Vargas Llosa, José María Aznar y el nacionalismo españolista
El escritor y Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, ha escrito un artículo en El País (El derecho a decidir.
22.09.13) en el que critica el movimiento popular que existe en
Catalunya a favor del derecho a decidir, indicando que las raíces de
dicho movimiento están basadas en el nacionalismo catalán que, “como
todo nacionalismo, está basado en un racismo y xenofobia”. Indica así el
escritor Vargas Llosa que este movimiento es un movimiento que “como
todos los nacionalismos, puede llevar al país al subdesarrollo y al
oscurantismo…., como puede ocurrir aquí en España si se permite el
florecimiento de este nacionalismo catalán”. De ahí que concluya que
“hay que combatirlo sin complejos”.
Puesto que esta visión de lo que se llama el nacionalismo catalán
está bastante extendida en los círculos conservadores y liberales del establishment
español basados en Madrid, que continuamente se refieren a las
sensibilidades políticas en España que exigen que se reconozca su
identidad nacional (en Catalunya, en el País Vasco y en Galicia) como
los “nacionalistas”, se requiere una aclaración y respuesta. En primer
lugar, la manera de dividir y catalogar los partidos o sensibilidades
políticas existentes en España entre partidos españoles versus partidos
nacionalistas es ya en sí profundamente nacionalista, pues impone el
criterio del nacionalismo españolista a todos los demás. Implica una
visión de España (característica de este nacionalismo), que niega la
posibilidad de otra visión de España en la que quepan varias naciones
dentro del Estado español. Esta visión excluyente se impuso por la
fuerza por los grupos golpistas de 1936 que se autodefinieron como “los
nacionales”, es decir, los que defendían la nación española frente a
“los separatistas”, ignorando que la mayoría de sus oponentes no pedían
la secesión, sino que tenían otra visión de España, considerándola como
un país con distintos pueblos y naciones que querían vivir en
fraternidad.
Esta última visión no se aceptó y venció —con la ayuda de Hitler y
Mussolini— la visión excluyente que ha dominado la historia de España. Y
es este nacionalismo el que es más dominante y oprimente en España (ver
mi artículo El nacionalismo españolista publicado en Público 22.07.13, y en El Plural
05.08.13), heredero del imperialismo castellano (de ahí que el idioma
español oficial sea el castellano, y que en América Latina sea también
el castellano), que tuvo y continúa teniendo una base explícitamente
racista. Durante muchos años, el Día Nacional, es decir, el día de la
Hispanidad (12 de octubre) se llamaba el Día de la Raza, en el cual se
celebraba el exterminio de la población nativa e indígena del continente
Latinoamericano, nacionalismo que el Sr. Vargas Llosa nunca ha
criticado y, en cambio, ha promovido. Mario Vargas Llosa, escritor y
político peruano, ha ido perpetuando “la acción civilizadora” de la
Madre Patria, Madre para los españoles que, incluso después de
independizarse de ella, contribuyeron a aquel genocidio. La
insensibilidad del escritor hacia la causa indígena y su necesaria
liberación es bien conocida en Perú y en Latinoamérica. Y la
reproducción de tal nacionalismo, claramente racista, ha sido su
función.
En España, esta cultura de conquista se considera un elemento de
orgullo e identidad nacional, habiéndose definido, como indiqué
anteriormente, a las fuerzas golpistas del 1936 (que se sublevaron
frente a un gobierno democráticamente constituido) como las fuerzas
nacionales, que impusieron con toda brutalidad su nacionalismo
españolista. Y la Constitución Española, fruto de un enorme dominio de
las fuerzas herederas del franquismo en el proceso inmodélico de la
transición de una dictadura a una democracia, sacralizó este
nacionalismo españolista en su artículo que habla de la “indisolubilidad
de la Nación española, patria indivisible de todos los españoles”,
asignando nada menos que al Ejército, heredero del Ejército victorioso
del golpe militar del 1936 como guardián de tal unidad. Cada año, el Día
Nacional va acompañado de un desfile militar, presidido por el garante
de la unidad sagrada de la Patria, el Monarca, que lleva el uniforme
militar.
