Son personas que para encontrarse a
sí mismas escogieron salvar el medio rural. Se denominan neorrurales y,
para economizar los tecnicismos, el término define a aquellos que en un
momento de sus vidas, y movidos por motivos personales, afectivos,
laborales o económicos, decidieron abandonar las ciudades y regresar a
los pueblos. A los habitados o a los que corrían peligro de desaparecer,
a los que han dotado de nuevos bríos hasta borrarlos de las listas
negras de la despoblación. Los neorrurales representan la cara amable de
este problema aunque sus vidas no siempre sean idílicas y urja
desmontar algunos de los tópicos al respecto.
Por
ejemplo, que se trata de una actividad limitada a jóvenes y okupas, más
relacionada con los movimientos hippie y punk y la gestión
autosuficiente de los recursos que con el desarrollo de la economía
local. Otro mito reside en considerar a este segmento de la población
como totalmente desligado de las grandes ciudades. No siempre es así.
Cada vez se observa más movimientos entre personas de 55 y 60 años,
prejubilados que regresan a sus lugares de origen, donde cuentan con una
segunda residencia familiar, o simplemente deciden cambiar de aires,
como señala Luis Camarero, profesor de Sociología de la Universidad
Nacional de Enseñanza a Distancia (UNED), quien data la verdadera
expansión de este movimiento a finales de la década de los 80.
También se constata un vínculo cada vez más fuerte con
las ciudades. Ya no se trata tanto de organizar una vida y un trabajo en
un paraje casi inaccesible como de armonizar el lado urbano con el
rural. Y otro factor negativo, la crisis económica ha obligado a muchos a
retomar sus vidas anteriores en las capitales ante la imposibilidad de
sacar adelante las actividades económicas ligadas a estos entornos hasta
hace unos años casi hostiles, señala Camarero en su estudio.
Aineto, un ejemplo de autogestión
No es el caso de Aineto, localidad próxima a Sabiñánigo que mantiene el
espíritu de los primeros que llegaron hace casi 40 años para devolverle
la vida. Un pueblo que, con unos 40 habitantes, apuesta por la
autogestión y el asamblearismo para organizarse. Asentado en un terreno
que pertenece al Gobierno de Aragón -está a punto de expirar la última
cesión firmada por 20 años- Aineto era un lugar “en el que todo estaba
por hacer”, recuerda Luis Alberto Alonso, un madrileño de 55 años que
llegó hace 30 “llamado por la naturaleza” y que lamenta “que no se
valore del todo el impacto de la labor realizada por los neorrurales
para rehabilitar estos pueblos”.
Aineto peleó por su escuela en los despachos. Primero
desempeñó el papel de aula la bajera cedida por una vecina a la que los
padres se encargaban de llevar leña y utilizaban las baterías de los
coches para producir electricidad. Tras una dura batalla con la
Dirección Provincial de Educación recibieron “una barraca de las que les
sobraban” en la que pudieron instalar a los niños. Ahora cuentan con
ganadería, servicio de médico, pan y la primera fábrica cervecera
artesana ecológica de Aragón. Alonso es “escéptico” con el papel de las
instituciones frente a la despoblación: “Aquí uno puede invertir su
dinero, pero si decide irse esto es de la DGA. Hay que abrir más
pueblos, en Aineto tenemos lista de espera”, explica.
En Aragón, además de las habituales causas que forzaron la despoblación,
como la revolución industrial entre fines del siglo XIX y comienzos del
XX y el desorbitado crecimiento de la capital en unos pocos años con la
subsiguiente migración en los 60 y los 70, adquiere un gran peso la
Guerra Civil. Por los movimientos migratorios que provocó y por las
muertes. Banastás perdió la mitad de su población. Su ‘pecado’, ubicarse
en el centro exacto de la ofensiva republicana contra la capital
oscense.
