Cuenta
su madre que cuando llora, a Ayam se le pierde la mirada. “Ha tenido
que venir un psicólogo a la escuela solo para ella”, explica su madre.
Ayam
tiene 8 años y cada mañana un soldado israelí, a través de una cámara,
decide a qué hora abre la puerta para que Ayam pueda salir de casa e ir
al colegio. A veces tarda una hora, a veces dos. El pasado invierno hubo
una vez en que los soldados israelíes no abrieron su puerta durante 12
días.
Esta es la historia
de Ayam, de sus hermanos y de sus padres pero es también la historia de
las miles de personas palestinas que sufren el encierro desde el que el
muro israelí
les separa del resto de la vida.
Pero puede que no haya nada mejor para explicarlo que escuchar a Ayam y seguir el recorrido de su mirada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario