Rufufú en Madrid
Un ladrón sexagenario disfrazado de cura, que se hacía pasar por funcionario de prisiones, armado con una vieja pistola con balas de fogueo, irrumpe en el domicilio ( en el de toda la vida no en el de ahora) de Luis Bárcenas, reduce y maniata a la esposa, el hijo y la empleada doméstica de la familia y exige que le entreguen el pendrive donde se refleja la contabilidad B del PP. Tras una azarosa peripecia Bárcenas junior desarma al intruso y la empleada doméstica pide ayuda a gritos rompiendo la quietud de las horas de sobremesa en el plácido y selecto barrio de Salamanca. Con menos mimbres hubiera trenzado el añorado Berlanga una buena película, un esperpento nacional, un sainete de gran comicidad con guión de Rafael Azcona.
La realidad desbanca de nuevo a la ficción y resulta harto problemático deslindar sus márgenes. Aunque los correveidiles, que tan útiles y jocosos resultan para los espías del Pentágono, apunten que el asaltante tenía problemas mentales y obraba por su cuenta esta versión desmerece frente a la que cada uno de los españoles nos hemos formado ya en nuestras calenturientas y recalentadas mentes, el guión de la farsa y licencia de Luis Bárcenas no se merece esa vuelta de tuerca. Todos sabemos que la tranquilidad que mostró el pérfido L.B. cuando se autodestruyeron misteriosamente los discos duros de sus ordenadores, se debía a un as en la manga, tan fácil de ocultar como un pendrive. Sabemos también quiénes son los más interesados en hacerse con la prueba, probablemente para destruirla en la intimidad. Lo sabemos y no estamos dispuestos a tragar con esa versión descafeinada. Además, el que el ladrón tuviese problemas mentales no era óbice, cortapisa ni valladar, sino todo lo contrario, para que no fuera contratado por alguien para hacer el trabajo sucio, aunque supongo que al genio que se le pudo ocurrir tan fina estrategia no estará muy dispuesto a reconocer su autoría para no convertirse en el hazmerreír de sus colegas y perderse la oportunidad de que algún día le den trabajo los de Método 3, ni siquiera de florero.
Entre cortinas de humo y cohetes de feria cada día resulta más arduo vislumbrar el paisaje de nuestra vida pública. Si los malos humos de los asuntos y los fuegos artificiales que celebran nuestra prodigiosa recuperación económica se disipasen de golpe tal vez tropezáramos con un páramo desierto o con un agujero negro en el que precipitarnos. Tendríamos que dar gracias a nuestros gobernantes por ponerle tan repajolera gracia a esta vida inane, a este yermo en el que deambulamos atónitos y dispersos que decía el poeta.
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