Dice Mikael Höök,
ingeniero de la Universidad de Uppsala, que un investigador debe
proporcionar los datos objetivos que observa en la realidad sin dar
recomendaciones influidas por sesgos ideológicos. A este ideal aspiran
en general la mayoría de los científicos. Hace unas semanas entrevistaron
en la radio a un profesor de Bromatología de la Universidad de Córdoba
sobre su investigación encaminada a estandarizar la receta del salmorejo
cordobés, cuyo fin era concretar una referencia de sus aportes
calóricos y nutritivos. En su investigación contó con la colaboración de
la Cofradía del Salmorejo Cordobés,
entidad dedicada a difundir las ventajas de este producto. Ante la
pregunta medio en broma de si tras el estudio le habían nombrado Cofrade
honorífico, el profesor contestó bastante serio que no, pues la
independencia de la Ciencia le obligaba a mantener cierta distancia. Es
una interpretación quizás llevada al extremo pues el componente político
de recomendar o no la ingesta de salmorejo es de difícil argumentación.
Pero no tenemos que salirnos del campo de la alimentación para pensar
en otro ejemplo bien distinto y por todos conocido que cuestiona la
perseguida neutralidad axiológica de la Ciencia: la reciente carta abierta
de los premios nobeles a la labor de Greenpeace y otras organizaciones
ecologistas contra el cultivo de Organismos Modificados Genéticamente
(OMGs). El daño que esta carta hace a la Ciencia, en una sociedad que de
algún modo sacraliza la opinión científica, es irreparable, pues
cualquier crítica será calificada de retrógrada. A riesgo de ello es
preciso insistir en que estamos aquí ante un magnífico ejemplo de
científicos metiéndose en política.
La misiva contiene un burdo sesgo de brocha gorda de
tipo político-ideológico. Que los nobeles digan que los transgénicos no
afectan a la salud, puede ser científicamente discutido, pero es un
argumento con base epistemológica en su campo de trabajo
1.
Que los nobeles digan que los transgénicos son el camino para acabar
con el problema de la desnutrición es sin embargo, un salto al vacío,
que ya no se sostiene sobre la base anterior. ¿Porqué no dijeron los
nobeles, con la misma autoridad que saben que les acompaña, que el
hambre puede resolverse eliminando la desigualdad o mejorando la
distribución de la riqueza, por ejemplo? Sería otra manera -al menos tan
válida sobre el papel- como el despliegue de la agricultura
transgénica. No lo hicieron porque eso sería meterse en política, y los
científicos, como reza el título de este artículo, no lo hacen.
Entonces, ¿porqué se decantan sin sonrojo por esa solución tecnológica?
Pues porque en realidad si lo hacen. Los sutiles tentáculos de la
ideología tocan también a menudo y de formas diversas a la Ciencia.
El problema está en el discurso científico cuando este invade un
terreno que no le es propio, y hace uso de la autoridad que ha ganado en
su campo de conocimiento para sentar cátedra en otro que le es ajeno,
mediante lecturas extremadamente simplistas o reduccionistas de la
realidad. No es algo anecdótico. La forma en que se estructura y orienta
el conocimiento científico está influida por diferentes sesgos por
acción u omisión.
Sesgos en una Ciencia útil
Podríamos preguntarnos hasta qué punto la curiosidad sigue siendo hoy
el motor del conocimiento científico. La Ciencia busca comprender el
mundo no solo por el afán de conocerlo sino con el objetivo de
transformarlo. Claramente el conocimiento científico ha mejorado la vida
de las personas. Y la aplicación de la Ciencia hoy día se relaciona
íntimamente con la Tecnología. Dice Rendueles
que los conceptos científicos apenas tienen contexto político y social,
mientras que la tecnología, en cambio, apenas tiene otra cosa. Es
cierto, pero si bien la epistémica y la técnica surgieron de caminos
separados, en el contexto actual de sofisticación de los avances y
extrema aplicabilidad, quizás solo tenga sentido hablar de tecnociencia,
y lo verdaderamente importante sea analizar el contexto de aplicación
de dicho conocimiento tecnocientífico. Este conocimiento lo es para algo
y para alguien.
