jueves, 25 de febrero de 2016

El dilema de Podemos


Una vez constatada la fría realidad de que Pedro Sánchez ha desoído todos los ultimatums, no se ha encomendado a la sonrisa del destino que iba a hacerle presidente y ha optado por la transversalidad firmando un acuerdo de legislatura con Ciudadanos. Podemos afrontaba un dilema peliaguado al cual se ha visto abocado por un exceso de tacticismo y puede que también algo de soberbia intelectual. Los juegos de negociación resultan instructivos pero negociar no es un juego.
Si la formación morada optaba por cumplir sus avisos y ejercer su veto respecto a Ciudadanos tenía que levantarse de la mesa con estruendo y decir no a seguir negociando. Así lo ha hecho. Abandonaron la mesa con el mismo dramatismo con que anunciaron que no se levantarían.
Pasada la euforia del momento tal vez empiecen a constatar que pueden echarle toda la culpa a Sánchez y seguramente funcione entre muchos de sus votantes. Pero también puede que a mucha gente, electores de Podemos también, les cueste entender que los de Pablo Iglesias rompan las negociaciones porque el PSOE pretende continuar las políticas del Partido Popular y luego voten lo mismo que va a votar el PP. Una contradicción de imprevisibles consecuencias electorales.
La segunda opción pasaba quedarse en la mesa. Si Podemos no ejecutaba su cacareado veto podría seguir negociando, pero puede que desde una posición de mayor debilidad y con serias dudas sobre su credibilidad. Su posición se había debilitado y han preferido romper para evitar verse obligados a acabar aceptando un acuerdo por debajo de sus expectativas.
Si algo han clarificado estas semanas de negociaciones y performances ante la prensa es que la presunta incompatibilidad entre Podemos y Ciudadanos tiene un origen esencialmente electoral. No les conviene que les vean juntos por si hubiera elecciones pero no porque no se puedan entender para suprimir las diputaciones, aprobar un ingreso mínimo vital, instaurar un impuesto sobre los grandes patrimonios o bajar el IVA cultural. Que Iñigo Errejón haya recurrido a la caricatura del IBEX35 revela mucho sobre sus dificultades para explicar sus legendarias incompatibilidades programáticas.
Si en lugar de empeñarse en una forzar una disyuntiva que ni siquiera sumaba los votos suficientes Podemos hubiera empezado a negociar desde el primer minuto, a lo mejor hoy se encontraba firmando un acuerdo y preparándose para empezar a gobernar, en lugar de verse en la tesitura de elegir entre susto o muerte. 
La política es el arte de lo posible. No el arte de echarle la culpa a alguien para explicarle a la gente porque no se pudieron hacer las cosas que se les habían prometido. La buena noticia es que en política casi todo lo que se rompe un día se puede arreglar al siguiente.

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Está muy clara la responsabilidad de Podemos en el fracaso de Pedro Sánchez como lo está la de Pedro Sánchez en el poco empeño que ha puesto al cruzar el Rubicón de la investidura en dirección contraria al rumbo de la izquierda. Está claro que los cabezas pensantes de Podemos y Psoe no andan muy sobrados de lucidez pero sí lo están en soberbia y tozudez inexplicables en un momento como éste, donde andar con ultimatums y presiones partidistas y estratégicas solo empeora las cosas y las acabará poniendo en contra de los obstaculizadores de la gobernabilidad, a los que les importa un rábano el daño que están haciendo a su país con la obcecación y la torpeza de una soberbia tan necia como fuera de tiesto. Podemos y Sánchez han demostrado que no están a la altura del momento.

El desprecio, la prepotencia y el poco interés que ambos han mostrado por la negociación a cuatro de la izquierda y la falta de disposición a la escucha, demostrada en la ausencia de Iglesias y de Sánchez en las negociaciones, les deja a un nivel responsable  adolescente, y políticamente, ínfimo. Tal vez han menospreciado la ocasión porque no fue iniciativa de ellos, los stars, sino de Alberto Garzón y UP/IU, que ha demostrado en todo momento el temple y la cordura de los sabios, lo mismo que Compromís y la desgracia electoral que conlleva el sistema D'Hondt con su arbitrario reparto de escaños, que nos ha deparado esta aberración de resultados en las urnas: los más torpes a la cabeza de la izquierda y el más capacitado para acertar con la cordura imprescindible para ser un  portavoz digno,  a la cola. 

Las rabietas podemiles y las cabezonerías sociatas puede que tuviesen glamour en el patio del recreo para niños con problemas de adaptación, pero en un Parlamento  de adultos a la busca y captura de presidente del Ejecutivo, en un país golpeado cruelmente por una crisis inhumana y una corrupción criminal que amenaza con volver a la carga en cuanto los jueces les den un respiro, deprime, la verdad, al mismo tiempo que va desbaratando las razones para votar a semejantes negados si se repiten las elecciones, que parece ser el verdadero propósito de estos líderes de la mediocridad infinita, incapaces de responder a lo que la ciudadanía les exige en las urnas. De momento y visto lo visto y a pesar de D'Hondt: Garzón for president, please!

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