No hubo ruptura y tenemos esta España
Esto no va de Catalunya
sino de España. Lo que ha provocado este conflicto político entre la
sociedad catalana y el Estado español, iniciado con la recogida de
firmas contra catalanes y la denuncia del Estatut
al Tribunal Constitucional, es una crisis de Estado que se podía ver
hace meses pero, sobre todo, es la crisis nacional española.
La reclamación del ochenta por ciento de la sociedad catalana, que la
prensa del búnker llama “desafío independentista” siguiendo consigna, ha
desnudado el vacío nacional español y el verdadero carácter del Estado
nacido de la Reforma que se fraguó en la Transición. Franco, protegido
por los EE UU, murió en la cama porque había amputado y destrozado el
cuerpo social, y la sociedad que fue renaciendo en los años cincuenta y
sesenta nunca tuvo fuerzas para echarlo y tampoco para imponer una
ruptura política tras su muerte.
La historia fue como fue, el
antifranquismo era debilísimo, la sociedad estaba acogotada por el miedo
al Ejército, aquellos generales que redactaron de puño y letra el
artículo 2 de la Constitución vigente, y fueron las Cortes franquistas,
las que habían aprobado antes la Ley de Sucesión, las que aprobaron la
Ley de Reforma Política, es decir la Transición. Que el sistema político
actual se levante sobre la reforma y no sobre la ruptura es la
explicación fundamental de lo que está ocurriendo. Pero la historia fue
la que fue, “todo queda atado y bien atado”, porque no era posible otra.
Y en la continuidad sin ruptura con el franquismo reside el fracaso de
esta España, porque estamos hablando de un fracaso. Aquella mentira
inicial, el ocultamiento de que no habíamos roto con el franquismo y que
lo continuábamos adaptándonos, había que taparla con nuevas y sucesivas
mentiras con las que nos martillearon estas décadas y que acabamos
creyéndonos, “somos un ejemplo para el mundo”, “somos un éxito”, “Europa
nos envidia”, “una democracia ejemplar”. Al final también las mentiras
se agotan y aparece la realidad.
El patrioterismo reducido a toros, la “fiesta nacional”, y fútbol es el
combustible de ese “¡A por ellos! ¡Soy español! ¡Oé!”. Lo que cantan
guardias civiles y sus familiares y vecinos cuando parten al frente
catalán. Un frente donde al otro lado sólo hay civiles desarmados, sus
únicas armas son papeletas impresas en casa y urnas escondidas para que
no se las roben. La peor imagen de España al mundo, de vuelta al pasado,
a 1975.
La realidad del
Estado español es la de unas estructuras del Estado que pertenecen a una
casta de altos funcionarios que heredan los puestos desde generaciones y
a una oligarquía extractiva que vive de apoderarse de los recursos que
genera la población española. Pero la realidad del territorio y la
población española es muy distinta y diversa en todos los sentidos y la
pretendida homogeneidad y las políticas de homogeneización ocultan la
realidad de identidades e intereses contrarios. Lo que mueve al
nacionalismo español, a diferencia de los nacionalismos que se catalizan
frente a un enemigo exterior a su Estado, caso del “Bréxit”, es el
patrioterismo contra las diferencias nacionales internas. Eso es lo que
expresan los cuatro millones de firmantes de Rajoy y sus millones de
votantes y buena parte de los votantes de Susana Díaz. Las barbaridades
de la ex ministra Trujillo que desde Extremadura lanza a los catalanes
revela una xenofobia cercana al delirio en una parte de la población
española.
Catalunya está
ocupada policialmente, desembarcarán aún más miles de policías armados
para completar la ocupación. Sólo puede frivolizar con eso quien no viva
allí, quien no haya conocido el franquismo o quien simplemente sea
franquista. Y, como siempre, quien envía allí esa oligarquía parasitaria
del Estado centralista que representa Rajoy son los hijos de familias
de esos territorios que no han conseguido crear procesos de
modernización e industrialización endógenos y necesitan las
transferencias de riqueza que se genera en países como Catalunya. Lo
terrible es que los señoritos franquistas dueños del Estado envían a los
pobres, a quienes no tuvieron otras oportunidades, a reprimir a los
libres. Como siempre.
