viernes, 18 de marzo de 2016

Asaltar una casa en llamas



Podemos ataca el acuerdo PSOE-C's porque intenta "hacer que lo ilegal sea legal" en la contratación temporal



El incendio español empezó en 2007, y a día de hoy no ha terminado: solo ha ido desplazándose, alcanzando otras plantas y alas del edificio. Empezó, recordemos, cómo una crisis financiera global que aquí tomó forma de burbujazo y se llevó por delante las cajas de ahorro y todo el sector del ladrillo, empleos incluidos.
Siguió en forma de crisis económica, un socavón por el que cayeron miles de empresas junto a millones de trabajadores y los ingresos de todas las administraciones. El incendio económico se extendió de inmediato a las calles, ya como crisis social, con desahucios, desigualdad y pobreza, además de achicharrar el estado de bienestar.
Desde la tierra quemada de lo económico y social saltó otro cortafuegos para prender en las instituciones, avivado por la gasolina de la corrupción: de la monarquía a los ayuntamientos, no quedó una sola institución que no mostrase signos de putrefacción.
Siendo toda España una falla, las llamas no tardaron en alcanzar un último escalón: la crisis que ya había sido financiera, económica, social e institucional, se convirtió al fin en crisis política. El régimen salido de la Transición empezó a echar humo en las Europeas, y ya para las Autonómicas y Municipales se veía salir por las ventanas unas llamaradas que el 20D alcanzaron el tejado: adiós al bipartidismo.
Así nos hemos plantado en 2016: un país calcinado, donde se mantienen focos activos mientras todo lo quemado sigue pendiente de reconstrucción. Pero las llamas no se han detenido: ahora empiezan a alcanzar el último rincón que seguía sin arder, el desván de la casa: los partidos políticos.
Algunos ya son ceniza, como UPyD, o sobreviven con quemaduras de tercer grado, como IU. El PP empieza a oler a quemado, tras perder millones de votantes, agujereado de corrupción y con un líder muerto. En cuanto al PSOE, ya estuvo a punto de estallar en navidades, tras el batacazo del 20D. Hoy se mantiene a salvo a base de regarse con la manguera de la investidura y los pactos, pero como se seque ese hilillo de agua, no tardarán en reanudarse las llamas internas.
¿Y los nuevos? ¿Están a salvo de la tormenta de fuego, solo por ser nuevos? En el caso de Ciudadanos, parece un partido tan plastificado que fuese también ignífugo. Pero tras el pinchazo del 20D, se lo han jugado todo a un pacto con el PSOE que si sale mal enseñará las primeras grietas internas.
Por último, Podemos. Tras dos años recibiendo todo tipo de ataques políticos y mediáticos, cuando parecían indestructibles, de pronto ha empezado a salir humo. En principio, dicen los podemólogos, se debe a la fricción interna, el choque continuo entre distintas formas de entender la organización. Pero me pregunto si no es también parte de ese incendio mayor, sistémico, que tras haber arrasado cajas, empresas, empleos, familias, servicios públicos, instituciones y el sistema político, ahora amenaza a los partidos.
Pensaban asaltar los cielos, y quizás lo que han hecho es meterse en una casa en llamas. Era el momento, ahora o nunca, no se podía esperar a que remitiese el fuego o el edificio se hundiese del todo, porque entonces se habría cerrado la ventana de oportunidad. Y decidieron entrar por esa ventana aunque saliese humo de ella. Y además con prisa, sin tiempo para resolver diferencias organizativas, tensiones territoriales y terminar de concretar qué era realmente Podemos; es decir, dejando mucha piel a la vista, a merced de quemaduras.
Y ahí están hoy, corriendo por los pasillos de una casa incendiada. Más veloces y hábiles que el resto, pero arriesgándose a que alguna vez les caiga encima un madero ardiendo.  

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Tal vez, querido Isaac, los partidos emergentes hubieran dado en el clavo llegando como una hermosa y benéfica lluvia de humildad inteligente y conciliadora que hubiese apagado con elegancia y lucidez el incendio de esa falla española tan vieja y seca a base de historia terrible, pero quisieron aprovechar las llamas para arrimar sus sardinas particulares y para eso había que avivarlas con la leña de la indignación, de momento C's solo es aire que lo intensifica y Podemos gasolina que lo fortalece y lo extiende, hasta quemarse a sí mismo. Es lo que tiene confundir el amor con la emocionalidad del ego excitado por la adrenalina del poder. El ego humano, separado de la conciencia es un pirómano sin control, su soberbia le engaña y por eso impide que los bomberos de la sensatez puedan llegar a tiempo para apagar la hoguera autodestructiva. Previamente los ha despojado de todo, de mangueras, de depósitos, de escaleras y de recursos salva vidas. 
Iglesias en la carta al aparato podemita hablaba el otro día de los ojos iluminados por el amor . Pero se confunde un poco. Son los ojos del alma los que brillan con el amor, en los ojos del ego sólo brilla el dogmatismo de las falsas seguridades, el instinto de depredación y el fulgor de la soberbia, que ni siquiera sabe de oídas qué es el amor. Solo hay que ver los resultados para comprender que las palabras sin fundamento se deshacen como el humo de ese incendio catártico en que se están purificando tantas miserias antiguas que a través del tiempo han ido cristalizando en las miserias contemporáneas. Duele presenciar el incendio, aunque tal vez sea necesario quemar cada primavera los trastos viejos, apolillados e inservibles, igual que hacía el gremio de fusters valencians desde  la noche de los tiempos. Algo así como hacer feng-sui, pero a lo bestia. Y sin ofrenda floral ni música de fondo. Eso sí, con petardos. Unas mascletás machacantes a dedazo pirotécnico, de toma pan y moja. Y a la greña. O a la coleta.

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