El líder Carromero
J. C. Escudier
Su nombramiento hace justicia a los servicios que ha prestado tanto al grupo municipal del PP con sus trabajos de asesoría, como a la DGT, cuyo sistema informático de multas requería ser probado y él solo fue capaz de someterlo a un verdadero test de estrés. No obstante, si por algo ha sobresalido Carromero ha sido por su contribución a la normalización de relaciones con Cuba, país al que el Gobierno había situado en su particular eje del mal y del que ya no se habla en Moncloa salvo para elogiar los daiquiris del Floridita.
En cualquier otro partido Carromero habría sido un leproso del que todos huirían a la carrera, sobre todo si le vieran venir conduciendo. Pero el PP, y especialmente Esperanza Aguirre que es todo corazón, no abandona jamás ni a un caído ni a su chico de los recados, por mucho que se estampe contra un tamarindo y se convierta en un peligro mayor para la disidencia cubana que el propio Fidel Castro.
Aguirre habría querido, de hecho, que Carromero hubiera sido el presidente de su muchachada, pero alguien debió de advertir que la pulsera telemática que le permite no ir a dormir a la cárcel pitaría en los aeropuertos, todo un engorro cuando fuera requerido en alguna reunión internacional de jóvenes cachorros de la derecha. De ahí que haya tenido que conformarse con la secretaría general, que viste algo menos aunque lo que importe sea la percha, que es de bandera.
Salta a la vista que Carromero tiene madera de líder y que la política es lo suyo, toda vez que los estudios se le atragantan y el negocio de los gimnasios, aun siendo una profesión con futuro, no colma sus expectativas. Nunca como en su caso estaría tan justificado el chófer y el coche oficial. Con eso queda dicho todo.
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