La atalaya
Lo que nos da sentido .
No
podemos confiar en alianzas fijas y estratégicas con las demás fuerzas
políticas homologadas por el sistema. Solamente son posibles
determinadas ententes en asuntos concretos y esporádicos.
Julio Anguita González 14/09/2016
Quiero hacer dos aclaraciones previas al desarrollo de mi exposición. La primera es que al decir nos o nosotros,
me estoy refiriendo a las personas –militen o no en colectivos de
diversa índole- que en esta hora están dispuestas a afrontar de manera
asociada y organizada la tarea del Cambio social en nuestro país y
además con vocación de generar redes y acuerdos internacionales en pos
del mismo objetivo. En consecuencia, no me refiero sólo al PCE, IU o
Unidos Podemos sino también a quienes -estén donde estén- siguen
pensando en que se impone lo que en otras ocasiones he denominado la
Construcción de la Alternativa a la realidad que padecemos la mayoría.
La segunda precisión hace referencia a que este escrito no ha sido concebido fuera de las experiencias más inmediatas y cercanas. Al contrario, se incardina en la “decepción” tras el 26-J y también en la pérdida de pulso, apatía y anomia en la que, de manera generalizada, los sedicentes partidarios del Cambio nos hemos instalado tras las últimas elecciones. E incluso mucho antes, a juzgar por reticencias, resistencias y concesiones a la “opinión publicada”. También tengo presente la apuesta que a la desesperada están haciendo Sánchez y su equipo de dirección por aparecer, cara a unas probables elecciones, como la única oposición firme al PP.
Es lógico que los lectores esperen un análisis -siquiera somero- o un comentario acerca de los resultados del 26 J. Les anticipo que no será así. Y no es porque el autor de estas líneas carezca de opinión sobre tal cuestión sino porque en estos críticos momentos, el debate sobre la propuesta, política y organizativa, cara a la inmediata puesta en marcha de la acción planificada, debe prevalecer frente a cualquier otra discusión que nos paralizaría, habida cuenta de los aspectos negativos de nuestra cultura, tantas veces verificados en la experiencia. Creo, además, que el debate, el diálogo, la discusión sobre objetivos concretos, metas, alianzas y programas, seguidas del necesario acuerdo, es la mejor manera de crear una atmósfera de serenidad para la corrección de errores tanto en el diseño de las políticas como en la puesta en práctica de las mismas.
Mi exposición se basa en tres objetivos a desarrollar y en una serie de comentarios y precisiones sobre el espíritu, las maneras y la filosofía política que debe enmarcarlos.
Considero que la Confluencia Política es una meta, un método, un proyecto y un marco de trabajo político a los cuales no debemos renunciar. Pero, desde luego, no puede entenderse como Convergencia lo habido hasta ahora: una simple yuxtaposición de siglas hecha con prisas y agobios por la premura del tiempo electoral. En la actual convergencia política, son todos los que están pero no están todos los que son (siglas políticas, colectivos, plataformas y personas a título individual). Y aún más, la Confluencia no conseguirá su objetivo político – social (crear un Contrapoder) si las militancias partidarias y los demás no aprenden a trabajar en común, en la elaboración de propuestas programáticas, el diseño y la organización de campañas y movilizaciones, la discusión serena de objetivos: finales, parciales y aplicados al territorio más inmediato. Y todo ello implica un esquema organizativo flexible pero claramente marcado en sus líneas definitorias e incuestionables.
La Confluencia Política por sí sola puede erigirse en una fuerza electoral importante que sirva para dirimir las cuestiones institucionales y sesgar determinadas políticas hacia los intereses mayoritarios. Eso sin duda es importante, pero a la luz del proyecto que confesamos defender es totalmente insuficiente. Se impone también la consecución de la Confluencia Social, es decir la creciente sintonía en programas que sean la base común de las reivindicaciones que dieron origen a asambleas, plataformas, movimientos, etc. Junto a ello es necesaria la sintonía en la organización de movilizaciones, el carácter de las mismas e incluso los métodos, lenguajes y actitudes para que sean entendibles por la inmensa mayoría sin la cual el Cambio nunca será posible. Considero fundamental que sindicalistas y organizaciones sindicales que inequívocamente asuman el planteamiento de la creación del contrapoder se incorporen a esta tarea que trasciende siglas, culturas y experiencias. Este objetivo de la Confluencia Social no puede ser abordado desde los integrantes de la Confluencia Política como tales. Debe ser asumido desde las fuerzas sociales que luchan pero que aún no han sido capaces de superar la etapa de luchas aisladas, esporádicas y más o menos voluntaristas. El enemigo a batir nos enseña, cada día y en su práctica, todo lo contrario.
Es prioritario que tanto la Confluencia Política como la Social consigan el Consenso de la mayoría social. Sin ese consenso las propuestas, los objetivos y los esfuerzos organizativos se perderán y diluirán en la nada. Ninguna época de crisis, pero ésta especialmente por ser sistémica, puede ser contestada y superada favorablemente para la mayoría sin el concurso y aquiescencia expresa y/o tácita de esa mayoría social. Una mayoría social que está definida por las condiciones objetivas de su existencia, aunque subjetivamente esté fraccionada ideológica, política y culturalmente. Pasar de la subjetividad a la objetividad no es cuestión de discursos, slogans, pedigrís revolucionarios o análisis vanguardistas sino la tarea permanente de explicar, concienciar y superar con métodos y lenguajes nuevos la abducción que una parte de la mayoría social sufre por parte de las ideas reaccionarias y neoliberales. En ese sentido, el consenso es también hijo de las otras formas de hacer política, el valor del ejemplo y las nuevas maneras de ejercer el trabajo institucional y el de base social.
Lo anterior, que someramente he expuesto, es un plan, un proyecto de trabajo que necesita para ser abordado una serie de premisas políticas, ideológicas y de actitud frente a la situación presente. Las enumero de manera indiciaria a causa del espacio de que dispongo.
La primera estriba en salir de esta indolencia hija del 26-J. Setenta y un diputados bien organizados y pateando sus circunscripciones de manera permanente es algo muy a tener en cuenta, sobre todo por la plataforma de más de cinco millones de votos que nos sustenta. Si se trabaja bien y sin concesiones a la “imagen” predeterminada por los medios de comunicación, se sentarán las bases de futuros y decisivos avances institucionales, sociales y de ampliación del consenso.
No nos engañemos, para producir el Cambio no podemos confiar en alianzas fijas y estratégicas con las demás fuerzas políticas homologadas por el sistema. Solamente son posibles determinadas ententes en asuntos concretos y esporádicos. El discurso consistente en asimilar el actual PSOE con la Izquierda es erróneo, va contra nuestro proyecto estratégico y además la realidad y la memoria se encargan de negarlo. Lo coyuntural no puede ser elevado a la categoría de sólida directriz de trabajo o de discurso propositivo.
No agüemos nuestro mensaje. Somos lo que somos. Queremos lo que queremos. Y desde esa posición manifestada sin complejos planteamos, proponemos a la mayoría una propuesta de trabajo para ir cambiando, con ella, la realidad. Nuestro problema consiste, muchas veces, en que entendemos la radicalidad como sinónimo de expresiones y palabras duras y con voluntad de enmarcar nuestras acciones en una épica que nunca, históricamente, ha sido así. El tremendismo suele ocultar falta de sustancia. Un lenguaje mesurado, convincente y directo, junto con una práctica ejemplar, hacen cambiar y variar los prejuicios más consolidados si, además, las propuestas son beneficiosas para la mayoría. Lo concreto disuelve muchas barreras ideológicas. En la política transformadora son muy necesarias la didáctica, la pedagogía y la mayéutica socrática.
Es necesario que la cultura de la participación se organice y se cohesione a través de reglas, democráticamente aprobadas y también a través del sentido de responsabilidad personal. La derecha nos está demostrando cómo no hay confusión en ella a la hora de distinguir entre lo fundamental y lo accesorio, en cada momento. La organización democrática es la máxima expresión de la libertad y la participación.
Nosotros queremos ser un instrumento para el Cambio social. Y ello comporta que, defendiendo y respetando siglas y culturas que se han ganado la respetabilidad histórica, el objetivo es siempre prioritario y al que se deben supeditar otras consideraciones. Creo, además, que esa es la mejor manera de hacer de unas siglas el sinónimo de necesidad y de existencia imprescindible.
Seguimos prioritariamente instalados en la cultura de la reivindicación y la protesta. Considero que, sin obviar en absoluto esa función, debemos ir creando entre nosotros la cultura de Gobierno, es decir que junto a la denuncia general o en casos concretos de las injusticias del sistema y de los gobiernos, se debe programar, cuantificar, estudiar y elaborar los mecanismos legales que concretan una alternativa tanto de gobierno como de Estado o modelo de sociedad. Ni que decir tiene que la abandonada Elaboración Colectiva tal y como fue diseñada, aprobada y ejercida durante un tiempo, bastante efímero, debe ser recuperada.
Cuando se escriben estas líneas aparece como probable la convocatoria de Elecciones Generales para el 25 de diciembre. Aparte de la denuncia que merece esta artería de Rajoy creo que debemos reflexionar mesuradamente sobre las campañas electorales y a continuación obrar en consecuencia. Para mí una campaña no es otra cosa que someter al veredicto popular un discurso, unas prácticas y una ejecutoria mantenida en el tiempo y con anterioridad. Nada más. En nosotros no deben caber giros repentinos en nuestra denominación ni tampoco veladuras de programas y valores. Somos lo que somos y lo asumimos ante una población que agradece la ausencia de travestismos a última y apresurada hora.
Y una última cuestión que para mí es la más importante. En nuestro mensaje encuentro dos carencias básicas que, a mi juicio, deben ser corregidas:
La rotundidad y claridad en designar, describir y definir al enemigo. Éste no es solamente unas siglas o unas organizaciones sino las ideas, valores, políticas y actos que impulsan. Nosotros combatimos determinadas visiones del mundo que llevan aparejadas prácticas, programas y políticas contrarias a los intereses de la mayoría social. Combatir el neoliberalismo e intentar superarlo es asumir que éste está representado por más siglas que las del PP. En esta hora de la crisis sistémica y de modelo económico Keynes no puede ser erigido como panacea.
Nuestro silencio sobre la UE es clamoroso. Es aquí donde se necesita un mensaje claro y rotundo. Yo no pido desde estas columnas la salida del euro (cosa de la que soy ferviente partidario) sino simplemente y para abordar el núcleo duro de los problemas, la iniciación de un debate, un análisis, un acercamiento a las causas, orígenes y consecuencias de la UE actual. Todo menos el silencio que termina por hacerse connivente con la situación. La UE, la deuda o el compromiso con reducir el déficit no pueden ser criticados sin entrar, como debemos, en sus raíces profundas. Nuestro sentido de la responsabilidad necesita ser aquilatado y contrastado con las necesidades de la mayoría social que sufre las consecuencias de la Europa neoliberal. No podemos criticar unas consecuencias sin criticar, primero, las causas.
PD. Acabada la redacción de este artículo tuvo lugar la 2ª sesión de Investidura. En ella Sánchez ha insinuado la posibilidad de encarnar una alternativa a la candidatura de Rajoy. Naturalmente que ello implica el apoyo pactado y negociado de Unidos Podemos y otras fuerzas políticas. Sobre ello quiero hacer unas consideraciones.
Creo que, tal y como arriba he expresado, el PSOE, en condiciones normales, no puede encabezar una acción política que desemboque en el Cambio que postulamos. Y ello por dos razones: La primera dimana del coejercicio del bipartidismo que durante décadas le ha atado a sus acuerdos con el PP en cuestiones de suma importancia y trascendencia. Y la segunda no es otra que las líneas rojas que al actual equipo dirigente del PSOE le imponen los poderes fácticos de la economía, en íntima conexión con poderes fácticos en el interno del partido.
Pudiera ser que la propuesta de Sánchez sea un intento de presionar a Unidos Podemos con los mismos métodos que él está actualmente soportando por parte de los medios de comunicación y el PP. Y con la excusa de no poder aceptar propuestas “disparatadas” en economía, políticas sociales o diseño del Estado, conseguiría, a su juicio, volver a ser ante el imaginario colectivo la única izquierda “posible y sensata” víctima de los “extremismos”. Y desde luego, la reedición del trágala con Ciudadanos es, a mi juicio, inasumible.
Tampoco descarto que Sánchez y su equipo hayan considerado que han llegado tan lejos en su postura -y además en esta situación crítica, anómala e inestable- que no les queda otra opción que quemar las naves. Hay cosas que están cambiando aquí y en parte de la UE.
En cualquier caso, Unidos Podemos no puede hacer de Don Tancredo y quedarse a verlas venir. Sobre todo, cuando una parte muy importante de su discurso en estos últimos meses ha consistido en instar al PSOE a que encabece una alternativa a Rajoy. Debe jugar y fuerte. Nada está asegurado. Quien mejor conecte con la mayoría social inclinará el sentido del hipotético pacto y de los hipotéticos programas a favor de esa mayoría. Es esta una situación de la que nadie sale indemne, pero es la única que en estos momentos nos da sentido.
Y en este caso, todo lo que he expuesto anteriormente sobre discurso, elaboración colectiva, organización y Confluencia concreta adquiere caracteres de urgencia en cuanto a la iniciativa y capacidad política. Estamos ante la posibilidad de un cambio muy importante. Y como recordaba Marx hic Rhodas hic salta.
Nota. - Con este artículo pongo voluntariamente fin a mis colaboraciones, que llevan apareciendo en Mundo Obrero más de doce años (exactamente el tiempo que lleva el camarada Ginés Fernández como director del mismo). En este tiempo no he tenido jamás ni siquiera el atisbo o la insinuación de una censura a mis escritos. Ni por parte del Partido ni tampoco por la de la dirección del periódico. Me he sentido libre totalmente. Sirva esto de ejemplo para otras publicaciones.
La razón fundamental que me ha llevado a dar este paso es sencilla y yo añadiría que muy lógica: no tengo nada que decir de nuevo. Mi discurso, mis propuestas o mis análisis son de sobra conocidos y reiterativamente expuestos aquí y en otras tribunas. Es más, el artículo presente es un compendio de todos ellos. Esto es lo que creo, esto es lo que propongo. No sé de otros caminos ni de otras visiones. Además, no he encontrado otros discursos que pudieran haberme hecho matizar o enmendar al mío (que por otra parte está plenamente inmerso en las líneas básicas de nuestro Partido). No quiero cansar ni tampoco cansarme. Sigo afiliado al PCE y a IU. Dedicaré más tiempo al Frente Cívico. Os doy las gracias por vuestra lectura y seguimiento. Ni abandono la lucha ni tampoco me considero al margen de las luchas presentes. Simplemente quiero ser honesto conmigo mismo, con vosotros y vosotras. Y también con mi Partido. Hay veces que el silencio es el mejor discurso y la mejor de las propuestas. Un abrazo.
La segunda precisión hace referencia a que este escrito no ha sido concebido fuera de las experiencias más inmediatas y cercanas. Al contrario, se incardina en la “decepción” tras el 26-J y también en la pérdida de pulso, apatía y anomia en la que, de manera generalizada, los sedicentes partidarios del Cambio nos hemos instalado tras las últimas elecciones. E incluso mucho antes, a juzgar por reticencias, resistencias y concesiones a la “opinión publicada”. También tengo presente la apuesta que a la desesperada están haciendo Sánchez y su equipo de dirección por aparecer, cara a unas probables elecciones, como la única oposición firme al PP.
Es lógico que los lectores esperen un análisis -siquiera somero- o un comentario acerca de los resultados del 26 J. Les anticipo que no será así. Y no es porque el autor de estas líneas carezca de opinión sobre tal cuestión sino porque en estos críticos momentos, el debate sobre la propuesta, política y organizativa, cara a la inmediata puesta en marcha de la acción planificada, debe prevalecer frente a cualquier otra discusión que nos paralizaría, habida cuenta de los aspectos negativos de nuestra cultura, tantas veces verificados en la experiencia. Creo, además, que el debate, el diálogo, la discusión sobre objetivos concretos, metas, alianzas y programas, seguidas del necesario acuerdo, es la mejor manera de crear una atmósfera de serenidad para la corrección de errores tanto en el diseño de las políticas como en la puesta en práctica de las mismas.
Mi exposición se basa en tres objetivos a desarrollar y en una serie de comentarios y precisiones sobre el espíritu, las maneras y la filosofía política que debe enmarcarlos.
