jueves, 28 de septiembre de 2017


Oda a los incombustibles



Los hay que se protegen
de todo lo que encuentran.
Viven en una esfera
de alta seguridad
aislados de la gente,
de la lluvia que empapa
y lava los despojos,
del viento que levanta
lo seco y lo ruin,
de la tierra que engendra
lo que vive
y acoge lo que muere
con abrazo materno,
del fuego que transmuta
lo que debe cambiar
para nacer de nuevo.

Los hay que son vividos
y se acaban muriendo
de tanto no vivir
sin estrenarse,
le temen al desgaste en el proceso,
prefieren reservarse
para llegar enteros y completos
al fondo de la nada.

Se reservan tal vez
para las grandes gestas
que nunca llegarán.

Las gestas nunca llegan.
Se provocan
con el empeño denso de la azada,
llenando las alforjas
con el paso adelante
y en común,
con la magia
que nace de la lucha
y que construye el cielo
en el arcén
sin pedirle permiso
al comité de empresa.

Tampoco llega el fuego
a palo seco y porque sí...
hay que encenderlo
sea con una cerilla
o con un rayo innato
que prenda las hogueras
del nosotros
y nos haga del ego
una centella
rematada en la dulce humildad
de las cenizas.

Que no fue nada fácil
adivinar su ensalmo 
hace milenios,
nos costó mucho tiempo
y soledades varias
ese descubrimiento,
frotando las cortezas
del olivo cansado
con las piedras inertes
que nadie imaginaba
capaces de dar vida
y el frío de los huesos
contra el suelo desnudo
hasta prender la hoguera
y descubrir al otro
al  borde de las llamas
y al calor de las brasas
derritiendo los hielos
de cada maldición.

El fuego es el motor
que inaugura la vida
y nos libera
en la falla del tiempo
de todo ese equipaje
que no somos
y su oficio es arder
con lo que sólo pesa
y no alimenta.
Reducir a pavesas
lo que estorba
para llegar a ser.

Si por miedo no quemas
el peso que te ata
en la lumbre divina
y tan humana,
de la liberación
no te quejes después
de que no llegas
y de que los lisiados
te adelanten
y hasta suban al podio
a recoger medallas
después de la carrera
mientras con lentitud
arrastras tus cadenas
de hierro incombustible,
tan fuertes y seguras,
con la certeza fija
de que jamás el fuego
acabará contigo.

 Y suele suceder
que tanta protección
de ignífobos temores
sea la tumba plomiza
de lo mejor que somos
y tenemos.

Si el fuego no eres tú
no temas nada,
mientras la vida rompe
con su fogata inmensa las barreras
hacia la libertad resucitada,
puedes estar tranquilo,
Pedro Sánchez,
tú no te quemarás
por más que arda.







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