Dime lo que celebras y te diré que futuro te espera
Halloween. La fiesta yankee. El apósito adhesivo que el imperio mediático ha impuesto al mundo. Porque sí. Porque mola un mazo, colegas. Y da dinero. Cómo no. Si la felicidad es gratis y el sufrimiento es el negocio del siglo. De todos los siglos que en el tiempo han sido.
Ayer, a la caída de la tarde. Ahora que los anocheceres se adelantan, la
ciudad era una irrealidad fantasmagórica. Niños y adultos sin madurar, o
sea patéticos, paseaban por las aceras disfrazados de vampiros,
calaveras, demonios, fantasmas, trasgos, orcos, brujas y monstruos de
diversa especie y condición. Celebrar la fealdad, el terror y la
destrucción se ha convertido en un ritual festivo, en unos carnavales
obsoletos y ridículos, de infierno transgénico y desesperado en una
sociedad en crisis total, de todo. Esencialmente y como base idiopática
de la enfermedad, carente de valores. O sea, de salud. Terminal, en una
palabra.
¿Qué futuro tendrán generaciones que están creciendo mientras celebran el espanto como juego favorito ya programado en el IPhon y que tienen la falsificación de los dinosaurios como mascotas de peluche para dormir en sus cunitas y darles la ternura del primer contacto con lo, supuestamente, "vivo"?
No sé si los psicólogos lo habrán notado o si tal vez la mayoría de
ellos ni lo vea. Pero es imposible que sembrando horrores y
malformaciones mentales en el inconsciente humano, desde la más tierna
infancia, nuestra especie pueda producir algo mejor que psicópatas
robotizados o carne de manicomio. Idiotas cibernéticos y bricks vacíos
de contenido, dispuestos a llenarse de cualquier sustancia energética
que los quiera poseer y teledirigir.
Tampoco sé si alguien habrá advertido la sibilina e imperceptible
sustitución de fechas y de contenidos semióticos de este evento. La
fiesta de halloween ha venido a suplantar, no a la del recuerdo de los
difuntos queridos, que se celebra el día 2 de Noviembre, sino a la de Todos los Santos,
que en el plisplás de un escobazo dantesco y mercantil, ha quitado de
en medio una referencia importante para la evolución. Porque todos los santos son realmente, todos los seres humanos que van superando etapas de crecimiento y van alcanzando, en esta vida , grados de conciencia cada vez más sutiles, inteligentes, felices y amorosos. Es la fiesta de la Comunión de los Santos, es
decir, la fiesta que celebra la vivencia comunitaria, la energía vital
en común-unión de los que avanzan. La alegría del encuentro. De todos
nosotros, los hijos de la vida y no de la muerte. Pues la muerte es
estéril e instrumental, no es por sí misma, nada más que el punto de
salida y de entrada simultánea de un estado sólido-líquido, al estado
gaseoso y expansivo de lo que ha estado limitado y constreñido a una
forma determinada y cambiante. El paso de la materia a la energía que
hace posible cada experiencia y la dota de vida y movimiento. Es decir,
el paso de la conciencia reducida a la conciencia infinita. La muerte es
sólo la puerta multiusos que comunica las innumerables habitaciones de
nuestra casa cósmica. Quedarse atascados en el culto pueril e
insignificante a la calavera, a los infiernos, que sólo son obra
nuestra, a las brujas, fantasmas ,hombres-lobo, monstruos y demás
horrendeces, que son enfermedades y miasmas en la escoria del psiquismo
imaginario, deja el alma encerrada en un túnel de oscuridad. En un
páramo gris y tenebroso. Le arrebata recursos a la inteligencia. Congela
y recorta los caminos del crecimiento. Si todo "termina" en ese bosque
irreal de lo mortuorio, ¿para qué estudiar?,¿para qué trabajar?, ¿para
qué superarse? Si al final de todo sólo queda la calavera sobre dos
tibias cruzadas, ¿para qué hacer nada que no sea simplemente depredar y
procurar ser el depredador mejor que el depredado? Obviamente, quedar
reducidos a la simple animalidad, frustrando el proyecto humano en su
plenitud. Así el primitivismo asustadizo, tiene la posibilidad de
adquirir un caché que en realidad no le corresponde, porque la evolución
sigue a pesar de cualquier obstáculo, por más persistente y obsesivo
que sea. Sobre todo porque el culto a la animalidad se acaba en su
autodestrucción, mientras la vida adopta alturas y planos que el animal
pensante e inconsciente, se ha prohibido a sí mismo.
