Se le han plantado delante con las vergüenzas al aire. Unas vergüenzas que se han perdido previamente en la Rusia de Putin - no se podía esperar menos de un patronímico que ya canta por sí mismo- y que han exportado por el mundo mundial, como los americanos del Norte exportan testosterona transmutada en armamento o en ojo de dólar-bigbrother. Pero esta vez son buenas mozas lozanas y saltarinas en vez de mozos y mozas militarizados en modelitos android con camuflaje y tecnología letal para experimentar en el Medioriente.
En vez de esas atrocidades las nietas de la revolución lenninista exportan estrógenos cabreadísimos. Duras y fuertes como sus antepasadas rusas curtidas por más de siete décadas de hoz y martillo, llevan en los genes la austeridad del pueblo en plan sección femenina sin tapujos ni miajita de corte ni confección ni recetas de empanadillas ni de cocido montañés o lecciones de pediatría casera en cátedra ambulante y castillo de la Mota con fantasma de Isabel incluído. Donde va a parar. Ellas han tirado por la calle del medio y han preferido, por solidaridad contestataria, el look de los antiguos exhibicionistas de la Ciudad Universitaria Complutense de mis tiempos.
Aquellos desgraciados mendigos del sexo ocular no eran femen, eran machen. Y también reivindicaban sus escuálidas y desesperadas corporeidades bajo aquellas gabardinas mugrientas y todas del mismo color bajo las farolas de la Avenida Complutense o la de de Juan XXIII; ellos, sin embargo, en vez de enseñar el torso como las chicas de ahora, preferían los bajos fondos anatómicos que nunca conseguían exhibir con éxito porque las chicas de entonces estábamos muy bien entrenadas en las pistas de atletismo del campus y solíamos experimentar dos impulsos instintivos ante aquellos desguaces del equilibrio psico-emocional: correr como centellas huyendo de aquel espectáculo horrendo, violento, cutre con sordina o agarrar un pedrusco o pegarles un patadón de judoka en los mismísimos hasta dejarlos sin respiración, blancos como la cera revolcándose por el césped de Farmacia, de Medicina o entre los abetos de Teleco o Agrónomos, gritando barbaridades y amenazas en clave "Be", de bestiaparda. Según pintase el grado de preparación muscular femenina en el entrenamiento deportivo de aquella "maría" que era la educación física junto a la religión y a la formación "política" del espíritu nacional. No había otra cosa más a mano: sprint a toda velocidad, pedrada en plan David-Goliat y/o patadón in situ sin contemplaciones. Ni derechos humanos ni nada parecido. Que nuestra educación cívica no daba para más en aquellos tiempos de beaterío pero sin piedad alguna en tales casos, un civismo como el de Gallardón y las femen, más o menos, que están a la misma altura en formación sexual-emotiva que aquellos infortunios camuflados de sátiro franquista, reprimido y oligofrénico, pero mucho más desinhibidas y frescachonas que aquellos pobres diablos enfermos de satiriasis contestaria y sin catalogar por ningún Doctor Marañón ni Vallejo-Nájera que no estaban para tratar indecencias contra el sexto mandamiento sino para cosas mucho más serias como redactar vidas de excelsos psicópatas rijosos del pasado, como los donjuanes dinásticos y los locos egregios. Qué no tenían parangón con la morralla de los faunos asaltantes en las sombras del crepúsculo encantador de un Madrid casposo-franquista que vivía de espaldas al drama acosador de universitarias cada vez menos desprevenidas y dispuestas a cualquier cosa para espantar moscones sexópatas.
Ahora estas exhibicionistas de importación que para reivindicar el derecho al aborto se ponen a la misma altura cognitiva, molestona e intelectual de Gallardón & company, nos recuerdan que los ciclos se repiten con la misma regularidad monótona y obsexiva de los tiempos de siempre, de esos que no pueden cambiar si los humanos se niegan a evolucionar y a descubrir que tras los mismos instintos y la misma demencia en distintos registros, todos los gatos son pardos, como los exhibicionistas bajo las gabardinas del ayer y las farolas de todas las dictaduras de este mundo.
Las jóvenes sátiras de hoy son la respuesta cósmica a la mentecatez de Gallardón, que nos está dejando las leyes a la misma altura de aquellos malos tiempos, donde la mujer o era una madre en ciernes desde que nacía, en versión fisiológica o en versión monjil, o era marimacho, o furcia, según las definiciones del momento. No había más expectativas de realizarse para un ser humano de género femenino.
La aparición de este show ninfómano-reivindicativo sólo aporta el triste certificado de inteligencia moribunda en una sociedad que se acaba y se consume dando una vuelta más de tuerca en el engranaje del disparate escénico, de un histriónico auto sacramental de demencia juvenil, ese alzahimer al revés, para una generación que olvidando a la fuerza su futuro sólo logra regresar al Paleolítico, armada con internet, tecnología punta del presente, sin más objeto que comprarla y olvidarla para seguir comprando cibertrastos y vendiendo almas vacías, en la fragilidad del desamparo más trágico. Con la coopperación incondicional de Gallardón y sus comppinches de hazañas e hippocresías antipolíticas.
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