sábado, 16 de septiembre de 2017

Contrastes sin trastes


Se llama Federica y estaba pidiendo esta tarde en la puerta del supermercado al lado de casa. Llegó de Rumanía hace dos años. Tiene treinta tres  y cuatro hijos. Pero aparenta cincuenta. Viven los seis miembros de la familia rebuscando  papeles, cartones y piezas de metal en los contenedores, el kilo de papel a treinta céntimos en unos sitios y a veinte en otros, los metales no tienen pecio fijo y los valoran a ojo. Si tras recorrerse la ciudad a la caza de las basuras, alcanza una cantidad de ventas abundante que le permita reunir diez euros, ese día pueden comer todos aunque sea poco y mal, mejor que nada. Los niños en el cole público no se quedan a comer porque no tienen "el cartoncito verde" que les autoriza a vivir en España como seres humanos normales y no como ratas de alcantarilla, lo mismo sucede con la atención sanitaria. Todos les dicen lo del 'cartoncito verde' necesario, pero nadie se para a explicarles qué hay que hacer para conseguir esa llave mágica que todo lo abre, no entienden bien el lenguaje de la administración y se pierden dentro de los edificios porque los padres no saben leer en español los carteles y los niños están en la escuela a la hora de las gestiones.

Federica irá el lunes al centro de acogida más próximo, podrá desayunar cuando llegue, si aún no ha podido hacerlo, y luego la podrán informar con atención y cariño los voluntarios y voluntarias que gestionan lo mejor que pueden -y pueden de verdad porque se empeñan- acerca del 'cartoncito verde', allí podrá lavar y secar la ropa de la familia,  y/o  pedirla en el ropero si necesita algunas prendas o calzado. Y si se anima, puede y su marido la autoriza, tal vez asistirá a clases de alfabetización para que pueda leer los letreros, preguntar y entender las respuestas. Y dentro tal vez de un par de meses, pueda tener una base mínima que le permita trabajar de limpiadora por ejemplo; el idioma se aprende hablando y escuchando, pero ¿cómo aprender nada si sólo puedes hablar con tu familia, con los contenedores de basura y con el sanguijuela que te paga el kilo de papel a veinte o treinta céntimos?


Volviendo a casa no he podido evitar que las lágrimas me dieran un repaso por los ojos y por el corazón, por la mente y los sentimientos, ni que me hayan llevado a su spa durante unos minutos, ni  que me regalasen un toque de atención. Mientras no nos importen todas las Federicas como si fueran de nuestra familia, en este mundo botarate por la pasta y las necesidades que la pasta y su consumo demente nos imponen, si no nos cambian la mirada y la atención, todo seguirá igual aunque no lo parezca, no podremos cambiar nada decisivo para nuestra felicidad y nuestra verdadera prosperidad, aunque todo cambie cada temporada de formato, de colores y precios en los escaparates, en los modelos de coche , de ordenador o de móvil . Hasta que Silicon Valley no consiga  que cambie el corazón y la mente de nuestra especie hacia dimensiones más sanas, igualitarias y fraternas, y hasta que las NASA no empiece a hacer los viajes espaciales haca adentro de una misma, no saldremos del antro tenebroso y cruel en que nuestra condición humana de boquilla está voluntariamente  secuestrada. 

Mientras pensaba estas cosas, las campanas de la iglesia del barrio tocaban a misa vespertina.  Llevan tocando siglos y todo sigue igual. Si Federica no fuese rumana y de etnia y cultura  romaní para acabarlo de arreglar, y se disfrazase de católica devota y cumplidora de paripés litúrgicos, la parroquia la ayudaría encantada de poderla  regenerar y aposentar en una sociedad mucho más decente, sus niños estarían en un colegio benéfico para educarse mucho mejor, con el nombre de cualquier santo, serían carne de pederastas rezadores casi con toda seguridad , pero luego se compensaría todo en un futuro y derivarían en ciudadanos adaptados al sistema y muy agradecidos a la beneficencia de la sotana, acoplados al modo resignación a cambio de mejores condiciones tecnológicas para la esclavitud. Como lleva sucediendo desde que Constantino tuvo la ocurrencia de inventarse el milagro de Puente Milvio para camelarse al cristianismo y convertirlo al catolicismo del Imperio sin  que nadie notase la jugarreta. Y ahí se quedaron hasta hoy. Igual que los gitanos. Sólo que éstos no disimulan lo que no son ni se disfrazan nada más que cuando alguien les da ropa como limosna. En cambio la iglesia ya se ha fundido con sus disfraces y es incapaz de distinguirlos de la normalidad. 

Bendita la limpieza natural y divina en los ojos inocentes de todas las Federicas, porque de ellas es el reino de la vida y no el de las máscaras impostadas sin nadie dentro.

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