martes, 11 de julio de 2017

Una sociedad cruel, mecanica e hiperestésica


Me pregunto cada día, después de leer la prensa, si esto tendrá arreglo. Y nunca me aclaro. Lo confieso. Sí que me va quedando bastante nítido el convencimiento de que si un cambio en la conciencia personal no acompaña al cambio de la conciencia colectiva, social y política, no será posible algo mejor de lo que padecemos con una 'normalidad' increíble. Patológica. Por más seguridades que tengamos, por más dinero que se invierta en mejoras puntuales de un sistema petrificado en sus fijaciones, inmaduro y manipulable al cien por cien, totalmente en manos de las redes sociales y de los intereses que se esconden tras ellas, unas veces bien intencionados y otras, la mayoría, pervertidos y repugnantes.


La muerte de un acróbata en medio de su exhibición, que era su trabajo, en medio de un festival veraniego, ha desencadenado un torrente de opiniones escandalizadas. No deberíamos quedarnos anclados en la indignación, ni siquiera en la justa reivindicación, sino ir al fondo de las causas reales y no sólo circunstanciales. Que los traumas no nos dejen empotrados en la periferia del enfado emocional como noticia, completamente natural si hay empatía y salud racional-emotiva. 
Por supuesto que cualquier muerte por accidente laboral es un golpe doble, que añade a la pérdida de las vidas humanas la impotencia y la rabia por la inseguridad y los posibles fallos mecánicos debidos a la incompetencia, a la negligencia y la miseria de las empresas y de quienes deberían prever y revisar mecanismos, máquinas, herramientas, horarios y salarios justos. Digamos que este es el catón de la normalidad. Pero sobre esos parámetros legítimos y completamente necesarios, se monta la burbuja histérica, que también es negocio. Y no solo eso, también es manipulable y susceptible a la percepción deformada de la realidad. Además de convertirse en globos que se hinchan y deshinchan con la misma rapidez, hasta la próxima ocasión. Y así nos vamos acostumbrando a convivir espectacularmente con lo que siempre hemos convivido en petit comité, pero desde una óptica globalizada e inmediata, inflamable, que precisamente por esa rapidez con que los infortunios y las glorias estallan y desaparecen, puede estarnos convirtiendo en consumidores de emociones sin capacidad para profundizar y convertirlas en sentimientos, que son lo que en realidad nos activan y nos hacen involucrarnos en un proyecto concreto que mejore algún aspecto positivo, común, real y material de la sociedad que compartimos. 
Más que nada, es que el ser humano necesita un tiempo y un espacio íntimos, un punto de serenidad personal con lucidez suficiente para poder asimilar y ordenar sus capacidades y sus decisiones, sus ideas y sus recursos individuales, para decidir, actuar y ser útil, además de ser una masa cabreada, asustada y alienada por el cabreo y el miedo. Pero cunde la sensación de que una humanidad despierta y capaz de autogestionar su potencial no interesa a los que dominan el cotarro. Mejor, ser dependientes emocionales. Las cadenas que más enganchan no se ven ni se piensan. Se sienten, se vomitan y se absorben de nuevo "enriquecidas" por el mismo proceso compartido de lejos, pero cerquísima en la pantalla del Iphon o del Ipad.


Este sistema nos paraliza entre el instinto de supervivencia, los traumas informativos en la emocionalidad colectiva y su publicidad ininterrumpida de sí mismo. No quiere que pensemos, ni que reflexionemos, ni que analicemos por cuenta propia. Actúa como las religiones: dominando desde el inconsciente las pulsiones incontrolables, por ejemplo, la inseguridad, el miedo a todo lo que excede esa especie de encantamiento contagioso que nos agrupa en rebaño, mucho más controlable que en plan suelto. El aluvión constante de noticias desgraciadas, preocupantes, incómodas y desagradables, y sobre todo i-rre-so-lu-bles, es la garantía de que ese tratamiento homeopático con su goteo del 'cada vez peor para vosotros, mejor para nosotros' que destripó Rajoy a su manera, es la llave que abre las puertas de la manipulación y cierra las de la libre conciencia. 


