Alberto Garzón Espinosa
El crecimiento de la extrema derecha se basa, a mi juicio, en la
promesa de seguridad que ofrecen a los sectores desprotegidos de una
sociedad. Es así como estos proyectos clasistas y xenófobos han
conseguido atraer no sólo a la clase trabajadora, perdedora directa de
la globalización, sino también a las auto percibidas clases medias,
víctimas adicionales de la globalización y la crisis.
Desde el punto de vista teórico, esto es coherente. El
avance del libre mercado como criterio rector de la sociedad, cuestión
en la que la globalización neoliberal es ejemplo paradigmático, conlleva
el salto al vacío de sectores sociales otrora protegidos por las
políticas públicas. Es lógico que estos sectores busquen en la política,
pero también fuera de la misma, su propia seguridad. Y he aquí la
verdadera disputa de nuestro tiempo, a saber, la de qué proyecto
político será capaz de articular propuestas de seguridad no basadas en
las posiciones de la extrema derecha sino en los valores y principios de
la izquierda. O, por decirlo de otro modo, qué proyecto político será
capaz de crear una alternativa creíble que proporcione seguridad,
entendida en su concepción civil y no militar, a la clase trabajadora y,
por ende, a la mayoría de la población. La pregunta es obvia: ¿cómo
hacerlo?
Buscando entender lo que sucede en nuestro
propio país, que no ha sufrido aún la irrupción de una fuerza
explícitamente de extrema derecha, no podemos pasar por alto una
experiencia tan significativa como fue la del movimiento 15M. Este
movimiento fue un fenómeno heterogéneo y espontáneo producto más de la
indignación y frustración que de la conciencia de clase. Una indignación
que, sin embargo, se elevó contra las consecuencias de la crisis
económica y del modelo de sociedad. Parece obvio, sin crisis económica
no hubiera existido el 15M. Pero este movimiento, a su vez, permitió
canalizar la frustración y rabia de la gente en una dirección de
izquierdas, gracias al esfuerzo de mucha gente por explicar la crisis
desde esta perspectiva, y evitó que dichas emociones se cebaran con
sectores aún más desprotegidos como son, por ejemplo, los inmigrantes.
Hay quien ha defendido que el fenómeno 15M estaba totalmente
desconectado de las reivindicaciones históricas de la izquierda y que
era, en suma, un producto nuevo de la historia. A mí no me lo parece.
Más bien es precisamente en la crítica al sistema que da origen a la
crisis donde encontramos el nexo entre el 15M y el movimiento obrero. El
objeto de sus críticas es el mismo, si bien con distintos grados de
conciencia y profundidad. Por esa razón los nuevos indignados del 15M se
veían reflejados y representados en las palabras de algunos dirigentes
de la izquierda tradicional como, por ejemplo, Xosé Manuel Beiras o Julio Anguita.
La pregunta sería la siguiente: ¿por qué estos activistas no se sentían
reflejados en todos los dirigentes del movimiento obrero? Respondiendo a
esta pregunta, que se encuentra en la encrucijada del problema actual,
Pablo Iglesias esbozó recientemente su hipótesis principal: «lo
fundamental es que suena diferente, suena duro». Aquí hay una
posibilidad de interpretarlo como estilo estético, cosa que a mi juicio
sería un error. Es decir, la afirmación puede ser correcta siempre y
cuando no se refiera exclusivamente a la forma-estética de articular un
discurso. Lo acertado es, más bien, interpretar «diferente» y «duro» en
términos de contenido político.
Expliquémoslo. Lo que
la indignación del 15M refleja es una crítica difusa y poco consciente
al sistema, entendido casi de un modo holístico (abarcando desde lo
económico hasta lo político). Pero es evidente que detrás de esa
indignación se encuentran hondas quejas sobre las condiciones materiales
de vida, tanto de la clase trabajadora más popular (y más
despolitizada) como de la autopercibida clase media que sufre el
desvanecimiento de sus sueños de pequeña burguesía. Y ello se concreta
en las tasas de desempleo, los recortes en los servicios públicos, el
fracaso del ascensor social, las nulas expectativas de futuro, etc. Todo
ello son manifestaciones concretas de la crisis del sistema económico
capitalista y de la gestión neoliberal de la misma. Pues bien, esa
difusa y poco concreta indignación ha conectado mucho mejor con los
mensajes políticos que impugnaban el sistema político y económico y que,
además, lo hacían mediante discursos entendibles por la gran masa. Una
combinación de contenido duro/rupturista con un discurso
claro/entendible. Es el caso paradigmático de Xosé Manuel Beiras y Julio
Anguita, pero no sólo. Con lo que no podía casar bien es con los
mensajes o actores políticos que se asociaban de forma directa con el
sistema mismo o cuya crítica impugnatoria del sistema era débil o poco
creíble.
Entonces, sonar duro
quiere decir ir a la raíz del problema en términos de contenido –lo
que no impide un acompañamiento de discurso que también sea duro en
términos de estilo. Y sonar diferente
quiere decir impugnar el sistema, hablar de un modo distinto al que
hablan los que defienden el sistema –aquí, de nuevo, tanto de contenido
como de estilo. Ambas cosas van asociadas, naturalmente, a la tríada de
ruptura democrática, proceso constituyente y proyecto socialista, aunque
luego cristalicen en discursos pedagógicos y hábiles que permitan
vadear los prejuicios construidos por la ideología dominante.
Pero, ¿por qué unos dirigentes del movimiento obrero sonaban duro y diferentes y otros no, esto es, sonaban suave y más de lo mismo
? A mi juicio la respuesta está en una deriva política que capturó a
muchos de ellos: la institucionalización, es decir, el quedar atrapado
en la lógica institucional a todos los efectos. Ello tiene implicaciones
políticas, como veremos enseguida, pero también implicaciones
operativas –el despliegue de recursos de tiempo, energía y personas en
las instituciones supone un enorme coste de oportunidad . Ese, y no otro, ha sido el principal problema de la izquierda tradicional con la que no se identificaba el 15M
. Sólo que con un agravante, que fue el hecho de que esa
institucionalización fuese no una consecuencia incontrolada sino una
firme apuesta ideológica. Podemos rastrear ese hito en la transición,
hasta llegar a la famosa frase de Carrillo en el Congreso, en 1978,
según la cual «se trata de una constitución –y por eso vale para todos-
con la cual sería posible realizar transformaciones socialistas en
nuestro país».
El principal problema de la institucionalización es político, y es que
parte de la asunción de que el instrumento prioritario para transformar
la sociedad es el ámbito jurídico/legal. Esto supone ignorar el contexto
internacional de la globalización neoliberal -que reserva al
Estado-Nación un papel subalterno- pero sobre todo ignorar la naturaleza
del Estado, que como relación social es la condensación de la
correlación de fuerzas en toda la sociedad. Una correlación de fuerzas
que, sobre todo, se constituye fuera de las instituciones legales. Antes
de desarrollar esto, cabe decir que es natural que si uno asume esa
hipótesis sobre la institucionalización acabe absorbido por la lógica
parlamentaria y por su consecuente competición por los votos desde una
perspectiva crecientemente atrapalotodo
. Las instituciones normalizan y es natural que crezcan las tendencias a
parecerse a los partidos tradicionales. El estrecho margen que abre la
institucionalización conduce, necesariamente, a ese destino.
Ahora bien, no se trata de negar el papel transformador que puedan
jugar las instituciones dentro de una estrategia más amplia, pero
convendría entender que los resultados electorales –como una expresión
institucional- son fundamentalmente el resultado de procesos que se dan
más allá de las instituciones. Es a eso a lo que nos referíamos con la
idea de la correlación de fuerzas en la sociedad. Es en la vida
cotidiana y, sobre todo, en el conflicto, donde se genera la
subjetividad o conciencia de clase que permite sumar fuerzas para ganar
elecciones y para transformar la sociedad. Y es verdad que la vida
cotidiana se ve afectada también por las decisiones institucionales, de
ahí que reconozcamos su papel transformador, pero sobre todo por
vivencias que van más allá del sistema político en sí.
Aquí es donde podemos recuperar una de las correctas afirmaciones de
Pablo Iglesias que, a mi juicio, es muy necesaria: «la clave es
politizar el dolor». Como decía, es en el conflicto social (sea un
desahucio, un ERE o los recortes en sanidad y pensiones) donde emergen
las contradicciones más agudas entre el sistema económico y la vida
misma, y es precisamente ahí donde pueden surgir nuevas subjetividades,
es decir, nuevas concepciones del mundo y nuevos comportamientos
electorales. El punto central aquí es entender qué significa politizar.
Ya sabemos que la gente tiene dolor, como consecuencia del conflicto.
Ahora bien, politizar puede entenderse como el desplazamiento de ese
dolor al terreno institucional, como cuando el partido opera como simple
denunciante o incluso en tanto que, permítaseme el comentario, abogado defensor
. O podría interpretarse politizar como el proceso por el cual el
dolor, que es primario, se convierte en compromiso político, es decir,
que asciende hasta la conciencia completa del fenómeno que causa el
dolor. A mi juicio, esta última interpretación sería la correcta
mientras que la primera sería caer en un error de institucionalización.
En definitiva, a mi no me parece suficiente ser altavoz de las
denuncias surgidas en los conflictos sino que hemos de ser intelectual
orgánico para explicar las causas últimas de esos conflictos. Es decir,
no se trata sólo de trasladar lo que sucede en la calle al parlamento
–que es, de por si, un avance- sino de ir más allá y, además de ser el
conflicto mismo, ser capaces de explicar a los afectados y al resto de
la clase trabajadora que detrás del fenómeno del conflicto hay una
interrelación compleja de causas y responsables que tienen que ver con
el sistema económico capitalista y con su cristalización política en los
partidos del régimen.
De ahí que nosotros demos
extraordinaria importancia a la formación ideológica, algo abandonado
por la izquierda tradicional (entre otras cosas porque para las fuerzas
institucionalizadas la formación no es necesaria), pues entendemos que
necesitamos militantes y dirigentes capaces de explicar los conflictos
sociales. Esto está vinculado al tipo de organización, en tanto que una
fuerza institucionalizada no sólo no necesita la formación ideológica
sino que además genera dudosos incentivos para disputarse los puestos de
representación pública, haciendo caer a la organización en el
faccionalismo e incrementando sus tendencias oligárquicas.
Obsérvese que en nuestro país ya hemos presenciado ejemplos de estas
prácticas. La Plataforma de Afectados por la Hipoteca, por ejemplo, no
es sólo la autoorganización de las víctimas de los desahucios y las
estafas hipotecarias. Más bien es un proyecto de defensa popular que ha
contado con dirigentes que han sabido ser conflicto
y al mismo tiempo explicar sus causas de tal forma que la rabia de la
víctima se elevaba a compromiso político –aunque este compromiso no
fuese estrictamente socialista.
Finalmente, el punto de fuga de todas estas reflexiones nos conduce a
la cuestión verdaderamente central: el proyecto político o proyecto de
país. Sin un proyecto de país, que es fundamentalmente contenido
político, no hay nada que transmitir en el conflicto ni nada que
transmitir tampoco en las instituciones. Sin un proyecto de este tipo
todos estos debates son estériles. Incluso podríamos haber aceptado que
las instituciones son altavoces y que la clave está ahí fuera, pero sin un proyecto de país que defender no hay coherencia ni estrategia posible.
Así, mientras la extrema derecha está ofreciendo una respuesta a las
condiciones materiales de vida de la clase trabajadora, y
desgraciadamente con notable éxito, la izquierda anda entretenida en
discusiones escolásticas sobre instrumentos y estrategias que provocan
que la clase trabajadora y el conjunto de la sociedad no esté
entendiendo qué se les ofrece (más allá, en el mejor de los casos, de
canalizar su rabia; por supuesto, efímera sensación).
En este punto, una advertencia. La mejor forma de repetir los errores
de la izquierda tradicional con la que no se identificaba el 15M es
deslizarse a través de la estrategia de eso que se ha convenido en
llamar populismo de izquierdas
, y que tanto comparte con la práctica política carrillista. Ambas
estrategias son esencialmente tacticistas, aunque por diferentes
razones. La primera porque es alérgica a la definición y navega en un
mundo de significantes vacíos que se moldean a gusto del consumidor
-aunque el empacho es ya notable- y por lo tanto es incapaz de definir
un proyecto político en positivo. La segunda porque emplea un
pragmatismo mal entendido que le lleva a ceder todas sus posiciones a
cambio de mínimos –pero comodísimos- espacios de institucionalización.
Ninguna de estas estrategias comparte los rasgos que hemos descrito aquí
como necesarios.
Por el contrario, a mi juicio, la clave de afrontar victoriosamente
nuestros retos puede reducirse a los siguientes elementos: proyecto
político y conflicto social. Si somos capaces de entender que la máxima
anguitista debe ser reformulada, para evitar malinterpretaciones, desde
«programa, programa, programa» a «proyecto, proyecto, proyecto» entonces
estaremos en condiciones de poner en lo más alto aquello que más
importa, es decir, el contenido político que ofrece soluciones concretas
a la vida de la clase trabajadora y del pueblo en su conjunto. Eso
implica, obviamente, definir y hablar claro; sonar duro y diferente. Y
con ese proyecto en la mano, hemos de ser y estar en el conflicto,
explicando y haciendo proselitismo para una causa que merece la pena. Yo
la llamo socialismo, pero estoy dispuesto a discutir el nombre a
condición de que haya praxis.
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Querido Alberto Garzón, acostumbrada a tus exposiciones sencillas y directas, ajustadas a la realidad sin paños calientes, a tu visión sintética del más claro y exhaustivo análisis político y social, en este artículo echo de menos todo eso. Es como si de repente la visión real de los seres humanos se hubiese diluido en el rifirrafe del veneno especulador ideológico, no porque la ideología sea mala sino porque la ideología, que solo es lo que son sus practicantes en la praxis, se vuelve tóxica cuando no parte de la humanidad sino de la reducción especulativa y calculada de la sociedad a una masa amorfa incapaz de asumir que no es masa sino pluralidad múltiple, capaz de pensar, de organizarse y de actuar en común sin que los fantasmas de Lenin o de Stalin vengan a resucitar parámetros superados psicoemocionalmente por la sociedad, aunque a los dogmas desempolvados no se lo parezca.
Daba la impresión en los últimos tiempos de que IU era el único partido de izquierdas que tras el 15M había aprendido la dura lección, y que por eso había nacido UP, que aquello de ir invadiendo y capitalizando sin respeto alguno, espacios políticos de la ciudadanía, no ideologizados partidistamente sino empeñados en potenciar la inteligencia, la conciencia y la ética colectivas, ya había conseguido evolucionar, mejorar y crecer en una dirección mucho más limpia y directa que lo de siempre y que en vez de apoderarse de las iniciativas ciudadanas como cosa propia "para organizarte mejor, mi querida Caperucita" había pasado a la historia de los fracasos y las torpezas mejor intencionadas aunque siempre a la cola de la aceptación electoral mayoritaria, pensando que son demasiado buenos para una sociedad tan torpe. Que conste que yo también he sido víctima de esa misma consideración durante mucho tiempo. Y fue la capacidad de respuesta colectiva, organizativa e e ideológicamente laica, la que me convenció de que las cosas no son lo que parecen, tampoco en el nivel político.
Y esto que escribes hoy me lleva a pensar que tal vez lo que no hace posible una aceptación a gran escala del proyecto comunista es, seguramente, esa fijación de lejanía entre masa idiota y aparato listísimo y organizadísimo, no sé si me explico. ¿Politizar el dolor? El dolor social ya está politizado por el mismo hecho de ser colectivo y personal en el mismo pack, lo único que necesita es reconocer su enfermedad y él mismo aprenderá a curarse en salud, porque la enfermedad no la curan las medicinas si el enfermo no se fía de ellas ni del médico o ni siquiera se ve enfermo o ve que los médicos que pretenden curarlo, están más enfermos que él pero ni se lo imaginan, con el agravante de que con sus carreras acreditadas no se plantean siquiera que ellos también son parte de la misma enfermedad que padecen los pacientes.Y esa enfermedad les tiene tan bloqueados en su "sabiduría" y seguridades científicas o demoscópicas, en sus debates profesionales e incluso en sus piques particulares para ver quién de ellos mola más, que sin pretenderlo, la realidad los machaca implacablemente, mientras ellos en vez de ir al tajo se pasan el día haciendo reuniones y elucubrando para averiguar como ser los más apetecibles a la hora de pedirles consulta masivamente.
