domingo, 23 de julio de 2017

El movimiento neorrural: la gran esperanza para detener la despoblación


Aineto cuenta con una muestra de cine autofinanciada por sus habitantes.
Aineto cuenta con una muestra de cine autofinanciada por sus habitantes.
Son personas que para encontrarse a sí mismas escogieron salvar el medio rural. Se denominan neorrurales y, para economizar los tecnicismos, el término define a aquellos que en un momento de sus vidas, y movidos por motivos personales, afectivos, laborales o económicos, decidieron abandonar las ciudades y regresar a los pueblos. A los habitados o a los que corrían peligro de desaparecer, a los que han dotado de nuevos bríos hasta borrarlos de las listas negras de la despoblación. Los neorrurales representan la cara amable de este problema aunque sus vidas no siempre sean idílicas y urja desmontar algunos de los tópicos al respecto.
Por ejemplo, que se trata de una actividad limitada a jóvenes y okupas, más relacionada con los movimientos hippie y punk y la gestión autosuficiente de los recursos que con el desarrollo de la economía local. Otro mito reside en considerar a este segmento de la población como totalmente desligado de las grandes ciudades. No siempre es así. Cada vez se observa más movimientos entre personas de 55 y 60 años, prejubilados que regresan a sus lugares de origen, donde cuentan con una segunda residencia familiar, o simplemente deciden cambiar de aires, como señala Luis Camarero, profesor de Sociología de la Universidad Nacional de Enseñanza a Distancia (UNED), quien data la verdadera expansión de este movimiento a finales de la década de los 80.
También se constata un vínculo cada vez más fuerte con las ciudades. Ya no se trata tanto de organizar una vida y un trabajo en un paraje casi inaccesible como de armonizar el lado urbano con el rural. Y otro factor negativo, la crisis económica ha obligado a muchos a retomar sus vidas anteriores en las capitales ante la imposibilidad de sacar adelante las actividades económicas ligadas a estos entornos hasta hace unos años casi hostiles, señala Camarero en su estudio.

Aineto, un ejemplo de autogestión

No es el caso de Aineto, localidad próxima a Sabiñánigo que mantiene el espíritu de los primeros que llegaron hace casi 40 años para devolverle la vida. Un pueblo que, con unos 40 habitantes, apuesta por la autogestión y el asamblearismo para organizarse. Asentado en un terreno que pertenece al Gobierno de Aragón -está a punto de expirar la última cesión firmada por 20 años- Aineto era un lugar “en el que todo estaba por hacer”, recuerda Luis Alberto Alonso, un madrileño de 55 años que llegó hace 30 “llamado por la naturaleza” y que lamenta “que no se valore del todo el impacto de la labor realizada por los neorrurales para rehabilitar estos pueblos”.
Vista de Aineto, en el Alto Gállego.
Vista de Aineto, en el Alto Gállego.
Aineto peleó por su escuela en los despachos. Primero desempeñó el papel de aula la bajera cedida por una vecina a la que los padres se encargaban de llevar leña y utilizaban las baterías de los coches para producir electricidad. Tras una dura batalla con la Dirección Provincial de Educación recibieron “una barraca de las que les sobraban” en la que pudieron instalar a los niños. Ahora cuentan con ganadería, servicio de médico, pan y la primera fábrica cervecera artesana ecológica de Aragón. Alonso es “escéptico” con el papel de las instituciones frente a la despoblación: “Aquí uno puede invertir su dinero, pero si decide irse esto es de la DGA. Hay que abrir más pueblos, en Aineto tenemos lista de espera”, explica.
En Aragón, además de las habituales causas que forzaron la despoblación, como la revolución industrial entre fines del siglo XIX y comienzos del XX y el desorbitado crecimiento de la capital en unos pocos años con la subsiguiente migración en los 60 y los 70, adquiere un gran peso la Guerra Civil. Por los movimientos migratorios que provocó y por las muertes. Banastás perdió la mitad de su población. Su ‘pecado’, ubicarse en el centro exacto de la ofensiva republicana contra la capital oscense.

