lunes, 7 de octubre de 2013

Esperemos que por encima del rayo, brillen el bien común y la inteligencia

España tiene un grave problema con sus emociones, sus rencores y sus miedos. No crece en ética ni en cívica. Necesita constantemente el arbitraje de tribunales de todo tipo para imponerse por la fuerza unas normas que la protejan de enfrentarse a su misma deseducación política y social, de su carencia de hábitos convivenciales e intelectivos. Y en vez de comprender, asumir y solucionar ese gravísimo déficit, se pone hecha un basilisco contra sí misma, a las primeras de cambio, creyendo que lo hace contra ideologías opuestas, contra delincuencias y terrorismos que son el espejo de esa carencia fundamental. Lo mismo que Narciso se ahogó admirando su propio reflejo en el agua, así se ahogan también las voluntades que se odian con desconfianza mutua, porque fundamentalmente no están en nada de acuerdo consigo mismas. Sólo transplantan fuera la misma planta tóxica que cultivan dentro. Así no se avanza y cada paso hacia adelante singnifica tres hacia atrás. 

Suponíamos que Euskadi ya había terminado de vaciar, desecar, sanear y anular el pozo séptico de sus miedos, odios y rencores. Y que el resto de españoles había hecho un gran esfuerzo de perdón y de superación de los mismos rencores y miedos. Que había quedado claro el veraz arrepentimiento de los unos y el noble perdón de los otros y que era posible la convivencia, el respeto y la generosidad. La grandeza de alma de ambos lados de la misma humanidad. 
Pero resulta que los logros y esfuerzos de los vascos en la época de Patxi López y Basagoiti, que con Rubalcaba en el ministerio de Interior, consiguieron el acuerdo más deseado por todos, el cese definitivo de la violencia y el camino hacia la paz verdadera, han pasado por tribunales españoles que han vuelto a cavar el abismo y levantado los puentes levadizos que pueden cruzarlo. Seguramente el Tribunal Europeo quitará la razón a la sentencia española, en pro de algo que el mismo derecho romano contempla: Summum ius, summa iniuria. La venganza y la dureza sempiterna y empecinada no ayudan jamás a la regeneración de la sociedad. Tampoco la relajación de las leyes hasta dejarlas ineficaces. Pero en eso precisamente consiste la justicia, en buscar creativamente y en vivo, con la realidad delante, el equilibrio entre pagar justamente por delinquir y hundir para siempre las posibilidades de regeneración y la educación ética del delincuente. 

Las heridas sociales que no se curan, acaban matando a las sociedades que no desean curarlas. Y para hacerlo es necesario inteligencia emocional y un dominio lúcido de la visceralidad. 
Nuestros muertos por terrorismo no volverán ni nuestros mutilados dejarán de estar como están porque los etarras mueran en prisión. Además nos tocará mantenerlos de por vida y gastar impuestos millonarios en cárceles de alta seguridad, recursos, procesos judiciales  y demasiado desgaste  de energía en el "triunfo" de una venganza disfrazada de justicia, unas fuerzas que necesitamos para salir de esta situación corrupta y ruinosa en que estamos hundidos y/o afectados, todos, también Euskadi. 
Por el contrario, reeducar a esos delincuentes con un buen programa de rehabilitación, acompañado de un acercamiento con una escucha activa y un diálogo mirando también el dolor de sus familiares y poniéndoles frente al dolor de las víctimas mediante una buena terapia, saldría mucho más rentable en todos los sentidos. Pagar los delitos con trabajos sociales y servicios a la comunidad más dañada por el terrorismo, sería una medicina mutua perfecta y un aprovechamiento en recursos humanos, éticos y tanto laborales como económicos. 
Tampoco es sano que no se ayude a las víctimas con una pedagogía social y personalizada a superar el rencor y el odio y a  separar delito y delincuente. Como apuntó Concepción Arenal. El delito no puede cambiar, pero el delincuente puede elegir no serlo nunca más, si se le educa y se le orienta, si no se le trata como basura, y la humanidad habrá ganado un Hombres y Mujeres complet@s, útiles y benefactor@s. Es un ridículo contrasentido que los mismos que veneran la memoria y el valor de Concha Arenal, que la ponen como ejemplo y escriben sobre su trabajo a favor de la justicia y la mejora de los reclusos, cuando toca afrontar esa misma realidad, hagan lo contrario que ella practicó y recomendó.

