Avenida de la Alcaldesa Rita Barberá. Plaza de
Manuel Chaves. Paseo de José Antonio Griñán. Colegio Público "Francisco
Camps". Carrer de Jordi Pujol. Instituto de Educación Secundaria
"Rodrigo Rato". Polideportivo "Jaume Matas". Albergue Municipal para
Personas sin Hogar "Ana Botella". Hospital Universitario "Infanta
Cristina". Estación de Metro "Juan Cotino". Aeropuerto "Carlos Fabra".
Así iba a ser el callejero y el nomenclátor de edificios públicos
dentro de unos años. Siguiendo la costumbre de recordar a quienes
gobernaron, en proporción a su importancia: para algunos una avenida
principal, un hospital o un parque; para la mayoría una callecita en las
afueras o una biblioteca de barrio. A poco que se fueran retirando o
muriendo, verían reconocida su tarea. Alguno hasta esperaría ser
homenajeado en el extranjero.
Así iba a ser, pero algo se torció para los del primer párrafo. Basta con mirar la prensa de ayer mismo: Barberá atrincherada en el Senado, Chaves y Griñán camino de la inhabilitación o el trullo, Camps en el caso Taula, Botella señalada por la Fiscalía por malvender los pisos a los buitres… Y así un día y otro, desde hace años.
Algo se torció para ellos, y para muchos otros: cientos de casos de
corrupción investigados en los últimos años, incluidos tantos alcaldes
de pequeños municipios que, tras el típico escándalo urbanístico, se
quedarán sin calle en su pueblo.
La mayoría disfrutan
en vida otro tipo de posteridad, el reverso de la que esperaban: la
imputación judicial en vez de la plaza con su nombre; la detención y
prisión provisional en lugar del colegio o la biblioteca; el repudio de
los mismos ciudadanos que iban a homenajearles; la expulsión del partido
que ya no pondrá su nombre a una sede.
El único
consuelo para nosotros es que se hayan destapado sus miserias antes de
tener calle, plaza o colegio. Que ya sabemos lo que cuesta luego borrar
un nombre infame, tras décadas con el callejero tomado por franquistas.
Cuando pensábamos que la democracia nos dejaría una colección de hombres
y mujeres decentes con los que redecorar nuestras calles, resulta que
tampoco. Aunque las excepciones sean muchas y valiosas, cargamos con
toda una generación de gobernantes (sobre todo de ciertos partidos y
especialmente en ciertos territorios) a los que nadie se atreve a
dedicarles ni una esquina de callejón, no sea que al día siguiente
salgan en el telediario.
Pero yo tampoco los
condenaría al olvido. A los gobernantes corruptos los incluiría en el
callejero, sí, para que nos acordemos de ellos, y sobre todo se acuerden
sus votantes. Le pondría una rotonda a cada corrupto. Con estatua,
incluso. No una rotonda céntrica y bonita, sino una de entre las
cientos de rotondas inútiles que tenemos por todo el país, rotondas
desangeladas y sin vecinos, memoria de los años del ladrillazo. Así cada vez que la rodeemos con fastidio nos acordaremos de aquel presidente, consejero o alcaldesa que nos la pegó.
(Agudeza visual: en el listado del primer párrafo hay un lugar que sí existe, y que ahí sigue junto a muchos otros edificios públicos homónimos, por mucha vergüenza que haya causado la señora que le da nombre)
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Genial, Isaac Rosa.¡Gracias! Ahora mismo te twitteo.
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