viernes, 5 de febrero de 2016

Cariño, me voy a la segunda transición


2016 no se parece en nada a 1975. Entre otras cosas, no hay ni miedo ni movilización ciudadana, fundamentales en la "primera transición".
Rivera y Sánchez piden a sus equipos que negocien desde mañana con el paro y la corrupción como temas prioritarios



Y dale con la transición. Perdón, Transición. Cada vez que un líder político dice “Transición”, Martín Villa mata un gatito. La Transición is back, si es que alguna vez se fue. Sánchez: “Tenemos que estar a la altura de la primera Transición”. Cospedal: “Hay que recuperar el espíritu de la Transición, hoy es más necesaria que nunca una segunda transición”. Rivera compra lo de “segunda transición”, y pide “un gobierno de transición”, que suena bonito sin que se sepa qué cosa es. Y hasta Iglesias propone “una nueva transición”.
Sin darnos cuenta empezamos a decir “la primera Transición” para hablar de la que hasta ayer era Transición a secas, igual que la Gran Guerra acabó degradada a Primera Guerra Mundial cuando llegó la segunda. Algunos diputados salen por la mañana de casa diciendo “adiós, cariño, me voy a la segunda transición”, como la broma aquella del soldado que se despedía de su amada diciendo que se iba a la guerra de los Treinta Años.
Mis favoritos son los del bando nostálgico, los que evocan la Transi para afear la pequeñez de los actuales líderes, por comparación con aquellos gigantes políticos. Ayer mismo, Antonio Hernando, del PSOE: “Si los líderes de la Transición se hubiesen comportado como Rajoy, hoy no tendríamos democracia”. Opinión repetida por muchos periodistas viejunos, que echan de menos la generosidad y altura de miras de los Suárez, Carrillo, Fraga y González.
Pues no, oiga. Comparar la situación política actual con la de 1975 es un disparate. Y no lo digo porque los líderes de ahora sean más mediocres, pues tampoco sé si los superhombres de antaño venían así de fábrica, o aprendieron a fuerza de necesidad. Aparte de lo incomparable de ambos momentos, a esta “segunda transición” le faltan dos ingredientes sin los que no se entiende cómo salió la “primera”: el miedo y la movilización.
Del miedo nos solemos olvidar los que criticamos aquel proceso sin haberlo vivido. Pero si uno se asoma a la hemeroteca, estremece el terror de fondo que acompañó la negociación política. Centenares de muertos, terrorismo de ultraderecha, ETA, represión policial y el ruido del afilador de sables, hasta el susto del 23F que terminó de encauzar el proceso sin desbordes.
Por suerte, hoy no tenemos miedo, ni siquiera el miedo económico, difuminado por la omnipresente agenda política pese a que todavía quede mucha crisis por delante. No descartemos que algún partidario de la “gran coalición” se haya leído La doctrina del shock, pero en el horizonte no asoman amenazas comparables.
Del otro elemento se suelen olvidar los de la versión oficial de la Transición: la movilización ciudadana. Pese al miedo (estos días recordamos la matanza de Atocha), la calle alcanzó una temperatura que no ha vuelto a rozar en cuarenta años. El contrapeso al búnker franquista estuvo en una sociedad que no se quedó en casa viendo la tertulia en la tele: huelgas obreras, manifestaciones, encierros, agitación vecinal y estudiantil, así como en las nacionalidades históricas. Un continuo de protestas sin las que la Transición habría sido mucho peor.
No, esta “segunda transición” tampoco tiene eco en la calle, donde hace más frío del que señala el termómetro. Hace meses decidimos retirarnos a casa y esperar con el voto entre los dientes a que abrieran las urnas, y hoy seguimos en casa, esperando a ver qué deciden los equipos negociadores.
Hablar de segunda transición hace pensar en aquello de Marx, que de tan repetido ya da pereza escribirlo: la historia que se repite, primero como tragedia y luego como farsa. Teniendo en cuenta que la “primera” Transición tuvo mucho de tragedia pero también una buena dosis de farsa, no quiero pensar cómo puede salir la secuela. 