Quienes hemos vivido demasiado de cerca el terror de algunos atentados de ETA y la desaparición repentina de seres muy queridos y próximos que veías cada día en el ascensor o jugando y  montando en bici con sus hijos en la calle, viendo como tus vecinas y sus hijos se quedan viudas y huérfanos en un pestañeo y que mañana te puede tocar a ti y a tus niños, y cuando se ha pasado por épocas en que el nombre del marido o la dirección de nuestra casa estaba apuntada en la agenda que Urrusolo se dejó en una cabina telefónica y cada día debíamos mirar bajo el coche antes de ponerlo en marcha por lo de las bombas lapa o salir de noche a la calle en pijama porque la policía avisaba de una amenaza de bomba en el edificio, sabemos de qué hablamos. 
Y si a pesar de toda la barbarie y el crimen irracional, como todo crimen, la mayoría de presionados y agredidos hemos apostado por el perdón y el nunca más, es que es posible superarlo y no hay que ser héroes comic o de culebrón para hacerlo, sino seres humanos en pleno ejercicio consciente y responsablemente ético de su humanidad. Porque creemos y esperamos que los seres humanos podemos despertar del letargo y las monsergas, cambiar la vibración de  mentes y emociones a mejor y evolucionar con la ayuda de todos.

Los criminales recuperados y reinsertados son una riqueza y un éxito cívico; un paso gigantesco y sin marcha atrás en el bienestar verdadero de la sociedad. En su madurez y su verdadera cultura. Un reciclaje de las emociones que desde el cerebro límbico se instalarán serenamente en el córtex cerebral y en la conciencia superior. Adquieriendo nuevas improntas y pautas de conducta mucho mejores para todos.

Lo cierto es que decisiones de ese tipo no son, por desgracia, lo "normal" entre los españoles teledirigidos, que sufrimos un déficit histórico de maduración educativa y hasta "bendecido" tanto por la involución como por la "revolución", cuando se sitúan en los mismos parámetros de violencia y vendetta irracional, pero cargada de "razones" que la inteligencia no comparte en niveles donde sólo la cuenta la emocionalidad de las tripas, independiente de toda lucidez y yendo a su bola, como se ha hecho a lo largo de toda nuestra penosa historia. Y así nos va. Recuerdo a un coronel jubilado del Ejército de Tierra, al que le mataron lal hijo pequeño queriendo matarle a él. En una entrevista de presa confesó que perdonaba y compadecía a los asesinos porque habían matado a un ángel y eso sería para ellos el peor de los castigos. Durante meses estuvo recibiendo llamadas insultándole y llamándole de todo lo peor. Eran sus propios compañeros que no habían perdido a nadie. Pero a la hora de odiar eran verdadera bestias.
La justa indignación que pide y desea justicia es lo natural. Pero el odio como sistema de "justicia" nos deja en el nivel de las cavernas paleolíticas y envilece al sistema que se pone a la altura inhumana del asesino.

Ojalá sepamos encajar la realidad sin creer que va contra nosotros porque no da la razón a nuestras fijaciones, sino poniéndola a  nuestro favor si sabemos gestionarla con grandeza de miras y superando las rabias inútiles de una mediocridad moral que nos humilla mucho más que el COI tras el paso de Madame de Botelluá o que la ONU y Bruselas ante la "tragedia infinita" de Gibraltar.




Esta película, basada en una experiencia real, además de ser una obra de arte, por lo binen hecha que está, es un buen documento y una gran lección acerca de como nace la conciencia si se ayuda a ello. Confiando y valorando al delincuente más que a la venganza social "justa" por el delito.

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