jueves, 1 de septiembre de 2016

Soy científico, no me meto en política


tubo ensayo
Tubo ensayo.
Dice Mikael Höök, ingeniero de la Universidad de Uppsala, que un investigador debe proporcionar los datos objetivos que observa en la realidad sin dar recomendaciones influidas por sesgos ideológicos. A este ideal aspiran en general la mayoría de los científicos. Hace unas semanas entrevistaron en la radio a un profesor de Bromatología de la Universidad de Córdoba sobre su investigación encaminada a estandarizar la receta del salmorejo cordobés, cuyo fin era concretar una referencia de sus aportes calóricos y nutritivos. En su investigación contó con la colaboración de la Cofradía del Salmorejo Cordobés, entidad dedicada a difundir las ventajas de este producto. Ante la pregunta medio en broma de si tras el estudio le habían nombrado Cofrade honorífico, el profesor contestó bastante serio que no, pues la independencia de la Ciencia le obligaba a mantener cierta distancia. Es una interpretación quizás llevada al extremo pues el componente político de recomendar o no la ingesta de salmorejo es de difícil argumentación.
Pero no tenemos que salirnos del campo de la alimentación para pensar en otro ejemplo bien distinto y por todos conocido que cuestiona la perseguida neutralidad axiológica de la Ciencia: la reciente carta abierta de los premios nobeles a la labor de Greenpeace y otras organizaciones ecologistas contra el cultivo de Organismos Modificados Genéticamente (OMGs). El daño que esta carta hace a la Ciencia, en una sociedad que de algún modo sacraliza la opinión científica, es irreparable, pues cualquier crítica será calificada de retrógrada. A riesgo de ello es preciso insistir en que estamos aquí ante un magnífico ejemplo de científicos metiéndose en política.

La misiva contiene un burdo sesgo de brocha gorda de tipo político-ideológico. Que los nobeles digan que los transgénicos no afectan a la salud, puede ser científicamente discutido, pero es un argumento con base epistemológica en su campo de trabajo
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Que los nobeles digan que los transgénicos son el camino para acabar con el problema de la desnutrición es sin embargo, un salto al vacío, que ya no se sostiene sobre la base anterior. ¿Porqué no dijeron los nobeles, con la misma autoridad que saben que les acompaña, que el hambre puede resolverse eliminando la desigualdad o mejorando la distribución de la riqueza, por ejemplo? Sería otra manera -al menos tan válida sobre el papel- como el despliegue de la agricultura transgénica. No lo hicieron porque eso sería meterse en política, y los científicos, como reza el título de este artículo, no lo hacen. Entonces, ¿porqué se decantan sin sonrojo por esa solución tecnológica? Pues porque en realidad si lo hacen. Los sutiles tentáculos de la ideología tocan también a menudo y de formas diversas a la Ciencia.
El problema está en el discurso científico cuando este invade un terreno que no le es propio, y hace uso de la autoridad que ha ganado en su campo de conocimiento para sentar cátedra en otro que le es ajeno, mediante lecturas extremadamente simplistas o reduccionistas de la realidad. No es algo anecdótico. La forma en que se estructura y orienta el conocimiento científico está influida por diferentes sesgos por acción u omisión. 

