domingo, 14 de febrero de 2016

Los peligros de la marea

 Luis García Montero. 
13 de febrero (Infolibre)


Leo en este periódico que el cómico Dani Rovira se arrepiente de haber presentado la gala de los Goya. Me llama la atención que en esta sociedad alguien se arrepienta de algo. Parece que la lógica de la espuma permite cambiar de lugar y de opinión de un día para otro sin que nadie se arrepienta de nada. El liquidador de un partido aparece como el salvador de un partido, quien pone líneas rojas exige negociar sin líneas rojas, parece normal traicionar a la propia organización, se ponen y se quitan demandas, pero nadie se arrepiente de nada.

Después de reconocerle a Dani Rovira sus confesiones públicas, confieso yo la inquietud que me produce lo que está pasando. Las redes sociales son un territorio de linchamiento. Las calumnias, los insultos y los datos falsos se mueven hoy con mucha más facilidad. Las nuevas posibilidades de comunicación se han llenado de basura. Los totalitarismos se esforzaron en el siglo XX por reescribir el pasado, algo que hoy sólo se molestan en hacer los nacionalistas en ejercicio. Ahora se trata de reescribir la actualidad gracias a la tecnología, de sustituir los hechos por la inmediatez de un relato virtual. De ahí que sea tan fácil el linchamiento como forma de expresión y la histeria como ámbito de vida. Todo el mundo parece atrapado en la espuma sucia del griterío.

El vértigo de la indignación, que en un principio se creyó patrimonio de las víctimas de la crisis, se ha convertido en un modo eficaz de reacción en manos de sus causantes. Las campañas mediáticas contra el Ayuntamiento de Madrid son el mejor ejemplo. Con verdadera histeria se acusa a alcaldesa y a los concejales de ser cómplices de ETA, de ofender a las víctimas de terrorismo, de insultar a Dalí o a Mihura, de corromper con títeres la inocencia infantil, de faltarle el respeto a la religión… ¡Ay!

Es la respuesta indignada de una gente que se ha creído dueña natural de España. Y eso no es sólo una propiedad espiritual, sino una predisposición mercantil para especular con las ciudades, privatizar bienes públicos y tejer negocios oscuros con la administración. Como estos españoles de pro, sin más patria que su dinero, suelen invertir en medios de comunicación, la algarabía está servida en forma de linchamiento contra toda actitud que suponga un obstáculo para sus corrupciones o sus avariciosos privilegios legalizados.

Pero la espuma lo atrapa todo, incluso la política alternativa y las rebeldías que surgieron de la espuma. Da rabia asistir a la soberbia posesiva de las élites, pero provoca verdadera tristeza ver cómo también tiembla en la marea del populismo y las audiencias la gente que debería defender con firmeza unos valores sociales.

El linchamiento mediático ha lanzado estos días sus mentiras contra dos titiriteros y una cátedra de memoria histórica. En un momento en el que los juzgados están llenos de sindicalistas acusados por la policía con pruebas falsas, los titiriteros ofrecieron un guiñol para representar la detención de una bruja después de un montaje policial. El pretendido mal gusto y la violencia de la obra no es más que la tradición literaria de un género que han practicado delante de niños algunos de nuestros mejores dramaturgos.

Por otra parte, la profesora Mirta Núñez lleva años desempeñando en la universidad un trabajo riguroso de conocimiento de nuestra historia, tan falsificada y llena de olvidos. A través de una lista mentirosa de calles, la histeria derechista ha ridiculizado su trabajo y ha empañado el deseo noble de borrar del callejero madrileño el nombre de unos cuantos militares golpistas y asesinos. Porque eso fue Franco y eso fueron muchos de los antepasados ideológicos del Partido Popular, gente golpista y cruel, incapaz de aceptar que España no es su coto privado de caza.

Da rabia que dos titiriteros hayan sido juzgados por exaltación del terrorismo. Da rabia que el PP siga manipulando la sagrada experiencia del dolor y convierta a las víctimas de ETA en monedas falsas de un mercadeo electoral. Da rabia que una historiadora rigurosa y necesaria se convierta en el objetivo de la indignación neofranquista. Pero, sobre todo, sobre todo, sobre todo, da tristeza ver cómo la alcaldesa, la concejala de cultura del Ayuntamiento de Madrid y los portavoces de otros partidos políticos entran en la marea del populismo, en las tácticas de las audiencias, y desamparan a la historiadora y a los titiriteros, dejando que el miedo desemboque en disculpas raras, pasos dudosos y demandas.

