domingo, 27 de marzo de 2016

Por un verso








Desde el inicio de la historia, mucho antes de que Homero los hubiera concebido, ya estaban en el aire todos los versos de la Ilíada; también estaban en el aire las voces de los coros de la tragedia griega antes de que Esquilo las hubiera imaginado. La geometría y todos los teoremas, los tres dioses monoteístas, la serenidad de Buda, los cuentos de Las mil y una noches, la doctrina de El Príncipe de Maquiavelo, las figuras de El Juicio Final de la Capilla Sixtina, la teoría del buen salvaje de Rousseau, el escarabajo de Kafka, la magdalena de Proust y todas las manzanas de Newton mordidas por la serpiente del paraíso estaban previamente en el aire a merced de la inspiración de unos seres privilegiados que llegarían a crearlos. Inspiración es la acción de introducir aire en los pulmones, pero también significa el estímulo repentino que siente el artista, el científico o el filósofo ante una obra de arte, proyecto o idea. Entre la acción mecánica de respirar y el impulso creativo que baja como un don desde las esferas llegó a este planeta la electricidad, el teléfono, el aeroplano, el Ford T, la división del átomo y la bomba de hidrógeno. También se produjo el milagro de la aceituna que navega en el Martini más allá del bien y del mal. La inspiración continuará en el futuro captando toda la ciencia y la belleza que está todavía en el aire. Quedan innumerables batallas de la mente por ganar, insondables misterios por desvelar. Sin duda en el futuro algún genio descubrirá la forma de aniquilar el tiempo y el espacio y entonces el ser humano, libre ya de la estupidez de la materia, podrá ser invisible, atravesar las paredes, estar en dos lugares a la vez y alcanzar la inmortalidad. Pero tal vez la conquista final, sin la cual nada tendrá sentido, la logrará el poeta capaz de captar en el aire el verso más excelso que se le escapó a Homero.

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