
Pablo Iglesias, Pedro Sánchez y Albert Rivera, en la gala de los Goya.
EFE
La encomienda Real a Pedro Sánchez ha causado dos
efectos virtuosos. El primero ha consistido en romper el bloqueo de un
Rajoy perfectamente cómodo con la posibilidad de permanecer en funciones
hasta Navidad, compareciendo por plasma ante el Parlamento al amparo de
la nueva doctrina constitucional de Soraya Sáenz de Santamaría, ese
cráneo jurídico privilegiado, según la cual este Gobierno no ha de
responder ante este Congreso porque la confianza se la otorgó el
anterior. Montesquieu enterrado en una sola rueda de prensa en Moncloa,
otro prodigio de la Vicepresidenta Maravilla.
El
segundo resultado beneficioso ha consistido en sacarnos a todos a la
fuerza de la política ficción donde llevábamos instalados unos cuantos
meses. Por desgracia no todos están aterrizando en la realidad a la
misma velocidad y ahí reside, de momento, el problema. Aunque no resulta
tan grave como parece. Se soluciona con el tiempo. Frente a quienes
proclaman la imposibilidad de la investidura y sólo asistimos a un
teatrillo previo a la inevitable repetición de la elecciones, uno se
sitúa entre quienes piensan que la política siempre se abre camino entre
el tacticismo.
Mariano Rajoy parece hoy más que nunca un marciano y el
Partido Popular, una nave interestelar a la deriva. Seguirá así hasta
que las bombas de la corrupción destruyan por completo sus escudos y
motores y caiga entonces en picado. En el PSOE llevan bastante retraso
en su vuelta al planeta Tierra. Tanto que su propia división interna
resulta hoy el principal sostén y la mejor esperanza de la estrategia
negociadora de Podemos. En una organización siempre repleta de
estrategas aún quedan unos cuantos fantaseando con la posibilidad de
presidir en solitario con 90 diputados. Más que ciencia ficción parece
teatro del absurdo empeñarse en vetar a los nacionalistas catalanes
cuando todos sabemos que sin ellos no hay solución para Catalunya.
Bienvenidos al mundo real. Tras el 20D la derecha no suma para
gobernar. La izquierda tampoco. Plantear ese dilema resulta pura
política ficción o táctica electoral. En la vida real sólo puede
conformarse un ejecutivo transversal. Nadie puede gobernar sólo con los
suyos y aquellos que se le parezcan mucho. O se suma de manera
transversal, o elecciones. No existen más opciones viables. Pedro
Sánchez sólo puede gobernar sumando a Podemos y añadiendo de alguna
manera a la derecha nacionalista o a Ciudadanos.
Una
verdad que resulta igualmente aplicable a Pablo Iglesias. Sus números no
cuadran y a su suma le faltan más de una docena de diputados que ni
siquiera le proporcionaría añadir a ERC y Bildu. Utilizando la propia
dialéctica de Podemos, su famoso gobierno del cambio o pasa con los
votos de la derecha nacionalista o pasa con el apoyo o la abstención de
la marca blanca del PP.
Su negativa a sentarse a
negociar siquiera hasta que Pedro Sánchez rompa con Ciudadanos parece
indicar o que está firmemente convencido de que los socialistas van de
farol, o que prefiere los votos de la marca blanca de Convergencia. En
cualquier caso el final puede acabar siendo el mismo: la cruda realidad
de votar con el PP contra la investidura de un Pedro Sánchez que podría
presentarse apoyado por una parte de la izquierda.
Sostienen desde Ciudadanos que todo esto es política ficción y ellos
también resultan incompatibles con Podemos. Que lo realista es buscar un
gobierno con el PSOE y la abstención del PP. Esa sería su opción y, por
lo que parece, la apuesta de la gente de orden y con posibles. Afirman
desde el partido naranja que harán un programa de reformas que el PP
simplemente no podrá rechazar. Tanta ingenuidad no puede ser cierta. Así
que sólo cabe pensar que Rivera aspira en serio a marcar el paso a PP y
PSOE con su 14% de voto y que, por tanto, más dura será su inevitable
caída a la realidad.
Negociar supone ceder y buscar
puntos de compromiso por definición. Declarar la incompatibilidad entre
tal o cual fuerza política desde los máximos de su programa resulta tan
tramposo como incierto. Si además consideramos que los programas de
nuestros partidos no se caracterizan precisamente por su concreción y
nivel de detalle, sólo quién tenga decidido no llegar a un acuerdo puede
declararlo inviable desde el principio.
Cuesta
entender a qué viene tanto empeño en declarar incompatible o imposible
un compromiso entre Pedro, Pablo y Albert si hasta dicho así, de corrido
y en confianza, suena bien y parece el nombre de uno de aquellos
gloriosos y activistas grupos de música folk de los sesenta, cuando todo
se resumía en desearse amor y paz y sonaba la versión de Peter, Paul
and Mary del clásico de Pete Seeger Dónde se han ido todas las flores.
Ya se sabe que, en la política y en la vida, el diablo está en los
detalles y lo importante siempre son las cosas que parecían más
pequeñas.
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