Ceresola se queda sin su último habitante

El hercúleo trabajo sacado adelante por el investigador oscense Cristian Laglera en tres libros publicados entre 2014 y 2015 y la web www.despobladosenhuesca.com concluye que Huesca es la provincia española con más pueblos deshabitados, unos 320, y por tanto con mayores oportunidades para los neorrurales. Citar todos ellos desbordaría el espacio reservado para este reportaje. Según Laglera, el 90 por ciento de estas poblaciones se abandonaron entre 1930 y 1960 por motivos como “la construcción de pantanos y sobre todo, la falta de servicios básicos”. El último en caer, Ceresola, en el Alto Gállego, después de la jubilación por enfermedad de su último habitante. De momento, nadie ha querido tomar su relevo.
El turismo rural ha contribuido a la recuperación de estos núcleos rurales, aunque en opinión de este historiador no se trata de un fenómeno tan extendido como para considerarlo clave dentro del movimiento neorrural. La lista de pueblos recuperados a lo largo de casi cuatro décadas presenta nombres como los de Búbal, en el Valle de Tena; Griébal, afectado en su día por la construcción del pantano de Mediano; Morillo de Tou, convertido en un punto de referencia para el ocio familiar; Ligüerre de Cinca, Centenera, Raluy, La Penilla, Bergua…
Según el Instituto Aragonés de Estadística, más del 70 por ciento de los aragoneses habitan en núcleos urbanos por encima de los 10.000 habitantes. La capital, Zaragoza, concentra más del 50 por ciento de los habitantes de la Comunidad Autónoma. El otro 50 %, en 730 municipios. Entonces, ¿qué queda en las zonas rurales? Apenas un 16 por ciento de esta población repartida en las tres provincias. Se llevan la palma Los Monegros; la zona desértica más amplia de Europa occidental y la tercera comarca más extensa de Aragón presenta una densidad de población de apenas 7 habitantes por kilómetros cuadrado cuando la media aragonesa es de 26.

Una gallega en Lanaja

Hasta la localidad monegrina de Lanaja se mudó hace cuatro años Paola Martínez, una coruñesa de 37 años que conoció a su marido, natural de esta población oscense, en Barcelona. “Reformamos una casa que estaba hecha polvo, el suelo era de cemento. Primero era para los fines de semana y después ha sido residencia fija”, explica. Para ella, “era un sueño poder venir aquí. Él trabaja desde casa y puede encargarse de nuestra hija. Con 20 euros se pasa la semana. Siempre estamos al aire libre, a un kilómetro ya tenemos el monte”.
Un rincón de la casa de Paola Martínez en Lanaja, en Los Monegros.
Un rincón de la casa de Paola Martínez en Lanaja, en Los Monegros.
Paola, que fue madre de nuevo el pasado domingo e hizo una hora de viaje hasta el hospital, no echa de menos ni las tiendas ni los restaurantes: “Si tengo que viajar a Madrid puedo tomar el AVE en Tardienta, y tenemos a una distancia similar Huesca y Zaragoza. Nuestros amigos se quedan encantados cada vez que vienen, encuentran Lanaja súper exótico y tranquilo”. Y ha plasmado sus experiencias como neorrural en el blog “ Vivir en Lanaja”.

Bediello y La Selva llegan a los tribunales

Los repobladores también se han enfrentado a problemas judiciales. Nueve jóvenes de Aragón y Cataluña que se instalaron en la aldea de Bediello y la cercana masía de La Selva, en la Comarca de Sobrarbe, fueron denunciados por la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) por la presunta usurpación de unos terrenos de titularidad pública que fueron expropiados en los 60 por el proyecto de otro pantano. El movimiento neorrural choca a menudo con unas administraciones que, a la vez, impulsa iniciativas para recuperar estos pueblos perdidos.
El papel de estas se plasmó en los 80 en el Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados (Pruepa), fruto del acuerdo entre varios Ministerios y gobiernos autonómicos, entre ellos el aragonés. En las conclusiones del reciente Congreso Nacional de Despoblación en el Medio Rural celebrado en Huesca se exhorta a las administraciones nacionales y europeas a implicarse del todo para atajar este grave problema. El acceso a Internet, pero también a agua y electricidad y a unas carreteras dignas son las primeras piedras que unos pioneros ya trataron de levantar por su cuenta desde el siglo pasado.

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