Publicada 18/09/2016 (Infolibre)
Hay días en los que uno no sabe lo que escribir, porque el saber
es un estado de ánimo, además de una colección de conocimientos, ideas y
experiencias. Parece que la solución más fácil en esos momentos es no
escribir; pero cuando uno es escritor y está comprometido con un libro, o
con un poema, o con un artículo, el no escribir es una forma de renuncia.
Las palabras son una negociación con la realidad. Están acostumbradas al cabo de los años a relacionarse con lo posible y con lo imposible. Puesta a soñar, aunque siempre sea con un pie en la tierra, la imaginación levanta vuelo, ajusta cuentas con las cosas y se permite dibujar horizontes luminosos en medio de la oscuridad. Una imaginación republicana y partidaria de la democracia social puede soñar, buscar maneras para enfrentarse al neoliberalismo salvaje que se extiende por Europa. Pone en un plato de la balanza lo que hay y en otro plato lo que debería haber.
Uno es libre en su conciencia de pensar, vivir y protestar, sin precaución ninguna, cuando las palabras se relacionan en lo inmediato con lo imposible. Como no hay nada que hacer, se dice de forma tajante lo que se piensa… y ya está. Las ideas van por un lado, el mundo por otro y cada cual en su sitio.
Pero el horizonte se nubla cuando la realidad abre huecos posibles para avanzar por el camino de la conciencia. Es la responsabilidad de las palabras. Lo posible es un campo conflictivo no sólo para el político que quiere mandar, sino también para el intelectual que siente el compromiso de intervenir en la realidad. A veces la renuncia de las ilusiones, más que al dejar de escribir, llega cuando uno permite que la verdad de lo que va a ocurrir oculte con su frío implacable aquello que podría haber ocurrido.
Decir que en España va a haber unas terceras elecciones parece la conclusión más razonable si atendemos a lo que está pasando. Decir que el mayor beneficiado en estas elecciones será el Partido Popular supone una profecía con poco margen de error. Pero decir así estas dos cosas es ayudar a que haya terceras elecciones y a que vuelva a gobernar en España el Partido Popular. Y no es agradable acertar, convirtiéndonos en aliados de lo que no desearíamos que ocurriera. Por eso se ve uno en la tristeza de renunciar, callarse o escribir tartamudeando.
Aunque las mayores tristezas ocurren cuando lo posible se convierte en imposible. Porque muchos nombres sonoros del PSOE se han empeñado con sus declaraciones en hacer imposible la posibilidad cierta de que el PSOE encabece un gobierno que lidere en España la lucha contra la corrupción institucionalizada y que ofrezca una alternativa a la dinámica de desigualdad y precariedad laboral desatada por el PP. Los mensajes socialistas de esta semana van encaminados no ya a desacreditar a su secretario general, sino a avisar a todos los afectados en la configuración de una mayoría alternativa. Al rey se le avisa de que no puede proponer a Pedro Sánchez la tarea de formar gobierno; se desprecia de forma manifiesta a Podemos, aliado fundamental; y se invita a Ciudadanos a que siga en su hipócrita labor de perpetuar la corrupción en España. Aunque no lo entienda Albert Rivera, la mayor forma de corrupción en una sociedad es el desmantelamiento de los servicios públicos y la degradación sistemática del mundo del trabajo.
Después de conocer los mensajes socialistas contra Pedro Sánchez de esta semana, sería legítimo decir que una parte muy importante del PSOE es digna heredera de Felipe González y de su fascinación abribonada ante el mundo del dinero. Sería legítimo decir que el PSOE es de derechas y que en 1939, con la actitud de Indalecio Prieto y Besteiro contra don Juan Negrín, dejó de ser una organización fiable para la izquierda española. Pero decirlo sólo sirve para que ganen aquellos que quieren a Mariano Rajoy como presidente de Gobierno. Y es también una forma de renuncia, porque hoy por hoy, mirada la realidad, el PSOE resulta imprescindible para que haya un gobierno de izquierdas en España.
Y mejor no abordar el tema de las encuestas y la gente. Para un demócrata es necesario mantener respeto a la gente, tarea bastante difícil cuando uno oye, mira y analiza lo que vota la gente. Aunque es verdad que los políticos no se lo están poniendo fácil.
Así que aquí estoy, en un mal día, escribiendo un artículo triste, confuso, de horizontes nublados y sucios, sin saber lo que quiero decir. Sólo siento una cosa: si la felicidad de la literatura es hacer posible lo imposible, la tristeza de nuestra política es convertir lo posible en un imposible.
Las palabras son una negociación con la realidad. Están acostumbradas al cabo de los años a relacionarse con lo posible y con lo imposible. Puesta a soñar, aunque siempre sea con un pie en la tierra, la imaginación levanta vuelo, ajusta cuentas con las cosas y se permite dibujar horizontes luminosos en medio de la oscuridad. Una imaginación republicana y partidaria de la democracia social puede soñar, buscar maneras para enfrentarse al neoliberalismo salvaje que se extiende por Europa. Pone en un plato de la balanza lo que hay y en otro plato lo que debería haber.