::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::  

Ojalá, querido Isaac Rosa, aquella transición de hace cuarenta años hubiese contado con la estupenda movida ciudadana de la que hablas repasando hemeroteca y viendo la lucha obrera que daba el callo. Otro gallo nos hubiera cantado y otro panorama tendríamos hoy como consecuencia. Por supuesto que las circunstancias no eran las mismas que ahora, ni de coña. La conciencia ciudadana, tampoco era  la misma que ahora. Y el miedo, en efecto ,tenía sobre ella el mismo poder narcotizante que ahora tienen la televisión, el sofá y la resignación, sobre la peña a su bola, con la diferencia cualitativa que señalas: ahora no hay miedo sino una dosis mayor de cinismo, banalización del mal e indiferencia, que son la herencia de un miedo añejo y mal metabolizado, que nunca se ha terminado de deshacer en el inconsciente colectivo.
Con aquel miedo sin superar y sin memoria que mirar de frente y reconocer, se ha llegado a esto. A dejar el gobierno en manos de un partido tan eficaz como la vieja dictadura.

En el fondo es la voz de los ancestros que nunca se ha llegado a asimilar tal cual es, a analizar y a reconocer como enfermedad crónica social y política, que se quedó enquistada en el barullo de los miedos sin reconocer ni superar. En el fondo de los fondos, sigue quedando, en nuestro baúl colectivo de los recuerdos en tromba, esa parálisis idiopática que apaga en cuanto puede las luces del cambio ya sea ninguneando lo bueno posible, ya sea ensalzando y augurando lo malo seguro. Sigue adicta al miedo, que ahora camufla de distracción y cierta dosis de amarga frivolidad para no pensar demasiado y no   volver a la madriguera del pánico; esa actitud es  como la de los niños, a los que les han contado que pueden ser presas del hombre del saco, de la bruja de Hansel y Gretel, del ogro de Pulgarcito o del lobo de Caperucita Roja y cuando tienen que atravesar el pasillo para ir al baño en la oscuridad de la noche, se ponen a cantar para vencer el miedo y sentir una voz conocida, aunque solo sea la suya cantando en el vacío, a falta de algo más consistente, que les acompañe y les impida morir de miedo en el trance que no saben como gestionar. 

En aquellos años transitorios ( un eufemismo presuntuoso, porque en realidad el tiempo siempre es transición constante, si no sería eternidad) las luchas sociales no eran cosa mayoritaria de la sociedad, solo del  sector más machacado de la  clase obrera, sindicalista y de los partidos de izquierda, comunista y anarquistas especialmente. Las revoluciones eran en las empresas explotadoras, Roca, Seat, Cointra, Zanussi, Ibelsa, etc...
El socialismo, por el contrario, siempre trabajó en reuniones, en análisis y en teledirección de estrategias, fundamentalmente en la universidad -¡qué coincidencia con Podemos!-; de lucha cuerpo a cuerpo, en el sentido de ir a manifestaciones y acciones concretas en la calle, muy poca cosa. Se cuidaban en salud porque estaban convencidos de que eran el futuro y había que tomar distancias y evitar riesgos. Nunca me los encontré en las movidas de calle. Animaban, informaban, controlaban, pero de lejos. Nadar y guardar la ropa seca para luego, era la consigna -siguen las coincidencias, qué casualidad...a lo mejor es que no hay casualidades, sino causalidades-.
Los estudiantes que daban la cara -pongamos que hablo de Madrid, parafraseando a Sabina- lo hacían todos los días en la Complutense a partir de las 12; era ya una tradición. Los grises a caballo entre Filosofía y Derecho, mirando a Políticas y Económicas. Los coches-botijo-lechera, preparados. Los caballos entrando en la Facultad hasta el Decanato y los servicios, si hacía falta sacar a los alumnos a fustazos de los retretes. Invasión de los comedores del viejo SEU, registro de los autobuses y del tranvía, etc... Detenciones protocolarias y palizas en la DGS, en Sol, con entrada por la Calle de la Paz (qué paradojas ¿verdad?) Pero eso ya sucedía en plena apoteosis franquista, al final de los 60. Y la sociedad nunca tomó en serio esas protestas, ni las dos huelgas generales, en el 76 y el 78, ni las silenciadas  huelgas de la minería, de altos hornos o de algunas fábricas del sector del metal o los astilleros.
Las palizas, las torturas y las cárceles, adobadas de cuando en cuando por unas ejecuciones estratégicas de presuntos revolucionarios y agitadores, seleccionados a capricho entre el montón de presos políticos,  eran suficiente escarmiento social para frenar cualquier intento de protesta y dar más cancha al miedo. Toda aquella rabia e indignación estaba silenciada en los medios. Era minoritaria, es cierto; el conformismo de los españoles es una de la más señeras "virtudes" de la "raza", eso sí, convertido en chiste, en chascarrillo, en burla contra los tiranos; pero nada más. Y cuando la sociedad civil se enteraba de algo, el comentario era unánime: "están locos. Se ve que quieren volver al 36. A la república que nos trajo la guerra civil."
La sociedad no apoyaba para nada en serio la idea de cambiar el régimen. Cada uno se conformaba con poder tener un techo lo mejor posible, un curro seguro, aunque fuese mal pagado, una cocina a gas, un frigorífico y en el recolmo de los colmos, un Seat 600, que eso era la repera del estatus resignado con premio a la docilidad. Y para rematar, llegó la tele y eso fue ya asaltar los cielos de la inopia urbi et orbe. Hasta hoy.

