“Papá, estoy deseando que
empiece el cole para saber quién será mi profe”. Mi hija se ha pasado
todo el verano con la murga, y ayer, de camino a la escuela, lo siguió
diciendo hasta que se puso en la fila y vio a un joven que se presentó
como profesor y se llevó a los niños para dentro. Las madres y padres
nos quedamos comentando que tenía cara de buena gente, y alguno hasta se
enteró de su nombre. Tampoco es que nos preocupe dejar a nuestros hijos
con un desconocido, al contrario: preferimos la emoción de un nuevo
profesor del que no sabes nada, absolutamente nada, todo está por
descubrir. Qué aburrimiento sería llegar al colegio y encontrarte al
mismo del año pasado, cuyo método ya tienes muy visto, con el que te
entiendes, y que además conoce bien a tu hija y sabe cómo trabajar con
ella.
No solo los padres vemos por primera vez a quien se hará cargo de nuestros hijos.
Seguramente sus propios compañeros y la directora lo acaban de conocer
también, a él y a los otros nuevos, por esa simpática costumbre de los
responsables educativos de esperar hasta el último momento para
incorporar profesores. Si encima son interinos,
igual no llegan hasta el lunes, que total, por dos días no merece la
pena pagarles ya el sueldo; y qué prisa hay, ni que el colegio tuviera
que organizarse, ni que hubiese un proyecto educativo, ni que los
profesores necesitaran prepararse las clases.
En la
puerta nos juntamos con padres de otros cursos, que comentaban quiénes
serán los profesores de sus hijos, y así hicimos la quiniela de quién
dará cada asignatura este año. Apuntamos cuáles tienen plaza y cuáles
son interinos, para no cogerles cariño a estos, que a saber lo que
duran. Y valoramos el estado físico de la plantilla, por suerte todos
jóvenes y sanos, que como alguno se ponga malo ya sabemos lo que tardan
en enviar sustituto.
Una madre bien informada nos
confirma que la directora sigue en su puesto, cosa que tampoco era
segura: con la LOMCE los centros ya no eligen la dirección, y sabemos de colegios donde han cambiado al equipo directivo en contra de profesores y familias.
Al pasar por el instituto vimos a otras madres y padres que se apostaban cafés a si al final sus hijos se jugarán su futuro en un solo examen o no, si habrá reválida, selectividad, las dos cosas o ninguna: “Yo digo que el acuerdo PP-Ciudadanos paralizará esa parte de la LOMCE”. “Yo apuesto a que un gobierno del cambio suspenderá la ley entera”. “Que no, que al final la Comunidad se planta y no la aplica”. “Yo apuesto a que Wert vuelve de París montado en un caballo blanco y termina la reconquista”.
A la salida de clase, el nuevo profesor de mi hija miraba con
desconfianza a la veintena de desconocidos que pretendíamos llevarnos a
los niños. “Que soy su padre, de verdad; díselo tú, hija, díselo”. Mi
hija salió contenta, le ha gustado el nuevo. Yo le pregunté si sabía de
dónde venía, no sea uno de esos que de un día para otro tiene que
cambiar de ciudad o se cruza a diario la región y encima llega a clase
diciendo que está cansado, que los profesores son muy de quejarse.
¡Venga ya, tanto lloriquear, que si la precariedad, que si los recortes,
que si no les pagan en verano…! ¡Que solo tenéis que educar niños, no es para tanto!
Qué emocionante es siempre el primer día de colegio. De niños nos
costaba dormir la noche antes: ¿seguirán todos mis amigos? ¿Habrá alguno
nuevo? ¿Con quién me sentaré? Ahora, ya padres, llevamos a nuestros
hijos con la intriga de quién será su profesor, si se quedará todo el
curso o no, si habrá reválida, si tendremos nueva ley educativa, si
tocará cambiar otra vez todos los libros, y así todo. Que sí, que
Finlandia todo lo que quieran, pero qué vida más aburrida la de esos
nórdicos.
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