Uno es libre en su conciencia de pensar, vivir y protestar, sin precaución ninguna, cuando las palabras se relacionan en lo inmediato con lo imposible. Como no hay nada que hacer, se dice de forma tajante lo que se piensa… y ya está. Las ideas van por un lado, el mundo por otro y cada cual en su sitio.
Pero el horizonte se nubla cuando la realidad abre huecos posibles para avanzar por el camino de la conciencia. Es la responsabilidad de las palabras. Lo posible es un campo conflictivo no sólo para el político que quiere mandar, sino también para el intelectual que siente el compromiso de intervenir en la realidad. A veces la renuncia de las ilusiones, más que al dejar de escribir, llega cuando uno permite que la verdad de lo que va a ocurrir oculte con su frío implacable aquello que podría haber ocurrido.
Decir que en España va a haber unas terceras elecciones parece la conclusión más razonable si atendemos a lo que está pasando. Decir que el mayor beneficiado en estas elecciones será el Partido Popular supone una profecía con poco margen de error. Pero decir así estas dos cosas es ayudar a que haya terceras elecciones y a que vuelva a gobernar en España el Partido Popular. Y no es agradable acertar, convirtiéndonos en aliados de lo que no desearíamos que ocurriera. Por eso se ve uno en la tristeza de renunciar, callarse o escribir tartamudeando.
Aunque las mayores tristezas ocurren cuando lo posible se convierte en imposible. Porque muchos nombres sonoros del PSOE se han empeñado con sus declaraciones en hacer imposible la posibilidad cierta de que el PSOE encabece un gobierno que lidere en España la lucha contra la corrupción institucionalizada y que ofrezca una alternativa a la dinámica de desigualdad y precariedad laboral desatada por el PP. Los mensajes socialistas de esta semana van encaminados no ya a desacreditar a su secretario general, sino a avisar a todos los afectados en la configuración de una mayoría alternativa. Al rey se le avisa de que no puede proponer a Pedro Sánchez la tarea de formar gobierno; se desprecia de forma manifiesta a Podemos, aliado fundamental; y se invita a Ciudadanos a que siga en su hipócrita labor de perpetuar la corrupción en España. Aunque no lo entienda Albert Rivera, la mayor forma de corrupción en una sociedad es el desmantelamiento de los servicios públicos y la degradación sistemática del mundo del trabajo.
Después de conocer los mensajes socialistas contra Pedro Sánchez de esta semana, sería legítimo decir que una parte muy importante del PSOE es digna heredera de Felipe González y de su fascinación abribonada ante el mundo del dinero. Sería legítimo decir que el PSOE es de derechas y que en 1939, con la actitud de Indalecio Prieto y Besteiro contra don Juan Negrín, dejó de ser una organización fiable para la izquierda española. Pero decirlo sólo sirve para que ganen aquellos que quieren a Mariano Rajoy como presidente de Gobierno. Y es también una forma de renuncia, porque hoy por hoy, mirada la realidad, el PSOE resulta imprescindible para que haya un gobierno de izquierdas en España.
Y mejor no abordar el tema de las encuestas y la gente. Para un demócrata es necesario mantener respeto a la gente, tarea bastante difícil cuando uno oye, mira y analiza lo que vota la gente. Aunque es verdad que los políticos no se lo están poniendo fácil.
Así que aquí estoy, en un mal día, escribiendo un artículo triste, confuso, de horizontes nublados y sucios, sin saber lo que quiero decir. Sólo siento una cosa: si la felicidad de la literatura es hacer posible lo imposible, la tristeza de nuestra política es convertir lo posible en un imposible.
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Una magnífica confesión desde la realidad, profesor G.Montero. La suciedad solo puede aprovecharse como abono para que la nueva cosecha crezca con más fuerza. La tristeza forma parte de esa suciedad del horizonte humano, social y político, es el detritus natural de nuestro consumo racional-emotivo, el remordimiento residual que queda cuando nos vemos obligadas aceptar ( y no con resignación) lo evidente de nuestra impotencia para cambiar todo lo que nos duele y nos lacera, tanto en el yo como en el nosotros, que son inseparables cuando tomamos conciencia de la realidad más ingrata desde el lado adulto de nuestro mundo personal.
En el fondo de la terrible caja de Pandora de una política inmunda como la que padecemos, nos queda siempre la esperanza y la fuerza del uni-verso para no claudicar pase lo que pase. Mientras quede la poesía como luz , como llama incandescente en la conciencia de los hombres y mujeres del Planeta Tierra, habrá siempre una puerta, un puente, una salida.
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