No sé si el discurso del Alberto Garzón que he venido escuchando hasta ahora ha cambiado de pronto para servir estratégicamente a la unidad con Podemos/Iglesias o si es que siempre ese Alberto ha pensado lo que escribe aquí pero fingía el discurso anterior mucho más abierto y de ciudadanía que de régimen trasnochado. Unidad Popular nos ofreció el espacio libre, respetuoso y abierto que Podemos aniquiló de un plumazo y trapicheos deleznables en Vistalaegre. IU/UP, al menos en Valencia, se nos quedó como patrimonio de ciudadanía, de ética y moral pública en plena apertura al cambio de conciencia social y política. Y ahora nos sales con estas, Alberto. Retomando los malos hábitos capitalizadores, capitalistas ideológicos, capaces de pactar con el diablo si hace falta para ganar un poder que ya está podrido y manifiestamente irregenerable porque quienes entran en él dan la vuelta como los calcetines y acaban contaminados de aquello que les asqueaba y les repelía y por cuya regeneración y cambio entraron en el juego fatal.
¿Sabes, Alberto, qué hizo la vieja IU en la PAH? Dividirla, enfrentarla e intoxicarla con su ideología, su dogmatismo y su aparato de mandos, en vez de integrarse para aprender unos de otros con humildad. ¿Sabes por qué? Porque la libertad, la capacidad de los individuos para organizarse en grupos sectoriales con los valores fundamentales de la igualdad, la justicia, el libre derecho a pensar distinto y los DDHH y el bien común que no es patrimonio de nadie, le dan pánico aunque entonces dijera lo contrario. Afortunadamente el batacazo que se llevó por causa de Podemos, hizo posible el cambio, la reflexión y la apertura dentro del partido y eso ha limpiado legañas y beneficiado conciencias. ¿Sabes lo que ha hecho Podemos con IU? Lo mismo que IU hizo con la PAH. Enfrentarla e intoxicarla con sus fijaciones y sobre todo con sus métodos sin escrúpulos. Aunque parezca lo nuevo que venden, Podemos es lo más viejo del mundo. Repite todos los tics desgastados de todos los partidos políticos a izquierda y a derecha. Y se irá viendo cada vez más, aunque ellos, que son muy listos quieran transformar en virtud dialógica las contradicciones y entelequias internas de un partido que no nació del 15M sino de la prótesis que unos universitarios ambiciosos y con pocos escrúpulos, productos del capitalismo estructural, se sacaron de la manga para apropiarse de la capitalización política del dolor colectivo.
No quise creer en su momento lo que muchos miembros de IU decían de ti, Alberto: que como Tania Sánchez, eras un submarino de Podemos y que deseabas una fusión de ambos por encima de todo. Algo muy bueno, si Podemos no fuese un fiasco bastante poco decente y bastante friki sin escrúpulos desde su fundación.
Y aún creo que no está todo perdido, porque respiras honestidad. Y eres inteligente y sabio. Pero hasta los sabios dejan de serlo cuando falta lucidez por sobre-estimulación de tentaciones que producen deslumbramiento y ofuscación; hay que ser prudentes, porque muchas veces las tinieblas se visten con traje de luces y parecen luz. Y todas sabemos que a ti la tauromaquia te repugna, que nunca harías a un general del ejército candidato por Almería mientras reduces al silencio a los anticapitalistas y afirmas que el Vaticano y tu formación política remáis en la misma dirección.
Ya voté en Junio con la nariz tapada pensando en el bien común y en que los egos de la izquierda podrían ajustarse a la realidad que obviaron en el 20D. La próxima vez no pienso taparme la nariz y como yo hay miles.Y diría que algún millón que otro, querido Alberto.No dejes que te cuenten otra vez el mismo cuento, donde tú e IU acaban siendo la Caperucita del mismo lobo feroz, al que con tal de hacerse notar y sentarse en unos cuantos escaños que le faciliten un tiempo de seguridad y glamour parlamentario, es capaz de cualquier cosa. Tú no no eres así, Alberto. Ahora tienes la ocasión de demostrar si IU y el comunismo limpio es UP capaz de ser ciudadanía más que una masa sin norte o un esbirro de Podemos. Y la ciudadanía en este grado de evolución ya no necesita el conflicto sino el consenso, ni el miedo, sino aprender a gestionar la inteligencia colectiva para conseguir la paz y la justicia social. No te líes con las teorías de maricastaña y toma nota de la realidad más que de las batallitas de los ancestros, más que nada , por no repetirlas de nuevo, porque solo un presente civilizado y justo puede tener un futuro que valga la pena. Y no estamos para perder tiempo y oportunidades.
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