sábado, 26 de octubre de 2013

Al puente de Moncho no le faltan ojos para ver lo que hay y lo que no puede haber. Genial!

Rufufú en Madrid

25 oct 2013
por Moncho Alpuente

Los espías estadounidenses encargados de husmear en nuestros asuntos (no íbamos a ser menos que la Merkel) se lo deben estar pasando en grande con los avatares de nuestra apasionante vida política. No es probable que, entre la surtida gama de incidencias y menudencias que recopilan desde las sombras aparezcan importantes revelaciones o secretos de estado que puedan influir de alguna manera en los destinos del orbe y alertar a nuestros guardianes sobre tremendas conspiraciones y oscuras maniobras que puedan cambiar el curso de la Historia, pero, a cambio, nuestros escuchas tienen el privilegio de pasar sus estresantes jornadas laborales riendo a mandíbula batiente. Desde el cubículo del subsótano del Pentágono destinado a la sección española  los ecos de las carcajadas de los agentes de la spanish connection se difunden por todo el edificio para envidia de sus compañeros, incluso los funcionarios que eligieron Brasil con la esperanza de pasar unas horas entretenidos con los auriculares puestos palidecen de frustración y piden un urgente cambio de destino, la sección española está muy solicitada.
Un ladrón sexagenario disfrazado de cura, que se hacía pasar por funcionario de prisiones, armado con una vieja pistola con balas de fogueo, irrumpe en el domicilio ( en el de toda la vida no en el de ahora) de Luis Bárcenas, reduce y maniata a la esposa, el hijo y la empleada doméstica de la familia y exige que le entreguen el pendrive donde se refleja la contabilidad B del PP. Tras una azarosa peripecia Bárcenas junior desarma al intruso y la empleada doméstica pide ayuda a gritos rompiendo la quietud de las horas de sobremesa en el plácido y selecto barrio de Salamanca. Con menos mimbres hubiera trenzado el añorado Berlanga una buena película, un esperpento nacional, un sainete de gran comicidad con guión de Rafael Azcona.
La realidad desbanca de nuevo a la ficción y resulta harto problemático deslindar sus márgenes. Aunque los correveidiles, que tan útiles y jocosos resultan para los espías del Pentágono, apunten que el asaltante tenía problemas mentales y obraba por su cuenta esta versión desmerece frente a la que cada uno de los españoles nos hemos formado ya en nuestras calenturientas y recalentadas mentes, el guión de la farsa y licencia de Luis Bárcenas no se merece esa vuelta de tuerca. Todos sabemos que la tranquilidad que mostró el pérfido L.B. cuando se autodestruyeron misteriosamente los discos duros de sus ordenadores, se debía a un as en la manga, tan fácil de ocultar como un pendrive. Sabemos también quiénes son los más interesados en hacerse con la prueba, probablemente para destruirla en la intimidad. Lo sabemos y no estamos dispuestos a tragar con esa versión descafeinada. Además, el que el ladrón tuviese problemas mentales no era óbice, cortapisa ni valladar, sino todo lo contrario, para que no fuera contratado por alguien para  hacer el trabajo sucio, aunque supongo que al genio que se le pudo ocurrir tan fina estrategia no estará muy dispuesto a reconocer su autoría  para no convertirse en el hazmerreír de sus colegas y perderse la oportunidad de que algún día le den trabajo los de Método 3, ni siquiera de florero.
Entre cortinas de humo y cohetes de feria cada día resulta más arduo vislumbrar el paisaje de nuestra vida pública. Si los malos humos de los asuntos y los fuegos artificiales que celebran nuestra prodigiosa recuperación económica se disipasen de golpe tal vez tropezáramos con un páramo desierto o con un agujero negro en el que precipitarnos. Tendríamos que dar gracias a nuestros gobernantes por ponerle tan repajolera gracia a esta vida inane, a este yermo en el que deambulamos atónitos y dispersos que decía el poeta.

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