Generalmente es asumido que el
avance del conocimiento científico se orienta a aportar soluciones a los
problemas de la sociedad. Pero sería ingenuo soslayar que la ciencia
hoy día se hace en un mundo capitalista cuyos criterios de valor son
también aplicados habitualmente al científico. La principal razón por la
que los gobiernos invierten en mayor o menor medida en investigación
científica es porque se espera a cambio una rentabilidad social. La
necesidad de demostrar impactos económicos de los resultados de las
investigaciones incorporan un sesgo al enfoque y contenido de las
mismas. En ese contexto, el científico trabaja para vender un producto;
el resultado de su investigación. Esto no quiere decir en absoluto que
el conocimiento científico sea subjetivo, pues los datos serán
verdaderos o falsos sin paliativos. Pero la forma en que planificamos y
organizamos ese conocimiento está sin duda influida por el marco social y
político en el que se desenvuelve.
Este escenario de
maridaje entre Ciencia y Mercado, de estímulo de la productividad y la
competencia, contribuye a una carrera de especialización parcelada en el
conocimiento que no permite aquella maduración sosegada para la
integración de estas diferentes parcelas que aconsejaría un enfoque
holístico, quizás menos miope cuando el objeto de nuestro estudios son
sistemas complejos (el clima, los ecosistemas, los organismos, las
células...). Así, tenemos cada vez más sabios ignorantes, propietarios
de una estrella en la vía láctea del conocimiento científico cuya
dimensión total no abarcan evidentemente a ver. Es este un reduccionismo
exacerbado de escaso diálogo interdisciplinario, que dificulta
enormemente el pensamiento estratégico a la hora de hacer frente a
realidades que son complejas
2.Volviendo al ejemplo de los OMGs podemos probablemente sospechar que a día de hoy el reduccionismo científico deja fuera en gran medida a la Ecología en lo relativo a las investigaciones transgénicas.
En este sentido cuando hablamos de que la Ciencia aporta beneficios
para la sociedad, podemos preguntarnos a que parte de la sociedad nos
referimos. Qué se investiga y a quién benefician los resultados de una
investigación es un sesgo que nos remite nuevamente a una carga
político-ideológica en el avance del conocimiento científico que no
debemos pasar por alto cuando optar por un camino significa descartar
otros. Sería fácil pensar a bote pronto en unas cuantas líneas de
investigación cuyo beneficio para una gran parte de la población
mundial, cuya supervivencia sigue dependiendo del acceso al agua y la
comida, es difícil de averiguar. El mito de que el conocimiento
científico es algo altruista que pertenece a la humanidad no se
sostiene. El caso de las patentes es paradigmático. Una vez incluido el
criterio mercantil, el beneficio social de lo descubierto está en
función del poder adquisitivo del beneficiado
3. El sesgo mercantil enturbia además la verdad científica en el caso de las sospechas de conflictos de intereses, cosa que lamentablemente no es infrecuente, incluso en organismos que deciden sobre cosas tan importantes como la seguridad de lo que comemos; la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha recibido repetidas críticas hacia su independencia incluso por parte del Parlamento Europeo.
3. El sesgo mercantil enturbia además la verdad científica en el caso de las sospechas de conflictos de intereses, cosa que lamentablemente no es infrecuente, incluso en organismos que deciden sobre cosas tan importantes como la seguridad de lo que comemos; la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) ha recibido repetidas críticas hacia su independencia incluso por parte del Parlamento Europeo.
Además es evidente que el curriculum académico de los científicos se
mide por el número y calidad de sus publicaciones. La presión por
publicar acaba condicionando las líneas de investigación, introduciendo
un nuevo sesgo hacia lo publicable, áreas productivas, actuales y
urgentes, susceptibles además de recibir fondos para la investigación,
en detrimento de otras improductivas a corto plazo. Esta carrera por la
productividad científica exige una indomable rectitud moral para evitar
una posible tentación de comportamientos poco éticos. El fraude de la
clonación de células madre humanas por parte del surcoreano Hwang Woo-Suk
en 2005 es probablemente un caso anecdótico en el palmarés científico,
pero que evidencia los efectos indeseables que puede producir la presión
por ser el primero.
Sesgo por omisión
En esa búsqueda de utilidad social se investiga por ejemplo sobre
plantas que aumenten la reflectividad solar para reducir el
calentamiento global, hormonas que hagan engordar al ganado, especies
que se adapten a la creciente salinidad, OMGs resistentes a herbicidas, o
microorganismos que se coman la contaminación. Todas ellas son
soluciones de final de tubería que asumen, aceptan y de algún modo
ayudan a mantener, cuando no alientan, las premisas de un modelo
socioeconómico que ha generado los problemas que intentan parchear.
Evidentemente si los científicos entraran a cuestionar el modelo
socioeconómico que provoca destrucción ambiental y social, estarían
metiéndose en política. La pregunta abierta, probablemente de imposible
respuesta certera, pero que aún así merece cierta atención y debate, es
si no lo están haciendo ya de algún modo por omisión, al asumir como
realidades de partida, unívocas e inmutables las premisas mencionadas.
Es este un sesgo inextricable, retorcido y probablemente de imposible
solución, pero no por ello podemos obviar que existe. ¿Es ayudar a la
sociedad el darle un balón de oxígeno a las actividades que están
esquilmando las bases que sostienen la vida como los combustibles
fósiles, la superproducción industrial, el modelo agroalimentario,...?
La única posible salida -y meramente a un nivel conceptual- para
continuar con un modelo insostenible en un planeta finito, pasa por la
senda de un tecno-optimismo que encontrará soluciones para todo,
sorteando la finitud, a medida que dicho modelo vaya alcanzando nuevas
cotas de insostenibilidad. Una senda por la que se adentra la Ciencia
que, en palabras de Carlos de Castro estaría poniéndose al servicio de colapsar peor.
Este enfoque tecnocientífico es tranquilizador con respecto al futuro, y
aporta una seguridad que la sociedad demanda frente al fantasma del
colapso ecológico. Corremos el riesgo de convertir así a la Ciencia en
la posibilitadora central de una cosmovisión tecnológica alentada por
sueños de imposible omnisciencia científica. El posibilismo amparado por
la opción del quitamanchas tecnológico trasciende el hecho de serle
útil a la ideología dominante para convertirse casi en una ideología en
si misma.
Esta visión obvia no solo los límites de la
tecnología en un mundo con energía útil decreciente, sino los propios
límites al conocimiento, relegando la incertidumbre a la categoría de
limitación puramente temporal que será siempre superada con nuevas
investigaciones, sin plantearse por ejemplo si la luz de ese
conocimiento , en caso de llegar, lo hará a tiempo, en un contexto de
acuciante crisis global y margen de reacción escaso. Sin plantearse
tampoco una perspectiva de largo plazo para las soluciones propuestas
4. Como dice el profesor Andrew Stirling
de la Universidad de Sussex, es necesario entender la incertidumbre en
lugar de negarla, y ello pasa por asumir un mayor nivel de humildad en
relación a nuestro nivel de conocimiento y a nuestra capacidad para
entender determinados procesos.
Control social y responsabilidad científica.Los sesgos inherentes al avance del conocimiento científico,
crecientemente orientado a realizar cualquier cosa posible y venderla
5,
hacen más necesario que nunca cierto control social de la tecnociencia.
Las implicaciones ecológicas y éticas de implementar muchas de las
soluciones tecnológicas que se buscan para el mundo, desde la
agricultura transgénica hasta la geoingeniería,
obligan a un debate social sobre las mismas que hasta ahora no se ha
producido. Aunque uno no se dedique a la ciencia, puede, e incluso debe,
opinar sobre ella.
Los científicos gozan de un
reconocimiento social privilegiado que les confiere una importante
responsabilidad a la hora de posicionarse públicamente. Como hemos
intentado mostrar, es muy difícil cuando no imposible desarrollar una
labor científica totalmente libre de sesgos, que más allá de los
determinantes inconscientes que todos arrastramos, como la carga
cultural, son inherentes a factores diversos relacionados con el marco
económico-político. Lo que si sería conveniente al menos es que la clase
científica sea plenamente consciente de ellos y evite ante todo poner a
la Ciencia, o mejor dicho, a la autoridad científica, al servicio de la
ideología.
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Este artículo es muy interesante; pone de relieve y con mucha precisión, a qué problemas urgentes e inaplazables se enfrenta la humanidad, contemplada desde el flanco de la ciencia y la actitud de los científicos ante los desafíos inminentes de nuestra especie y su supervivencia.