Que las noticias sean constantes no significa que sean objetivas, sobre todo cuando vienen ya con la opinión puesta por delante. Y ya no es solo la opinión, cuya variedad de puntos de vista también nos enriquece compartir, sino el volcado de emociones y especulaciones instintivas según los humores del momento o los condicionantes demagógicos e ideológicos para influir en la sociedad y hacer proselitismo de cualquier cosa, hasta de los intereses y negocios mediáticos de quienes comentan. 


Lo que nunca deberíamos olvidar es que la vida humana es un riesgo en sí misma, desde que empieza hasta que acaba. Que un seguro de vida no garantiza la vida de nadie sino que los familiares se lleven dinero por la muerte del asegurado. Que un seguro por accidente no impide el accidente. Que el fallo de la máquina tampoco es evitable al cien por cien, como no lo es el fallo humano y la muerte nos acompaña desde la cuna a la tumba. Y es nuestra condición evolutiva, no hay que horrorizarse tanto sino educarnos adecuadamente y sin tabúes ni pánicos trogloditas, solo nos debe preocupar que la muerte no la cause la injusticia ni la crueldad ni la indiferencia de unos contra otros. Que hay en la vida misma una cuota de riesgo impredecible y constante. Eso no significa que las empresas no estén obligadas a tener la máxima seguridad para los trabajadores y la atención más constante en su seguridad y bienestar, como debe ser en toda sociedad humana, responsable y sanamente empática. 


Todos los días mueren en el mundo miles de personas por causas diversas, muchas de ellas, por accidentes laborales que se podrían haber evitado en la mayoría de los casos, pero sin conocer exactamente en qué han consistido esos fallos y donde está la responsabilidad no se debería desencadenar la rabia contra nadie ni poner a todo el mundo de un humor de perros contra lo que sea. 
A veces no llevar puesto el cinturón de seguridad salva la vida de algún usuario de coche y a veces no llevarlo es la causa de muerte instantánea. A veces uno que debía hacer un viaje que acaba en catástrofe llega tarde a la estación y pierde el tren, salvando su vida y uno que no pensaba hacer ese viaje, se ve obligado o decide viajar en esa ocasión, en el último momento, y muere. A veces un antibiótico cura una infección y otras ese mismo antibiótico mata al paciente por un shock anafiláctico, a veces la quimio cura y mucha más mata. A veces la homeopatía cura y otras no. 
Una condición chunga del ser humano work in progress es la manía de hacerse componendas inmediatas y dogmáticas con lo que pilla para resolverlo todo cuanto antes y tener más tiempo libre para macharcarse la vida con sueños e ilusiones de origen exógeno y casi siempre publicitario-consumista. Y dar explicación a todas sus dudas y preguntas en plan cortoplacista, sin valorar que la duda y la pregunta te educan y te hacen crecer mientras te ocupas en ahondar en ellas y que encontrar soluciones fáciles es una chapuza que se paga carísima. Y a base de eso, entre otras muchas teclas derivadas, estamos como estamos, convencidos de que la culpa es del cha-cha-chá. O sea, de que "la culpa" puñetera siempre es de los otros y luego, en el último escalón de la autoestima hecha unos zorros, nuestra. Y hale, perdónanos, Señor...Vuelta a empezar en la rueda del karma o en el bucle de Sísifo o de Tántalo. En fin...
¿Estamos condenados a este mal fario, por un dios justiciero y sabelotodo, que nos trae por la calle de la amargura tanto si le obedecemos como si no?...Porque tiene para todos, joder! 
Pues no. Nadie nos condena a nada que no queramos padecer haciendo caso a cualquier mandanga que nos cuenten mientras esa sumisión ovejil va modificando nuestra energía, recortando la libertad de nuestra mente y conciencia, descomponiendo ese presente sin el que el futuro no llegaría nunca. Porque el tiempo es uno aunque nosotros lo dividamos en tres para intentar controlarlo mejor, aunque nanay...


