domingo, 8 de octubre de 2017



El orgullo de ser un elitista

Publicada 08/10/2017 (Infolibre)
Es verdad que el populismo de los votantes de Trump, por ejemplo, marca un proceso corrosivo. Empuja a la gente hacia la indignación y le da protagonismo a costa de desarticular su representación política y borrar su conciencia de clase. Pero si queremos analizar lo que está ocurriendo en nuestro mundo resulta también necesario advertir que hay un sentido común, responsable, culto, orgulloso de su elitismo intelectual, que pierde al mismo tiempo su conciencia de clase para concebir como valores democráticos absolutos aquello que se adapta a sus posibilidades económicas o a sus apetencias sentimentales.

Tengamos algo en cuenta: la gente tiene razones para estar indignada. El populismo furioso (la mansedumbre furiosa) es inseparable del capitalismo autoritario. Y no me refiero ya a la deriva de personajes como Trump o Rajoy, sino a unas reglas de juego anteriores, la lógica neoliberal que provoca una desigualdad cada vez más grave y un vacío sentimental condenado a escudarse en la agresividad del nosotros contra los otros.

No hace falta profundizar mucho para saber que vivimos en un mundo global que borró las fronteras de los Estados en nombre del capital especulativo. Pero no generó al mismo tiempo un nuevo tejido de control democrático capaz de velar por los intereses de las mayorías sociales. Esto se relaciona de forma íntima con cambios de carácter cultural. La nueva realidad es cosmopolita de manera inevitable debido no ya a unos inmigrantes aislados, sino a amplios movimientos migratorios y a los códigos de las nuevas redes de comunicación. Cuando la inseguridad económica de la avaricia capitalista impide una cultura de los derechos humanos y del diálogo, el multiculturalismo se convierte en una amenaza para nuestras pertenencias, ya sean unos puestos de trabajo, ya sea una identidad nacional.

No se puede olvidar que hay situaciones concretas de explotación que convierten en un admirable ejercicio de conciencia política o en un lujo de clases medias la defensa de los valores humanos fundamentales. Conviene no ignorarlo y no desatender la verdad que encierran algunos síntomas. Cuando un obrero francés odia a un marroquí por robarle su calidad de vida, no sólo evidencia un sentimiento racista. Nos está diciendo además otras cosas: el bienestar capitalista en insostenible en el mundo que vivimos, el planeta no da para mucho más, es imposible regresar al bienestar anterior, la riqueza de unos sale de la explotación descarnada de otros.

La crisis económica europea y el neoliberalismo galopante sólo han democratizado la pobreza. De un primer mundo que iba a entrar en el Tercer Mundo para solucionar la miseria, hemos pasado a un Tercer Mundo que ha entrado en el primero con todo su testimonio de dolor e impotencia. Ahora se ve a las claras el monstruo de la explotación, la impiedad del desamparo y el hambre. La educada y sensata prudencia de los hombres de Estado pierde todo el crédito porque las secuelas de su democracia formal y su explotación económica están ahí, en el propio barrio, en las puertas de los colegios, los puestos de trabajo, los insomnios, los amores y las enfermedades.

Es necesario seguir defendiendo con firmeza los derechos humanos y el valor democrático, la importancia de las instituciones y el crédito del diálogo político; pero sin perder de vista que derechos, valores, instituciones y políticas están situadas en medio del conflicto y toman postura por obligación. En Europa y EE.UU, llevan muchos años poniéndose en contra de la gente y de parte de los bancos y las grandes multinacionales.

El dinero no tiene patrias. Resulta patética, por ejemplo, la alegría mostrada por el nacionalismo español ante el anuncio solemne de La Caixa, el Banco de Sabadell, Gas Natural y otras grandes empresas: cambian su sede social fuera de Cataluña. Bueno, nos seguirán desahuciando y explotando a todos desde otro lugar sin patria, igual que antes. Del mismo modo, el nacionalismo catalán era sonrojante cuando afirmaba “España nos roba”, como si el dinero generado en Cataluña tuviese patria, como si fuese un acto de robo la posibilidad de organizar un reparto social del dinero a través de los impuestos.

Otro ejemplo. Denunciar la llegada masiva de emigrantes andaluces o dominicanos como un peligro para la permanencia cultural catalana es tan reaccionario como agredir desde el Ministerio de Educación las políticas encaminadas por la Generalitat a defender y consolidar una lengua de 10 millones de hablantes. En la vorágine de la globalización merece la pena conservar aquello que consolida una tradición rica y una comunidad. ¿Se puede conseguir esto sin renunciar a la construcción de un mundo democrático y sin fronteras? Se debe conseguir, aunque lo pone muy difícil un capitalismo autoritario generador de populismos furiosos.

El intelectual democrático, una figura hoy desesperada, necesita ser consciente de los peligros de su elitismo para estar junto a la gente. Pero, al mismo tiempo, advierte que no se puede identificar con las dinámicas de rencor y miedos que acaban dándole el liderazgo a personas como Mariano Rajoy y Artur Mas o a entidades como la Caixa y el Banco de Sabadell.

