Tenemos que educar las tripas con la inteligencia. No se es más eficaz por ser más guerrero ni más dañino, sino sabiendo donde y cómo hay que aplicar la fuerza del entendimiento para detener procesos terribles y dar la vuelta a situaciones injustísimas y crueles.
A los tiranos hay que denunciarlos e impedirles la tiranía desobeciendo y poniendo la conciencia colectiva y personal por encima del miedo, la comodidad y las inercias reactivas que nos llevan a hacer lo mismo que ellos al combatirles entrando en su juego; nunca hay que enredarse en la trampa del conflicto que ellos montan constantemente porque no disponen de capacidad suficiente para conseguir lo que desean sin machacar al resto de humanidad, que les importa un pimiento. La solución para estos niños no son las armas sino la determinación de la ciudadanía y la difusión de las noticias, obligar con presencia y manifiestamente, con denuncias a los Tribunales europeos, de los excesos y el pisoteo de los DDHH y al mismo tiempo ofreciendo espacios comunes donde se puedan acoger los menores abandonados, algo a lo que nadie se va a oponer si se expone con claridad y con alternativas. Son varios frentes de trabajo y en todos ellos hay el mismo riesgo de fracasar por las tácticas que dan prioridad a la violencia, al insulto y a la agresividad. Apelar a la inteligencia y buscar soluciones buenas o por lo menos no lesivas para todos, es el camino.
La verdadera subversión no es la que más grita y más agrede, sino la que consigue salvar las dificultades y solucionar el desamparo y el dolor de las víctimas con un cambio de situaciones siempre iguales, que solo paran por agotamiento y falta de recursos pero no porque ya no tengan motivos.
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