No todo vale
Un indudable mérito del
Procés es el de haber impuesto el concepto de hegemonía con facilidad
pasmosa por la poca unión de sus adversarios, mayoritarios en número si
atendemos a los resultados de las elecciones del 27 de septiembre de
2015. Buena prueba de lo que digo está en los últimos acontecimientos
aeroportuarios que centraron la atención mediática antes de los
atentados de Barcelona y Cambrils.
Pero a veces, y
eso es de sentido común, querer estar en todas partes es un despropósito
que desenmascara el tot s’hi val. Así lo vio una chica, captada por los
cámaras de una cadena de televisión privada, que al recibir un panfleto
de la ANC en el Prat sobre la cuestión hablo claro y preguntó si el
problema laboral era también culpa de ser españoles. Su tono era
coherente y terminó sus palabras comentando que la Assemblea quería
hilar demasiado fino, pasándose de rosca. Tenía razón.
Entre otras cosas porque meter las narices en el
conflicto es de una desfachatez superlativa. A lo largo de estos años no
he visto ninguna medida del gobierno catalán consistente en mejorar la
situación de sus ciudadanos, siempre más precarios, siempre más débiles
por muchas campanas de victoria que suenen entre los poderosos. Se habrá
terminado la recesión, pero las cifras hablan por sí solas. Se produce
lo mismo con menos trabajadores, y eso sólo indica más beneficios para
las empresas y menos estabilidad para los asalariados.
La situación puede recordar hasta cierto punto a lo acaecido en 1919
con la huelga de la Canadenca, cuando la CNT logró, tras cuarenta y
cuatro días de parón, un éxito histórico que supuso la humillación de
los empresarios, impotentes ante la maquinaria sindical, capaz de
obtener las ocho horas de jornada laboral, la liberación de los presos y
la obtención de casi todos los salarios de los días de lucha.
Por aquel entonces lograron dejar a oscuras la ciudad y su triunfo,
demasiado contundente, activó los resortes de la Patronal, causante del
pistolerismo, uno de los muchos problemas de esa España agónica de la
Primera Restauración que sólo solucionó el entuerto con un
pronunciamiento, apoyado por la Lliga Regionalista, y la consiguiente
dictadura de Miguel Primo de Rivera.
La antigua
Convergència i Unió, actual PDeCAT, dio su voto para la reforma laboral
del PP, la misma que ha permitido recortar plantillas, rebajar sueldos y
dar a los de arriba un tren de vida superior al de antes del colapso.
Esto explica en parte cómo pese al aumento del tráfico aeroportuario se
ha rebajado el número de personal disponible en las instalaciones,
personas con sueldos miserables y rebajados pese a tener una gran
responsabilidad.
Sus reivindicaciones son legítimas
y, desde mi punto de vista, un ejemplo para cualquier asalariado de este
país, el mismo, si hablamos de Catalunya, que malvive con un 30% de la
población en el umbral de la pobreza, algo escasamente mencionado
durante estos años porque el foco de atención ha eliminado del mapa de
prioridades cualquier aspecto social.
Por eso tampoco
es de extrañar encontrar en la red quejas de algunos insensatos que
critican a la plantilla de Eulen como si fueran locos de remate. No
señores, estos trabajadores marcan un camino que los de las ambulancias
de Girona siguen mientras exhiben un malestar que, de extenderse, puede
ser la verdadera piedra de toque. Cobrar más es una necesidad si
aspiramos a un mínimo de justicia tras casi una década de congelación y
reducción de los estándares anteriores entre inflaciones y otras tretas.
Pero algunos, insisto, dicen que no les importa el desmorone de la
sanidad ni el escaso nivel del sistema educativo porque lo primero es la
independencia. Cuando esta, llegue, afirman, todo se arreglará como por
arte de magia. Es una auténtica vergüenza, como también lo es arremeter
contra los huelguistas porque no dejan que el inicio vacacional
transcurra con fluidez.
Antes, no hace tanto, las
vacaciones no estaban pagadas y verano era temporada de revoluciones. En
2017 debería conmemorarse durante estas fechas el centenario de la gran
huelga general de agosto de 1917, colofón a la triple revuelta española
de ese año. Nadie habla de la misma y es una lástima. En 2017 los
autónomos no pueden parar porque no tienen ningún sindicato que proteja
con fortaleza sus intereses. En 2017 la Guardia Civil tomó de la
seguridad aeroportuaria. En 1919 el ejército asumió el funcionamiento de
la Canadenca ante la resistencia de sus empleados, lo que hizo, una
leve diferencia con ahora, que Cambó abandonará la campaña del Estatut
porque, o eso puede parecer a simple vista, antes era la cartera que la
bandera.
Es absurdo meter en este conflicto la
discusión si deberían ser los Mossos quienes jugaran ese ingrato papel,
como también es ridículo confundir la velocidad con el tocino, pero en
esta crisis es algo usual, por eso Ramón Tremosa se sacó de la manga un
falso consejo de administración para atacar a Ada Colau por las colas
del Prat. Al final quien manosea tanto el fuego puede quemarse por mucha
prisa que tengan. No todo vale, pero en su delirio parecen haberlo
olvidado mientras faltan al respeto a todos los que sufren día a día la
situación económica que ellos ayudaron a propiciar con papeletas y
recortes.
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