peor si era cosa del vencedor, del que acabó la guerra, del amo del cortijo, del que había traído la paz después de provocar la hecatombe. Recuerdo a las mujeres, niñas y niños de los barrios más pobres rapadas al cero. Nuestros mayores nos explicaban que era por los piojos. Nosotros los niños y niñas de 1950 preguntábamos qué eran los piojos: animales muy pequeños que viven entre el pelo de los pobres que no se pueden lavar. Luego fuimos sabiendo entre susurros que aquellas mujeres rapadas y en la cola del pan por maquilas, eran rojas a las que habían castigado por serlo. Con el tiempo y por fin, un profesor de Historia del Instituto jugándose el cuello, nos explicó, qué significaba ser rojo y por qué estaba probibido hasta el nombre del color, que conocíamos por "encarnado o colorado". Baste decir que en el cuento de Perrault Caperucita no era roja, sino "encarnada", condición que la unía extrañamente para nosotras niñas y niños en absoluta confusión, con el misterio de la encarnación que alguna vez llegamos a calificar en nuestro cacao sinonímico, como "el misterio colorado".

Llega la democracia cuando por fin el dictador muere sin jubilarse y ejerciendo su terrible oficio hasta el último respiro. Pasan unos años de  nueva normalidad aparente y de transición que nadie sabía en realidad cuando acabaría y si es que acabaría alguna vez y podríamos elegir por fin otra forma de gobierno más participativa y horizontal que nos ubicase en el presente de finales del siglo XX. Pero todo ello se postergó en un silencio consensuado y ridículo que nadie explicaba -como lo del eufemismo del rojo-colorado-encarnado- y nada cambió en realidad, sólo la chapa y la pintura del artefacto institucional con la joya de la corona, la traqueteada y entronizada Constitución, algo tan marciano en nuestra miserable idea de la política estatal que sonaba a algo clandestino y prohibido, en plan Viva la Pepa de 1812, y que nos hubiese gustado combinar con el contemporáneo himno de Riego y no con la aberración de una marcha real granadera en honor de Carlos III, en una democracia coronada por un dictador. Ni a Jardiel Poncela ni a Gómez de la Serna se les hubiese ocurrido un surrealismo semejante.
Pasaron muchas escenas inenarrables. Sí, es cierto, que desapareció la pena de muerte, pero a partir de 2008 reapareció en otro formato y nos dejó muy claro que el verdadero desastre exterminador se había perpetrado durante setenta largos años en nuestra conciencia colectiva sin solución de continuidad. Y sin que apenas lo notásemos nada más que en la pornografía de los kioskos  y en el desparrame horterísima del cine, que confundía el despelote con la libertad y el mal gusto con la genialidad. Y el convencimiento de que Buñuel, Bardem y Berlanga, las tres Bs resistentes, eran lo único decente y asimilable con que podíamos contar en la filmografía del enrarecido renacimiento patrio, más la reencarnación increíble del sistema Cánovas -Sagasta -Borbón  rebobinado con otros nombres pero en la misma onda.

Tuvo que ser el  pueblo a partir de 2008 el que a base de golpes constantes empezase a despertar del sopor inducido y a comprender la falacia del régimen, el engaño tramado y bien tramado. Y en 2011, el 15 de mayo, en la Puerta del Sol de Madrid estrenó su conciencia, la que jamás había tenido tan clara hasta ese momento. Eran jóvenes sorprendidos por el trauma sin futuro, por la riada del desastre inventado por el déficit rentable de los EEUU.  Eran adultos, de todas las edades, quienes se arrancaron unas a otros la venda de los ojos y se pusieron en pie para no sentarse más a esperar resultados de debacle. Una conciencia nueva mucho más adulta y ética que la de sus gobernantes. 

Lo primero que gritó y comprendió el pueblo a estrenar: le llaman democracia y no lo es. Psoe y pp y la misma mierda es. Si nos nos dejáis soñar no os dejaremos dormir. Nos echáis a la calle, y de la calle no nos vamos. No hay pan para tanto chorizo. 
Los caminos de España se llenaron de marchas ciudadanas que camino de Madrid iban despertando pueblos, aldeas y ciudades, con su valor y su compromiso nada ilusorio, vivo y ambulante como el viento de la primavera, los calores, los fríos y las lluvias. Los pueblos se sumaban a la lucha pacífica sin resistencia alguna, estaban clarísimas las rezones del despertar, unos se unían a las marchas, otros se quedaban y establecían las asambleas en cada municipio o barrio. 