Una cosa debería estar clara. Si los titiriteros son perseguidos por la histeria mediática, si la historiadora es atacada con desmesura por los gacetilleros de la indignación elitista, es porque colaboran con un ayuntamiento gobernado por Ahora Madrid. Por eso es triste que los responsables del ayuntamiento se despreocupen de ellos y reaccionen pensando en no perder audiencia, flotar en la marea y salvarse del linchamiento.

También fue triste el silencio que se produjo en la gala de los premios Goya cuando Juan Diego Botto llamó titiriteros a los actores. El malestar cortó el ambiente con el frío de los que quieren quitarse un problema de encima. Pero la libertad de expresión y de ficción es un fundamento indispensable para nuestros oficios. ¿Qué está pasando? Pues que hay una censura mediática y mercantil que sentencia hoy al linchamiento social con más eficacia que la vieja censura del franquismo.

Creo en los acuerdos políticos. Nunca me han gustado las mareas, ni las unidades populares, ni las corrientes populistas, porque están controladas siempre por quienes son propietarios de los púlpitos y de los medios de comunicación. No me gusta tampoco el ahora estoy aquí y mañana estaré allí, porque eso no es evolución ideológica sino sometimiento de la política a las leyes del consumo inmediato. Como mi enemigo a la hora de escribir y de pensar el mundo es la cultura neoliberal, sigo creyendo en la necesidad de las organizaciones colectivas y en la defensa firme de unos valores que no se deben poner en juego como si fuesen mercancías. Creo en la libertad de expresión. Creo en la verdad, la justicia y la reparación como caminos justos para entender la historia.

Una última aclaración: no creo que nadie deba dimitir a causa de las crisis recientes del ayuntamiento. El verdadero problema sigue estando en la histeria derechista provocada por el miedo a quedarse sin negocio. Pero sí creo que la izquierda debe empezar a tomarse muy en serio los peligros de las mareas. Es mejor que el futuro nos encuentre organizados.


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Reconozco que no sé qué ha pasado exactamente con el asunto de Dani Rovira. No tuve ocasión de ver por la tele el acontecimiento cultural, solo sé que el premio se lo han dado a Truman, que tampoco sé de qué va; diría para entonar que mea culpa, pero creo que eso sólo me incumbe a mí, si no me puedo multiplicar en ubicuidades mediáticas, además y sobre todo, teniendo trabajo pendiente  para preparar las clases de español a los refugiados e inmigrantes del barrio y como, naturalmente, hay que elegir, no tuve ocasión de enterarme en directo del problema hasta pasado un día o dos, no sé... Por un video de Iñaki Gabilondo me enteré de un solo dato: el esmoquin de Pablo Iglesias en el evento en cuestión y entonces vi la foto. No dispongo de más información en publicado y diferido. Y tampoco me he matado por conseguirla, lo confieso aunque sin contrición alguna.
Lo del arrepentimiento del presentador lo leí como titular de una nota de prensa que tampoco aclaraba qué había pasado en los Goya, ni exactamente de qué se sentía culpable o responsable Rovira. Lo que sí me quedó claro es que en Twitter le habían debido ofender a saco, como suele suceder a diario en esos pagos mediáticos, de los que hace tiempo decidí prescindir, y de lo que hasta la fecha, al contrario que Rovira, en ningún momento me he arrepentido. Para marea y para marear a base de bien, las redes sociales en modo desquicie se lo montan de lujo; sin esa agitación constante de marea pensada especialmente para marear y agitar más los egos que las conciencias, nada sería igual. La histeria asumida como forma patológica de participar en todo a la vez, con el único recurso automático de la acción-reacción, es ahora mismo hasta una herramienta de poder, que en manos de locos, obviamente, provoca estados de manicomio mediático. 
No estamos hechos para esto. Nadie está hecho para padecer la comunicación  como una patología agresiva y canallesca de la que hay que protegerse y vacunarse. La avalancha nos ha pillado en precario, como tantas cosas. Y tenemos que desarrollar mecanismos de inmunidad y autoprotección sin caer en las redes como peces despistados, dispuestos a que los rebocen y los frían sin contemplaciones. Una forma de caer en ellas y quedarse empantanados entre complejos de culpa o de mindundis vapuleados a gusto por un lumpen moral que no debe tener otra cosa que hacer más que agredir a todo el que pilla por medio, es, precisamente, hacerles caso y darles poder sobre uno mismo. Tomarse en serio algo tan insustancial e consistente como las descalificaciones e insultos de quienes ni te conocen ni conoces no es de adultos ni propio de una básica salud mental. Recuerdo un refrán que ahora nos vendría de maravilla poner en práctica: no ofende quien quiere, sino quien puede. O sea, que en realidad sólo nos ofende aquello o aquél al que le damos el poder de hacerlo, al que creemos y valoramos como autoridad calificadora de nuestros actos e ideas. Resulta que hablamos de empoderamiento social y político, pero no somos capaces ni siquiera de empoderarnos de nuestros pensamientos, deseos y humores, y los dejamos a disposición del primer ego que venga acosando al nuestro. 
Que el movimiento activista de las mareas por sí mismo no puede ser un modo estable  de gobernarse al estilo tradicional es más que evidente y razonable, pero en estos mismos tiempos tampoco los partidos como Podemos, UP/ IU , Psoe, pp o C's,  o cualquier otro que pretenda convertirse en el amo del cotarro tendrá el apoyo absoluto para hacerlo, a pesar de que el régimen esté empeñado en poner lo  más difícil posible la toma de responsabilidades institucionales a los grupos de base social y democracia directa sin apego específico a las siglas de siempre, acusándoles de desorganización, algo muy lógico cuando se procede de estructuras de poder muy bien forjadas par acumular poder más que para estar al servicio de los pueblos. Se trata de tener muy clara la diferencia entre la finalidad y las herramientas para modelar y dar coherencia a esa finalidad que no es el triunfo por goleada de una sigla sino el mismo bien común para todos. Pero también es necesario comprender que los tiempos han cambiado y con ellos, el concepto de organización.

¿Cómo hacer posible una política normal en tales estados sociales de dispersión y dislate donde se confunde todo, hasta la propia esencia individual? ¿Cómo entender que se pueda experimentar la unidad de acción solidaria con los demás si una misma es un conjunto de esporas racional-emotivas que cuando alguien sopla demasiado fuerte a su lado salen en desbandada y se pierden en lamentos, insultos, reproches, odios, rechazos, manías y fijaciones maltrechas, y también como resultado en denuncias, reclamaciones, procesos, jueces, banquillos, justificaciones y rencores varios que acaban por aprisionarnos de mala manera y hacer que nos olvidemos de lo fundamental, que es precisamente que el otro que nos molesta y nos  ofende, es parte de nuestra  propia humanidad, y que nos ofrece la posibilidad de reconocer el lado más oculto y menos atractivo de nuestros armarios y alacenas personales, ésas que ni siquiera nosotros mismos conocemos  y que solo gracias al "otro" se hacen evidentes cuando nos sorprenden nuestras rabias desorbitadas simplemente porque alguien nos lleva la contraria o duda de o niega lo que para nosotros es un dogma de fe o directamente descalifica  lo que para nosotros es lo más? 
En realidad nuestra esencia por  sí misma es inasequible a cualquier insulto. Nada ni nadie puede modificarla sin nuestro permiso. Nadie "me saca de mis casillas" si yo no quiero salir de ellas. Nadie "me pone de mala leche" si yo elijo no darle ese poder. Quizás ahora mismo, con la que está cayendo, sería útil plantearse estas cosas tan simples y tan facilitadoras de mejores estados de ánimo y de acción. 

