Tomar el Estado
por Luis Gracía Montero
En una de sus confesiones más famosas, poco antes de
pegarse un tiro en la cabeza, Mariano José de Larra afirmó que escribir
en Madrid era llorar. La frase extendió después su vuelo y cambió con
naturalidad sus dimensiones geográficas porque la gente identificó
Madrid con la corte, es decir, con los rumbos generales de la política
Española. Empezamos así a repetir que escribir en España es llorar. Como
Larra fue un ejemplo de escritor público, comprometido con los males de
la sociedad, no me reprochará que cambie un poco la frase. Ser
ciudadano en España es llorar. Llorar de vergüenza.
Es tanta la vergüenza con la que convivimos cada día que, para
secarse las lágrimas, no basta con comprar todos los pañuelos de papel
que venden los mendigos en los semáforos de las ciudades españolas.
Quiero decir que no basta con quejarse. Hay que pasar al ataque
político. Hay que tomar el Estado. Aunque la cultura neoliberal intente
desacreditar la importancia del Estado, el tejido legal público sigue
manteniendo un peso decisivo a la hora de regular la convivencia. Sin un
Estado vergonzoso, los ciudadanos no pasaríamos tanta vergüenza cuando
se habla del paro, la religión, la vivienda y el régimen bipartidista
que sufrimos.
Es para llorar de vergüenza que una vicepresidenta del Gobierno se
permita denunciar a 520.000 desempleados por cometer fraude con el
subsidio. Lo de menos es la mentira de la cifra. Lo demás es otra cosa:
el verdadero fraude que debilita la fiscalidad española tiene que ver
con los impuesto de las grandes empresas. Una legislación vergonzosa
permite por mil caminos la ingeniería del no pago. Y, por si faltaba
algo, los inspectores de hacienda tienen una tradicional obligación de
cerrar los ojos ante el fraude de los poderosos. Se facilita hasta el
blanqueo del dinero defraudado. Aquí sólo se vigila al sector medio de
los autónomos y a los asalariados. Ahora se criminaliza también a los
españoles que, por culpa de unos gobiernos sumisos a la especulación y
las instituciones financieras, sufren el paro. Es para llorar.
Es para llorar que los máximos representantes del Gobierno de España y
de la Generalitat participen en una falsificación histórica como la
perpetrada en Tarragona. La beatificación de los mártires de la Iglesia
Católica en la guerra civil sólo es posible por culpa de un Estado que
lleva años queriendo falsificar la historia de España. Pero la España
del suegro de Undargarín no es la España real. La iglesia Católica
preparó, alimentó, participó y consagró en 1936 un golpe militar feroz
contra un Gobierno democrático. Después bendijo durante 40 años los
crímenes y las represiones sistemáticas de la dictadura. La mayoría de
los sacerdotes muertos en la guerra no fueron víctimas de su fe. Cayeron
en su propio golpe de Estado y como luchadores fascistas en un asalto a
la legitimidad republicana. Los que no somos partidarios de los golpes
de Estado ni de la violencia sentimos cualquier muerte. Pero es para
llorar el espectáculo de un país que convierte a los verdugos en héroes.
Y es para llorar de vergüenza que un grupo de trabajo de la ONU haya
tenido que denunciar recientemente la dejadez de los gobiernos
democráticos españoles a la hora de buscar justicia y reparación para
las verdaderas víctimas del golpe militar de 1936.
Da vergüenza también que el Tribunal de Derechos Humanos de
Estrasburgo tenga que paralizar el desalojo de 43 ciudadanos españoles.
Da vergüenza nuestra ley hipotecaria. Da vergüenza nuestra manera de
pagar la factura de los bancos y sus malos negocios a costa de
empobrecer a la mayoría de la población. Da vergüenza el sometimiento de
los partidos mayoritarios a la oligarquía económica.
Es para llorar, pero no basta con llorar. Hay que tomar el Estado,
cambiar las leyes que nos condenan a las lágrimas y a la vergüenza.
Escribir en Madrid, en España, es hoy contener la rabia, morderse la
lengua, no pasarse en la cólera destructiva, no gritar contra los que de
una forma u otra, por acción u omisión, han sometido la vida ciudadana a
un respirar contaminado y vergonzoso. Más que la inercia negativa, se
necesitan ahora optimismo y valor para configurar una nueva mayoría, una
transformación del Estado. Eso, o mirarse al espejo como Larra y
pegarse un tiro en la cabeza.
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Estamos con Czeslaw Milosz, un premio Nobel del siglo pasado, que escribió:
¿Qué es la poesía si no salva
Naciones y hombres?
Complicidad de mentiras oficiales,
Canción de ebrios antes de caer degollados.
¿Cómo podría escribir mi alma
y ser poesía
con mente y corazón acompasados
si volviese la espalda a lo que veo
si no me mantuviese la utopía
cuando el otro te importa, te cala
y te convierte en cómplice de amor,
en amalgama, en canto derramado
como la sangre,el hambre y el olvido,
en materia que bulle y se derrama ,
en energía, en manos,en abrazo,
en solidario beso que ocupa cada plaza
derriba cada muro y convierte el silencio
en llanto y rabia?
Así nacen la vida, las luces del futuro
y la palabra. Palabra como pan
y pan como justicia
Poesía que te arranca del sillón
que descoloca la paz de las inercias
u y el orden del salón
y salta por los rostros y las lágrimas
que levanta la calle
que grita en otras voces
y se lleva los miedos al taller del desguace.
No puedo ser poeta ni puedo ser humana
si olvido la palabra como aliento
como las vitaminas que alimentan
si olvido que en el Verbo está la carne
y en la carne nos nace amor con alma
Tu llanto, hermano mío, es ya mi llanto
y tu futuro el cierzo que me empuja.
Tu paro, tu recorte, tu dolor, tu abandono,
son la hiedra que trepa en las murallas .
No se puede callar. No es de recibo.
No hay morzada en el mundo
capaz de sofocar la voz que sufre y clama.
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