Está claro, cuando se ha leído el texto, que el título del mismo responde a la clásica y escolástica forma silogística del tollendo ponens o ponendo tollens, que consiste en negar o afirmar en apariencia lo que se está afirmando o negando en realidad. Cuando se ha leído y reflexionado el contenido, se comprende que el título es irónico. O sea, que negando la posibilidad de meterse en política porque se es científico, al mismo tiempo se argumenta la imposibilidad de que un científico se pueda inhibir de su participación en política, -no en entramados partidistas y/o ideológicos-; esta condición, la ideóloga, es inseparable del ser humano,¿quién podría serlo y no tener ideas sociales, religiosas o culturales que pensar, valorar o dejar de lado? La idea es el oxígeno de la inteligencia pero la ideología es un constructo social de ideas determinadas y tantas veces manipuladas ad hoc. Y un científico, por muy neutral y objetivo que procure ser, no deja de tener unas ideas determinadas. Lo que juega a su favor es que los científicos poseen una capacidad de observación y un pensamiento crítico notables y esas cualidades facilitan, aunque no la garanticen al 100%, imparcialidad, ellos y ellas, también tienen su corazoncito y un equipaje genético, cultural, psicoemocional y ambiental que elaborar como con-tributo a la evolución.
Lo que de verdad nos redime del laberinto de la existencia y de sus encrucijadas resbaladizas, es la conciencia despierta -ética- cuando va madurando y aprende a navegar serenamente por la incertidumbre, la acepta y la trabaja, no tanto por superarla en plan egocéntrico y superhéroe autopropulsado, como porque en ella se crece de verdad en flexibilidad, en honestidad, en humildad, apertura e integración de elementos cognitivos y ontológicos. Y científicos, claro que sí. ¿De qué serviría la ciencia si su primera condición no consistiera en percibir y analizar por dentro lo que somos o no somos cada una/o de nosotras/os, y desde ahí canalizar lo que se va descubriendo y comprender y asumir la humanidad como el tejido conjuntivo, nervioso, sanguíneo, epitelial, etc.. del ser que percibimos como un conjunto plural de individualidades y sus rasgos característicos?
Desde esa plataforma íntima como observatorio-tubo de ensayo-microscopio-telescopio, sí que es posible avanzar en los descubrimientos imprescindibles y eso es lo que hace este autor, Samuel Martín-Sosa. Brindando una visión lo más holística posible del alma científica, enfrentada al dilema más cañero de todos: el peligro de la manipulación de los científicos por los tenebrosos poderes mercantiles, que normalmente van camuflados de "política", pergeñando un verdadero similitruqui birlibirloquesco para rizar el rizo de su "lógica" y llevarse crudos los porcentajes y negocios infinitos, camuflados de "política", de "ideología", "bienestar social", "economía" e incluso, con al disfraz de "ecológica", "alternativa" "sostenible", "renovable" y ¡hasta, "limpia"!..en fin. Como si solo el petróleo y sus toxicidades, fuesen los únicos venenos que sustituir en el medio ambiente y no lo fuese también la avaricia, la ambición, la envidia, la soberbia del necio que se cree un dios porque dispone de dinero para comprar tecnología con la que suplantar con máquinas el talento y la conciencia de índole inteligente, que no se posee porque no se ha cultivado ni desarrollado y sin cuya esencia la ciencia no sólo se queda en mero serrín de mercadillo sino que además se convierte en un verdadero peligro, en manos de eternos e ignorantes aprendices de brujo, subvencionados por los magnates mangantes y sin escrúpulos que se han apoderado de los recursos del Planeta, cada vez más finitos y escasos.
Es muy reconfortante leer que los científicos también están despiertos y ven más allá de las mentiras y milongas del poder financiero y mercantil, sin negar la realidad que pisamos ni irse por la ramas del cortoplacismo y la 'salvación' científica y espectacular en plan last minut. Que parecen diseñados por Julio Verne, por Dan Browun, Jerry Louis en El profesor chiflado o por Ibáñez y su Profesor Bacterio, ya rozando la astrakanda de un surrealismo pseudocientífico, mercantilista y tecno-pop, cada vez más enloquecido.