Ceresola se queda sin su último habitante
El hercúleo trabajo sacado adelante por el investigador oscense
Cristian Laglera en tres libros publicados entre 2014 y 2015 y la web www.despobladosenhuesca.com concluye
que Huesca es la provincia española con más pueblos deshabitados, unos
320, y por tanto con mayores oportunidades para los neorrurales. Citar
todos ellos desbordaría el espacio reservado para este reportaje. Según
Laglera, el 90 por ciento de estas poblaciones se abandonaron entre 1930
y 1960 por motivos como “la construcción de pantanos y sobre todo, la
falta de servicios básicos”. El último en caer, Ceresola, en el Alto
Gállego, después de la jubilación por enfermedad de su último habitante.
De momento, nadie ha querido tomar su relevo.
El
turismo rural ha contribuido a la recuperación de estos núcleos rurales,
aunque en opinión de este historiador no se trata de un fenómeno tan
extendido como para considerarlo clave dentro del movimiento neorrural.
La lista de pueblos recuperados a lo largo de casi cuatro décadas
presenta nombres como los de Búbal, en el Valle de Tena; Griébal,
afectado en su día por la construcción del pantano de Mediano; Morillo
de Tou, convertido en un punto de referencia para el ocio familiar;
Ligüerre de Cinca, Centenera, Raluy, La Penilla, Bergua…
Según el Instituto Aragonés de Estadística, más del 70 por ciento de
los aragoneses habitan en núcleos urbanos por encima de los 10.000
habitantes. La capital, Zaragoza, concentra más del 50 por ciento de los
habitantes de la Comunidad Autónoma. El otro 50 %, en 730 municipios.
Entonces, ¿qué queda en las zonas rurales? Apenas un 16 por ciento de
esta población repartida en las tres provincias. Se llevan la palma Los
Monegros; la zona desértica más amplia de Europa occidental y la tercera
comarca más extensa de Aragón presenta una densidad de población de
apenas 7 habitantes por kilómetros cuadrado cuando la media aragonesa es
de 26.
Una gallega en Lanaja
Hasta la
localidad monegrina de Lanaja se mudó hace cuatro años Paola Martínez,
una coruñesa de 37 años que conoció a su marido, natural de esta
población oscense, en Barcelona. “Reformamos una casa que estaba hecha
polvo, el suelo era de cemento. Primero era para los fines de semana y
después ha sido residencia fija”, explica. Para ella, “era un sueño
poder venir aquí. Él trabaja desde casa y puede encargarse de nuestra
hija. Con 20 euros se pasa la semana. Siempre estamos al aire libre, a
un kilómetro ya tenemos el monte”.
Paola, que fue madre de nuevo el pasado domingo e
hizo una hora de viaje hasta el hospital, no echa de menos ni las
tiendas ni los restaurantes: “Si tengo que viajar a Madrid puedo tomar
el AVE en Tardienta, y tenemos a una distancia similar Huesca y
Zaragoza. Nuestros amigos se quedan encantados cada vez que vienen,
encuentran Lanaja súper exótico y tranquilo”. Y ha plasmado sus
experiencias como neorrural en el blog “ Vivir en Lanaja”.
Bediello y La Selva llegan a los tribunales
Los repobladores también se han enfrentado a problemas judiciales.
Nueve jóvenes de Aragón y Cataluña que se instalaron en la aldea de
Bediello y la cercana masía de La Selva, en la Comarca de Sobrarbe,
fueron denunciados por la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) por
la presunta usurpación de unos terrenos de titularidad pública que
fueron expropiados en los 60 por el proyecto de otro pantano. El
movimiento neorrural choca a menudo con unas administraciones que, a la
vez, impulsa iniciativas para recuperar estos pueblos perdidos.
El papel de estas se plasmó en los 80 en el Programa de Recuperación y
Utilización Educativa de Pueblos Abandonados (Pruepa), fruto del acuerdo
entre varios Ministerios y gobiernos autonómicos, entre ellos el
aragonés. En las conclusiones del reciente Congreso Nacional de
Despoblación en el Medio Rural celebrado en Huesca se exhorta a las
administraciones nacionales y europeas a implicarse del todo para atajar
este grave problema. El acceso a Internet, pero también a agua y
electricidad y a unas carreteras dignas son las primeras piedras que
unos pioneros ya trataron de levantar por su cuenta desde el siglo
pasado.
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