Y plantearnos también que no se trata de ser impasibles y tiesos como tablas, al contrario, que ser vulnerables no es tan malo como parece y tiene su valor, que  nos humaniza y nos acerca, que nos hace comprender la vulnerabilidad del "otro" y que pedir excusas o perdón es tan importante como acoger y perdonar, no como concesión, sino como empatía, como un "hoy por ti, y mañana por mí". Ah, y algo que en España aún parece que no existe cuando se trata de lo personal: tomarse la vida con menos sentimiento trágico, con menos unamunismo social y más sentido del humor, que no consiste  precisamente  en reírse de los demás, sino que empieza y termina, fundamentalmente en reírse de una misma y tomarse en primera persona un poco más en plan chirigota. Seguramente eso lo lograremos, por ejemplo, cuando pelis  tipo "Ocho apellidos vascos", las hagan los vascos, y quien dice vascos, dice catalanes, valencians, mallorquines, andaluces, aragoneses, castellanos y todo el etcétera  autonómico... Para eliminar la histeria mirarse en el espejo del buen humor es el mejor remedio. ¿Alguien se imagina al pp descubriendo su lado patético y riéndose de él? Ya no sería el pp. Y quien dice el pp, dice todo lo demás. Empezando por la tiesísima y almidonada 'malestad' de la Jefatura del Estado. Hay que terminar con la antipática, inmadura y enfermiza manía de que una mitad de España siempre las tome con y ridiculice a la otra, en plan intermitente. España necesita urgentemente aprender a reírse de sí misma con un abrazo fraterno que rompa las inercias de toda la vida; con una verdadera fraternidad igualitaria o igualdad fraterna, sin siglas preventivas en su diversidad natural. Sin ese impulso sano y limpio, empático y simpático, cualquier tipo de organización política y social acabará siendo una coraza rígida, antiempática, antipática y precaria que nos seguirá separando del "otro" y volviendo a hacer necesaria otra incómoda y caótica marea. A lo mejor se trata de aprender a fluir sin juzgar ni excluir y sin perder la capacidad de organizarse en esa fluidez. Tanto en lo social y político como en lo personal. Ambos aspectos cada vez es más necesario que funcionen en armonía si queremos que el conjunto no se acabe estropeando. Como siempre ha pasado hasta ahora. 
Quizás sea ya el tiempo de que eso también cambie y de que los gobernantes cuando se equivocan, que lo hacen con tanta frecuencia como los gobernados,  en vez de permanecer en un solemne ridículo consensuado de mantenella y no enmendalla, lo reconozcan, lo cuenten a la prensa y traten de salir del paso lo más limpiamente que puedan, demostrando que no es posible tener todo atado y buen atado sin ser un dictador y un mentiroso al mismo tiempo y que es más sano errar y tratar de corregir en público que errar y hacer por medio de una buena organización que el error no se note de donde viene. Son los gajes de la transparencia, acabar demostrando que a pesar de equivocarse y no ser doctores en titiritología,  se puede acertar en las cosas más básicas y urgentes, como , en la atención al estado de quienes necesitan techo, comida, agua o luz o escuela o médico. Quizás la clave esté ahí: en que el peligro no sea la marea en mogollón sino las salpicaduras espumosas del maremagnum sin resolver de cada uno. 

Quizás el objetivo del pp al provocar estos episodios, porque su mano negra está clarísima tras el lance, como lo está tras el rifirrafe de los cambios de calles dedicadas al facherío, sea, precisamente, que la izquierda vuelva atrás en su evolución hacia su talante más abierto y cívico, recule y empiece a echar de menos la fuerza de una organización férrea a la vieja usanza, donde el aparato acabó aplastando el alma de los partidos y haciendo picadillo su verdadero motivo para ser: la unidad popular, que no es el populismo destemplado y botarate de unos oportunistas -que es lo que el pp pretende hacer ver a quienes se quedan en la corteza de los hechos- sino todo lo contrario, inteligencia colectiva capaz de organizarse de otra forma mucho más permeable, más humana y próxima que burocrática madrastra de Cenicienta, mucho más transversal que vertical u horizontal. 

Si hemos tenido una paciencia de santos durante centurias, y en cosas muchísimo más graves, con los caciques y sus abusos, no será tan difícil tenerla ahora con nuestros conciudadanos/as elegidas/os como portavoces municipales. Ellos/ellas, al menos, no se esconden ni se blindan en el Senado y Congreso, ni se lo llevan crudo. Dan la cara, cuentan lo que pasa y lo afrontan. 
Yo creo, modestamente, que, a pesar del desagradable asunto de los títeres, hemos ganado muchísimo en calidad y disposición para todo. Y que no deberíamos hacer coro ni palmas al vodevil del pp, que -mientras va cayéndose a pedazos- sólo provoca miedos y cabreos como cortinas de humo para camuflar lo suyo, con la ilusa pretensión de que se note menos. Y eso sí que es un problema gordísimo sin resolver. Un peligro de verdad, mucho más pasado y presente que futuro.

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