Hay que decir la verdad a los consumidores del espanto. No hace falta
que se inventen y compren disfraces para la familia, ni que busquen el
escalofrío de la irrealidad. Si de verdad quieren ver el horror real,
sólo deben enchufar la televisión y comparar los anuncios con el
panorama que ven cada día, dejar el cibermundo y salir a la calle.
Pasarse por las puertas de los supermercados, de los bancos, por los
hospitales que no admiten parados cuando han perdido el subsidio. Por
los comedores asistenciales que ya no dan abasto, por los contenedores
de basura, donde padres y madres de familia, que ayer los usaban para
tirar residuos, hoy buscan bolsas de pan de ayer, frutas tocadas, botes
de conserva caducados. Pueden encontrarse a Cecilia, la abuelita que
pide en la puerta de Mercadona, a la que los doscientos euros de
pensión, se le van en la luz, el gas y los gastos de comunidad. No le
queda nada para comer, ni para vestir, ni para farmacia recortada cuando
pilla un resfriado, cada vez más frecuente, porque al no comer casi
nada, no tiene defensas. Y sobrevive de lo que los clientes del super le
van dando.
Pueden llevar a los niños para que vean fantasmas de carne y hueso, a
charlar un rato con Arturo. Maestro de obras. Ha perdido su casa y su
trabajo. Está separado. Tiene tres hijos a su cargo que ya no pueden
pagarse los 3 euros del tupper ware. Y con casi cincuenta años no espera
que nadie le contrate a pesar de su experiencia.
Y si quieren ver a la bruja más piruja y vengativa, pueden presentarles a
Iris. Ecuatoriana furibunda y desesperada, capaz de matar para dar de
comer a los suyos y conseguir un billete de vuelta a los suburbios de
Guayaquil. El hombre-lobo puede ser Don Ramón. ATS jubilado y que ha
perdido hasta la camisa gracias a las preferentes, en un falso ahorro
pensionista, de un banco gallego que ahora subvenciona a Núñez Feijóo y
celebra el triunfo de la abstención. Eso sí que es el terror. Y no las
calaveras de plástico y los tridentes de juguete o los colmillos de
vampiros irrisorios. Para vampiro, este gobierno. Para sacamantecas, el
señor Presidente. Para brujas, el elenco que empieza en el Parlamento y
acaba en la Comunidades Autónomas. Para hombres del saco, los señorías
de la complicidad y el silencio cooperante. Para aquelarre, la
monarquía. Y para Santa Compaña, la iglesia tan silenciosa ante el
genocidio de la dignidad humana como gritona y estridente para defender
sus intereses y sus manías cratófilas y persecutorias.
Para terror, terror, pasen y vean los fenómenos tecnológicos que pueden
asolar un país en un santiamén si les cae gordo, por alguna razón
subversiva, a los inventores y sostenedores del halloween de marras. Y
España tiene todas las papeletas por haberse "inventado" la indignación
activa como respuesta al abuso global. Ahí está la clave. España ha
descubierto que el verdadero halloween vive en Wall Street y desde allí,
maneja todo, mientras va vendiendo folklore mortuorio para derrotar
psicológicamente al posible futuro de la humanidad, desde dentro de los
mismo consumidores, y con ello se llena los bolsillos a costa del euro
agonizante, el yen fukushimado y el verdadero opio del pueblo, que es el
miedo. Y así el anillo de Sauron va ocupando, sin inconveniente alguno,
los dedos y las mentes de los que gobiernan el negocio del horror.
Una humanidad que se olvida de celebrar su santidad natural y su
capacidad para ser feliz y solidariamente cívica, pero cree divertirse
al disfrazarse de cementerio y horror show, se está condenando a sí
misma a no tener futuro alguno. A ser su propia tumba. Donde ponemos la
atención, ponemos la dedicación. Y donde ponemos atención y dedicación,
ponemos el interés y el afecto; así sembramos el futuro.
Habrá que repensar el regalito envenenado que Europa y el mundo en general están recibiendo sumisa e irresponsablemente, desde Hollywood, Hallowen, el Pentágono, la Casa Blanca (?) y Wall Street.
Más que nada por supervivencia de la propia especie y del Planeta que la mantiene.
Y para muestra,este botón recién salido del horno crematorio:
Y para muestra,este botón recién salido del horno crematorio:
Las chicas, de entre 18 y 25 años, fueron aplastadas. La Policía cree que el disparo de una bengala provocó la avalancha.
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