Con tanto revival y tanto chapoteo nostálgico,
cualquier día empezamos a echar de menos al bipartidismo. No me miréis
así, yo solo lo aviso. Después del éxito del “Yo fui a EGB” y
tanto remake de los ochenta y noventa, a mí no me extrañaría que para
navidades alguien publique un libro que se llame “Yo votaba
bipartidismo”. Y arrase.
Qué tiempos aquellos, eh.
Este lío de ahora, con el bipartidismo no pasaba, ¿a que no? Todo era
previsible, plácido, hasta aburrido. Con el bipartidismo no votábamos
cada seis meses, tres veces en un mismo año, sino cada cuatro
larguísimos años, y así de una vez para otra se nos renovaba la ilusión
democrática. El bipartidismo nunca nos hizo votar en Navidad, que no.
Con el bipartidismo había un solo debate de investidura, rutinario, sin
incertidumbre, y sobre todo eficaz: llegaban, soltaban sus discursos,
votaban y se iban para casa dejando puesto el gobierno. Con el
bipartidismo no hacía falta el dichoso pactómetro, las cuentas eran
sencillas, las combinaciones muy limitadas. La misma noche electoral ya
sabías quién iba a gobernar, no te mareaban tres meses con reuniones,
documentos y pactos.
Con el bipartidismo no había que aprenderse tanto nombre
nuevo, que los diputados duraban y duraban, tres, cuatro y hasta cinco
legislaturas, se volvían como de la familia. Con el bipartidismo veíamos
por la tele un solo debate parlamentario al año, el del Estado de la
Nación, y solo por tradición, como una costumbre familiar, como escuchar
el mensaje del rey mientras preparas la cena de nochebuena. Con el
bipartidismo las votaciones en el Congreso estaban cantadas durante toda
la legislatura, no había que componer una nueva mayoría hasta para
aprobar el menú de la cafetería. No malgastábamos tiempo y energía en
seguir la actualidad política, y podíamos dedicarnos a otras cosas. Qué
sé yo, hasta hacíamos huelgas, ¿os acordáis?
Huy,
huy, cuidado que os veo embelesados. No me digáis que os está entrando
un poco de morriña al recordar aquellos tiempos anteriores al “No nos
representan”. Os veo con las defensas bajas. Ahora es cuando yo os
pregunto, como en aquella genial escena de “La vida de Brian”,
qué ha hecho el bipartidismo por nosotros, y tímidamente me empezáis a
enumerar: el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la paz...
Pues por ahí parecen ir los tiros, si como parece nos arrastran a
terceras elecciones. Hace un par de años, cuando empezó la sacudida del
tablero político en las encuestas, había quien se frotaba las manos en
la sombra diciendo: “déjales, déjales, que ya volverán llorando por el
bipartidismo perdido”. A eso parecen jugar ahora: a resolver la crisis
política por agotamiento. En la confianza de que, tras probar la ingobernabilidad de la nueva política, se nos pase el sarampión juvenil y acabemos regresando a
la estabilidad del bipartidismo. Que unas terceras elecciones
terminen por fundir a Podemos y Ciudadanos, y recuperen terreno los de
toda la vida. Y si a la tercera tampoco, a por las cuartas, hasta que
vuelva el orden de antaño, que esto con el bipartidismo no pasaba.
Bueno, pasaban otras cosas, pero eran minucias comparadas con
el acueducto, el alcantarillado y la gobernabilidad, ¿que no?
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Qué verdad más grande, Isaac Rosa. Te twiteo para que te lean y luego no digan que nadie lo advirtió mientras pasaba. Llevo más de medio año pensando eso mismo. Y hasta ahora solo veo cada vez más razones para seguir pensando igual acerca del trajín socioneoliberaldemócrata o neodemócratasocioliberal, que ya da lo mismo el orden de factores que siempre el resultado, como los factores en sí, es idéntico. Para este sistema la pluralidad es una verdadera amenaza letal. Y el único antídoto de que dispone es del aburrimiento social y del cansancio colectivo convertidos en combinado institucional. "Aburro y canso, luego gano" es el mantra mágico que les garantiza el éxito. O eso se creen, al menos.
Esto tiene pinta de derivar en una aporía irresoluble y sine die si el electorado sigue votando igual; aunque a lo mejor es cosa de resistir a ver quién aburre y cansa antes al enemigo; por lo de que no haya gobierno, la verdad, no hay que preocuparse, total, no hay diferencia alguna entre el antes y el ahora. Politicograma plano a tutiplén. Mediocres a porrillo. Corruptos a mogollón. Inútiles al poder y el poder a los inútiles. Infantilismo retorcido, retorcimiento pueril. Pactos de quitaypón y vayvén. La cabezonería como estrategia y la cerrazón como táctica, la miseria moral como emblema de casi todos cayendo cual losa singular mayoritaria sobre las minorías decentes y plurales. La horterada cognitiva y el insulto a la inteligencia comunitaria e individual como canción del verano. En fin, menudo mapa impolítico e impresentable.
De nosotros depende que esto dé la vuelta y la pirámide social se invierta y se sectorialice y se humanice, del mejor modo posible o que siga pasando lo mismo ad infinitum. Una alternancia de castas sectarias en ristra, a la greña por los sillones y los chollos de partidos omni y pre-potentes convertidos en institución imperecedera,como una iglesia cuyo dios es una sigla y su credo la ideología sobada y rígida, un patrimonio del desguace humano que se coloca como ley intramuros, inamovible en el cortijo del poderío. Nada digno de interés. O sea, nada de nada. Como viene siendo desde 1939. Cuando Santiago cerró España y le dio las llaves a los gallegos más fachas y cerriles. Y ahí seguimos. ¿Hasta cuándo? Eu non sei...
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