Parece mala leche que el juicio de las tarjetas ‘black’ empiece
un 26 de septiembre. Final de mes puro y duro, y encima del mes más
cruel, septiembre, con resaca de gastos veraniegos y facturón de la
vuelta al cole. Vete tú hoy al cajero a pedirle dinero, a ver qué te
dice. Ya puestos, pídele el extracto de las últimas semanas, la sangría
de compras, recibos y domiciliaciones. Normal que te hierva la sangre
cuando leas el detalle obsceno de las ‘black’.
En realidad los quince millones que disfrutaron los ‘men in black’ de
Caja Madrid son calderilla, trapicheo de poca monta comparado con el
saqueo de aquellas cajas de ahorro que fueron piedra angular en la
corrupción de los años felices. Para pegar un buen pelotazo era
imprescindible tener al lado una caja que financiase sin muchas
preguntas y además pusiera su respetable logo. Si luego además te salía
mal la jugada, podías contar con su generosidad, que las daciones en
pago a las familias no hay manera, pero los constructores quebrados
entregaban las llaves y adiós muy buenas.
Lo mismo para pagar cualquier calatravada
de ayuntamientos y comunidades, poner primeras piedras de megaproyectos
ruinosos, plantar aeropuertos o montar macroeventos: ahí estaba la
caja, que por su "compromiso social" soltaba millones con el mismo
salero con que te daba un calendario o un llavero solo por entrar en la
oficina. ¿Un equipo de fútbol en las últimas? Ya venía la caja local
para poner su logo en las camisetas o financiar el nuevo estadio. ¿Un
empresario de postín en horas bajas? Nada que no se arreglase con un
crédito gordo, que si luego no se recuperaba, qué le íbamos a hacer. Las
cajas servían para lo mismo que ha servido lo público desde hace siglos
en España: socializar pérdidas y privatizar beneficios. Ajá.
En todo ese saqueo –que terminó en liquidación y rescate–, las tarjetas
‘black’ pueden parecer migajas, una fruslería que nos pica porque nos
acordamos cada vez que vamos al cajero con nuestras tarjetas de
pobretones. Pero no nos quedemos solo en el extracto grosero de sus
restaurantes, hotelazos y pijadas. Las ‘black’ son mucho más.
Son parte del aceite que engrasaba el mecanismo. Solo unas gotitas,
pero fundamentales para que el engranaje rodase bien y no se atascase.
Lo supo bien Blesa cuando extendió y amplió las ‘black’. No solo se
aseguraba apoyos en las guerras políticas por el control de la caja;
además garantizaba que aquella fantástica máquina de hacer negocios que
era Caja Madrid no encontrase oposición. Que las tarjetas estuviesen en los bolsillos de
PP, PSOE, IU, CCOO, UGT, patronal, instituciones, directivos,
empresarios y hasta el exsecretario del rey, da la medida del genio de
Blesa. Yo no las llamaría tarjetas ‘black’, yo las llamaría tarjetas
consenso o tarjetas paz social.
(No se pierdan "Hazte banquero", la obra que han montado 15MpaRato y Xnet, dos colectivos que llevan años luchando contra la impunidad del caso Bankia)
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