sábado, 17 de septiembre de 2016

Otras voces


Libre te quiero

Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña.
Pero no mía.

Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera.
Pero no mía.

Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena.
Pero no mía.

Alta te quiero,
como chopo que en el cielo
se despereza.
Pero no mía.

Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra.
Pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera. 

(Agustín García Calvo;Canciones y soliloquios, 1976)





Muerte nupcial

El lecho, aquella hierba de ayer y de mañana:
este lienzo de ahora sobre madera aún verde,
flota como la tierra, se sume en la besana
donde el deseo encuentra los ojos y los pierde.

Pasar por unos ojos como por un desierto;
como por dos ciudades que ni un amor contienen.
Mirada que va y vuelve sin haber descubierto
el corazón a nadie, que todos la enarenen.

Mis ojos encontraron en un rincón los tuyos.
Se descubrieron mudos entre las dos miradas.
Sentimos recorrernos un palomar de arrullos,
y un grupo de arrebatos de alas arrebatadas.

Cuanto más se miraban más se hallaban: más hondos
se veían, más lejos, más en uno fundidos.
El corazón se puso, y el mundo, más redondos.
Atravesaba el lecho la patria de los nidos.

Entonces, el anhelo creciente, la distancia
que va de hueso a hueso recorrida y unida,
al aspirar del todo la imperiosa fragancia;
proyectamos los cuerpos más allá de la vida.

Expiramos del todo. ¡Qué absoluto portento!
¡Qué total fue la dicha de mirarse abrazados,
desplegados los ojos hacia arriba un momento,
y al momento hacia abajo con los ojos plegados!

Pero no moriremos. Fue tan cálidamente
consumada la vida como el sol, su mirada.
No es posible perdernos. Somos plena simiente.
Y la muerte ha quedado, con los dos, fecundada.


(Miguel Hernández)  


 
Amor constante más allá de la muerte
 

Cerrar podrá mis ojos la postrera
Sombra que me llevare el blanco día,
Y podrá desatar esta alma mía
Hora, a su afán ansioso lisonjera;

Mas no de esotra parte en la ribera
Dejará la memoria, en donde ardía:
Nadar sabe mi llama el agua fría,
Y perder el respeto a ley severa.

Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
Venas, que humor a tanto fuego han dado,
Médulas, que han gloriosamente ardido,

Su cuerpo dejará, no su cuidado;
Serán ceniza, mas tendrá sentido;
Polvo serán, mas polvo enamorado.


(Francisco de Quevedo) 


             

Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor. 


(Gustavo Adolfo Bécquer. Rimas)   


       Saint-Exupéry

¿Nos bastará este amor 
-tal como lo aprendimos-
para reconocernos?
Presiento que no baste 
el oro en las pupilas,
ni el sándalo en la carne
ni la lírica boca del poema,
que no baste la piel
como un toldo habitado 
de caricias mordiendo el epitafio
del deseo (ese soufflé pomposo
que acaba caducando
cualquier día
en el supermercado 
de todas las rutinas previsibles)

Deja que te transite entre las manos
la fuerza de los cinco continentes,
ese vuelo rasante que recoge
el llanto de la Tierra,
otro aroma de mirtos 
y canciones-sorpresa
que nunca se han escrito
hasta el instante
en que nacen de pronto
como flechas al aire de la vida;
déjame que te bese 
con los labios del hambre
de quien no prueba el pan
ni la justicia, 
permite que las selvas malheridas
nos construyan la casa
que la luna, de pronto, nos descalce
donde duele la noche en cada esquina.

Si me quieres amar, amor,
siembra tus nuevas alas
rebosantes de luz y de sentido
o reparte la lluvia en el desierto, 
un trigo generoso en la reseca mar
de todos los olvidos
y brasas en el hielo de la muerte
donde se desvalija y se aniquila
la plenitud del alma.

Si descubres la magia
de otro "yo" que, sin saberlo, eres
y se llama Nosotros,
y dejas que su brújula y su mapa
en libertad
te muestren el fulgor de la conciencia,
entonces, amarás;
y los dos amaremos, amor,
y será suficiente. 

(Sol Ruiz Lozano.1995
publicado en la antología poética
 "Nunca te dije que el amor fuera esto". 
La Buhardilla, 1997)
 

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Afortunadamente el amor es mucho más grande, sutil, resistente e impensable que el mejor de los poetas; pero anima mucho descubrir poetas que aman o presienten el amor más allá del "me gustas" y del aquí te pillo, aquí te trinco tan limitador del elemental deseo insaciable y cansino al mismo tiempo, tan propio del 'machirulo' de ambos sexos. Poetas intemporales, que no son cosa de modas literarias, sino seres despiertos que han aprendido en carne propia un metalenguaje que solo se puede expresar desde el alma fundida con la inteligencia del corazón y con el corazón de la inteligencia. El amor lima las aristas de la costumbre y de las rutinas, nos desprograma, nos purifica y nos libera de lo menos hermoso que tenemos y nos transforma. 

Si el amor que dices tener por tu adorado ídolo del momento no ha sido capaz de darte la vuelta como a un calcetín, de transformarte en un ser sorprendente, mucho más sano, bueno y libre, siempre nuevo y con un raro gozo esencial al que el dolor ya no se le convierte en sufrimiento estéril y masoquista, sino en abono suave de certezas sin explicaciones ni sofismas, en nuevo fruto de sabor y textura indescriptibles, si no te lleva a 'esa segunda inocencia' que decía Machado con una finísima percepción del asunto, que no es el cinismo desatado, sino la iluminación de la caverna interior con luz natural, pues no te molestes en llamarle amor, llámale enganche temporal con vistas al aburrimiento estable. 

El amor en limpio y no los sucedáneos del consumo afectivo-posesivo, es la única fuerza universal capaz de convertirnos en lo mejor de nosotros mismos, y no temporalmente, sino para siempre, hasta in crescendo, y  de hacer crecer nosotros un constante y firme enamoramiento de la vida, del ser, del conocer más que saber, del fluir y no aprisionar, del no tener nada que perdonar ni nada por lo que ser perdonados constantemente. Contra lo que se opina acerca de la ceguera del amor, es, precisamente, su fuerza la que nos hace de verdad, lúcidos e invulnerables en nuestra fragilidad. La ceguera de Cupido no es a causa del amor, sino por la incapacidad del deseo para ver la realidad y para amar. El impulso del deseo nunca se sacia si no hay amor que nos haga despertar como a la Bella Durmiente o como la voz que resucita lo aparentemente muerto. O como, "la mano de nieve" capaz de armonizar las cuerdas del arpa desafinada, cubierta de polvo y olvidada "del salón en el ángulo oscuro", tal como describe la situación  el poema de Bécquer, que intuye en el 'ingenio' la fuerza magnética y alquímica del amor. Cuando el poeta entra en ese ámbito de conciencia no hay fuerza humana capaz de convencerle para hacer el camino a la inversa. El palabrero versificador de oficio desaparece y el poeta verdadero amanece de nuevo cada día, aunque no escriba nada sobre el papel ni sobre el teclado. Con frecuencia, como cantaba Bob Dylan cuando él y yo éramos jóvenes, basta con escribir en el viento y que él se encargue de la edición. No falla nunca. Porque hasta sus aparentes fallos son aciertos.
 

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