Volviendo a lo hechos que nos ocupan, ¿algún periodista conocía a la víctima, sus hábitos de trabajo, sus circunstancias de salud ese día, etc, etc..? Se trata de ser justos y de no perder el oremus dejando que las impresiones de lo que nos cuentan en plan juego del teléfono estropeado se adueñen de nuestra conciencia, de nuestra mente y de nuestra libertad. Se puede ser tan inhumano e injusto por defecto como por exceso de empatía mal entendida y usada como válvula de escape de nuestros demonios interiores. No es sano ni ayuda a nadie hacer absolutos de las variables que desconocemos. 

Como única verdad palpable  solo tenemos el cadáver de un trabajador y de una empresa que lo contrató, no sabemos en qué condiciones ni el grado de acuerdo entre empresa y trabajador. Considerar por sistema culpable a la empresa por el hecho de ser empresa en un país como España, tiene su lógica, aunque adjudicarle la culpabilidad no es justo hasta que no se demuestre lo que hay en realidad. No es igual el atropello de unos ciclistas por una conductora drogada y borracha, que el accidente de un ciclista que se cae, por causa indeterminada. 
No somos la policía, ni el forense, ni los del SAMU. No sabemos nada de nuestro muerto, ni de su vida, del porqué de su vocación por el riesgo, ni si tuvo un corte de digestión o falta de descanso. No sabemos nada para convertirnos en fiscales o en defensa del caso. 
Si se mata un piloto de aviación en una maniobra de vuelo acrobático, nadie pone el grito en el cielo. Si se estrella un motorista en el GP, se investiga la causa, se le llora y ya está. Si un ciclista se cae de la bici y se desnuca, no se culpa al fabricante de la bici ni a quien se la vendió. Son riesgos que se asumen cuando uno decide a qué quiere dedicarse. Como los militares cuando les toca ir a la guerra. Otra cosa es el obrero que se ve forzado a correr riesgos que no implica su trabajo, como que estando sentado ante su máquina se le desplome encima el techo de la habitación porque no se arreglan las goteras o el minero que trabaja sin seguridad en la mina por racaneo y negligencia de la empresa, o el conductor de camiones que se ve obligado por la empresa a no dormir en muchas horas de trayecto o a transportar combustibles peligrosos sin revisar el estado de las cisternas, o el albañil que se sube a unos andamios rotos. De todos modos, los trabajadores y la ciudadanía en general tenemos que perder el miedo a la necesidad y valorar más la vida y los derechos que la comida, que de un modo o de otros e acaba resolviendo al menos en el primer mundo. Es decir no caer en lo que el capitalismo pretende que caigamos: poner el dinero por encima de nosotros mismos y de nuestros derechos. Pensar que sin dinero y sin pagar deudas a los bancos no somos personas dignas de vivir. Más vale una familia que carezca de algo durante un tiempo, que una familia sin padre o sin madre o sin los hijos y hermanos, por someterse a una disciplina tan cruel como la venta de la propia vida en un jolgorio de pijos ociosos, que mayoritariamente viven de sus padres hasta que les salen canas y más y que no deben estar muy preocupados por ningún problema cuando tienen tiempo y dinero para ir a todas las juergas que ven anunciadas en el feisbúk.
Este sistema está haciendo de la fiesta en masa un campo de exterminio de la dignidad y los derechos. Y hasta de las vidas humanas si se tercia algún incidente. Hasta el punto de que se mata un trabajador en escena y se oculta el hecho para evitar que el ganado provoque una estampida. ¿Pero qué clase de sociedad es esto? Qué vergüenza, xd! No tener el valor ni los reflejos responsables, ni la confianza en el género humano suficiente como para temer que si se explica el accidente con serenidad en los micrófonos y se decide la suspensión del concierto, se monte una carnicería entre el ganado musical. Qué asco y qué miseria convertir en negocio esta barbarie.
Y la prensa no denuncia en sus titulares esa aberración, esa falta de humanidad. Es el triunfo de la sociopatía capitalista del negocio: que algo así se convierta en normalidad. ¿Qué importa un muerto en accidente laboral para divertir búfalos en la pradera, verdad? Lo único importante es que el negocio siga adelante sin incidentes dignos de mención. A eso estamos llegando. A eso hemos llegado.