Frente a este nacionalismo dominante existen los nacionalismos
dominados que requieren una movilización, en el caso catalán, en su
identidad cultural, idiomática e histórica, y que no tiene nada que ver
con la raza o el grupo étnico, pues su composición —la de Catalunya— es
variada, al ser en sí un país de inmigrantes que, de no haber el deseo
de permanencia, puede diluir su identidad fácilmente. De ahí la
necesidad de que en Catalunya, cuyo idioma original es el catalán, este
tenga que ser el vehicular, sin desmerecer la importancia y valor del
castellano, que enriquece también a Catalunya. Vargas Llosa, un hombre
de derechas, de sensibilidad económica ultraliberal, con un nacionalismo
españolista arraigado (del cual es probable que ni se dé cuenta),
considera el catalán como un idioma provincial, de segunda categoría,
frente al castellano. Y en ello no ve nada malo. El nacionalismo
oprimente es como el racismo. El que lo reproduce ni se da cuenta de
ello.
Pero el caso ya más acentuado del nacionalismo españolista es el del
expresidente Aznar. Con toda seriedad y con toda contundencia, acaba de
afirmar (lo que ha dicho miles de veces) que “los nacionalismos” están
destruyendo a España, sin pasarle por la cabeza que es su nacionalismo
españolista el que está destruyendo España. Tal señor no ve nada
oprimente en su sueño, expresado en más de una ocasión cuando era
Presidente del país, de que el sistema de transporte español, por
ejemplo, debía ser radial, centrado en Madrid, de manera que ninguna
capital de provincia estuviera más lejos de la capital del Reino que
cuatro horas. Este señor no tiene ni la capacidad de entender que este
Estado español es percibido como oprimente por millones de españoles,
precisamente por su concepción de España. Este personaje es una fábrica
de independentistas en Catalunya, pues la identificación de Aznar con el
Estado español hace a este Estado muy poco atrayente para la mayoría de
la población de Catalunya. Es comprensible que un número cada vez mayor
de catalanes considere que este Estado, resultado de una transición
inmodélica, dominado por los herederos de la dictadura, no es su Estado.
Y por lo que veo en mis visitas a lo largo de España, un número
creciente de españoles en el resto de España está llegando también a una
misma conclusión: este Estado tampoco les representa y no es tampoco su
Estado. Están ya surgiendo varios movimientos a lo largo del territorio
español frente a este Estado español, controlado por los herederos de
la dictadura que “no nos representa”. Una nueva cooperación se está
estableciendo que pueda ser las bases para una nueva Catalunya y una
nueva España.
En realidad, nunca en la historia española sus distintos pueblos y
naciones se sintieron tan hermanados como en el periodo de lucha contra
el fascismo y cuando lucharon por otra España, con otra visión de lo que
debería ser este país. Fue entonces cuando el presidente más popular
que Catalunya haya tenido, el President Companys, gritó “Madrid,
Catalunya os ama”, que fue aclamado en la Pl. Sant Jaume, la misma plaza
que ahora oye el grito pro independencia, exclamado por españoles y
catalanes que viven y trabajan en Catalunya, que están ya hartos, no de
España y de sus pueblos y naciones, sino del Estado español que nos
oprime a todos, a ambos lados del Ebro.
El “no nos representan” resuena hoy en todos los rincones de España.
Pero el establishment español basado en Madrid todavía no lo entiende,
pues continúa defendiendo sus privilegios, interpretando erróneamente lo
que ocurre en Catalunya, como una mera manipulación de la realidad por
la derecha catalana cuando ésta está siendo desbordada por un movimiento
político social genuinamente popular. Y los Vargas Llosa y los Aznar de
España están contribuyendo a ello, con sus declaraciones que cuentan,
como siempre, con amplias cajas de resonancia. El Triangle, una de las
revistas con mayor agudeza política en Catalunya, les definía como “los
padres de la patria catalana”. Por ese camino, los días de esta España
suya están contados. No se dan cuenta de que por mucho Ejército que
tengan, y por mucha Constitución que utilicen, si la mayoría de la
población en Catalunya desea decidir sobre su futuro, ello ocurrirá,
creándose una enorme tensión que podría haberse evitado, con
mentalidades más cívicas y más democráticas que las que representan
estos dos personajes. La esperanza es que esta nueva Catalunya surja a
la vez que otra España que, enraizada en la tradición republicana pueda
favorecer la fraternidad y solidaridad entre ellas.
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