La rebelión de los peatones
Ha llegado el momento de acabar con la dictadura de las cuatro
ruedas, de civilizar la ciudad recuperando espacio para caminar o ir en
bici
Artículo publicado en el último número de la revista de eldiario.es, 'La ciudad civilizada'
Artículo publicado en el último número de la revista de eldiario.es, 'La ciudad civilizada'
La boina calada, maleta de cartón, cesto con
gallinas, perdido entre los coches y los autobuses, sordo por las
bocinas, apenas comprendía el funcionamiento de los semáforos. El
inefable Paco Martínez Soria, recién llegado a Madrid, sorteaba el
tráfico de la Glorieta de Atocha. Desesperado, después de muchas
peripecias, llegó a una conclusión muy razonable: la ciudad no es para
mí. Eran los años sesenta y el cine reflejaba la pujanza del crecimiento
de las ciudades, la invasión de los vehículos motorizados, el inicio de
la pasión por el coche, símbolo del progreso personal y de la libertad
individual.
España apenas empezaba a salir de la
miseria de la posguerra y ni las carreteras ni los centros urbanos
estaban preparados para la invasión motorizada. Muy pronto se vio que
los peatones iban a perder la batalla. Desaparecieron bulevares, se
achicaron las plazas, se talaron árboles, se redujeron espacios verdes
para recibir con alegría la invasión de los automóviles. Y, en cuanto la
economía lo permitió, se invirtieron miles de millones de pesetas
primero y, ya en este siglo, de euros, para facilitar su entrada hasta
el mismo centro de las urbes.
Los automovilistas, es decir casi todos, nos creímos los
dueños de la ciudad. Entendimos que al comprar el coche adquiríamos
también el derecho a ocupar un lugar, y así llegamos a la situación
actual, en la que en casi todas las ciudades el 20% de las personas, con
sus coches, ocupa el 80% del espacio... y envenenan (envenenamos) al
100% de los vecinos. Y es este último dato el que hoy hace saltar todas
las alarmas.
Quizá si los coches no fuesen tan
asesinos habríamos seguido soportando y pagando tan tranquilos el peaje
de su invasión. Pero hace ya muchos años que sabemos que no solo son
molestos, también nos están matando de manera silenciosa con sus malos
humos y de manera poco discreta con su atronadora presencia. Escándalos
como el reciente de los trucados motores diésel de Volkswagen y de otras
muchas marcas no han hecho más que confirmar lo que sospechábamos: la
situación es mucho más grave y, además, nos estaban engañando.
Ha llegado por tanto el momento de darle la vuelta. De rebelarse contra
la dictadura de las cuatro ruedas, de civilizar la ciudad recuperando
el espacio para los peatones y los vehículos –las bicis– que se mueven
en una escala más humana. De darle cada vez más protagonismo y
eficiencia al transporte colectivo. De aprovechar la oportunidad para
recuperar un paisaje urbano que permita la convivencia, el juego, el
paseo.
Es verdad, no es una operación sencilla. Los intereses de la industria y sus lobbies
son poderosos. Y se requiere criterio y valentía por parte de los
alcaldes y recetas adaptadas a las particularidades urbanísticas de cada
lugar. Pero somos los propios vecinos los que tenemos que exigir a
nuestros políticos que se atrevan. También los que con el cambio de
nuestros hábitos empujemos las transformaciones. Ha llegado el momento
de que todo el mundo tenga claro que la movilidad es mover personas, no
coches.
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