En
Catalunya hay de todo, los catalanes de hoy tienen todos los orígenes y
apellidos de España y del mundo, no apelan a la raza, apelan a su
libertad como ciudadanos, pero no tienen miedo y son libres. En buena
parte de España en cambio veo el miedo de los esclavos, de los que
ignoran, de quienes se sienten indefensos ante los desafíos que plantea
la libertad y la democracia. Esas gentes que gritan “¡a por ellos!” a
jóvenes armados que envían a reprimir catalanes como verdaderas fuerzas
de ocupación no dan miedo, dan pena. Esos fascistas que saludan a los
guardia civiles brazo en alto, y que los guardias civiles aplauden, no
son opresores, son personas ignorantes y sin oportunidades que sirven a
los verdaderos vampiros del estado.
El único proyecto posible para España tendría que haber sido el que
reconociese su diversidad nacional, el que se levantase sobre una
Historia completamente distinta del relato de los visigodos, Covadonga,
Isabel la Católica, los “quinientos años” etc, el de una España
verdaderamente federal. Fue imposible y ahora ya no es posible sin una
ruptura. Pero esa ruptura tampoco es posible porque si en 1975 no había
fuerzas ahora menos.
Y
Catalunya se irá, ahora o dentro de un año, pero esta España es
insufrible para cualquiera que ame la libertad y desde luego para esa
sociedad catalana que se ha unido más que nunca ante un ataque exterior.
Un ataque unánime, donde no han faltado miles de intelectuales y
artistas que le han expresado no frialdad sino hostilidad. Los años de
felipismo hicieron estragos entre la intelectualidad española, arrasaron
la libertad de pensamiento crítico y nos hicieron cómodos, tememos
perder las poltronas, los públicos, las tribunas, los espacios en
prensa, que no nos saquen en El País... tememos que nos desaparezcan
porque también en el mundo cultural “el que se mueve no sale en la
foto”.
¿Qué pensará aquel
magistrado que se fumó un puro con dos colegas en la plaza de toros de
Sevilla la víspera de dar la puntilla al Estatuto catalán de todo lo que
ahora está sucediendo? Seguramente le echará la culpa a los políticos, a
los catalanes... Aquí nadie tiene responsabilidad propia y todo nos
sale gratis. ¿Que pensarán artistas a quienes cuando se les pidió hace
cinco años y se veía que estaban empujando a los catalanes que apoyasen
un gesto público de simpatía decían que no había nada que hacer? ¿Qué
piensan quienes firmaron manifiestos pidiendo mano dura ahora que ven a
su país ocupado por una invasión de policías? ¿Nadie va todavía a tener
el valor de mudar de postura, solo Javier Mariscal?
De este lado del Ebro no ha habido apenas gestos de diálogo o comprensión. Se irán. Y como decía Azorín,
"Merecemos perder Catalunya. Esa cochina prensa madrileña está haciendo
la misma labor que con Cuba. No se entera. Es la bárbara mentalidad
castellana, su cerebro cojonudo (tienen testículos en vez de sesos en la
mollera)". Pero Catalunya ya está perdida para los que quieren tenerla sometida y también para quienes la queremos libre.
Y quedará el desconcierto de quienes no quisieron y ahora temen. Temen
perder transferencias, temen quedar en manos de quienes ya eran nuestros
amos. “Va a ser malo para todos”, oigo decir. Sí, sin Catalunya, ¿qué
España va a ser ésa? Pero con los catalanes en una mazmorra del Estado,
¿qué España sería ésa? Empecemos a imaginar España sin Catalunya quienes
vamos a tener que padecerla.
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