Sesgos en una Ciencia útil
Podríamos preguntarnos hasta qué punto la curiosidad sigue siendo hoy el motor del conocimiento científico. La Ciencia busca comprender el mundo no solo por el afán de conocerlo sino con el objetivo de transformarlo. Claramente el conocimiento científico ha mejorado la vida de las personas. Y la aplicación de la Ciencia hoy día se relaciona íntimamente con la Tecnología. Dice Rendueles que los conceptos científicos apenas tienen contexto político y social, mientras que la tecnología, en cambio, apenas tiene otra cosa. Es cierto, pero si bien la epistémica y la técnica surgieron de caminos separados, en el contexto actual de sofisticación de los avances y extrema aplicabilidad, quizás solo tenga sentido hablar de tecnociencia, y lo verdaderamente importante sea analizar el contexto de aplicación de dicho conocimiento tecnocientífico. Este conocimiento lo es para algo y para alguien.
Generalmente es asumido que el avance del conocimiento científico se orienta a aportar soluciones a los problemas de la sociedad. Pero sería ingenuo soslayar que la ciencia hoy día se hace en un mundo capitalista cuyos criterios de valor son también aplicados habitualmente al científico. La principal razón por la que los gobiernos invierten en mayor o menor medida en investigación científica es porque se espera a cambio una rentabilidad social. La necesidad de demostrar impactos económicos de los resultados de las investigaciones incorporan un sesgo al enfoque y contenido de las mismas. En ese contexto, el científico trabaja para vender un producto; el resultado de su investigación. Esto no quiere decir en absoluto que el conocimiento científico sea subjetivo, pues los datos serán verdaderos o falsos sin paliativos. Pero la forma en que planificamos y organizamos ese conocimiento está sin duda influida por el marco social y político en el que se desenvuelve.
Este escenario de maridaje entre Ciencia y Mercado, de estímulo de la productividad y la competencia, contribuye a una carrera de especialización parcelada en el conocimiento que no permite aquella maduración sosegada para la integración de estas diferentes parcelas que aconsejaría un enfoque holístico, quizás menos miope cuando el objeto de nuestro estudios son sistemas complejos (el clima, los ecosistemas, los organismos, las células...). Así, tenemos cada vez más sabios ignorantes, propietarios de una estrella en la vía láctea del conocimiento científico cuya dimensión total no abarcan evidentemente a ver. Es este un reduccionismo exacerbado de escaso diálogo interdisciplinario, que dificulta enormemente el pensamiento estratégico a la hora de hacer frente a realidades que son complejas
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Volviendo al ejemplo de los OMGs podemos probablemente sospechar que a día de hoy el reduccionismo científico deja fuera en gran medida a la Ecología en lo relativo a las investigaciones transgénicas.
En este sentido cuando hablamos de que la Ciencia aporta beneficios para la sociedad, podemos preguntarnos a que parte de la sociedad nos referimos. Qué se investiga y a quién benefician los resultados de una investigación es un sesgo que nos remite nuevamente a una carga político-ideológica en el avance del conocimiento científico que no debemos pasar por alto cuando optar por un camino significa descartar otros. Sería fácil pensar a bote pronto en unas cuantas líneas de investigación cuyo beneficio para una gran parte de la población mundial, cuya supervivencia sigue dependiendo del acceso al agua y la comida, es difícil de averiguar. El mito de que el conocimiento científico es algo altruista que pertenece a la humanidad no se sostiene. El caso de las patentes es paradigmático. Una vez incluido el criterio mercantil, el beneficio social de lo descubierto está en función del poder adquisitivo del beneficiado
 3. El sesgo mercantil enturbia además la verdad científica en el caso de las sospechas de conflictos de intereses, cosa que lamentablemente no es infrecuente, incluso en organismos que deciden sobre cosas tan importantes como la seguridad de lo que comemos; la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha recibido repetidas críticas hacia su independencia incluso por parte del Parlamento Europeo.
Además es evidente que el curriculum académico de los científicos se mide por el número y calidad de sus publicaciones. La presión por publicar acaba condicionando las líneas de investigación, introduciendo un nuevo sesgo hacia lo publicable, áreas productivas, actuales y urgentes, susceptibles además de recibir fondos para la investigación, en detrimento de otras improductivas a corto plazo. Esta carrera por la productividad científica exige una indomable rectitud moral para evitar una posible tentación de comportamientos poco éticos. El fraude de la clonación de células madre humanas por parte del surcoreano Hwang Woo-Suk en 2005 es probablemente un caso anecdótico en el palmarés científico, pero que evidencia los efectos indeseables que puede producir la presión por ser el primero. 