Esa mentalidad también llevó la voz cantante durante la transición, por eso fue tan fácil el acuerdo, fue tan natural que el franquismo se heredase a sí mismo, y fue tan fácil porque la "moderación" de los políticos era simplemente la materialización del miedo general. El miedo inoculado en el inconsciente y en la memoria colectiva fue y sigue siendo el más eficaz antídoto contra cualquier cambio verdadero. ¿Con tantas libertades de pacotilla, tantas posibilidades de convertirse en funcionario vitalicio por oposición y con tanto por consumir y explorar en el mercado, quién necesita una conciencia incordiona, verdad?

Una vez muerto el dictador, asentado en el trono su sucesor a dedo "democrático" restaurado, y con el reparto de poder entre "buenos" y "malos" -según el bando correspondiente- cada cuatro años, y con el aval de EEUU, CIA y el MCE, para que todo cambiase de forma conservando el mismo fondo, ya fue coser y cantar. Como nunca, desde que se acabó la entente cordiale entre Cánovas y Sagasta, entre carcas y progres. Entre liberales y conservadores. Carlistas e isabelinos. Entre caciques almidonados y estirados y caciques campechanos. Entre la dictablanda de Primo de Rivera y la dictadura franquista. El holograma es el mismo, repetido punto por punto. Un lindo juego de cajas chinas.

Las movidas sociales de hace 40 años no fueron producto del despertar de la conciencia ciudadana, sino el estallido puntual de protestas laborales muy concretas y limitadas. Encierros de sindicalistas y afiliados al PCE clandestino y a la CNT, igualmente subterránea. Huelgas generales, 2, con más esquiroles que participantes y con más miedo que vergüenza. Encierros en las iglesias, que se abrieron al interés común. Eran cosa exclusiva de la "clase obrera" apoyada por grupos de universitarios no muy numerosos, pero muy comprometidos y valientes, como algunos profesores de la Universidad que se atrevieron a levantar la voz en el franquismo y fueron silenciados y defenestrados de sus cátedras sin que esa conciencia ciudadana missing dijese ni pío hasta que el gobierno Suárez los rehabilitó.
Ojalá, todo ese proceso hubiese sido la consecuencia del compromiso  unido de la conciencia ciudadana, como el 15M, como las mareas, como la PAH, como las plataformas constituyentes o las marchas desde toda España hasta Sol, en las que se inspiraron las futuras marchas de la dignidad. Ojalá. Pero nunca fue así. Por varias razones. Una base histórica sin superar, de miedo fundamental heredado, como itinerario. Unas soluciones democráticas deficientes, pero suficientes como un aperitivo convertido en menú básico por los herederos del franquismo que jugaron a ser travestís ideológicos como si eso fuese el único modo de cambiar las cosas, a base de zurcir los desgarrones, de poner parches a los neumáticos destrozados desde dentro hasta la cubierta, como llamar democracia a las manipulaciones corruptas pero muy ceremoniosas y solemnes. Pura demagogia, que, como decía Lincoln, consiste en envolver realidades degradantes con palabras bonitas, para morder el anzuelo más antiguo del mundo. El de la mentira despiadada.