Considero que la Confluencia Política es una meta, un método, un proyecto y un marco de trabajo político a los cuales no debemos renunciar. Pero, desde luego, no puede entenderse como Convergencia lo habido hasta ahora: una simple yuxtaposición de siglas hecha con prisas y agobios por la premura del tiempo electoral. En la actual convergencia política, son todos los que están pero no están todos los que son (siglas políticas, colectivos, plataformas y personas a título individual). Y aún más, la Confluencia no conseguirá su objetivo político – social (crear un Contrapoder) si las militancias partidarias y los demás no aprenden a trabajar en común, en la elaboración de propuestas programáticas, el diseño y la organización de campañas y movilizaciones, la discusión serena de objetivos: finales, parciales y aplicados al territorio más inmediato. Y todo ello implica un esquema organizativo flexible pero claramente marcado en sus líneas definitorias e incuestionables.
La Confluencia Política por sí sola puede erigirse en una fuerza electoral importante que sirva para dirimir las cuestiones institucionales y sesgar determinadas políticas hacia los intereses mayoritarios. Eso sin duda es importante, pero a la luz del proyecto que confesamos defender es totalmente insuficiente. Se impone también la consecución de la Confluencia Social, es decir la creciente sintonía en programas que sean la base común de las reivindicaciones que dieron origen a asambleas, plataformas, movimientos, etc. Junto a ello es necesaria la sintonía en la organización de movilizaciones, el carácter de las mismas e incluso los métodos, lenguajes y actitudes para que sean entendibles por la inmensa mayoría sin la cual el Cambio nunca será posible. Considero fundamental que sindicalistas y organizaciones sindicales que inequívocamente asuman el planteamiento de la creación del contrapoder se incorporen a esta tarea que trasciende siglas, culturas y experiencias. Este objetivo de la Confluencia Social no puede ser abordado desde los integrantes de la Confluencia Política como tales. Debe ser asumido desde las fuerzas sociales que luchan pero que aún no han sido capaces de superar la etapa de luchas aisladas, esporádicas y más o menos voluntaristas. El enemigo a batir nos enseña, cada día y en su práctica, todo lo contrario.
Es prioritario que tanto la Confluencia Política como la Social consigan el Consenso de la mayoría social. Sin ese consenso las propuestas, los objetivos y los esfuerzos organizativos se perderán y diluirán en la nada. Ninguna época de crisis, pero ésta especialmente por ser sistémica, puede ser contestada y superada favorablemente para la mayoría sin el concurso y aquiescencia expresa y/o tácita de esa mayoría social. Una mayoría social que está definida por las condiciones objetivas de su existencia, aunque subjetivamente esté fraccionada ideológica, política y culturalmente. Pasar de la subjetividad a la objetividad no es cuestión de discursos, slogans, pedigrís revolucionarios o análisis vanguardistas sino la tarea permanente de explicar, concienciar y superar con métodos y lenguajes nuevos la abducción que una parte de la mayoría social sufre por parte de las ideas reaccionarias y neoliberales. En ese sentido, el consenso es también hijo de las otras formas de hacer política, el valor del ejemplo y las nuevas maneras de ejercer el trabajo institucional y el de base social.
Lo anterior, que someramente he expuesto, es un plan, un proyecto de trabajo que necesita para ser abordado una serie de premisas políticas, ideológicas y de actitud frente a la situación presente. Las enumero de manera indiciaria a causa del espacio de que dispongo.
La primera estriba en salir de esta indolencia hija del 26-J. Setenta y un diputados bien organizados y pateando sus circunscripciones de manera permanente es algo muy a tener en cuenta, sobre todo por la plataforma de más de cinco millones de votos que nos sustenta. Si se trabaja bien y sin concesiones a la “imagen” predeterminada por los medios de comunicación, se sentarán las bases de futuros y decisivos avances institucionales, sociales y de ampliación del consenso.
No nos engañemos, para producir el Cambio no podemos confiar en alianzas fijas y estratégicas con las demás fuerzas políticas homologadas por el sistema. Solamente son posibles determinadas ententes en asuntos concretos y esporádicos. El discurso consistente en asimilar el actual PSOE con la Izquierda es erróneo, va contra nuestro proyecto estratégico y además la realidad y la memoria se encargan de negarlo. Lo coyuntural no puede ser elevado a la categoría de sólida directriz de trabajo o de discurso propositivo.