Sesgo por omisión
En esa búsqueda de utilidad social se investiga por ejemplo sobre plantas que aumenten la reflectividad solar para reducir el calentamiento global, hormonas que hagan engordar al ganado, especies que se adapten a la creciente salinidad, OMGs resistentes a herbicidas, o microorganismos que se coman la contaminación. Todas ellas son soluciones de final de tubería que asumen, aceptan y de algún modo ayudan a mantener, cuando no alientan, las premisas de un modelo socioeconómico que ha generado los problemas que intentan parchear.
Evidentemente si los científicos entraran a cuestionar el modelo socioeconómico que provoca destrucción ambiental y social, estarían metiéndose en política. La pregunta abierta, probablemente de imposible respuesta certera, pero que aún así merece cierta atención y debate, es si no lo están haciendo ya de algún modo por omisión, al asumir como realidades de partida, unívocas e inmutables las premisas mencionadas. Es este un sesgo inextricable, retorcido y probablemente de imposible solución, pero no por ello podemos obviar que existe. ¿Es ayudar a la sociedad el darle un balón de oxígeno a las actividades que están esquilmando las bases que sostienen la vida como los combustibles fósiles, la superproducción industrial, el modelo agroalimentario,...?
La única posible salida -y meramente a un nivel conceptual- para continuar con un modelo insostenible en un planeta finito, pasa por la senda de un tecno-optimismo que encontrará soluciones para todo, sorteando la finitud, a medida que dicho modelo vaya alcanzando nuevas cotas de insostenibilidad. Una senda por la que se adentra la Ciencia que, en palabras de Carlos de Castro estaría poniéndose al servicio de colapsar peor. Este enfoque tecnocientífico es tranquilizador con respecto al futuro, y aporta una seguridad que la sociedad demanda frente al fantasma del colapso ecológico. Corremos el riesgo de convertir así a la Ciencia en la posibilitadora central de una cosmovisión tecnológica alentada por sueños de imposible omnisciencia científica. El posibilismo amparado por la opción del quitamanchas tecnológico trasciende el hecho de serle útil a la ideología dominante para convertirse casi en una ideología en si misma.
Esta visión obvia no solo los límites de la tecnología en un mundo con energía útil decreciente, sino los propios límites al conocimiento, relegando la incertidumbre a la categoría de limitación puramente temporal que será siempre superada con nuevas investigaciones, sin plantearse por ejemplo si la luz de ese conocimiento , en caso de llegar, lo hará a tiempo, en un contexto de acuciante crisis global y margen de reacción escaso. Sin plantearse tampoco una perspectiva de largo plazo para las soluciones propuestas 
 4. Como dice el profesor Andrew Stirling de la Universidad de Sussex, es necesario entender la incertidumbre en lugar de negarla, y ello pasa por asumir un mayor nivel de humildad en relación a nuestro nivel de conocimiento y a nuestra capacidad para entender determinados procesos.
Control social y responsabilidad científica.Los sesgos inherentes al avance del conocimiento científico, crecientemente orientado a realizar cualquier cosa posible y venderla
5, hacen más necesario que nunca cierto control social de la tecnociencia. Las implicaciones ecológicas y éticas de implementar muchas de las soluciones tecnológicas que se buscan para el mundo, desde la agricultura transgénica hasta la geoingeniería, obligan a un debate social sobre las mismas que hasta ahora no se ha producido. Aunque uno no se dedique a la ciencia, puede, e incluso debe, opinar sobre ella.
Los científicos gozan de un reconocimiento social privilegiado que les confiere una importante responsabilidad a la hora de posicionarse públicamente. Como hemos intentado mostrar, es muy difícil cuando no imposible desarrollar una labor científica totalmente libre de sesgos, que más allá de los determinantes inconscientes que todos arrastramos, como la carga cultural, son inherentes a factores diversos relacionados con el marco económico-político. Lo que si sería conveniente al menos es que la clase científica sea plenamente consciente de ellos y evite ante todo poner a la Ciencia, o mejor dicho, a la autoridad científica, al servicio de la ideología.

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Este artículo es muy interesante; pone de relieve y con mucha precisión, a qué problemas urgentes e inaplazables se enfrenta la humanidad, contemplada desde el flanco de la ciencia y la actitud de los científicos ante los desafíos inminentes de nuestra especie y su supervivencia.
Está claro, cuando se ha leído el texto, que el título del mismo responde a la clásica y escolástica forma silogística del tollendo ponens o ponendo tollens, que consiste en negar o afirmar en apariencia lo que se está afirmando o negando en realidad. Cuando se ha leído y reflexionado el contenido, se comprende que el título es irónico. O sea, que negando la posibilidad de meterse en política porque se es científico, al mismo tiempo se argumenta la imposibilidad de que un científico se pueda inhibir de su participación en política, -no en entramados partidistas y/o ideológicos-; esta condición, la ideóloga, es inseparable del ser humano,¿quién podría serlo y no tener ideas sociales, religiosas o culturales que pensar, valorar o dejar de lado? La idea es el oxígeno de la inteligencia pero la ideología es un constructo social de ideas determinadas y tantas veces manipuladas ad hoc. Y un científico, por muy neutral y objetivo que procure ser, no deja de tener unas ideas determinadas. Lo que juega a su favor es que los científicos poseen una capacidad de observación y un pensamiento crítico notables y esas cualidades facilitan, aunque no la garanticen al 100%, imparcialidad, ellos y ellas, también tienen su corazoncito y un equipaje genético, cultural, psicoemocional y ambiental que  elaborar como con-tributo a la evolución.
Lo que de verdad nos redime del laberinto de la existencia y de sus encrucijadas resbaladizas, es la conciencia despierta -ética- cuando va madurando y aprende a navegar serenamente por la incertidumbre, la acepta y la trabaja, no tanto por superarla en plan egocéntrico y superhéroe autopropulsado, como porque en ella se crece de verdad en flexibilidad, en honestidad, en humildad, apertura e integración de elementos cognitivos y ontológicos. Y científicos, claro que sí. ¿De qué serviría la ciencia si su primera condición no consistiera en percibir y analizar por dentro lo que somos o no somos cada una/o de nosotras/os, y desde ahí canalizar lo que se va descubriendo y comprender y asumir la humanidad como el tejido conjuntivo, nervioso, sanguíneo, epitelial, etc.. del ser que percibimos como un conjunto plural de individualidades y sus rasgos característicos?

