jueves, 4 de febrero de 2016

El PP, una familia desestructurada

por Juan Carlos Escudier

03 feb 2016 (Público)

Si algo puede acabar con el PP no es la fosilización de Rajoy, al que ahora llaman marmota pero que luce divinamente conservado en ámbar, ni siquiera la corrupción, con la que sus dirigentes han bailado tangos estremecedores hasta anudarse las piernas. Lo que de verdad puede matar al PP es la pérdida de su valor más preciado, ese concepto corleónico de familia que entrelazaba a sus miembros en una coraza impenetrable frente a un mundo cada día más rojo y más siniestro.
La familia se desmorona. Lo está experimentando en sus carnes Rita Barberá, a la que se ha abandonado a su suerte como al perro de los niños al empezar las vacaciones. Privada del caloret de sus allegados y acosada por la prensa, cuentan que la exalcaldesa apenas sale de casa y que se pasa el día haciendo comunicados en los que no oculta ni su sufrimiento ni su orgullo por haber ofrendado tantas glorias a España. Con semejante encastillamiento no hay quien viva ni quien reponga el mueble bar. Algo inhumano.
La discriminación de Barberá clama al cielo. ¿Desde cuándo ha importado en el PP que a uno de sus vástagos se le pillara en un renuncio, ya fuera trincando una comisión, llevándose el dinero a Suiza o aceptando un Jaguar que se volvía invisible en el garaje? ¿A partir de qué instante dejó de ser argumento el yo de eso no sé nada, que a la socrática manera Rajoy sigue empleando cuando se le preguntan por los martillazos a los discos duros de Bárcenas? ¿Quién ha dictado las nuevas normas sin dar tiempo siquiera a encender la trituradora de documentos? ¿Acaso amar ha dejado de significar no tener que decir nunca lo siento?
Abandonar a esta pobre mujer a su suerte está muy feo pero más aún lo está renegar de los patriarcas, esos que hicieron moda de los pantalones con ceñidor trasero, de las colocaciones a tutiplén en empresas públicas de hermanos, primos, cuñados y yernos, de la ingeniería contable, de la financiación ilegal, de las mordidas en las grandes obras de infraestructura y, en definitiva, de un modo de vida tan mediterráneo como siciliano. La voladura de la institución familiar está teniendo lugar en este mismo momento en Valencia, donde los contados dirigentes que aún no han girado visita al juzgado han propuesto cambiar de nombre al partido, como si se avergonzaran de las siglas. ¿Qué será lo siguiente? ¿Sustituir a la gaviota por un bogavante?
Rotos los vínculos, el PP ha empezado a hacer cosas extrañísimas, tan impropias como que ha habido quien ha llegado a dimitir antes de ser indultado. Decía Juan Pablo II que la familia es base de la sociedad y el lugar donde las personas aprenden por vez primera los valores que les guían durante toda su vida. De acuerdo. Pero, ¿qué vida les espera a quienes han aprendido que la mejor forma de pagar el ático y el ferrari es con dinero público y de la noche a la mañana se enteran de que robar está mal visto incluso entre los suyos? ¿Quién les devuelve la infancia?
Desestructurada. Así está hoy la gran familia del PP. Llegará un momento en que algún concejal de Urbanismo no pueda hacerse rico con las rotondas. Y eso será el fin. Quien avisa no es traidor.

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