miércoles, 3 de febrero de 2016

La voz de Iñaki


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Pedro Sánchez, candidato a candidato

EL PAÍS 

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En mi modesta opinión, Iñaki, eso que defines como líder no me acaba de cuadrar, tal y como suena, significa solamente ser un motor de voluntades. Y no se acaba de distinguir con precisión de un demagogo manipulador o de un vendedor de cualquier cosa con capacidad de embaucar a la mayor cantidad de compradores, independientemente de la calidad del producto que se oferta. 

En primer lugar habría ya que plantearse el sentido del liderazgo que ahora necesita nuestro tiempo. Hasta el final de los años 80 del pasado siglo, más o menos, la figura clásica del líder coincidía con ese caudillismo histórico, simplificador,  personalizado en un emoticono único. Una cabeza pensante en la que todas las demás cabezas se disuelven seducidas por el charme lideresco y le dejan manos libres para suplantarlas a la hora de las decisiones importantes. Es cierto que a corto plazo ese sistema va solucionando rotos con descosidos puntuales, remiendos para salir del paso, pero mirado en perspectiva y desde un plan de largo alcance que construya país y sociedad con fundamento, con trazos medianamente claros hacia el futuro, se ha demostrado más que insuficiente, precario  y ya diríamos que, actualmente, hasta lamentable. La prueba es que si nuestros líderes  del pasado reciente hubiesen sido de verdad lo que necesitábamos que fuesen, no habríamos llegado nunca al estado de hoy. No es que se haya deteriorado la maravilla de entonces, es que aquella maravilla era para aquel momento, para salir del paso, no para siempre. 
Era una decoración con la que adecentar una cuadra y convertirla en un confortable cuarto de estar. Tuvimos líderes que mandaron pintar los muros, poner alfombras lujosas, colgar cuadros por las paredes, comprar muebles nuevos y elementos de decoración, poner ambientadores para neutralizar el tufo a establo y pintar en las paredes unas preciosas ventanas abiertas que transparentaban el decorado delicioso de jardines y cielos diáfanos, a través de cristales inexistentes y todo ello iluminado con luz artificial escondida en los artesonados y entres las viejas vigas cuarteadas del techo. 
Quedó muy bonito. Es verdad. Y como los habitantes del establo nunca habíamos salido de él ni conocíamos otra cosa mejor nos quedamos  encantados con la reforma del momento crucial. Que en aquel entonces sirvió para demostrar que se pueden cambiar las cosas, pero no que las cosas ni los gestores habían cambiado completamente. Ni mucho menos. 

La prueba fue que a Suárez se le impidió, por fuerza mayor, contarnos que aquel arreglo era solo un trampantojo para salir del paso y que, en realidad lo justo era que  deberíamos salir de la cuadra y ver lo que había y entonces decidir en un referendum sin recovecos esotéricos, entre seguir como en la restauración borbónica del siglo XIX o suprimir el trampantojo y construir de verdad un hogar entre todos, con la decisión de la ciudadanía, o sea, un Estado democrático y de derecho auténtico, donde un comunista o un socialista de verdad, para evitar que los liquidasen, no tuvieran que hacerse monárquicos exprés. Pero a Suárez se le impidió cumplir el programa liberador que quería proponer o que propuso y aterrorizó a la casta, tanto como para montar el sarao del 23F. 
A Carrillo se le obligó, presionando, a claudicar y a convertirse en lo contrario de lo que era, para conseguir un comunismo ad hoc. O sea, presentable y aceptable por la casta sempiterna. Y el socialismo naciente, ya llegó trufado por el miedo y el acoplamiento a lo que fuera menester con tal de llegar al poder. Por eso Podemos recuerda tanto al primer Psoe. Los cabezas visibles de esos movimientos han sido, y aún son, eficaces fenómenos mediáticos muy estudiados, programados y rentabilizados por el régimen caciquil. Pero no han sido ni son líderes verdaderos. Se parecen más a los ídolos prefabricados del rock o del pop. Son catalizadores de energías emocionales utilizados por el sistema para apoderarse del inconsciente colectivo y ponerlo al servicio de los mercados, fundamentalmente, por eso su fuerza no está en el logro de realidades, no está en programas elaborados desde la democracia, el conocimiento, la ciencia y la experiencia colectiva, sino en la promesa retórica e iconográfica de ilusiones. Viven y prosperan por la publicidad mediática, no por los logros que aún no han tenido tiempo de demostrar. Por eso decepcionan siempre. Por eso sus resultados hacen patente la deshonestidad de sus intenciones. 

Lo triste es que eso es lo único que conocemos. Y a eso le llamamos liderazgo. Que se distingue muy poco del pastoreo religioso. Pastor y rebaño. Así no puede desarrollarse una sociedad sana. Sino una manada de ovejas obedientes y sometidas por propia voluntad, a un sentir y temer único. En el pensar ni se entra, porque pensar es el antídoto de este montaje. Mejor sólo sentir y reaccionar mecánicamente, (la emoción disparada, que nunca llega a convertirse en sentimiento, es el recurso del apego ansioso y visceral, de la adicción) por eso, cuanto más superficial se quede la experiencia, mucho mejor. 
Muy lejos del cogito ergo sum cartesiano -pienso, luego soy-  y mucho más lejos aún de la ética de Kant, que son los pilares cognitivos mínimos de una sociedad a la altura de lo humano. Para dejar de ser una cosa semoviente teledirigida y comenzar a ser sujeto ético como individuo y sujeto  moral integrado como miembro de la sociedad, es necesaria una conciencia previa despierta, que los rebaños liderados por pastores, que todo lo organizan por su cuenta, -por muy eficaces que sean con el bastón y el cayado-, no pueden ayudar a construir en el tejido cognitivo social que ahora mismo necesitamos, simplemente, para conservar la vida y la Naturaleza que la sostiene. 

Actualmente el liderazgo que hace falta está derivando hacia la organización de la inteligencia colectiva y cada vez lo veremos con más naturalidad y menos escándalo sentencioso. Para las necesidades del nuevo tiempo y de los nuevos espacios, los líderes al viejo estilo estorban más que ayudan. De hecho en ese viejo estilo es como se han confundido los líderes con los embaucadores. 


Suárez fue un lider al que frustraron e impidieron hacer los cambios adecuados. Carrillo renunció a la lealtad al pueblo para poder llegar al Parlamento y quedarse como un busto parlante, íntimo amigo del rey de turno. González fue un demagogo de palabra fácil al que se dio mucho más poder del que era capaz de gestionar con acierto, porque se tenía la seguridad de su fidelidad al sistema y de su tirón mediático. Su renuncia al marxismo sin hacer un análisis público de sus razones (se le había votado porque todos sabíamos que el socialismo nace en Marx y nos parecía muy bien una nueva España caminando en esa dirección) y su aceptación del desmantelamiento de infraestructuras industriales, agrícolas, textiles, agropecuarias, etc...imprescindibles para nuestra supervivencia como país soberano, en la dramática "reconversión" de todo, como la entrada en la OTAN con calzador demagógico, no fue nada más que obediencia a las consignas Bilderberg, que le premiaron con el galardón de Carlo Magno en Aquisgrán, nada más y nada menos. El símbolo del Sacro Imperio. No se podían haber hecho más méritos para merecerlo. No sabemos como el Psoe de base pudo encajar los cien años de honradez heredados con el beso de Judas de González al legado de Pablo Iglesias, un marxista de bandera. ¿Líder o enjuaguista al mejor estilo Catilina o Alcibíades? Aquellos personajes de la antigüedad, como la peña contemporánea, también pretendían en su liderazgo fines justos, pero degradados por unos medios horripilantes. Con tal mentalidad es muy fácil llegar a crear un GAL para "purificar" las cloacas de la democracia, o a dejar Irak como la palma de la mano para "salvar" del peligro terrorista a Occidente, o a arruinar el país y a la ciudadanía con la ley de los desahucios, con una reforma laboral de espanto, con recortes indecentes, con tal de reducir el déficit que exige, insaciable, el FMI, para el que somos mero serrín. 
Dice Julio Cesar en un magnífico discurso a propósito de los debates en el Senado romano, cuando Catón pidió la pena  de muerte para Catilina y los conjurados, que quienes están al cargo de la cosa pública no deben hacer caso a sus apegos y tendencias más elementales, a sus odios, rencillas ni amistades ni complicidades e intereses de casta, a la hora de buscar lo justo. Porque con el enfrentamiento y las contradicciones entre capricho y deber moral, la verdad escapa y se hace inaccesible al ánimo cuando éste se pone al servicio del capricho y del apego personal. O sea, del ego.
Gran observador, ese Gaius Iulius Caesar.

No creo que tales habilidades de oratoria mercantil se puedan llamar liderazgo por el solo hecho de conseguir un rodillo de votos de desesperados, ignorantes y confiados, a los que engañan miserablemente. Un verdadero líder hubiese plantado cara a la UE, y antes del referendum habría explicado a los españoles en una campaña informativa y transparente no sólo las ventajas puntuales del comercio comunitario sino también los riesgos de la pérdida de soberanía y de la moneda propia en tiempos de crisis, donde ya nos convertimos en eurodependientes y estamos abocados a lo que los bancos y troikas del mundo quieran hacer con nosotros, sin tener la posibilidad de devaluar o revaluar la moneda a tono con el vaivén de los mercados. 
Un verdadero líder habría evitado aumentar el desempleo al  dejar de producir lo que necesitamos para comprarlo a otros países a un precio mucho más caro y perdiendo los beneficios del intercambio entre los productores y consumidores próximos, evitando en lo posible transportes carísimos y contaminantes  y fomentando la producción y el consumo de lo propio, cosa que franceses, alemanes, austriacos, holandeses e ingleses y nórdicos, sí que hacen. Menudo líder de masas...para freír como churros.