No agüemos nuestro mensaje. Somos lo que somos. Queremos lo que queremos. Y desde esa posición manifestada sin complejos planteamos, proponemos a la mayoría una propuesta de trabajo para ir cambiando, con ella, la realidad. Nuestro problema consiste, muchas veces, en que entendemos la radicalidad como sinónimo de expresiones y palabras duras y con voluntad de enmarcar nuestras acciones en una épica que nunca, históricamente, ha sido así. El tremendismo suele ocultar falta de sustancia. Un lenguaje mesurado, convincente y directo, junto con una práctica ejemplar, hacen cambiar y variar los prejuicios más consolidados si, además, las propuestas son beneficiosas para la mayoría. Lo concreto disuelve muchas barreras ideológicas. En la política transformadora son muy necesarias la didáctica, la pedagogía y la mayéutica socrática.
Es necesario que la cultura de la participación se organice y se cohesione a través de reglas, democráticamente aprobadas y también a través del sentido de responsabilidad personal. La derecha nos está demostrando cómo no hay confusión en ella a la hora de distinguir entre lo fundamental y lo accesorio, en cada momento. La organización democrática es la máxima expresión de la libertad y la participación.
Nosotros queremos ser un instrumento para el Cambio social. Y ello comporta que, defendiendo y respetando siglas y culturas que se han ganado la respetabilidad histórica, el objetivo es siempre prioritario y al que se deben supeditar otras consideraciones. Creo, además, que esa es la mejor manera de hacer de unas siglas el sinónimo de necesidad y de existencia imprescindible.
Seguimos prioritariamente instalados en la cultura de la reivindicación y la protesta. Considero que, sin obviar en absoluto esa función, debemos ir creando entre nosotros la cultura de Gobierno, es decir que junto a la denuncia general o en casos concretos de las injusticias del sistema y de los gobiernos, se debe programar, cuantificar, estudiar y elaborar los mecanismos legales que concretan una alternativa tanto de gobierno como de Estado o modelo de sociedad. Ni que decir tiene que la abandonada Elaboración Colectiva tal y como fue diseñada, aprobada y ejercida durante un tiempo, bastante efímero, debe ser recuperada.
Cuando se escriben estas líneas aparece como probable la convocatoria de Elecciones Generales para el 25 de diciembre. Aparte de la denuncia que merece esta artería de Rajoy creo que debemos reflexionar mesuradamente sobre las campañas electorales y a continuación obrar en consecuencia. Para mí una campaña no es otra cosa que someter al veredicto popular un discurso, unas prácticas y una ejecutoria mantenida en el tiempo y con anterioridad. Nada más. En nosotros no deben caber giros repentinos en nuestra denominación ni tampoco veladuras de programas y valores. Somos lo que somos y lo asumimos ante una población que agradece la ausencia de travestismos a última y apresurada hora.
Y una última cuestión que para mí es la más importante. En nuestro mensaje encuentro dos carencias básicas que, a mi juicio, deben ser corregidas:
La rotundidad y claridad en designar, describir y definir al enemigo. Éste no es solamente unas siglas o unas organizaciones sino las ideas, valores, políticas y actos que impulsan. Nosotros combatimos determinadas visiones del mundo que llevan aparejadas prácticas, programas y políticas contrarias a los intereses de la mayoría social. Combatir el neoliberalismo e intentar superarlo es asumir que éste está representado por más siglas que las del PP. En esta hora de la crisis sistémica y de modelo económico Keynes no puede ser erigido como panacea.
Nuestro silencio sobre la UE es clamoroso. Es aquí donde se necesita un mensaje claro y rotundo. Yo no pido desde estas columnas la salida del euro (cosa de la que soy ferviente partidario) sino simplemente y para abordar el núcleo duro de los problemas, la iniciación de un debate, un análisis, un acercamiento a las causas, orígenes y consecuencias de la UE actual. Todo menos el silencio que termina por hacerse connivente con la situación. La UE, la deuda o el compromiso con reducir el déficit no pueden ser criticados sin entrar, como debemos, en sus raíces profundas. Nuestro sentido de la responsabilidad necesita ser aquilatado y contrastado con las necesidades de la mayoría social que sufre las consecuencias de la Europa neoliberal. No podemos criticar unas consecuencias sin criticar, primero, las causas.