En vez de eso, el análisis y la lectura impecable de la realidad que describe este artículo no tienen desperdicio. Y nos regalan ese punto de lúcida evidencia: la ciencia y el saber, episteme, es inseparable del verdadero y más imprescindible significado de la política, recuperando su identidad original que es la gestión de la polis (ciudad) a cargo de la participación básica de la politeia (ciudadanía) en un sistema autónomo y social de responsabilidad compartida por el poder del pueblo demo-krathía, que es la oikonomía, ese conjunto de normas comunes con las que las ciudadanas y ciudadanos ordenan los recursos según las necesidades en la casa de todos, la oikós comunitaria, que es la polis.
Y como sugiere Samuel Martín-Sosa, solo desde la base cívica de una educación para el despertar de conciencias será posible la libertad y la ética de la ciencia, que convertida en otra casta, en otra gens, al servicio del poder del lucro, potenciada por los señores de la guerra y del dominio global, está siendo reducida a mera arma de destrucción masiva vendida como bálsamo de Fierabrás.
La ironía de Cervantes también estaba por la labor y viendo el percal, ya en siglo XVI, donde la auctoritas andaba desparramada entre la ciencia, la retórica y las sotanas, los tres pilares del poderío, o sea entre el barbero, el estudiante y el cura empeñados y metidos hasta el cuello en el sistema, como ahora, y emperrados en que D.Quijote recuperase la cordura y volviera en sí, o sea, al concepto de cordura del rebaño donde se llamaba Alonso Quijano. Es lo mismo que opinan los nobeles de esos científicos insumisos que piensan por sí mismos y encima lo dicen, lo investigan y lo escriben. Un 'loco' lúcido y sin miedo a nada es mucho más peligroso para el trampantojo sistémico que un ejército enemigo adepto al mejunje, obediente a las consignas y dentro del mismo tinglado que finge enemistad para montar sus Juegos de Tronos en alternancia. Lo mismo pasa con IU vista por c's, pp y Psoe y hasta por un sector importante de Podemos. Al fin y al cabo, a favor o en contra, queramos o no, la vida y la política son las dos caras de la misma e inseparable materia existencial. Mística, anamnésis y poesía en el fondo de lo indescriptible. Inseparables a pesar de todo.
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Este artículo es muy interesante; pone de relieve y con mucha precisión, a qué problemas urgentes e inaplazables se enfrenta la humanidad, contemplada desde el flanco de la ciencia y la actitud de los científicos ante los desafíos inminentes de nuestra especie y su supervivencia.
Está claro, cuando se ha leído el texto, que el título del mismo responde a la clásica y escolástica forma silogística del tollendo ponens o ponendo tollens, que consiste en negar o afirmar en apariencia lo que se está afirmando o negando en realidad. Cuando se ha leído y reflexionado el contenido, se comprende que el título es irónico. O sea, que negando la posibilidad de meterse en política porque se es científico, al mismo tiempo se argumenta la imposibilidad de que un científico se pueda inhibir de su participación en política, -no en entramados partidistas y/o ideológicos-; esta condición, la ideóloga, es inseparable del ser humano,¿quién podría serlo y no tener ideas sociales, religiosas o culturales que pensar, valorar o dejar de lado? La idea es el oxígeno de la inteligencia pero la ideología es un constructo social de ideas determinadas y tantas veces manipuladas ad hoc. Y un científico, por muy neutral y objetivo que procure ser, no deja de tener unas ideas determinadas. Lo que juega a su favor es que los científicos poseen una capacidad de observación y un pensamiento crítico notables y esas cualidades facilitan, aunque no la garanticen al 100%, imparcialidad, ellos y ellas, también tienen su corazoncito y un equipaje genético, cultural, psicoemocional y ambiental que elaborar como con-tributo a la evolución.
Lo que de verdad nos redime del laberinto de la existencia y de sus encrucijadas resbaladizas, es la conciencia despierta -ética- cuando va madurando y aprende a navegar serenamente por la incertidumbre, la acepta y la trabaja, no tanto por superarla en plan egocéntrico y superhéroe autopropulsado, como porque en ella se crece de verdad en flexibilidad, en honestidad, en humildad, apertura e integración de elementos cognitivos y ontológicos. Y científicos, claro que sí. ¿De qué serviría la ciencia si su primera condición no consistiera en percibir y analizar por dentro lo que somos o no somos cada una/o de nosotras/os, y desde ahí canalizar lo que se va descubriendo y comprender y asumir la humanidad como el tejido conjuntivo, nervioso, sanguíneo, epitelial, etc.. del ser que percibimos como un conjunto plural de individualidades y sus rasgos característicos?