Por otra parte nos encontramos en el lado opuesto: en el de la manipulación de accidentes y  eso es responsabilidad nuestra. Hay que despertar y ver las distintas caras de la realidad. Pongo un ejemplo de lo que puede conseguir la manipulación consensuada y a comisión: en el edificio en que vivo, una mujer sin dificultad física alguna, decidió libremente bajar, en vez de por la escalera, por la rampa para los inválidos y carritos de niño que estaba recién fregada, se resbaló, se rompió una pierna, denunció a la comunidad de vecinos y hubo que indemnizarla con 30.000 euros, por no haber bajado por la escalera que estaba seca en vez de por la rampa que estaba mojada. Ella decidió y eligió y, manipulando leyes a gusto del consumidor mediante un proceso turbio, se lo llevó crudo. Los derechos humanos deben tener el límite de la estafa y de la irresponsabilidad de ciertos abogados y jueces instructores ya sean,manipuladores  o manipulados.
 
Tal vez la prensa actualmente esté empeñada en convertir la alarma en negocio y la histeria social en dividendos. Y unida a la voracidad abrumadora de las redes sociales donde no hay más límite que el de la ética, -de quienes la conozcan y la usen, claro,- puede convertirse en la mejor cooperadora del Gran Hermano de Orwell, seguramente, con las mejores intenciones. Olvidando que su código deontológico no es histerizar la sociedad sino ayudarla a evolucionar mejorando, no a involucionar envenenado sin saber qué demonios internos se ponen en marcha cuando antes de conocer la verdad se lanzan cohetes que solo iluminan con flashes y sin luz propia hasta que se descubre y se da a conocer qué ha pasado en realidad. 


Aunque no lo parezca, al sistema actual le pirra la alarma, la tensión constante que deriva en consumir mientras somos consumidos, vive de ella, de sembrar  miedo a todo, hasta a pensar algo distinto de lo que es trending topic en las redes, de lo que es tendencia y fashion, disentir del colegueo global es delito de lesa complicidad circunstancial. Ser seguidos masivamente en twitter y pulular con miles de "amigos" intangibles en feisbuk es el certificado que avala la perfecta adecuación al medio(cre). Todo es efímero, quien hoy te sigue flaseado por tu ingenio del momento, mañana te abandona porque ya no molas y eso es lo peor de todo, la frustración del genio minutero, donde Cronos se merienda a sus hijos con una gula insaciable. 
En ese juego de banalidades por dar la campanada anda nuestro mundo sembrando cabreos sordos mediante la apariencia que mañana será olvido porque la habrá desbancado otra noticia más horrible aun que la de hoy, aunque mucho menos que la de mañana o de la de dentro de diez minutos. 


Es imprescindible que la prensa no se convierta en otra red social más. Que no pierda, o mejor aun, que recupere su verdadero objetivo y función: contar la verdad de lo que sabe sin añadirle adornos como si fuese un árbol de navidad y los periodistas, Santa Klaus. Que la sana opinión no borre el contorno de los hechos que en realidad los cronistas casi siempre cuentan de oídas. Y que los lectores se hagan adultos y críticos con lo que leen, que no olviden que la libertad también se puede perder voluntariamente dando credibilidad a lo primero que nos cuentan y haciendo causa común con los ecos más que con las voces, que el barullo confunde y enreda. Dice Antonio Machado algo imprescindible  cuando nos dibuja su autorretrato:

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna,
a distinguir me paro las voces de los ecos
y escucho solamente entre las voces,una. 

La voz de la conciencia. Insustituible. Única e imprescindible para trabajar desde ese gnozi seautón (conócete a ti mismo) sin el que pasamos por la vida sin haber nacido como seres humanos, solo como animales de dos patas, pervertidos al utilizar el pensamiento y la emoción al servicio de los instintos y no de la inteligencia emocional, que es el amor capaz de crear y de modificar lo creado, incluidos nosotros, -los sujetos que en esa dinámica dejamos de ser objetos de especulación y fraude-  por medio del bien común y la belleza inteligente de sus obras imperfectas, sí, pero  humanas de verdad. Y por eso, preciosas.







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