Desde esa plataforma íntima como observatorio-tubo de ensayo-microscopio-telescopio, sí que es posible avanzar en los descubrimientos imprescindibles y eso es lo que hace este autor, Samuel Martín-Sosa. Brindando una visión lo más holística posible del alma científica, enfrentada al dilema más cañero de todos: el peligro de la manipulación de los científicos por los tenebrosos  poderes mercantiles, que normalmente van camuflados de "política", pergeñando un verdadero similitruqui birlibirloquesco para rizar el rizo de su "lógica" y llevarse crudos los porcentajes y negocios infinitos, camuflados de "política", de "ideología", "bienestar social", "economía" e incluso, con al disfraz de "ecológica", "alternativa" "sostenible", "renovable" y ¡hasta, "limpia"!..en fin. Como si solo el petróleo y sus toxicidades, fuesen los únicos venenos que sustituir en el medio ambiente y no lo fuese también la avaricia, la ambición, la envidia, la soberbia del necio que se cree un dios porque dispone de dinero para comprar tecnología con la que suplantar con máquinas el talento y la conciencia de índole inteligente, que no se posee porque no se ha cultivado ni desarrollado y sin cuya esencia la ciencia no sólo se queda en mero serrín de mercadillo sino que además se convierte en un verdadero peligro, en manos de eternos e ignorantes aprendices de brujo, subvencionados por los magnates mangantes y sin escrúpulos que se han apoderado de los recursos del Planeta, cada vez más finitos y escasos.

Es muy reconfortante leer que los científicos también están despiertos y ven más allá de las mentiras y milongas del poder financiero y mercantil, sin negar la realidad que pisamos ni irse por la ramas del cortoplacismo y la 'salvación' científica y espectacular en plan last minut. Que parecen diseñados por Julio Verne, por Dan Browun, Jerry Louis en El profesor chiflado o por Ibáñez y su  Profesor Bacterio, ya rozando la astrakanda de un surrealismo pseudocientífico,  mercantilista y tecno-pop, cada vez más enloquecido.

En vez de eso, el análisis y la lectura impecable de la realidad que describe este artículo no tienen desperdicio. Y nos regalan ese punto de lúcida evidencia: la ciencia y el saber, episteme, es inseparable del verdadero y más imprescindible significado de la política, recuperando su identidad original que es la gestión de la polis (ciudad) a cargo de la participación básica de la politeia (ciudadanía) en  un sistema autónomo y social de responsabilidad compartida por el poder del pueblo demo-krathía, que es la oikonomía, ese conjunto de normas comunes con las que las ciudadanas y ciudadanos ordenan los recursos según las necesidades en la casa de todos, la oikós comunitaria, que es la polis.
Y como sugiere Samuel Martín-Sosa, solo desde la base cívica de una educación para el despertar de conciencias será posible la libertad y la ética de la ciencia, que convertida en otra casta, en otra gens, al servicio del poder del lucro, potenciada por los señores de la guerra y del dominio global, está siendo reducida a mera arma de destrucción masiva vendida como bálsamo de Fierabrás.

La ironía de Cervantes también estaba por la labor y viendo el percal, ya en siglo XVI, donde la auctoritas andaba desparramada entre la ciencia, la retórica y las sotanas, los tres pilares del poderío, o sea entre el barbero, el estudiante y el cura empeñados y metidos hasta el cuello en el sistema, como ahora, y emperrados en que D.Quijote recuperase la cordura y volviera en sí, o sea, al concepto de cordura del rebaño donde se llamaba Alonso Quijano. Es lo mismo que opinan los nobeles de esos científicos insumisos que piensan por sí mismos y encima lo dicen, lo investigan y lo escriben. Un 'loco' lúcido y sin miedo a nada es mucho más peligroso para el trampantojo sistémico que un ejército enemigo adepto al mejunje, obediente a las consignas y  dentro del mismo tinglado que finge enemistad para montar sus Juegos de Tronos en alternancia. Lo mismo pasa con IU vista por c's, pp y Psoe y hasta por un sector importante de Podemos. Al fin y al cabo, a favor o en contra, queramos o no, la vida y la política son las dos caras de la misma e inseparable materia existencial. Mística, anamnésis y poesía en el fondo de lo indescriptible. Inseparables a pesar de todo.

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