viernes, 2 de septiembre de 2016

Esto con el bipartidismo no pasaba


El presidente del gobierno en funciones, Mariano Rajoy, durante su discurso de investidura
Jon Barandica 
 
 Con tanto revival y tanto chapoteo nostálgico, cualquier día empezamos a echar de menos al bipartidismo. No me miréis así, yo solo lo aviso. Después del éxito del “Yo fui a EGB” y tanto remake de los ochenta y noventa, a mí no me extrañaría que para navidades alguien publique un libro que se llame “Yo votaba bipartidismo”. Y arrase.
Qué tiempos aquellos, eh. Este lío de ahora, con el bipartidismo no pasaba, ¿a que no? Todo era previsible, plácido, hasta aburrido. Con el bipartidismo no votábamos cada seis meses, tres veces en un mismo año, sino cada cuatro larguísimos años, y así de una vez para otra se nos renovaba la ilusión democrática. El bipartidismo nunca nos hizo votar en Navidad, que no. Con el bipartidismo había un solo debate de investidura, rutinario, sin incertidumbre, y sobre todo eficaz: llegaban, soltaban sus discursos, votaban y se iban para casa dejando puesto el gobierno. Con el bipartidismo no hacía falta el dichoso pactómetro, las cuentas eran sencillas, las combinaciones muy limitadas. La misma noche electoral ya sabías quién iba a gobernar, no te mareaban tres meses con reuniones, documentos y pactos.
Con el bipartidismo no había que aprenderse tanto nombre nuevo, que los diputados duraban y duraban, tres, cuatro y hasta cinco legislaturas, se volvían como de la familia. Con el bipartidismo veíamos por la tele un solo debate parlamentario al año, el del Estado de la Nación, y solo por tradición, como una costumbre familiar, como escuchar el mensaje del rey mientras preparas la cena de nochebuena. Con el bipartidismo las votaciones en el Congreso estaban cantadas durante toda la legislatura, no había que componer una nueva mayoría hasta para aprobar el menú de la cafetería. No malgastábamos tiempo y energía en seguir la actualidad política, y podíamos dedicarnos a otras cosas. Qué sé yo, hasta hacíamos huelgas, ¿os acordáis?
Huy, huy, cuidado que os veo embelesados. No me digáis que os está entrando un poco de morriña al recordar aquellos tiempos anteriores al “No nos representan”. Os veo con las defensas bajas. Ahora es cuando yo os pregunto, como en aquella genial escena de “La vida de Brian”, qué ha hecho el bipartidismo por nosotros, y tímidamente me empezáis a enumerar: el acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la paz...
Pues por ahí parecen ir los tiros, si como parece nos arrastran a terceras elecciones. Hace un par de años, cuando empezó la sacudida del tablero político en las encuestas, había quien se frotaba las manos en la sombra diciendo: “déjales, déjales, que ya volverán llorando por el bipartidismo perdido”.  A eso parecen jugar ahora: a resolver la crisis política por agotamiento. En la confianza de que, tras probar la ingobernabilidad de la nueva política, se nos pase el sarampión juvenil y  acabemos regresando a la estabilidad del bipartidismo. Que unas terceras elecciones terminen por fundir a Podemos y Ciudadanos, y recuperen terreno los de toda la vida. Y si a la tercera tampoco, a por las cuartas, hasta que vuelva el orden de antaño, que esto con el bipartidismo no pasaba. Bueno, pasaban otras cosas, pero eran minucias comparadas con el acueducto, el alcantarillado y la gobernabilidad, ¿que no? 

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Qué verdad más grande, Isaac Rosa. Te twiteo para que te lean y luego no digan que nadie lo advirtió mientras pasaba. Llevo más de medio año pensando eso mismo. Y hasta ahora solo veo cada vez más razones para seguir pensando igual acerca del trajín socioneoliberaldemócrata o neodemócratasocioliberal, que ya da lo mismo el orden de factores que siempre el resultado, como los factores en sí, es idéntico. Para este sistema la pluralidad es una verdadera amenaza letal. Y el único antídoto de que dispone es del aburrimiento social y del cansancio colectivo convertidos en combinado institucional. "Aburro y canso, luego gano" es el mantra mágico que les garantiza el éxito. O eso se creen, al menos. 
Esto tiene pinta de derivar en una aporía irresoluble y  sine die si el electorado sigue votando igual; aunque a lo mejor es cosa de resistir a ver quién aburre y cansa antes al enemigo; por lo de que no haya gobierno, la verdad, no hay que preocuparse, total, no hay diferencia alguna entre el antes y el ahora. Politicograma plano a tutiplén. Mediocres a porrillo. Corruptos a mogollón. Inútiles al poder y el poder a los inútiles. Infantilismo retorcido, retorcimiento pueril. Pactos de quitaypón y vayvén. La cabezonería como estrategia y la cerrazón como táctica, la miseria moral como emblema de casi todos cayendo cual losa singular mayoritaria sobre las minorías decentes y plurales. La horterada cognitiva y el insulto a la inteligencia comunitaria e individual como canción del verano. En fin, menudo mapa impolítico e impresentable.
De nosotros depende que esto dé la vuelta y la pirámide social se invierta y se  sectorialice y se humanice, del mejor modo posible o que siga pasando lo mismo ad infinitum. Una alternancia de castas sectarias en ristra, a la greña por los sillones y los chollos de partidos omni y pre-potentes convertidos en institución imperecedera,como una iglesia cuyo dios es una sigla y su credo la ideología sobada y rígida, un patrimonio del desguace humano que se coloca como ley intramuros, inamovible en el cortijo del poderío. Nada digno de interés. O sea, nada de nada. Como viene siendo desde 1939. Cuando Santiago cerró España y le dio las llaves a los gallegos más fachas y cerriles. Y ahí seguimos. ¿Hasta cuándo? Eu non sei...

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