Los Sex Pistols no sabían qué cerca se han quedado
con aquello de "God save the queen, the fascist regime". Un fantasma de
patrioterismo barato y neofascista recorre el continente y también las
islas británicas. Ese fantasma levanta muros y alambradas, convierte
Europa en un bunker, deja morir a familias enteras en el mar y hace
callar a la mismísima Ángela Merkel, quien al parecer solo era
todopoderosa e irresistible para imponer políticas de sufrimiento masivo
a los más débiles.
Ese fantasma no se muestra
únicamente en las islas, ni parece sólo culpa de los ingleses. Mientras
los demás nos ponemos de lado para que no nos lleven por delante sus
tempestades, ellos intentan sacarle partido, como siempre.
Inglaterra siempre se ha movido en las fronteras de la
Unión Europea. Siempre ha jugado a funcionar como el puente y el mejor
lugar para hacer buenos negocios entre USA y Europa. El resto del Reino
Unido, desde Escocia a Gales, siempre se ha mostrado más europeísta. En
Bruselas encontraron los recursos y la complicidad para su propias
políticas que Londres siempre les ha negado. Esa dinámica explica
paradojas como que los independentistas escoceses hagan campaña
firmemente a favor de Europa y en cambio hayamos tenido poco menos que
comprar el apoyo de David Cameron.
No parece
probable, pero el referéndum podría perderse y la UE no puede permitirse
el Brexit. La salida de Londres supondría una catástrofe política y
también económica para lo que queda del proyecto europeo.
Se trataba de escoger entre un desastre o un retroceso para el proyecto
europeo. Con buena lógica se ha optado por la opción menos mala. El
acuerdo con Cameron resulta malo e indefendible bajo la lógica o el
derecho comunitarios, pero no supone el fin del mundo, tampoco de la
Unión Europea.
En el pacto con Cameron existe
bastante de teatro. Muchas de las medidas y acuerdos alcanzados resultan
tan llamativos como inaplicables o inútiles en el mundo real. La
mayoría parecen concesiones rituales y simbólicas para permitir a los
Conservadores ingleses hacer campaña a favor de la permanencia sin que
les devore por la derecha Nigel Farage y sus hordas del UKIP.
Semejante acuerdo no supone el mayor de nuestros problemas. El
verdadero drama reside no en volver a pagar un precio para que Londres
no abandone el proyecto europeo sino en que nos estamos quedando sin
proyecto que preservar.
En 1984 Margaret Thatchert
obtuvo el cheque británico a cambio de no descolgarse definitivamente
del gran salto adelante que suponía arrancar el proyecto de la Unión
Económica y Monetaria. En los noventa su tozudez antieuropea ante un
proyecto ya imparable aceleró su caída como Primera Ministra. A veces la
única manera de avanzar consiste en pararse y esperar.
Entonces tuvo sentido pagar aquel cheque porque existían una idea y un
itinerario. Ahora a Europa sólo la mueve el miedo a caerse si se para.
Ahora ni hay itinerario, ni hay destino. El problema entonces fue el
precio. El problema hoy es la utilidad de pagarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario