lunes, 22 de febrero de 2016

God save the queen


Los Sex Pistols no sabían qué cerca se han quedado con aquello de "God save the queen, the fascist regime". Un fantasma de patrioterismo barato y neofascista recorre el continente y también las islas británicas. Ese fantasma levanta muros y alambradas, convierte Europa en un bunker, deja morir a familias enteras en el mar y hace callar a la mismísima Ángela Merkel, quien al parecer solo era todopoderosa e irresistible para imponer políticas de sufrimiento masivo a los más débiles. 
Ese fantasma no se muestra únicamente en las islas, ni parece sólo culpa de los ingleses. Mientras los demás nos ponemos de lado para que no nos lleven por delante sus tempestades, ellos intentan sacarle partido, como siempre.
Inglaterra siempre se ha movido en las fronteras de la Unión Europea. Siempre ha jugado a funcionar como el puente y el mejor lugar para hacer buenos negocios entre USA y Europa. El resto del Reino Unido, desde Escocia a Gales, siempre se ha mostrado más europeísta. En Bruselas encontraron los recursos y la complicidad para su propias políticas que Londres siempre les ha negado. Esa dinámica explica paradojas como que los independentistas escoceses hagan campaña firmemente a favor de Europa y en cambio hayamos tenido poco menos que comprar el apoyo de David Cameron.
No parece probable, pero el referéndum podría perderse y la UE no puede permitirse el Brexit. La salida de Londres supondría una catástrofe política y también económica para lo que queda del proyecto europeo. 
Se trataba de escoger entre un desastre o un retroceso para el proyecto europeo. Con buena lógica se ha optado por la opción menos mala. El acuerdo con Cameron resulta malo e indefendible bajo la lógica o el derecho comunitarios, pero no supone el fin del mundo, tampoco de la Unión Europea. 
En el pacto con Cameron existe bastante de teatro. Muchas de las medidas y acuerdos alcanzados resultan tan llamativos como inaplicables o inútiles en el mundo real. La mayoría parecen concesiones rituales y simbólicas para permitir a los Conservadores ingleses hacer campaña a favor de la permanencia sin que les devore por la derecha Nigel Farage y sus hordas del UKIP. 
Semejante acuerdo no supone el mayor de nuestros problemas. El verdadero drama reside no en volver a pagar un precio para que Londres no abandone el proyecto europeo sino en que nos estamos quedando sin proyecto que preservar.   
En 1984 Margaret Thatchert obtuvo el cheque británico a cambio de no descolgarse definitivamente del gran salto adelante que suponía arrancar el proyecto de la Unión Económica y Monetaria. En los noventa su tozudez antieuropea ante un proyecto ya imparable aceleró su caída como Primera Ministra. A veces la única manera de avanzar consiste en pararse y esperar. 
Entonces tuvo sentido pagar aquel cheque porque existían una idea y un itinerario. Ahora a Europa sólo la mueve el miedo a caerse si se para. Ahora ni hay itinerario, ni hay destino. El problema entonces fue el precio. El problema hoy es la utilidad de pagarlo. 

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