lunes, 15 de febrero de 2016

Vergara

 
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El 31 de agosto de 1839, el general Espartero, que acababa de ganar una guerra para Isabel II, y el general Maroto, que la había perdido para su tío, Carlos María Isidro, se abrazaron en las campas de Vergara. El abrazo de Vergara alcanzó una celebridad muy superior a la obtenida por el tratado de paz que ambos habían firmado previamente, pero no ahorró a los españoles dos guerras carlistas y otras tantas intentonas más. En todas ellas, los liberales progresistas y laicos, más tarde republicanos, se batieron contra los monárquicos tradicionalistas y ultracatólicos, más tarde fascistas, para inaugurar una tradición que marca la historia de España con una herida que aún no se ha cerrado. La negativa de Rajoy a estrechar la mano de Sánchez se contrapone al gesto presuntamente fraternal de Maroto, que abrazó a su vencedor mientras los suyos maquinaban ya la manera de volver a asaltar el trono. Conviene recordar que no les movían las virtudes de su pretendiente, sino la convicción de que luchaban en nombre de Dios contra una reina impía, dispuesta a renunciar al poder absoluto que mejor convenía, en su opinión, a un pueblo que ni sabía, ni podía, ni quería vivir sin cadenas. El siglo XIX, laguna sistemática en nuestros planes de estudio, que los legisladores franquistas sabían muy bien por qué extirparon de los libros de texto, no sólo tiene la virtud de explicar admirablemente el siglo XX, sino que resulta muy útil para comprender el XXI. Por eso celebro que Rajoy no haya querido estrechar la mano de Sánchez ante los fotógrafos. Si nos atenemos a nuestra propia tradición, ese impulso expresa menos desprecio que respeto y constituye la asunción pública de una derrota sin paliativos sentimentales de ningún tipo. Amén.
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Brava, bravíssima, te dirían en Italia, Almudena. En tu síntesis has clavado un lucidísimo análisis de lo que venimos sufriendo y que refleja el gesto de un hombre irremediablemente derrotado por lo que le sobrepasa. Gracias, hermana de especie, de conciencia y de alma literaria también. Un abrazo!

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