Ya no era la memoria de los horrores comparativos la protagonista de los relatos, ahora era el horror del presente el despertador de conciencias. Nadie comparaba el ayer con el hoy, no hay tiempo para batallitas de abuelos rojos o azules cuando la urgencia es el motor y la solidaridad en limpio la gasolina del alma. Luego, cuando se hayan logrado objetivos y cambios recordaremos con gusto la historia y pondremos medallas a los muertos y a los vivos. Ahora sólo puede salvarnos la igualdad y la fraternidad sin barreras ni banderas, estamos en una trinchera común sin balas ni cañones pero con poderosos enemigos que no nos permitirán la libertad, la justicia ni los DDHH. Una España nueva se unió desde la base. Nadie se fijaba si era en Vich, en Reus o en Priego o en Utrera, en Mondragón, en Vitoria, o en Tomelloso, Zamora, Mérida, en Laredo, Gandía, Villar del Humo, Uclés o Manacor. Una realidad nueva estaba naciendo con una fuerza imparable. 

Sin embargo la semilla del diablo estaba enterrada en la herencia del pasado incapaz de pasar página  y el pp fue regándola, abonándola y haciéndola crecer hasta por ósmosis y miedos varios en el psoe, la otra cara de la misma cabeza, de un dios Jano desalmado y contable al servicio del dinero internacional. Ese proceso ha ido derivando hasta este hoy deshumanizado y sin más pies ni cabeza que un hambre bulímica por el poder genocida de conciencias, parásita social y política.

Los cimientos del edificio estatal se han resquebrajado por completo. Catalunya sólo es el primer síntoma grave del derrumbamiento para bien mucho más que para mal. Los pueblos de España no tienen miedo, sólo  las castas que tienen mucho que perder temen el fin de su edad de oro. Sienten pánico y sacan del armario a los perros rabiosos entrenados en silencio para este momento, que ya sabían que llegaría un día u otro, porque ellos mismos lo han provocado tacita a tacita. Tienen los medios de comunicación que viven de ellas, por eso sólo tocan a las puertas de la alarma constante, no hablan de soluciones, ni de posibilidades ni de esperanza. Y a veces contactan con viejas glorias supervivientes del franquismo que con la mejor intención les hacen el juego con sus relatos, incapaces de comprender que el mal de hoy no es distinto del de ayer, es el mismo y no es menor, sino su resultado, y si lo dejamos crecer en nosotros criticando y devaluando antes de que tomen cuerpo las alternativas del cambio en marcha y quitando importancia a los abusos de ahora que no matan con garrote vil, porque lo hacen a base de recortes en sanidad, en sueldos, en empleos, en desahucios, en disgustos y depresión social  -hay tantas formas de matar...- y que acabará haciendo lo mismo que Franco, justificado por las leyes y una democracia que nadie sabe lo que es, porque está diseñada a la carta por una trama de poder sin conciencia, sin ética y sin vergüenza, dejando a los pueblos de España completamente indefensos, hundidos y esclavizados en una miseria que se retroalimenta entre las ruinas morales y materiales, que ya no se distinguen entre sí. Y con la labor de zapa mediática sembrando dudas, desconfianza, miedo, recelos y ruptura banderil por todas partes. 

Si una parte de la burguesía catalana está corrompida, el pueblo no lo está, ni Esquerra, ni las CUPs, ni En Comú, así que, peña mediática tal vez ingenua o tal vez cómplice con "los legales" de lo ilegítimo y de lo ilícito, dejemos que los catalanes limpien su casa y no cooperemos con la indecencia de quienes desde el gobierno central son los saqueadores absolutos del estado de derecho cada vez más torcido y jorobado, estado Quasimodo, y además impunes por ley.
Que Franco maltratase a todas y especialmente con más saña a los activistas no puede ser una coartada para descafeinar y justificar la barbaridad de detener ciudadanos como los Jordis, por pensar y expresar en público su disidencia legítima con un poder también éticamente ilegítimo por muy legal que se haya proclamado a base de gobernar para sí mismo. La legalidad deja de serlo cuando se convierte en persecución y en injusticia flagrante. En casos como éste, la desobediencia y la auténtica legalidad, es una obligación moral nunca un delito, si es el estado el delincuente y el saqueante fundamental. Ya  no es cosa de independencia, es de conciencia. Pero ¿hay conciencia en los medios y en los políticos de la "fabricación del consentimiento" ,como llama Chomsky a estas hazañas?

Y desde luego dice muy poco en favor de los antiguos encarcelados franquistas la  falta de empatía, de madurez humana y solidaridad con los que ahora sufren las injusticias de un estado tan indecente como el franquismo, aunque no tan a las  claras y que no hace más daño porque los tiempos actuales y su pertenencia a la UE se lo impide. Es como esos abuelos o padres que cuando de pequeña te caías en el parque y te hacías polvo las rodillas, en vez de compadecerse del mal rato de la criatura, salían con que eso no era nada, que tenías que haber visto la guerra; era como una rabia sorda  o una envidia ridícula porque había alguien que no había soportado bombardeos en directo, y en vez de alegrarse por las mejoras, les da rabia y piensan que el daño de los  que no vivieron el conflicto no duele y ni siquiera es relevante. Semejantes comportamientos y asperezas sin empatía alguna, son otro fruto de la misma mata de cardos borriqueros del franquismo por muy de izquierda que se sea o se haya sido. Otra pista más para atar cabos en nuestra historia insoportable.



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