PD. Acabada la redacción de este artículo tuvo lugar la 2ª sesión de Investidura. En ella Sánchez ha insinuado la posibilidad de encarnar una alternativa a la candidatura de Rajoy. Naturalmente que ello implica el apoyo pactado y negociado de Unidos Podemos y otras fuerzas políticas. Sobre ello quiero hacer unas consideraciones.
Creo que, tal y como arriba he expresado, el PSOE, en condiciones normales, no puede encabezar una acción política que desemboque en el Cambio que postulamos. Y ello por dos razones: La primera dimana del coejercicio del bipartidismo que durante décadas le ha atado a sus acuerdos con el PP en cuestiones de suma importancia y trascendencia. Y la segunda no es otra que las líneas rojas que al actual equipo dirigente del PSOE le imponen los poderes fácticos de la economía, en íntima conexión con poderes fácticos en el interno del partido.
Pudiera ser que la propuesta de Sánchez sea un intento de presionar a Unidos Podemos con los mismos métodos que él está actualmente soportando por parte de los medios de comunicación y el PP. Y con la excusa de no poder aceptar propuestas “disparatadas” en economía, políticas sociales o diseño del Estado, conseguiría, a su juicio, volver a ser ante el imaginario colectivo la única izquierda “posible y sensata” víctima de los “extremismos”. Y desde luego, la reedición del trágala con Ciudadanos es, a mi juicio, inasumible.
Tampoco descarto que Sánchez y su equipo hayan considerado que han llegado tan lejos en su postura -y además en esta situación crítica, anómala e inestable- que no les queda otra opción que quemar las naves. Hay cosas que están cambiando aquí y en parte de la UE.
En cualquier caso, Unidos Podemos no puede hacer de Don Tancredo y quedarse a verlas venir. Sobre todo, cuando una parte muy importante de su discurso en estos últimos meses ha consistido en instar al PSOE a que encabece una alternativa a Rajoy. Debe jugar y fuerte. Nada está asegurado. Quien mejor conecte con la mayoría social inclinará el sentido del hipotético pacto y de los hipotéticos programas a favor de esa mayoría. Es esta una situación de la que nadie sale indemne, pero es la única que en estos momentos nos da sentido.
Y en este caso, todo lo que he expuesto anteriormente sobre discurso, elaboración colectiva, organización y Confluencia concreta adquiere caracteres de urgencia en cuanto a la iniciativa y capacidad política. Estamos ante la posibilidad de un cambio muy importante. Y como recordaba Marx hic Rhodas hic salta.
Nota. - Con este artículo pongo voluntariamente fin a mis colaboraciones, que llevan apareciendo en Mundo Obrero más de doce años (exactamente el tiempo que lleva el camarada Ginés Fernández como director del mismo). En este tiempo no he tenido jamás ni siquiera el atisbo o la insinuación de una censura a mis escritos. Ni por parte del Partido ni tampoco por la de la dirección del periódico. Me he sentido libre totalmente. Sirva esto de ejemplo para otras publicaciones.
La razón fundamental que me ha llevado a dar este paso es sencilla y yo añadiría que muy lógica: no tengo nada que decir de nuevo. Mi discurso, mis propuestas o mis análisis son de sobra conocidos y reiterativamente expuestos aquí y en otras tribunas. Es más, el artículo presente es un compendio de todos ellos. Esto es lo que creo, esto es lo que propongo. No sé de otros caminos ni de otras visiones. Además, no he encontrado otros discursos que pudieran haberme hecho matizar o enmendar al mío (que por otra parte está plenamente inmerso en las líneas básicas de nuestro Partido). No quiero cansar ni tampoco cansarme. Sigo afiliado al PCE y a IU. Dedicaré más tiempo al Frente Cívico. Os doy las gracias por vuestra lectura y seguimiento. Ni abandono la lucha ni tampoco me considero al margen de las luchas presentes. Simplemente quiero ser honesto conmigo mismo, con vosotros y vosotras. Y también con mi Partido. Hay veces que el silencio es el mejor discurso y la mejor de las propuestas. Un abrazo.
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