Esta desesperación no la puede calmar ningún sabio, ningún saber abstracto. Necesita una ilusión política que saque a la gente del rencor y la haga cómplice, en su trabajo, en su salón de estar, en su tiempo de ocio, en su poesía y en sus camas de enamorados, de una idea mucho más normal que la locura en la que vivimos: otro mundo es necesario.  

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Gracias, Gª Montero. Tus palabras son un colirio magistral para quitar legañas de la mente, del corazón, de los sentimientos y de la voluntad que nacen de ese abrazo natural entre impulsos viscerales y lucidez. Todo encaja divinamente en tu discurso po-ético, sólo hay un punto que se resiste a mi sensibilidad reflexiva: la ilusión. Es un terreno muy poco claro y bastante resbaladizo para usar con cuentagotas y pies de plomo, no con los de Aquiles "pies ligeros".


Desde que lo descubrí hace unos cincuenta años, más o menos, no puedo evitar unir la etimología de ese concepto (illudo-illudire, illusi-illusum, su origen significa engañar y tomar el pelo, tanto a uno mismo como a lo demás) al descubrimiento de Salustio, Tácito, Tito Livio, Cicerón y Séneca, como señales coincidentes en ese sentido, que vale la pena repensar y tener en cuenta. Una confluencia semántica de esa envergadura es una vía digna de ser considerada, aunque solo sea porque sabe más el diablo por viejo que por diablo. Tampoco estaría mal recurrir a la intuición creativa de Isabel Coixet y revisar el enunciado vivo de su título tan magistral como tus reflexiones: La vida secreta de las palabras. El poder creador, para bien o para mal, de la palabra, como logos que es. Nunca se habla en vano aunque se digan estupideces, toda palabra está viva, es idea encarnada que se materializa y crea tendencia. En la mitología mediterránea Hermes, Mercurio, es el mensajero que comunica el mundo del conocimiento (el de los dioses, metafóricamente, con el de los hombres) y los mensajes siempre acaban siendo la palabra que moldea los saberes y las conductas, o sea, que se graba en nosotros mientras las pronunciamos, ya sea conscientes de lo que significan  como inconscientes de su significado y del poder activador, que concede el propio sonido, como ya vio Pitágoras y como apoya la física cuántica a día de hoy. Ya es un hecho investigado y comprobado en laboratorio, que las partículas del agua cambian su estructura y su color con el sonido de las palabras y de la música. Que al decir un simple "arigató" (gracias, en japonés) las moléculas del agua en el portaobjetos, presentan cambios instantáneos de una belleza asombrosa, mientras que con palabras tontas o desagradables se deforman instantáneamente.La obra del Dr. Massaru Emoto, abre un camino de conexiones con las antiguas intuiciones acerca de la inteligencia profunda del lenguaje, de la palabra, que se consideró sagrada durante muchos siglos. Es seguro que si desde pequeños nos explicasen lo que significan nuestras palabras y el poder que tiene lo que decimos, aunque sean tonterías, el mundo no sería el mismo. 


No sé exactamente donde ni cuando empezó a aplicarse el concepto "ilusión" a la política, a la economía o a la sociedad, pero apostaría cualquier cosa, sin temor a equivocarme, a que el origen de esa deriva es capitalista, consumista y desactivador de conciencias para poder manejarlas e inutilizarlas en plan David Copperfield. Un ejemplo real, -podría poner un montón más, igualmente reales con los que me tropiezo cada día:
Necesitaba unas medias de lamé dorado para combinar con un vestido de fiesta negro con finas rayas doradas, que yo misma me había hecho para asistir a una fiesta y cuyo tejido me había costado siete euros ( unas mil ciento sesenta pelas de ayer.) Voy al Corte Inglés, porque no las encuentro en otro sitio. Y me enseñan unas de Christian Dior que valen 20 euros (3.320 pelas de antes del euro). Le digo a la dependienta que no estoy dispuesta a hacer el primo y que me parece una estafa descarada pagar esa barbaridad por unas frágiles y perecederas fundas domingueras para piernas por muy chulis que sean las medias. Y entonces ella mostrándome el anagrama CD de la marca, hecho con cuentas de plástico insertadas a la altura de los tobillos, me dice: "Pero es que ese precio es porque se paga la categoría de la marca. Por la ilusión que hace llevar la firma de un CD". "Bueno, a mí eso me resbala -respondí-. Quiero medias sin firma y pagar bastante menos. Me parece de idiotas que me estafen por hacerle propaganda al estafador; debería ser él quien me pagase por hacerle propaganda gratis, ya que piensa utiltzar mis tobillos para su publicidad. Mi dignidad vale mucho más que todos las  marcas de este mundo. O me vende unas medias asequibles o me pongo unas corrientes de las que tengo en casa. Usted verá." Y me sacó otras medias iguales, fabricadas en Mataró, sin la marca pija, que costaban cinco euros. Ochocientas pelas al cambio de antes, que tampoco es moco de pavo, pero algo menos injusto y desvergonzado, más asequible y decente. Aún recuerdo el comentario de la dependienta, que afirmó ser psicóloga: "Madre mía, qué distinto sería esto, si toda la gente lo tuviese tan claro como usted. Qué diferente sería el mundo si no nos vendieran tanta ilusión y descubriésemos la realidad de las cosas". 

