sábado, 26 de marzo de 2016

El Cristo interior




 Resultado de imagen de ramas de olivo  Estos días, como cada año por estas fechas, aparecen estudios de aproximación histórica a la figura temporal de Jesús de Nazaret. Se intenta afinar al máximo el rigor de la ciencia para tratar de analizar un fenómeno que a duras penas puede verificarse en un contexto cronológico y empírico, por varias razones: la primera por lo lejos que queda en el tiempo y la carencia de datos objetivos escritos durante la vida de aquel hombre. Todo lo que se escribió sobre él fue una recopilación a posteriori, de sucesos sacados de la memoria de los que le rodearon durante los pocos años de vida pública que tuvo, mezclados con las impresiones subjetivas de los relatos de sus seguidores. Muy poca cosa. Unos relatos tan sencillos y tan poco comprobables, jamás hubiesen tenido una repercusión y una fuerza suficiente como para cambiar tantas cosas en el alma y en la comprensión humanas. Reducir la figura de Jesús a los hechos comprobables es como tratar de meter el mar en una piscina. Lo mismo sucede con Budha. Todo es legendario en su entorno, hermosas suposiciones, cuyos datos históricos tampoco son comprobables, ni lo serán nunca, ni falta que hace. 

La función que realizaron, y siguen realizando, esas energías mientras estuvieron por estos andurriales, no es cosa de comprobar a base de datos más o menos fidedignos y siempre tan imprecisos como insuficientes, sino de preguntarse por qué motivo, al cabo de más de dos mil años, en ambos casos, sus identidades y particularidades aún siguen interesando tanto como para andar pidiendo peras al olmo de la investigación histórica. ¿Qué hicieron y desde qué plano del ser actuaron para dejar huellas tan imborrables, teniendo en cuenta los pocos elementos materiales que dejaron tras ellos? No fundaron nada. No dejaron tratados escritos ni una herencia ideológica estructurada. Ni una escuela esotérica con complicados rituales y disposiciones. Pasaron como una aurora boreal, como un fenómeno cósmico que revolvió conciencias, abrió ojos y sensibilidades de un modo irreversible y mucho más allá del fenómeno y el hábito religioso. Vinieron a propulsar la evolución de la humanidad hacia niveles más altos y sutiles. Hay una frase evangélica muy reveladora y desconcertante para quienes han asumido que Cristo es lo único divino que puede existir: "Vendrán otros que harán obras más grandes que éstas que yo hago". O sea, que él vino a empezar una vía de evolución, no a ser el pantocrator ni la divinidad definitiva y discriminadora del resto. Ni ese Jesús convertido en icono y en una especie de Imperator  victorioso. Nada de eso tiene que ver con su vida y su acompañamiento arquetípico a lo largo de los siglos. Lo dejó bien claro: dios está en los demás como en uno mismo y muy especialmente se revela en los momentos en que más se necesita amor y ayuda. Poco tiene que ver la cosa con la megalomanía del poder, aunque sea "espiritual", que ya en sí es un oxímoron. En ese terreno no existe ya el poder, sino el servicio. Es otro registro. Otra visión. Nada que ver con cargos, dignidades, tiaras, coronas, cetros, jefaturas de estado, reverencias hasta doblarse por la mitad y sortijones que besar por todas partes.

Precisamente lo que hicieron ambos "magos" del desapego, de la luz y de la paz fue desmantelar y dejar en evidencia la idea religiosa de la mediación sacerdotal entre el hombre descolocado y aturdido y una presunta divinidad todopoderosa e inaccesible, colocando al ser humano frente a su profundo abismo desconocido, aunque tan sencillo y tan pleno como la misma vida, sólo que contemplada y experimentada desde unos planos nuevos y hasta entonces impensables; el Budha y el Cristo se cargaron experiencialmente el concepto protocolario de lo "sagrado", inalcanzable y solo disponible para los chamanes de la tribu: el clero, mucho más poderoso que la política, los imperios y la guerra, que llevaba milenios organizando las vidas, conductas, leyes y normas sociales, y que había hecho de ello hasta su profesión y su fuente de beneficios personales y grupales. Los dos se salieron de madre. Ninguno de los dos procedía del ambiente religioso. Los dos se fueron a vivir lejos de su entorno habitual cuando sintieron la voz interior, dejaron su seguridad, su estatus y su hábitat, para desprenderse de estorbos socioculturales-religiosos y se adentraron directamente y sin miedo, en lo que Teilhard de Chardin llama en su obra el fenómeno humano, hasta descubrir el medio divino, otra definición de Tehilard, que hace referencia a la finalidad cósmica y esencial de la especie humana. Al sentido trascendente de la existencia. Al referente que nos da el empuje, ese élan vital , al que se refiere H. Bergson, para seguir a pesar de todo. 

De alguna manera el pensamiento y la búsqueda del camino vuelve una vez y otra a Heráclito, a entrar en ese núcleo íntimo que nos puede explicar sin sermones, en el momento propicio de nuestras evolución personal,  qué somos y qué sentido tiene lo que somos y que ese conocimiento experiencial es el punto de partida  en otro plano esencial y, al mismo tiempo la meta, que siempre hemos buscado en el exterior de nosotros mismos, confundiendo lo esencial del ser con la necesidad y el deseo de lo contingente, de lo que siempre acaba por caducar, en un plano donde todo se mide, se cuenta, se posee y se acumula. Un estado elemental en el que somos insaciables y jamás nos sentimos en paz ni satisfechos. Budha y Cristo vinieron como muestras, como arquetipos de realización humana en plenitud. Pero también como palancas para activar el cambio, la mutación hacia la conciencia y el despertar, hacia el potencial ilimitado que el ser tiene por delante. Jamás se predicaron a sí mismos ni se endiosaron. Los dos apuntan a que descubramos nuestro origen e indican la dirección: hacia el interior. 
La filosofía, como Platón, por ejemplo, también indica lo mismo, pero hay una diferencia abismal: Platón enseña desde la mente y la didáctica teórica de la especulación. Budha y Cristo lo hacen con su forma de vida y un ejemplo directo de compromiso propio. Por eso Platón enriquece las bibliotecas y la sensibilidad del pensamiento describiendo el mito de la caverna, pero Budha y Cristo metieron la luz directamente en lo más oscuro de nuestra naturaleza, de nuestra caverna personal y colectiva, no para que les adorásemos y montásemos religiones en sus nombres, sino todo lo contrario, para que viendo qué y quienes somos, transmumutemos todo lo que nos ata en un camino de liberación práctica. Y descubramos que cada una/o de nosotros/as somos también en potencia un Budha y un Cristo. 

Budha nos lleva al vacío interior para experimentar la plenitud de todo. Cristo nos lleva al principio, al origen y nos lo presenta como un padre que es uno con sus hijos, y asegura con su misma forma de ser y de actuar, que lo que se llama dios, es simplemente, una familia a la que une el Amor, o la Compasión como indica Budha, rompiendo así todos tabúes y rigideces clericales de la superstición. Hasta el punto de no caer en la cuenta de que Jesús le dio mucha más importancia a dar perdón y paz de espíritu que a la culpa y al pecado. Que no solo vino a perdonar, sino a que borrásemos el pecado del mundo entre todos, a que pusiéramos la atención en la gracia y en la felicidad y no en el peso sombrío de la culpa. Porque sin culpa hay libertad verdadera. Sin embargo la religión necesita el pecado para tener sentido. Como los hospitales y el negocio de los laboratorios farmacéuticos necesitan la enfermedad para vivir de ella. Y los abogados, los conflictos legales y penales, y los fabricantes de armas, los grandes capitales y los ejércitos, necesitan las guerras. El mundo que conocemos es así, pero el mundo que podemos construir, el Reino de Dios, le llama Jesús, es otra cosa bien distinta, que empieza dentro de nosotros, pero que puede irse estableciendo en medio de lo de siempre mientras vamos creciendo y despertando a lo largo del tiempo y descubriendo hasta en la ciencia y en la naturaleza, el poder inteligente y creativo del amor.

La palabra "religión" procede del latín: religare. Ligare, es atar. Religare, atar doblemente. Budha y Cristo vinieron, justo, a lo contrario: a ser signos de que la liberación de las ataduras 'religantes' no sólo es posible, es que es necesaria si queremos ser y no solo estar malamente por aquí, hasta que termina nuestro calvario vital, con muchas más penas que glorias de poca duración, solamente porque no hemos  podido vislumbrar ni entender el sentido del mismo existir. Ambos arquetipos dejaron ya abiertas las puertas del nuevo estado de conciencia y no es necesario ser cristiano ni budista para entrar en él. La vida nos pule por sí misma y nos pone delante constantemente la posibilidad de elegir cómo vivir las cosas. Basta con tener limpia la mente, despierto el corazón y un deseo cada vez más fuerte  de crecer por dentro; entonces, como el alumno/a está preparada/o, aparece el maestro/a, según dicen en Oriente. Y es verdad. Y el maestro puede ser cualquiera. El hecho paradójico es que solo si se despierta se puede descubrir al maestro y si se despierta, el maestro está por todas partes. En caso de que no se desee despertar  ni los mejores maestros conseguirán espabilar jamás a quien no quiere hacerlo. 

Leyendo estos días tanto cuento alrededor de la figura de Jesús el Ungido, el Cristo, el que no está encasillado en nada ni por nadie, veo, una vez más, cómo las parafernalias religiosas se convierten en distracciones que banalizan lo fundamental para exaltar lo intrascendente, y así, nunca acabemos de distinguir la mena de la ganga. Porque si eso sucede, el sistema se desharía  como ceniza en el aire. 

Pero la vida y el espíritu, que son inseparables, tienen sus recursos  propios. Y mientras la UE "religiosa" del poder imperial elimina "legalmente"  campamentos y posibilidades para los refugiados, muchos ciudadanos europeos despiertos y capaces de amar de verdad, se han organizado para pasar la Semana Santa y la Pascua con sus hermanos machacados en las fronteras del horror, para llevarles consuelo, compañía, apoyo y testimonio de que no se les olvida al oeste y al norte de la hecatombe. Se han dado cuenta de que ante el genocidio no hay víctimas de marca  y víctimas de vino de garrafa. Hoy mismo ha habido otra masacre en Irak en un estadio. Todos son los nuestros. Sin diferencias. Sin castas. Sin "clases". Ésa es la verdadera revolución del Amor práctico. Y ese despertar interior que nos hace comprender con todo el ser, además de con la mente; es una de las puertas que abrieron Sidharta Shakiamuni, el Budha en el siglo VI y Jesús de Nazaret, el Cristo, en el siglo I, sin la pretensión de fundar nada, porque de sobra sabían hasta qué punto las religiones y los dogmas que nunca se hacen vida y solo se quedan en preceptos secos, alejan al ser humano de lo mejor de sí mismo.  

Jesús nunca pudo ser violento ni quiso ser "el mesías" guerrero que los judíos esperaban, sino todo lo contrario, el compañero sabio y humilde, el maestro de vida sencilla, llena de bondad y de lucidez, que afirmaba que era justo dar al César lo que era del César y a Dios lo que es Dios y tratar con la misma amabilidad a quien es amigo como a quien se siente tu enemigo; lo del perdón sin límites y devolver el bien por el mal, no era cosa de zelotes ni de ambiciosos buscadores de poder entre el pueblo; cuando las multitudes, confundidas por su fuerza magnética espiritual y la costumbre de ser "salvadas" le llamaban "mesías", se escapaba y desaparecía, un detalle que debería revelar a los investigadores el cariz de su mensaje y de su intención. No le mataron por promover la violencia, sino por  ser un ejemplo de insumisión de vida, por practicar directamente la desobediencia a la hipocresía religiosa. Por ejemplo, cogiendo espigas para comer, en sábado, el día tabú de los judíos. Salvando de la muerte a una adúltera condenada por la "ley de Moisés". Reclutando discípulos entre los recaudadores, los descreídos, los impuros y hasta las putas, que  a su lado se convertían en ángeles, sanando a los locos y a los enfermos que todos repudiaban como impuros, con sólo tocarlos o mirarlos. Jesús era la ruina del sistema, ni más ni menos.
Sin armas ni persecuciones, desmanteló la farsa religiosa y descubrió ante el pueblo, con su modo de vivir, su pobreza voluntaria y su compasión constante, que lo que llamaban dios o dioses era un cuento hebreo. O romano. Que para el caso es lo mismo. Que el único dios posible está dentro de nosotros y por eso recomendó hablarle directamente y sin clero  de por medio, en privado, y a llamarle padre de todos, porque lo es. Menuda bomba para los ultra religiosos. ¿Cómo iban a permitir los fanáticos del establishment que Jesús viviese lo suficiente como para dejarles en el paro y en la ruina con un cambio de conciencia social y religiosa de tal calibre?
De todos modos los que le siguieron hasta el siglo IV, consiguieron que el Imperio Romano se fuese a pique por la desaparición del chollo de la esclavitud y por el testimonio de tantos mártires inocentes que prefirieron la muerte antes que vivir una mentira oficial y cruel o centuriones que se negaban a matar en los combates y se largaban dejando la soberbia dignidad matarife del Imperio por los suelos.  A tanto llegó esa fuerza, que Constantino vio la necesidad de cargarse aquel proyecto social del espíritu y colocó a la Iglesia en el estatus del poder político mezclado con el religioso y así acabó con el primer cristianismo. Para volver a ser una religión fetén y nada de comunidades ni de fraternidad, ni de sencillez de vida, sino con el boato, el lujazo y el pastón, como "diosmanda", que siempre hubo clases, como en Israel, como en Roma, como ahora, a ver qué va a ser esto,xd!, con tanta humildad y tanta compasión y tanta flojera, si ya lo dijo Nietzsche, con su sensatez , su empatía y su cordura tan humanitarias al estilo imperial; hé aquí su tesis deslumbrante: ¡Qué los débiles y los fracasados perezcan! ¿Hay algo más perjudicial que cualquier vicio? Si; la compasión que experimenta el hombre de acción hacia los débiles y los idiotas: el cristianismo. (F.Nietzsche. "El anticristo", por supuesto). Lo peor del caso es que el falso cristianismo que derivó del Edicto de Milán, en 313, revistió con palabras del evangelio, limosnas y falsa compasión el amor verdadero y la fraternidad, de manera que la misma soberbia de Nietzsche ha permanecido en el fondo instrumental de los principados y prebendas de la iglesia trucada, con gestos de falsa piedad y con sermones retóricos, cuando han dejado de ser una potencia militar, se han unido a dictaduras e imperios sangrientos, por prevalecer como institución se han aliado y han sido cómplices de lo peor de cada casa y se han olvidado de cuáles  y cómo fueron sus comienzos. No es extraño que gente como Nietzsche se trastorne y acabe desbarrando, embarullados por una educación y unos comportamientos "cristianos" de semejante calibre, al intentar comprender ese berenjenal. Sólo un despertar de conciencia y un cambio de estado desde dentro, puede salvarnos del manicomio globalizado en el que el falso cristianismo ha colaborado con tanta abundancia y tiene tanto que ver.

Es poco práctico y muy banal andar contando historias de temporada sobre figuras como Jesús el Cristo cuando no se puede aportar más que lo que hay y todo son especulaciones absurdas a estas alturas de la historia; para quienes están dormidos son simple frivolidad y para quienes están despiertos, son bazofia.

Sin embargo y pese a todo, al margen del montaje, siempre renace la vida. Eso es la Pascua. La resurrección. La fuerza esencial que no se resigna jamás a la injusticia, a la crueldad ni a la mentira, ni a las tinieblas. 
Anoche vi unas devotas escenas muy teatrales de un viacrucis en Roma al rededor de las ruinas del Imperio. 
El verdadero viacrucis ahora mismo está en Idomeni, en Bagdag, en Palestina, en Damasco o en las costas de Melilla. Allí, sin etiquetas políticas ni religiosas, en el amor directo que alivia y apoya, por encima del miedo y el peligro, también está la clave de la resurrección.

Para quien quiera leer una especulación preciosa sobre Jesús y su magisterio anómalo, mucho más reconfortante y próxima al espíritu que cierto tipo de chapuzas donde se mezcla lo de siempre con la teología-ficción, puede leer una deliciosa y conmovedora novela: Los bufones de Dios de Morris West.
Y felices pascuas de Resurrección.


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