La cosa es que la única "revolución" consistió en votar al Psoe en octubre de 1982 y concederle la primera mayoría absoluta-rodillo de la incipiente democracia a una sola formación. Eso fue todo. Estábamos habituados a tener encima la bota de un poder absoluto y lo que no era así nos sonaba a debilidad ingobernable, además, los estupendos esfuerzos de Suárez habían terminado como el rosario de la aurora, en un golpe de estado, que nadie quería volver a encontrarse en medio de un programa de radio o de tv, como el  23F. Otra muestra del miedo concentrado, al volcarnos en un único proyecto hegemónico que también acabaría  defraudándonos por mayoría absoluta. Pasar de votar a UCD con reticencias, a votar un socialismo a estrenar en el que pusimos toda la esperanza de cambio y de regeneración social y política, sin embargo, aunque no lo imaginábamos en un gobierno, supuestamente de izquierda, fue un cheque en blanco para la corrupción y la prepotencia de los recién elegidos, como nuevos ricos del hemiciclo.
(Uy, uy, uy, cuánto replay histórico tenemos, ¿no)

No fue la ciudadanía de entonces la que hizo los cambios. Fueron los validos de la oligocracia, que mediante una Constitución hecha por ellos y llevada a las urnas más como un ultimatum de los gerifaltes de siempre, que como un logro de la ciudadanía. No se nos preguntó por el modelo de Estado, se nos dijo: "esto es lo que hemos pensado para vosotros, gentezuela indocumentada y melindrosa y ya sabéis: o esto o el caos". Y claro, ¿quién iba a renunciar a una Constitución por muy deficiente que fuera, procediendo de una dictadura donde la democracia era considerada por decreto un delito de alta traición?

 La ciudadanía española no ha comenzado a existir como grito universal de conciencia hasta el 15M. Lo de antes fue lo de siempre hasta que la crisis de 2008 zarandeó a una nueva generación que no había conocido aún los tiempos de calamidades y de terrores y que había sido educada en la ignorancia del pasado y en el vacío de la memoria histórica, que las dos anteriores generaciones no quisieron ni consideraron importante sanear ni revisar, para no generar malos rollos entre compis de mejunje parlamentario, caciques, banqueros, élites pastíferas, marqueses y condesas del entorno. En fin.. así se acallaron abusos y crueldades como forma de gobernar, de gestionar y corromper. Veníamos de un mundo donde las consignas pedagógicas más valoradas y extendidas eran cosas tipo  "la letra con sangre entra", "quien bien te quiere te hará llorar" o "lo que no mata engorda"o "no te quejes que es peor" o "yo también he sufrido mucho, no me cuente usted su vida". Con tal bagaje "humano" no es extraño que hayamos llegado a esto. Al final del trampantojo y al descubrimiento de las ruinas que tapaba. Es ley de vida y de una lógica aplastante: la basura que no se limpia se pudre, apesta y llega a un punto del que solo se puede salir tomando conciencia de lo que pasa y  limpiando a fondo sin miedo ni auto-chantajes.

El "milagro", precisamente es que a pesar de tales antecedentes y de tal falta histórica de educación ética, social y política, carencia de valores humanos como ejemplo visible en decencia solidaria, legislativa, ejecutiva,  judicial y hasta ideológica y  religiosa  y tal chapuza hereditaria empantanada lo mismo en terrorismo de aldea que de Estado, de mercadillo cutre de negocios, intereses y de políticos lamentables sostenidos y valorados como chamanes y mesías del chanchullo y los gazapos, ahora haya gente sana capaz de reivindicar un Estado de Derecho y de verdadera democracia consultiva, participativa, directa, y que existan movimientos de apoyo mutuo, de solidaridad, ciudades refugio humanitario en medio del horror y de las propias carencias, iniciativas aún incluso boicoteadas por el gobierno ppero y sus tentáculos,  y, sobre todo, ganas de vivir en otro registro honesto y hasta ahora desconocido a nivel público e institucional. Algo que hay que crear, que se está creando ya.