Conciencia e ilusión juntas son un imposible, se excluyen mutuamente. Un oxímoron surrealista. Lo que falsea la ilusión lo deshace la conciencia. Lo que podría crear la conciencia lo deforma y lo aniquila la ilusión, que es el timo de la estampita social. Parece mentira que hasta en la izquierda se cuelen estos gazapos del capitalismo más cínico. La ilusión es la dosis diaria del soma para las criaturas alfabéticas y numeradas de Un mundo feliz de Huxley. Una pócima imprescindible para que la máquina del horror nos maneje a discreción hasta con nuestra entrega fervorosa y total a su causa. Las banderas, por ejemplo, son otro producto de la ilusión publicitaria con que se nos endilgan los eslabones de la cadena que nos impide la libertad de nuestra conciencia.
Ilusión, ilusión, qué gran manipulación. 


¿Qué podríamos hacer para librarnos de ella? ¿Quizás hacernos conscientes y responsables de lo que deseamos que nos suceda? ¿Quizás, diseñar desde nuestra realidad lo que necesitamos y poner en ello ideas claras y el entusiasmo práctico y organizado, imprescindible para que se materialicen nuestros planes, ya sea en un nivel personal como colectivo? ¿Quizás reconocer los deseos más importantes como impuso creativo en acción que el motor de la palabra justa aclara y empuja con más fuerza si se comparten y se definen con claridad para que se entiendan a todos los niveles, en vez de dejarlos en plan maleta eufórica en la consigna del tejemaneje, y que recogerán los manipuladores de ilusiones,-hombres grises que se fuman nuestras posibilidades nunca realizadas en modo ilusión, que se confunde seguramente con utopía, demagógicamente utilizada desde los estamentos del poder?
Lo cierto es que si la ilusión desaparece cuando los deseos se realizan, la ilusión nunca  es real, en cuanto se materializa se acaba y se vuelve al principio del desasosiego permeable a una nueva manipulación que aporte otra ilusión en serie...la realización de lo ilusorio destruye la ilusión en contraste con la realidad, como los globos que se pinchan y estallan  o son de gas y se van volando. No podemos avanzar a base de lo que no existe, sino de lo que hacemos que exista. Es la diferencia entre hinchar y llevar en las manos globos que no fabricamos nosotros y construir cometas que fabricamos en casa, que hacemos volar cuando deseamos y recoger cuando queremos, porque nuestra voluntad las hace volar y aterrizar desde nuestra pericia. Las hemos diseñado, dado forma, ensamblado, pintado y conectado al hilo conductor de nuestra voluntad. Ésa es la diferencia entre ilusión que delegamos en circunstancias teledirigidas  y vida capaz de crear y hacer posible con sus herramientas reales y tangibles lo que se desea y se necesita. La ilusión no crea nada más que ilusiones. Engaños de ilusionistas, que se esfuman igual que se inventan.

Para salir de este manicomio ilusorio en que nos han encerrado aprovechando nuestra ignorancia y falta de recursos educativos, de los que nos han privado desde siempre, necesitamos crear realidades tangibles y política esencial. Y a eso, al parecer, le teme también parte de la izquierda elitista, que en el fondo comparte con la derecha la adicción por el poder y el hegemonismo antidemocrático, la misma demofobia vis a vis disfrazada de tantos colores como intereses. Solo eso explica el apoyo socialdemócrata a la extrema derecha en el caso español. Miedo a que el pueblo pueda ser autosuficiente, municipalista y actuar en red confederada de seres humanos auto-organizados globalmente, que crean, organizan y manejan en común las circunstancias y su historia cotidiana. De ahí deriva la manía persecutoria contra las CUPs catalanas, ¿por qué dan tanto miedo unas inocentes Candidaturas Unidas Populares, que para colmo son supereficaces en la organización y en el rendimiento municipal? ¿Por independentistas? No. Por ser bases y células de un tejido comunitario y autosuficiente al mismo tiempo. Porque son la demostración anticapitalista de que el capitalismo mata a medio y largo plazo aunque parezca Jauja a corto plazo. En realidad las CUP son el prólogo del único futuro que le queda disponible  a la humanidad, ya sumergida en la catástrofe imparable medioambiental, y como consecuencia,social, energética, laboral y económica. Para evitar esto, lo último que necesitamos es más dosis de ilusión. Justamente la que nos ha potenciado el viaje a ninguna parte digna de ser habitada por verdaderos seres humanos.




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