miércoles, 30 de octubre de 2013

Un ejemplo perfecto de la "efermedad" española: la zancadilla insidiosa camuflada de reconocimiento

Pues a mí, el “Salvados” del domingo me decepcionó

 29 oct 2013

Vaya por delante mi reconocimiento a la arquitectura periodística de un programa como “Salvados” y a la pedagogía social que supone su emisión en una cadena de televisión generalista.
Quede constancia también de mi innegociable afecto hacia Arturo Pérez Reverte, en su día compañero casi de pupitre y objeto de maledicencias e improperios que jamás tolero en mi presencia a envidiosos, maledicentes ni papagayos varios.
Una vez dicho esto: A mí el programa-debut de temporada de “Salvados” el pasado domingo me dejó cierta sensación de “coitus interruptus”. Esperaba más de él. Esta primera entrega, en la que se desmenuzaba la situación del barrio con más desahucios del país, y que servía como paradigma de lo que vivimos en todas partes, creo que contuvo una enjundia menor que el volumen de las expectativas que había generado.
¿Lo mejor del programa? Que todavía, habida cuenta del casposo panorama mediático que sufrimos, sea posible emitir una hora de televisión como esa, donde el espectador puede reconocer su vida misma, su propia cotidianeidad. “Salvados” transmite verdad y eso es ya tan excepcional que hay que celebrar su existencia y brindar para desearle larga vida.
Pero a mí la entrega del domingo me decepcionó. Era todo demasiado previsible. “Salvados” siempre transmitió un punto de tensión que eché en falta en el programa del día 27. El simpático gamberro que era Jordi Évole, cuyas inocentes insolencias nos hicieron pensar tantas veces que en cualquier momento le iban a romper las gafas de un tortazo, es ya un personaje cuyo tirón convierte a veces a sus entrevistados en admiradores arrobados, encantados del privilegio de compartir plano con tan elogiado héroe televisivo.
Habían promocionado el programa anunciando aumento de presupuesto, lo que ya es un notición en los tiempos que corren. Espero que se note en posteriores entregas, porque las localizaciones en Ciudad Meridiana no creo que pusieran de los nervios al jefe de producción del programa. Yo pensé que igual se habían ido por el mundo con Pérez Reverte para rememorar sus tiempos de reportero pero no, me lo encontré sentadito, con chaqueta y bebiendo agua mineral.
Las intervenciones del experto que habló en el centro comercial, del responsable de la asociación de vecinos, del amigo Pérez Reverte, la directora del colegio o la simpática “monja-borroka” no fueron, a mi modesto entender, para tirar cohetes ni para tanta lisonja como he podido leer y escuchar estos días. Insisto, el principal mérito creo que reside en que cosas así, bien empaquetadas y seleccionadas, se puedan emitir todavía. A lo sumo hubo media docena de titulares:
-“Vengo a las reuniones de la asociación y cuento mis problemas. ¿O qué voy a hacer, tirarme por el balcón como hacen tantos o ponerme para que me pille un coche?” –decía uno de los vecinos.
-“Soy partidaria de la ocupación de pisos que los bancos tienen vacíos si no se tiene donde vivir”, reinvindicaba la “monja-borroka”.
-“Me preocupa que los niños a los que alimentamos aquí no coman los fines de semana”, contaba la directora del colegio público.
- también de “chapeau” las referencias de Reverte a Trento y a la guillotina, avanzadas ya en las promos del espacio, además del crudo broche final instando a Évole a no empeñarse en buscar soluciones a todo.
Pero yo no pensaba, igual estoy equivocado, que “Salvados” era un programa para pontificar. Empachados de tertulias como estamos, la media ponderada del espacio del pasado domingo destilaba un cierto efluvio tertuliano aunque eso sí, progresista y de denuncia, algo a lo que ya tampoco estamos acostumbrados ni siquiera en la Sexta, en cuyos debates cada vez hay más fachas, se dicen menos cosas interesantes y se grita más.
Luego, estaba la ausencia de tensión: la única ocasión en la que pareció existir algo de tirantez fue cuando irrumpió en plano, durante una entrevista al responsable de la asociación del barrio, una señora que cuestionaba lo que contaba el entrevistado de Évole. A partir de ahí se fue creando un corro de vecinos y la escena empezó a cobrar vida. Pero la imposibilidad, imagino que técnica, de mantener todo el plano-secuencia y recurrir a la edición acabó derivando en la devaluación del conflicto latente: el anciano xenófobo que despotricaba contra los inmigrantes aparecía unas veces con carrito y otras sin él, la irrupción del vecino que se quejaba de tener que pagar la luz y el agua de los okupas pareció como si hubiera ocurrido tras recibir órdenes de un regidor…
Buen trabajo, sí. Pero de ahí a elevar a las alturas el programa y llamar “maestro de la televisión” a su conductor… Lamento discrepar. Yo esperaba y espero más de “Salvados”. Quizás sea injusto, pero el listón lo tenían ya mucho más alto de lo que yo vi el domingo y eso dota al espectador de argumentos para aumentar sus expectativas. Y si además este año cuentan con más pasta, eso se tiene que notar más. Elegir bien un tema y enhebrar una buena historia a partir de las personas que hablan sobre él es un aceptable comienzo. Pero no la bomba, como nos han querido vender.
P.D. Mi reconocimiento al trabajo de realización, imagen y sonido. Magnífico.

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Si de verdad somos conscientes de nuestro problema español, tenemos que empezar a descubrir las trampas personales y el infundio mezquino que se camufla de "sinceridad", de "crítica bien intencionada". Es como un fastidio por lo bueno del otro, como si lo bueno del otro fuese una denuncia solapada de nuestras carencias y deficiencias, entonces el complejo de inferioridad que se sufre, se camufla de "crítica sincera" sobre aquello que se podría haber hecho mucho mejor, pero que uno mismo no sería capaz de hacer con la calidad con que lo ha hecho el autor criticado. 
Este artículo tomado de  un blog de Público,  es un ejemplo de tal defecto demoledor, que impide avanzar y madurar, porque se es incapaz de reconocer la excelencia ajena cuando se compara con la mediocridad propia. Algo que es un vicio español acendrado y crónico. La envidia, que es el fastidio, más o menos camuflado, por el bien y el éxito ajenos. La incapacidad para alegrarse y reconocer lo bueno que hace o disfruta quien no es uno mismo. 
Por ejemplo, si comentas lo civilizados que son en otro país, verás  que enseguida, con la mecánica de un muelle, saltarán los comentarios de la mediocridad "herida": "Pues ya pueden, ya, con lo ricos que son y con lo que "nos" roban...", "pues ellos también hacen las cosas mal, porque nadie es perfecto y yo, que estuve una vez de camping allí, vi que no es oro todo lo que reluce", "pero, ¿qué viste en concreto que te disgustase?", "hombre, ver, lo que se dice ver, no vi nada especialmente malo, pero en la segunda guerra mundial cooperaron con los alemanes, no te digo más...además, ¿qué pasa, que esa gente está por encima de nosotros, que son perfectos y nosotros un desastre,pues seguro que se equivocan como todo el mundo". Y ya puedes decirles que la cosa no va por ahí, porque no te van a escuchar, porque han deformado el mensaje inicial con sus percepciones "sabihondas" y pre-cognitivas, con sus "a mí me lo vas tú a contar, ja!, si lo sabré yo, que no necesito salir de mi corral para saber lo que se cuece por el mundo", con los tics que han heredado y que se retroalimentan entre los amigos, el café,  la partida de mus y el imperio del tópico tocinero, que es ese alquitrán pegajoso que convierte un potencial inteligente en un miembro del establo generalizado, que nunca despega de su sanchopancismo idiopático como filosofía existencial.

Otro ejemplo: se lee una noticia en la que se comenta que el Gobierno o el partido de la oposición, por fin, han tomado una medida justa y están dispuestos a cambiar de actitud ante un problema que llevaba mucho tiempo sin resolverse, atendiendo a la presión social que les acosa y les exige una solución justa y respetuosa con los derechos. Lo natural y sano sería alegrarse porque al fin se van a mejorar las cosas y los representantes tanto como los representados se empiezan a educar mutuamente, a base de atreverse los unos a tomar conciencia en serio y a reivindicar lo justo sin miedo ni pereza y los otros a reconocer sus fallos y a repararlos. Debería ser algo muy bueno para todos. Pues no. De eso nada. Los comentarios en prensa dirán: "Qué poca vergüenza tienen, ahora, después de diez años, se ponen a arreglar ese asunto. Será por interés, porque pierden votos". Con lo cual, no hay toma de conciencia de la importancia de las reivindicaciones como la clave básica para que los gobiernos se orienten y representen de verdad a quienes les han elegido para hacer un servicio y no una carrera "política".

