martes, 12 de septiembre de 2017

¿Quién debe dictar la ley en una democracia?


Lo primero, pongamos por delante el significado etimológico del concepto democracia, por enésima vez; como se olvida constantemente, es necesario recordarlo del mismo modo, para no hablar en vano y obrar en falsete con los resultados que ya conocemos en vivo y en directo. La dinámica de la educación se basa en la paciencia y en la repetición razonada de realidades hasta crear hábito en la conducta para armonizar la energía psicoemocional y canalizar la voluntad humana hacia sus mejores logros posibles desde una determinación autoconsciente, ética y libre. Es un proceso que no admite atajos y que hay que respetar en cada caso; no todos estamos en la misma aula ni en el mismo curso de la escuela aunque compartamos los mismos espacios. Pero el convivir y compartir, también forma parte del aprendizaje mutuo. 
Para esa función la democracia es la herramienta más acertada porque baja los humos de los prepotentes y acaparadores de poderío, mientras crea y fortalece la autoestima de los débiles e impotentes sociales por aplastamiento y asfixia de su dignidad por parte de las élites acaparadoras. Por eso es el mejor tratamiento de las enfermedades sociales. Démos, en el griego original de su etimología, es pueblo y crathía, poder en ejercicio. El poder que ejerce el pueblo para gobernarse a sí mismo, no para ser sometido a castas que flotan por encima de él como la nata en la leche, confundiendo origen, sentido y competencias. 

No es posible ser demócratas de verdad y estar convencidos de que el pueblo no puede hacer las leyes, sino sólo aprobarlas con su voto sumiso o reprobarlas con su desacato, eso no basta para ser democracia en el siglo XXI. Ni se es demócrata cuando se distingue entre y se separa el suelo de la calle y el cielo de los escaños o de los tribunales. Para ser demócratas lo primero es estar convencidos de que el pueblo somos todas y todos: ricos, pobres y clases medias, como la misma fruta es la cáscara, la pulpa, el zumo y la semilla. O la misma vivienda son todas las habitaciones dedicadas a diversos usos, todos con la misma importancia. 

Es natural y de cajón que miles de personas en la calle no quepan en el recinto cerrado de un parlamento, de un consejo de ministros, de un pleno municipal  o de un tribunal, pero además, no sólo es natural, sino un deber democrático fundamental, establecer como sistema, asambleas cívicas participativas y con asistencia reglada mediante una especie de carnet ciudadano que acumularía puntos a la hora de premiar la ejemplaridad, la cooperación y el compromiso desinteresado en la ayuda mutua; se puede hacer como cuando se convocan los agentes de control de las mesas electorales, en las que existe un deber de asistencia, como se hace con la escolarización, para que el pueblo se encuentre cara a cara consigo mismo ante sus responsabilidades, necesidades, problemas, derechos y deberes comunes. Y de esas asambleas constituyentes y deliberativas desde los barrios o desde el terreno sectorial saldrían por votación directa y periódica, los portavoces, que son encargos temporales al servicio de la ciudadanía, de los que se deberá dar cuenta responsablemente y no cargos de por vida en puestos privilegiados de inclinación caciquil y clientelar para hacer lo que les dé la gana olvidando que son unos mandados de la asamblea y asalariados del erario público que se constituye a base de impuestos ciudadanos. Encargos que no deben llevar adjunto ningún privilegio y mucho menos aforamientos e impunidad, ni temporal como diputados y senadores, ni mucho menos vitalicia como en el caso del rey. Una demo-cracia no puede estar presidida por alguien que ostenta el título-oxímoron de mono-arca (recordemos el repaso: en griego, monos=uno y arjía/arquía=poder, de la misma raíz que jrátos o crátos). 

Dada la falta de educación, de conocimiento crítico de nuestra propia historia, como de la ausencia de sentido y de coherencia de nuestro régimen o sistema español, con el suma y sigue inercial de una tradición bloqueada en el feudalismo de las oligocracias hereditarias ya connaturales,  más la inquisición  como poder judicial-religioso y la chapuza política que hace posible este retablo de las maravillas, es casi un fenómeno natural que hasta la 'democracia real' no nos encaje en nuestra realidad cotidiana y se quede reducida al maquillaje eufemístico del postlenguaje o demagogia farfullante. Y así se le endosa, tan ricamente, el título de democracia, exclusivamente, al hecho de acudir a las urnas cada cuatro años y no cada vez que sea necesario consultar al demos que decide cómo desea hacer los cambios imprescindibles y dar soluciones participativas a los problemas que van surgiendo en el natural y cotidiano fluir de los acontecimientos.
En USA y en otros países, como Francia o Alemania, el simulacro lo hacen bastante mejor que aquí: al menos se toman la molestia de hacer una ronda de elecciones primarias y territoriales antes de la elección definitiva para que todas las bases se pronuncien y nadie se quede sin saber de qué va lo que vote e incluso pueda cambiar de opción en la segunda ronda. Claro, que por algo son repúblicas. La democracia, por su propia esencia, no es concebible si no es republicana. Y eso es una asignatura troncal sine qua non, que España lleva suspensa desde sus primeros pasos renqueantes como pretendido estado democrático. Si no es así, no se entiende que ponga el grito en el cielo - desde los políticos "buenos", según Rajoy, a los medios del consentimiento, según Chomsky-, ante las reivindicaciones, catalanas si se considera una democracia. Es la ratonera en que el pp ha colocado al propio régimen del que ha brotado y que moldea como si fuera plastilina. Es lo de Fraga y el guardia golpista en el 23F: "¡Detenganme ya, que yo también soy demócrata!". "Vamos, Don Manuel, no diga eso, ¿cómo le voy a detener si usted es de los nuestros?" El scanner impecable de una aberración que sigue en pie y además incardinada hasta la médula del régimen, una anomalía estatal que llegó como una transición temporal hacia la democracia, pero le gustó tanto el negocio, que decidió quedarse en la pasarela de un tenguerengue interminable entre la dictadura conocida y la democracia por conocer. 

Si no fuese así sería imposible que no haya nadie capacitado en el actual sistema gobernante español para reconocer que la calle y las instituciones en una democracia son la misma cosa y que eso no sólo no es un peligro ni un desmadre, sino una bendición, un signo de cultura verdadera y la única manera de ser demócratas y decentes. No hay otra. Y por eso considerarían que el diálogo, el debate sano y los acuerdos dignos e inteligentes son el patrimonio de la democracia, pero que la escapatoria, los dogmas torticeros y cabezones, el miedo, los infundios mediáticos salidos de lo que en Italia y en época de Berlusconi se llamó "la máquina del fango", la amenaza constante a los desobedientes sin considerar con ellos los motivos de la desobediencia, y ese "imperio de la ley" que machaca a los seres humanos para que no se dude de su poderío mucho más que para hacer posible el bien común, es morralla moral colada en las instituciones por los interesados en que la gran mentira siga provocando  los mismos problemas de los que luego acusa a sus víctimas.

El espíritu de las leyes, como dicen Montesquieu y el socialismo libertario, está en el pueblo y ese pueblo las hace posibles por medio de sus portavoces elegidos por su solvencia ética y su voluntad de servicio, no por su pedigrí, ni sus habilidades para los remiendos irrecuperables, ni su labia, ni por pertenecer a una casta de caciques con toga, nacidos fuera del pueblo, -en Marte por lo menos-, totalmente fuera de la realidad colectiva y que desde chicos han vivido como un Principito de Saint-Exupery o de Asturias: en otro planeta. 

De momento, es triste reconocerlo, pero ese deber demócrata de reivindicarse en igualdad, libertad y fraternidad, como segadors currantes y castellets solidarios, capaces de tomarse la conciencia colectiva como una danza de la dignidad, una sardana como un Parlament, y la calle como una escuela de democracia (ayer por la mañana los augures temían en los medios un estallido de la violencia...no sabían a lo que se estaban refiriendo y desde luego, poco conocen la cultura catalana y su retranca sana y su ironía valiente y sensata a un tiempo que les ha desarrollado el convivir perfectamente con lo diverso sin perder ni desactivar la esencia de su originalidad natural) , donde todos danzan al lado y de la mano de los otros, sin escalones ni tronos de por medio; eso solo lo está haciendo Catalunya.  Y no tiene pinta de que, por ahora, lo vayan a hacer otros. 

Hasta la prensa comenta escandalizada "el sacrificio político de Piugdemont" que será acusado, multado y condenado por haber reivindicado, (a sabiendas de lo que con toda seguridad podría ocurrirle) la libertad de opinar y elegir de su pueblo ya que Madrid le condenó desde el principio a ese destino sin dignarse a dialogar sobre las legítimas y justas demandas catalanas, como lo serían las demandas de cualquier otro territorio ibérico, que seguramente hubiera sufrido peor suerte aún dado el nivel patrio españolón; a un Puigdemont murciano o andaluz o manchego o valenciano, lo hubiesen crucificado, criticado y despellejado sus propios "amigos". 

El mismo empeño generoso del President, que ha sacrificado su comodidad, su tiempo y su vida privada para "quemarse" en la hoguera de la ciudadanía y sus derechos, sin sacar provecho alguno para sí mismo, sin medrar y sin llenarse los bolsillos ni arrimarse a los tribunales amigos para escaquearse mejor, será un ejemplo para la ciudadanía y no sólo la catalana. Un paradigma del anti "listillo"español, y que elige servir al bien común antes que a sus asuntos privados y si la ocasión lo requiere, perderá lo propio del yo para que sus conciudadanos ganen lo común del nosotros. Aunque aparentemente sea en vano. Él y su pueblo pasarán a la historia por la puerta principal. Rajoy y compañía saldrán de ella por la puerta falsa. Por la misma que han entrado en las instituciones dolosamente y mintiendo a saco (solo tenemos que mirar las noticias y la hemeroteca para comprobarlo ayer mismo con el timo de los rescates a la banca avalados por el Ministro de Economía y el Banco de España) , sin conseguir nada más que borrones y gorrones sin cuentas nuevas, pero con un montón de cuentas pendientes con la justicia y corrientes en Panamá, Suiza, Luxemburgo, China, la historia interminable y etc, etc...Para asombro y estupor, resulta que "eso"hace las leyes y las aplica. Y se pitorrea de esa calle democrática y mucho más lúcida que sus desgobernantes fantoches, sí, esa calle con tan poco glamour, que los medios shenshatos ven incapaz de hacer la O política con un canuto social. Hay que fastidiarse.

Se echa de menos a la Ada Colau de los escraches y los desahucios y se echa demás a la neodemagoga que según su actitud demuestra, también se ha apuntado al régimen que separa en sus cábalas "democráticas" la calle del Parlamento, la ley del pueblo, las formas del fondo, lo aparente de lo real, cediendo, como los alcaldes del psoe al chantaje del mismo gobierno al que han dejado gobernar con su "moderación" que más bien es un apaño y estrategia partidista.

La zafiedad ppera y sus adláteres no han comprendido que los catalanes le dan menos valor al voto del sí a la independencia que al hecho antidemocrático  de no poder votar , mientras los partidos anti independencia le dan al miedo todo el protagonismo que no tiene y empujan al pueblo a decantarse por un "sí" que no les gusta demasiado pero que al final les va a resultar más gratificante que el no o la abstención y acabarán prefiriendo salir por como sea de un estado tan garrulo como corto de entendederas. Mucho más que ser independiente, Catalunya quiere votar y dejar las cosas claras, si Madrid fuese inteligente le daría todas las facilidades. Merece y tiene ese derecho. A quienes les apene o les fastidie su posible salida geopolítica de una España impresentable, que se piensen lo que votan o no quieren votar y por qué han boicoteado la moción de censura que habría impedido esta debacle, y que aprendan a pensar por sí mismos y a elegir entre la responsabilidad o el borreguismo ante las noticias que les cuentan unos medios mayoritariamente invadidos por la componenda y esa 'equidistancia' sui generis que tantas veces es un simulacro para confundir lo decente con el apaño.


Ayer Catalunya era la calle y la calle Catalunya. La demostración patente y organizada de que la Ley no hace la fuerza, sino que la energía ciudadana hace  posible la ley y el orden de verdad, no de compraventa, y que la Ley sin ética es ley sin amor y entonces su resultado es un mundo muerto y sin alma. Desalmado. Como dice Pablo de Tarso, "ya puedo hablar todas las lenguas de los hombres y hasta de los ángeles, que si no tengo amor sólo soy una campana ruidosa o unos platillos estridentes" El amor mueve la vida y si moviese la política desde su inteligencia cuántica, sería el cumplimiento del texto que canta la Internacional. Ni más ni menos. Pero con la ropa vieja y sucia y sin mapa ni brújula interna no se puede llegar a ese estado de conciencia. Sobre todo si la conciencia está missing.
 
A ver si aprenden los inquisidores de los inquisitoriados. Aunque lo dudo mucho. El aprender es de lúcidos e inteligentes de verdad, de esos que cuanto más aprenden menos saben y menos fardan.


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