Desde esa plataforma íntima como observatorio-tubo de ensayo-microscopio-telescopio, sí que es posible avanzar en los descubrimientos imprescindibles y eso es lo que hace este autor, Samuel Martín-Sosa. Brindando una visión lo más holística posible del alma científica, enfrentada al dilema más cañero de todos: el peligro de la manipulación de los científicos por los tenebrosos poderes mercantiles, que normalmente van camuflados de "política", pergeñando un verdadero similitruqui birlibirloquesco para rizar el rizo de su "lógica" y llevarse crudos los porcentajes y negocios infinitos, camuflados de "política", de "ideología", "bienestar social", "economía" e incluso, con al disfraz de "ecológica", "alternativa" "sostenible", "renovable" y ¡hasta, "limpia"!..en fin. Como si solo el petróleo y sus toxicidades, fuesen los únicos venenos que sustituir en el medio ambiente y no lo fuese también la avaricia, la ambición, la envidia, la soberbia del necio que se cree un dios porque dispone de dinero para comprar tecnología con la que suplantar con máquinas el talento y la conciencia de índole inteligente, que no se posee porque no se ha cultivado ni desarrollado y sin cuya esencia la ciencia no sólo se queda en mero serrín de mercadillo sino que además se convierte en un verdadero peligro, en manos de eternos e ignorantes aprendices de brujo, subvencionados por los magnates mangantes y sin escrúpulos que se han apoderado de los recursos del Planeta, cada vez más finitos y escasos.
Es muy reconfortante leer que los científicos también están despiertos y ven más allá de las mentiras y milongas del poder financiero y mercantil, sin negar la realidad que pisamos ni irse por la ramas del cortoplacismo y la 'salvación' científica y espectacular en plan last minut. Que parecen diseñados por Julio Verne, por Dan Browun, Jerry Louis en El profesor chiflado o por Ibáñez y su Profesor Bacterio, ya rozando la astrakanda de un surrealismo pseudocientífico, mercantilista y tecno-pop, cada vez más enloquecido.
En vez de eso, el análisis y la lectura impecable de la realidad que describe este artículo no tienen desperdicio. Y nos regalan ese punto de lúcida evidencia: la ciencia y el saber, episteme, es inseparable del verdadero y más imprescindible significado de la política, recuperando su identidad original que es la gestión de la polis (ciudad) a cargo de la participación básica de la politeia (ciudadanía) en un sistema autónomo y social de responsabilidad compartida por el poder del pueblo demo-krathía, que es la oikonomía, ese conjunto de normas comunes con las que las ciudadanas y ciudadanos ordenan los recursos según las necesidades en la casa de todos, la oikós comunitaria, que es la polis.
Y como sugiere Samuel Martín-Sosa, solo desde la base cívica de una educación para el despertar de conciencias será posible la libertad y la ética de la ciencia, que convertida en otra casta, en otra gens, al servicio del poder del lucro, potenciada por los señores de la guerra y del dominio global, está siendo reducida a mera arma de destrucción masiva vendida como bálsamo de Fierabrás.
La ironía de Cervantes también estaba por la labor y viendo el percal, ya en siglo XVI, donde la auctoritas andaba desparramada entre la ciencia, la retórica y las sotanas, los tres pilares del poderío, o sea entre el barbero, el estudiante y el cura empeñados y metidos hasta el cuello en el sistema, como ahora, y emperrados en que D.Quijote recuperase la cordura y volviera en sí, o sea, al concepto de cordura del rebaño donde se llamaba Alonso Quijano. Es lo mismo que opinan los nobeles de esos científicos insumisos que piensan por sí mismos y encima lo dicen, lo investigan y lo escriben. Un 'loco' lúcido y sin miedo a nada es mucho más peligroso para el trampantojo sistémico que un ejército enemigo adepto al mejunje, obediente a las consignas y dentro del mismo tinglado que finge enemistad para montar sus Juegos de Tronos en alternancia. Lo mismo pasa con IU vista por c's, pp y Psoe y hasta por un sector importante de Podemos. Al fin y al cabo, a favor o en contra, queramos o no, la vida y la política son las dos caras de la misma e inseparable materia existencial. Mística, anamnésis y poesía en el fondo de lo indescriptible. Inseparables a pesar de todo.
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