El fenómeno se repite ahora con Pablo Iglesias, que es la actual fotocopia de González y Guerra sintetizados en un mismo facsímil. El producto ha mejorado para evitar fracturas y en esta ocasión se presenta en una sola pieza. Eso no quiere decir que haya que abominar de su presencia en las instituciones, al contrario, hay que aprovechar la coyuntura y trabajar con él. La fuerza que ha movido es buena y útil para el despertar del sector indiferente y pasota de la sociedad cuya abstención en las urnas siempre ha favorecido los rodillos parlamentarios y la corrupción que produce el acriticismo triunfalista y ciego de toda mayoría absoluta, sea del color que sea. 
Pero hay que alertar también y estar al loro con la manía hegemónica que quiere acabar con la pluralidad de la izquierda y convertirla en una fuerza totalitaria con la excusa, precisamente, de la necesidad de un liderazgo a la antigua usanza, algo que nos ha traído a este estado de hundimiento, tanto a la derecha como a la izquierda. Ya no es tiempo de cesares, imperatores ni pontifices maximi, sino de organización inteligente de la colectividad, por sectores, por territorios, por necesidades, por participación desde el municipalismo a la federación y son las comisiones y las portavocías las que irán liderando rotativamente la forma de gestión sin necesidad de que haya siempre un supermán o una superwoman como líder o lideresa llevando la batuta, porque nadie es imprescindible y todos somos tan importantes como necesarios. Y la consulta asamblearia en iniciativas de gobierno y gestión, ha comenzado a ser y será desde ya mismo, el instrumento fundamental de la organización política. Y cada vez más la ciudadanía la exigirá como garantía y derecho. 


Eso es lo que ha visto y comprobado en persona el candidato socialista, Pedro Sánchez y ha decidido obedecer a la voluntad popular arriesgándose a que la ejecutiva del Psoe lo "ejecute", con ello ha demostrado que es consciente del momento histórico social y político, que en el tiempo de su gestión ha ido adquiriendo otra perspectiva distinta a los rituales rancios del poder de siempre. Por eso no es un líder al uso, sino algo más trascendente y necesario: un servidor público, un portavoz responsable capaz de percibir las prioridades y de afrontar una propuesta de investidura consultando a todas las fuerzas parlamentarias que cooperarán en la gobernabilidad del Estado. Sólo evita al pp, algo que es simple higiene democrática y ética, mientras ese partido no solucione su marasmo moral  y siga siendo una fosa séptica contaminante y hedionda, incapaz de separar la fidelidad suicida a su "líder" del sentido ético de la política y la simple convivencia cívica. 

Modestamente creo que un 'líder' del siglo XXI no es sólo un animador de masas, sino el ciudadano y ciudadana normales, que con sensibilidad, inteligencia y corazón, siendo uno y una más, desde la sencillez y la facilidad del intercambio, son capaces de mover conciencias y despertar voluntades, de animar en cada persona, sin excepciones, lo más bello e inteligente que tiene, trabajando con gusto y optimismo para que se consiga lo mejor para todos por encima de las siglas, aunque sean las suyas, no para que les voten y les sigan como mascotas fanáticas, sino para que, desde la conciencia, el análisis, la autocrítica y el bien común, todas y todos construyan juntos una vida que merezca la pena compartir por encima del ego privado o de grupo. Por encima de los cargos, privilegios, intereses, de las ideologías, las religiones y las fijaciones sectarias de cualquier tipo. 
Lo que no llegue a ese nivel, en este nuevo tiempo, sólo se quedará en la insignificancia evanescente de un globo que se pincha. De una mera ilusión sin fuste. En humo inconsistente  que flota en el vacío hasta que se deshace.

Un líder apto para  hoy es, justamente, el antilíder de ayer. En lo viejo primaba la eficacia de los medios sobre la la legitimidad y la licitud de los fines, en el nuevo tiempo ya es imprescindible para la eficacia que el fin y los medios estén a la misma altura ética.  

 Jesús de Nazaret,  como siempre, también tiene la palabra justa para explicar estos casos: "No se puede añadir tela nueva a un tejido deteriorado, porque la fuerza del añadido acabará por destrozar el viejo paño", "No se guarda el vino nuevo en odres desgastados, porque la fuerza del nuevo vino romperá el viejo recipiente, con lo que el odre viejo quedaría inservible y el vino nuevo se derramaría, perdiéndose". 
 Hay realidades tan obvias y veraces que no le pertenecen al tiempo ni al espacio, aunque sucedan en esos a prioribus.



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