martes, 13 de septiembre de 2016

Vademecum.De poetas y esas cosas



La poesía consiste, entre otras muchas cosas, en ver un poliedro infinito y mutante donde la prosa solo ve un cuerpo geométrico, rígido e inmutable.

También es la capacidad ontológica que permite degustar el aroma y el sabor de la inteligencia. 

La poesía nace del matrimonio entre la bondad inteligente y la conmoción de la belleza que puede latir hasta detrás de lo más horrible del alma humana.

He visto la poesía despuntar en los ojos y en las lágrimas de algunos presos condenados por los peores delitos. Es imposible que los poetas de verdad condenen ni desprecien a nadie. Por eso es muy difícil que un poeta se ajuste a los cánones del funcionariado de 'conciencias', que es una entelequia. Un poeta auténtico no se deja amarrar por la zafiedad de la lucha contra nadie. Suele conocer de antemano las irregularidades de la naturaleza que comparte con los demás. Se siente la misma sustancia esencial y fraterna.

Alguien muy distinto al poeta real, es el amanuense hacedor de poemas como juegos de ingenio para rizar el rizo de su insustancia y gustar mucho a los demás, algo que al poeta real le trae al fresco, porque no utiliza fans ni los  necesita como coro teatral ni como clientela para el ego ni como consumidores de material editado, los ama y los respeta. Eso le basta. Porque ya vive de una profesión cualquiera y no de ese don gratuito que los poetas de prestado usan como moneda de cambio para especular, llenarse el bolsillo  y la  vanidad, frente a un mundo de tontos embobados que les pagan por lo que al poeta real se le ha dado gratis, pero a ellos, evidentemente, no. Por eso, seguramente, le ponen precio a ese don gratuito del universo que nunca puede ser mercancía sino dádiva.
Hay una gran diferencia entre el poeta auténtico y el manipulador de ideas y  emociones prestadas, que tantas veces son simulaciones y ecos de realidades que no conoce, pero que en boca de otros le inspiran para mentir mejor en cada entrega al mercado de abastos hipo-poético. En esos casos se es más cineasta y narrador de ficciones que poeta.

Son muy diferentes en su base humana el filósofo y el sofista aunque manejen las mismas herramientas: el pensamiento y la palabra, lo mismo sucede entre el pintor que crea un cuadro y el copista que solo reproduce lo que otros inventan aunque ambos manejen los mismos materiales; también son diferentes, aun manejando las mismas leyes y códigos, un juez justo y un abogado que defiende la impunidad de los criminales, sin que le importe gran cosa el crimen, sino sobre todo que la ley se cumpla aunque el resultado sea injusto y sobre todo le importa la minuta que cobrará. Es la diferencia entre un Gaudí y un Calatrava, en arquitectura, sin ir más lejos, o la diferencia, en música, entre Julio Iglesias y Bach o Vivaldi.

Así se diferencia un artesano de la lengua de un poeta de verdad, que sin retórica ni dominio del idioma también es capaz  de escribir en la vida maravillosamente y de dar una cosecha inaudita sin siquiera pretenderlo, como el sol no pretende que sus rayos regeneren la vida y la potencien en la Tierra. Simplemente es un don en sí mismo, sin más pretensiones de que le reconozcan o molestias e ignorancia que pasen de él. No le afecta lo más mínimo la opinión de quienes se benefician de su luz o se queman por estar horas enteras friéndose en las playas sin tomar precauciones. Por otro lado, el amanuense centrado en su pequeño habitat, si pierde la batería literaria se queda en nada. A oscuras como la mitad de la Tierra cuando da la espalda al sol.  

¿En qué hay que fijarse para saber si un poeta es de verdad o de farándula, si vale la pena leerlo, hacerle caso, o no? En la cosecha de sus acciones. Si su palabra va con su vida. Lo mismo que nos sirve para estudiar a los políticos que pretenden gobernar lo que la ciudadanía no consigue, porque el mismo timo en que se ha convertido la política, o sea, el cuento chino con que nos manejan impunemente, no se lo puede permitir sin desaparecer, al mismo tiempo, del mapa vanidoso-embaucador-forrístico-institucional.

A veces es fácil que la inocencia del poeta verdadero se confíe y queriendo llegar a más lectores para compartir sus bienes creativos y donarlos, se le ocurra participar en algún concurso literario que además suele ofrecer la edición de los textos y un dinero en metálico como compra legítima de los derechos de autor. Pero, si el poeta es de verdad poeta, pronto descubre con tristeza y repelús que va derivando en repugnancia, que tras los premios se oculta una mafia sibilina y de bajísima sustancia, sin escrúpulos ni miramientos que no barran para adentro, igual que en la política de partidos. Favoritismos, cacicadas, enchufes descarados, zancadillas, intereses, copieteo sin pudor alguno, amiguismos de hoy por ti mañana por mí, trampas inmundas y compraventa de egos tuttifrutti fashion. Y ahí le llega al poeta puesto a prueba por el destino y sus filigranas, el dilema hamletiano: ¿ser o no ser?, esa es la pregunta. ¿Acepto el enjuague todo terreno y me apunto al carro de Manolo Escobar versificado, o me piro y hago que la poesía vaya en plan libre, como ella es por naturaleza, y haciendo de las suyas por la vida, sin ánimo de lucro sino de justo equilibrio y amor freelance? Y ahí se establece o bien la bifurcación y despegue de su conciencia y energía hacia un estado diferente y nuevo, o bien lo contrario: ¿me quedo aquí   guardando la ropa mientras nado en la cloaca "cultural" comme il faut para ganar pasta, glamour y poderosa agenda de contactos? y en ese momento se produce una muerte y un renacimiento, según se mire y se contemple la decisión.

Un poeta de verdad es un iniciado natural en las artes de la inocencia transparente del sabio. No necesita exhibiciones, alfombras rojas ni  banda municipal marcando el paso por la escalera de opereta de una diputación o de  ayuntamiento o palacio autonómico, hotelazo de 5 estrellas, cenas de homenaje, entrevistas en radio 3 o en televisiones autonómicas, complicidades ni corte de honor como las falleras mayores, ni llenarse de fatuidad y rifirrafes postizos de salón y alcanfor, ya se siente lleno por naturaleza y solo tiene que dejarla fluir y confluir con ese punto mágico de los otros, del Otro. Del nos-otros. No le van los enredos, ni las intrigas, ni las trampas ni los amiguismos sectarios ni el camelo super halagador de la coba. Le va la verdad sin rollos turbios, sin dimes ni diretes. Todo ese montaje, al poeta nato, le confunde,le aísla y separa la conciencia y el alma, de la lógica del ego en su mundo íntimo, que empieza a resquebrajarse con "el corazón partío" y a crear un juego esquizofrénico para refugiarse de lo digno en lo indigno y al revés. Y ser "como todo el mundo", que es lo "normal".
Pero a los cantamañanas que se disfrazan con un ropaje que no es el suyo aún, con la talla más grande o más ajustada que la suya, que van de puntillas para parecer más altos y esbeltos de lo que son, en plan hidalgo del Lazarillo, sobrepasados por la idea que tienen de su imagen, y solo se elevan si pisan a los rivales, la verdad objetiva  les repele de un modo espectacular. Cuando la ven o la sienten cerca, se les ve el plumero por más que intenten taparlo bajo las faldas de sus manidas  mesas camillas o de sus mullidos sillones, al aire de  sus banderas en el balcón apuntalado de ideologías de opereta, en las que de verdad, de verdad, nunca se han mojado nada más que de boquilla versificadora y oportunista. De eso ya sobra demasiado. Saturadas estamos.

Poco apoco la experiencia va demostrando una realidad que no deja lugar a dudas cartesianas: al poeta auténtico, como al político responsable y justo, como al sabio que hace de la ciencia un servicio al bien común y no un negocio, no se le encuentra en los escaparates, ni en las timbas del ego, sino en la calle, en el aula, en la mesa de trabajo, en el taller, en el laboratorio, en las puertas de los CIEs o en  manifestaciones de la PAH o de cualquier marea, cuidando de cualquier ser humano que necesite apoyo y escucha, como de su propia familia, es ahí, justo, donde la vida escribe en él o en ella, sus verso más hermosos y potentes. Su prueba del algodón es la normalidad divina de lo profundamente humano y viceversa. Los negocios, los compromisos interesados y las publicidades le estorban y le enmarañan la belleza del camino. Le tapan el horizonte con nubarrones casi sólidos. Como las flores, no necesita el marketing de la vanidad, le basta la levedad hermosa y efímera, en su aparente fragilidad, del color y el perfume como ofrenda desinteresada a la vida y a sus habitantes.  

Si descubrimos alguna vez a un poeta de verdad, que era al que  Diógenes buscaba con su farol en pleno día por Atenas, no queramos apoderarnos de su don, ni juzgar lo que no entendemos de él, ni empañar su transparencia, ni llevárnoslo al huerto con manipulaciones ridículas, porque estaremos perdiendo el tiempo en tontunas imposibles y no habremos descubierto ni disfrutado el verdadero regalo de la vida que es encontrarlo. Al poeta verdadero, claro.

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