Este tipo de actitudes mezquinas y mecánicamente inconscientes, nos hunden en la miseria y nos paralizan en un pantano de basura irracional-emotiva. Ahí está el agujero negro de los españoles. Y el reto que todavía no hemos sido capaces de superar: la división, las banderías, la constante rivalidad egocéntrica y egopática, competir para ver si destacamos, no por ser los mejores para que todo mejore con nosotros ayudando a que también mejoren los demás, sino haciendo que los rivales se arruinen, se desmoralicen, se equivoquen y abandonen, no ante nuestra excelencia inexistente, por supuesto, sino por las zancadillas y juego sucio, y ese no reconocer jamás lo bueno en los otros, porque se siente que ese "bueno" disminuye nuestra importancia ególatra e infantil, por el sólo hecho de que no se le ha ocurrido a uno mismo y esa incapacidad para no sacar flecos, sambenitos y defectos a lo bueno que ha hecho o tiene alguien que no "soy yo". La trampa de Lázaro de Tormes o de Don Pablos el Buscón o Guzmán de Alfarache  o de Celestina, caramelizada  en "cultura" de lo cutre.

Otro ejemplo es lo rastrero y de baja estofa, vendido como idea publicitaria "simpática". Un anuncio que podéis contemplar en tv. Un chico está en un supermercado, a punto de coger de una estantería una chocolatina entre un montón de ellas, de determinada marca. Una dulce ancianita indefensa y sonriente, le pide por favor si le puede alcanzar una galletas que están en lo más alto de los estantes. El chico, amable y buena gente, le alcanza el paquete, pero...cuando se da la vuelta, la dulce abuelita ha desaparecido y está en la caja pagando ...todas las chocolatinas con que había arramblado, para que al chico no le quedase ni una, mientras le "hacía el favor", educadamente. ¿Qué diferencia  a la mente que ha pensado ese anuncio o se divierte con él, de la mente de un banquero que desahucia y se ríe del pobre desahuciado o del estafado por las preferentes? ¿Qué la diferencia del partido político que le prometió respetar sus derechos y se los ha fundido en cuanto se ha hecho con el poder? Ese tipo de anuncio amoral está echando por tierra la amabilidad y lo gratificante de las relaciones personales. La confianza entre los seres humanos. Está infiltrando en el inconsciente colectivo un tóxico para convertir la sociedad humana en un corral de peleas de gallos, en un patético campo de concentración para deficientes racional-emotivos, que sólo saben consumir, eructar lo consumido y obedecer las consignas de quienes les abducen la voluntad y la inteligencia para vivir de su tiempo, de su esfuerzo y de su dinero. Todo viene de la misma fuente. La mediocridad y la ausencia de educación ética. Sobre todo si se tiene en cuenta lo "religioso" que es este país. Cuánta procesión, cuánta devoción, cuanta boda, confirmación y bautizo, cuánta asignatura de religión en la escuela, desde chicos...para este lamentable estado de precariedad. 
Es imposible que en un país de alma tan canija, ignorante y miserable, vaya bien la economía ni la las leyes ni nada de nada. Sólo chapuzas puntuales, barniz para tapar los agujeros intapables. 

Si queremos que esto cambie, empecemos por reconocer que un programa de tv es bueno, cuando es bueno, y a alegrarnos porque haya periodistas jóvenes o mayores, preparados y tan valientes y buena gente, como para sacar a la luz lo que la rutina mental del resto no ha sacado nunca, porque le ha sobrado miedo y le ha faltado ética profesional o simplemente porque está tan incardinado en el sistema, que ni siquiera percibe que el rey está desnudo y hay que decírselo a los ciudadanos lo antes posible.

Si queremos que esto cambie las cadenas de tv y los periódicos deberían revisar las herramientas y contenidos éticos de los mensajes publicitarios y actuar en consecuencia. ¿Tiene sentido que eduquemos a nuestros niños en el respeto a los mayores y vender en anuncios la imagen de mayores despreciables, que abusan de los jóvenes, como en el anuncio de las chocolatinas? ¿No deberíamos hacer boicot comercial a las marcas que se anuncien con mensajes destructivos? ¿Tenemos capacidad los españoles para distinguir esos mensajes de la normalidad?

Las desgracias sociales no son una maldición, como decía Pérez Reverte en "Salvados", sino la consecuencia de un vacío de cultura espiritual de esa sociedad. Para ser éticos hay que tener desarrollada el alma y ésta conectada con el espíritu; esa unidad ilumina la inteligencia, refuerza la lucidez y la voluntad, enriquece y afina la creatividad, la salud física y mental, pero eso no pertenece a ninguna religión sino que es un estado evolutivo de la consciencia. Si no trabajamos en ese nivel, no habrá nada ni nadie, que nos "salve", a pesar de que Jordi Évole lo intente cada domingo con la mejor voluntad y el periodismo más impecable y digno de admiración.

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