Nunca, hasta ahora, España ha estado más cerca de ser una comunidad de comunidades implicadas por mayoría en el  cambio regenerador del tejido social desde una base cívica y ética. No es un logro aún sino un proyecto vivo que se ha puesto a crecer y a funcionar por supervivencia, que está creando nuevos territorios de conciencia y de realidad. Y cuyo éxito depende más que nunca de nosotros, de como lo entendemos, de como lo apoyamos, de como lo hacemos crecer o lo chafamos porque no somos capaces de desprendernos de la autosuficiencia, de la imaginería, de la pereza ética que funciona exigiendo mucho a los demás pero no da nada que valga la pena de sí mismo y si no es a cambio de algo rentable.
Los logros sociales, como el conocimiento y el aprendizaje evolutivo no son hechos cerrados, de una perfección impoluta, no. Esos logros crecen y mejoran también en los errores, en los batacazos, en la experiencia tal cual se presenta. No es inteligente quedarse al margen observando lo que hay y esperando a ver como se van equivocando los demás mientras uno comete el peor error de todos, que es el nihilismo de no implicarse y no hacer nada...por miedo. Siempre el miedo a no saberlo todo, a no controlarlo todo, a hacer el ridículo y a quedar, por eso, fatal ante los que nos miran sin hacer nada por si les pasa lo mismo que nosotros tememos; lo inteligente de verdad es implicarnos, cooperar, interactuar, practicar la autocrítica y disfrutar la alegría que produce lo que se logra entre todos. Sin buscar tres pies al gato para parecer los más listos y asépticos. Asumiendo el riesgo de no ser Superman y, sobre todo, de que se note que no lo somos. Sin comparaciones malsanas, pelusas  ni celetes cuando a los otros les sale mejor lo que hacen que a nosotros mismos. Aprendiendo que el bien, como el mal, nunca es ajeno si sabemos ver su esencia genérica. Y experimentando la alegría o el dolor de compartirlo con todos y todas. Sólo así los seres humanos y los pueblos se hacen grandes y logran ser adultos y civilizados de verdad. La madurez cívica es la única garantía de que una sociedad vale la pena.

Los logros reales se quedan impresos en el alma colectiva de los pueblos, como la reforma protestante, la ilustración, la democracia, la libertad, el respeto, la honestidad social y la individual, la justicia ética y natural como forma de entender la convivencia, mucho más que como ley impuesta por poderes externos a nuestra conciencia.

Cuando conoces otros pueblos donde ese modo de vivir y crecer ha sido posible o al menos están en ello, cuando ves que muchos españoles que se incorporan a esas sociedades , poco a poco, se convierten en sabios, en genios  reconocidos y en trabajadores ejemplares por el bien común, entonces comprendes que es aquí en casa, donde tenemos el problema más grave. Nos han privado de una educación que nos haga crecer por dentro; nos han amaestrado como a animales de circo, o como mascotas, para sobrevivir afirmando nuestro ego contra y sobre los egos del resto, empujados por unos hábitos competitivos y miserables, -los mismos que utiliza el capitalismo salvaje para alienar a las personas y convertirlas en objetos productores y consumidores consumidos por su propio consumo-, para llegar los primeros a no se sabe donde ni para qué, pero eso, sí, pisando a los demás si hace falta, para ser los más poderosos; pero aquí no nos enseñan que, sobre todo, nosotros somos la vida que necesitamos desarrollar en cooperación. Y que ésa es nuestra tarea más importante para poder convivir y generar verdadera riqueza.

Por eso nos pasamos la historia esperando que alguien viva, piense, decida  y actúe por nosotros. En nuestro lugar. Como Rajoy y su investidura. Como el rey que no se atreve a pasar de Rajoy si no hay alguien que quiera hacer algo y se lo proponga seriamente. Como los barones socialistas o la cúpula de Podemos o C's, que solo quieren acumular poder y salirse con la suya por encima de programas , propuestas y voluntad de acuerdos sin bunker ni líneas infranqueables por el acuerdo. Simplemente pensando en el bien común más que es sus rifirrafes.

Mientras, simplemente, se trivializa de órdago en órdago, de jugarreta en jugarreta de mus. Se vegeta entre birra y birra, entre despotrique y resignación. Entre la primitiva y los goles de Iniesta. O de Messi. O de Pablo Iglesias. O del independentismo impulsado por el mismo Estado corrupto y riquísimo...  en derribos y despojos.

Ya es hora de espabilar y de no enredarnos en nuestras rutinas mentales, en nuestras emociones-chatarra "sálvame" de luxe. Y no dejar que el Gran Hermano desde el ojo vigilante de la tv y sus enredos, diseñe y escriba el guión de nuestra historia, cambiando los códigos cognitivos sanos, por los del miedo sublimado en  lo trivial, en lo pre-supuesto, con los que podamos descodificar la realidad sin deformarla en la medida de nuestras ya cansinas y desastrosas taras sociales sin superar. E incluso convertidas en la marca Esppaña.


No hay comentarios: